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viernes, 18 de marzo de 2022

Egaña | Malditos Bastardos

Con el conflicto entre Rusia y la OTAN como telón de fondo, Iñaki Egaña nos comparte este texto en su perfil de Facebook:


Malditos bastardos

Iñaki Egaña

Hace unos días, el lehendakari de la Comunidad Autónoma vasca aprovechaba el acto para promocionar una cadena multinacional de supermercados de origen alemán, por cierto denunciada repetidamente por incumplimiento de las directivas de derecho laboral y espionaje hacia sus empleados, para lanzar una proclama apocalíptica. La entrada en territorio de la CAV en un período de “economía de guerra” derivado de la invasión de Ucrania por el Ejército ruso. Una reflexión que me llenó de perplejidad.

La expresión “economía de guerra” tiene numerosos significados, pero, al margen de alertar de un futuro complejo y avanzar en términos sociales de retroceso en la calidad de la vida, pretende achacar una situación como la de la pandemia gestionada desde la improvisación, a la guerra de Ucrania. Se trata de echar balones fuera, acusar a elementos externos del fracaso de las políticas neoliberales para el conjunto de la sociedad vasca.

La historia no ha comenzado el 24 de febrero, sino que viene de lejos. No tanto por la guerra impuesta por Moscú para hacer valer su peso geoestratégico en Europa, sino al menos desde el estallido de esa burbuja bancaria que desde 2008 ha encogido el planeta, agravada por la pandemia y una banda de especuladores a los que precisamente el Gobierno autonómico alienta con sus medidas socio-económicas.

Los aumentos en los precios de las tarifas energéticas fueron jaleados recientemente por un PNV que amenazó, a través de Aitor Esteban, su portavoz en Madrid, con tumbar al Gobierno español si este tomaba medidas contra los precios desorbitados de la luz. Una de las joyas que apoyan a pies juntillas los jeltzales, Iberdrola, ha ganado dinero a espuertas a cuenta de la subida de los precios. Un Esteban también, que esta misma semana ha retomado la estrategia trumpista de que miente que algo queda, con esa frase de frenopático propia del Tea Party en que se ha convertido el grupo jeltzale: “la izquierda abertzale está volcada con Putin”.

Recordar, asimismo, que cuando el Gobierno de Sánchez abrió la posibilidad de poner freno a las subidas estratosféricas de las facturas energéticas, las empresas del ramo, entre ellas la joya jeltzale, amenazó al estilo de Al Capone, con un apagón generalizado. Iberdrola ganó casi 4.000 millones de euros el año pasado, mientras que su presidente se llevaba de sueldo un millón al mes. Y Ana Botín, la presidenta del Grupo Santander, con más poder que el Gobierno central, frivolizando con que, en una de sus múltiples viviendas, ha rebajado la temperatura del termostato para “apretarse el cinturón”. Cara de hormigón.

Hoy, los lobys energéticos más cercanos, con la consejera Tapia de portavoz, vuelven a retomar la vía de las nucleares y el fraking, con la excusa del alza de los precios. Erre que erre, enfrentándose si hace falta a la humanidad. Hace tres años, El País anunciaba que, en el Estado español, la pobreza energética alcanzaba al 40% de su población y que era la causante de 7.100 muertes anuales.

La privatización de lo público y la venta del patrimonio industrial vasco ha sido uno de los puntos de partida especulativos. El modelo se gestó con Euskaltel, experimento para otros desagües posteriores, liderados por el expolio de las cajas de ahorro vascas. Fueron pelotazos especuladores para que una elite se llenara los bolsillos, desde su despacho. Una vergüenza nacional.

Lo más doloroso de esta situación ha sido que en medio de la pandemia, y con un lenguaje populista y demagógico, las elites económicas, y sus voceros asentados en Lakua, han proseguido con el desmantelamiento de la sanidad pública vasca, induciendo a que nos inscribamos en entidades privadas. La privatización asimismo de los cuidados a mayores, de las residencias, ayuda a domicilio y de intervención social ha llegado a un nivel excepcional. Nuevamente la especulación con la vida, para beneficio de unos pocos.

La venta del suelo a buitres internacionales, la privatización sistemática de lo publico en beneficio de colegas de cortijo o de batzoki nos ha traído, junto a las dinámicas de estos años, a un escenario sumamente especulativo. Con la propuesta del reparto de los fondos europeos, el departamento dirigido por la siempre incisiva Tapia ya enseñó sus credenciales y su falta de ambición nacional. El dinero, dice el dicho popular, no tiene patria.

Y ahora, Urkullu y Tapia avanzan, que los especuladores se van a convertir en el motor de la economía vasca. Se destapan los ladrones de las crisis, de las guerras. Los oligopolios, la concentración del dinero en unas pocas manos, siguen su marcha. En la crisis de 2008, en la que rescatamos por decreto a los bancos con nuestros impuestos, nos dijeron que fue inducida por unas aspiraciones desmedidas de los pobres, que deseaban una vivienda digna y se hipotecaron hasta donde no debían. Una gran falacia. Fue la ferocidad bancaria y el ansia de encontrar nuevos nichos de enriquecimiento.

Ahora, los Urkullu y Estebanes de turno vuelven a las andadas, imputando a las clases populares la escabechina que han provocado y ahondarán más aún, con una gestión estrambótica, lejos de las necesidades reales, invirtiendo el dinero público en ampliar la Super Sur, construyendo el TAV, creando olas mecánicas en la isla donostiarra. Demoliendo, mientras, lo público. Es nuestra hora, la de recuperar los bancos, las eléctricas, petroleras, telefonía, transporte…

Tenemos el deber de rescribir la historia, con las fuerzas que son mayoría. Como lo hizo Tarantino en aquella memorable película que sirve para titular este artículo. “Malditos bastardos” relataba la venganza de un pequeño grupo que actuaba en nombre de la humanidad, con un final feliz. La muerte en un teatro de Hitler y Goebels, en una explosión grandiosa. La expresión “Malditos bastardos”, sirve para delimitar a toda esa pléyade de especuladores que sacarán tajada con esta “economía de guerra” que ya llevan años imponiendo. Que les caiga todo el peso de nuestro desprecio.

 

 

 

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