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domingo, 27 de marzo de 2022

Egaña | Europa

Les compartimos este texto dedicado a la situación en el este europeo que Iñaki Egaña ha dado a conocer en su cuenta de Facebook:


Europa

Iñaki Egaña

Cuna de nuestra civilización, el territorio europeo ha forjado el devenir del planeta. Intelectual y físicamente, a pesar de ser uno de los últimos espacios en ser colonizados por nuestra especie. La invasión del Ejército de la Federación Rusa del territorio de Ucrania nos ha devuelto las imágenes de hace tres décadas cuando la OTAN intervino en los Balcanes. Entonces, la guerra, ese concepto tan lejano para las generaciones más jóvenes, y tan cercano para los hombres y mujeres del Medio Oriente o África, volvió a estallar en nuestro continente. Hoy, renueva su sombra sangrienta en los campos de Donetsk, Máriupol o Járkov.

Fueron Marx y Engels los que pusieron el punto de mira en los vínculos humanos para señalar que la lucha de clases, junto a las relaciones de producción, fueron el motor de la historia. Pero en aquella aportación obviaron el análisis de otros factores no sujetos a lo que conocimos como un método de observación, el del materialismo histórico. Europa fue escenario de luchas fratricidas relacionadas con una u otra confesión religiosa, con una u otra saga monárquica, con aspectos raciales de sus moradores e incluso con pugnas de las élites por temas frívolos. También en tiempos modernos, lejanos de esa etapa feudalista que engulle las explicaciones preindustriales.

La conquista de un nuevo y desconocido continente fue asentando lo mejor y lo peor de Europa. Durante siglos, Asia quedó relegada a cuentos oníricos, hasta las devastaciones coloniales y África fue la fuente para la esclavitud. Mientras, al otro lado del Atlántico surgió un monstruo, moldeado por europeos migrantes, que se enfrentó al resto de la humanidad por el control ideológico y material, en especial desde la Segunda Guerra mundial. La Revolución soviética, hizo de contrapeso y elevó la moral de los parias de la tierra de que otro modelo era posible. Pero la deriva del socialismo real y su derrota en la Guerra Fría, nos volvió a un escenario diverso.

En nuestra pequeña aldea vasca soñamos con una Europa distinta, una Europa de los pueblos, e incluso tuvimos un conflicto, aún sin cerrar, de los que los teóricos llamaron de baja intensidad, con 1.400 muertos y 10.000 presos y otros tantos torturados. Nos apoyamos en hermanos como los irlandeses, que en 30 años tuvieron 3.500 víctimas mortales y en otras inclinaciones territoriales progresistas, como la bretona, la catalana o la corsa. Los expertos, nuevamente, los llaman conflictos interétnicos, pero bien sabemos que, al menos el nuestro, era también de clase.

Votamos formalmente contra la integración en la OTAN, nos declaramos contrarios al Acuerdo de Maastricht de las elites económicas, rechazamos la energía nuclear vigorosamente y formamos una alianza, quizás más romántica que efectiva, con las luchas emancipadoras de los cinco continentes. Hicimos nuestra la Revolución de los Claveles, el Mayo parisino, nos manifestamos en la plaza Sintagma contra la tiranía de Berlín, nos convertimos en saharauis y atiborramos las calles contra los bombardeos de Bagdad, Belgrado y Sarajevo. Otra Europa era y es posible.
Hoy, la invasión de Ucrania ha vuelto a configurar el mapa natural de Europa: la guerra. Ha determinado también la naturaleza de nuestro conflicto particular, secundario aparentemente, en ese escenario que fue capaz de provocar dos de los mayores cataclismos que ha conocido la humanidad, las dos guerras mundiales. Sin embargo, la interconexión de la modernidad, obliga a ciertas matizaciones. El contexto también nos afecta.

Del desplome del proyecto soviético surgieron 15 nuevos estados, seis de la antigua Yugoslavia y la disolución no solo de uno de los bloques, el liderado por Moscú, sino también del auspiciado por Belgrado, el de los No Alineados. El territorio, por razones económicas, pero también por otro tipo de pigmentos hegelianos, sigue siendo objetivo codiciado. Como si estuviéramos en una selva de Baviera peleándonos hace más de mil años por los despojos del que fue el imperio romano.

En esa situación, Europa ha continuado con una línea dictada lejos de sus fronteras. En Washington, precisamente. Aunque, cuando hablamos de Europa parece que nos referimos únicamente a la Unión Europea (27 estados sobre 49, con Kosovo) o la OTAN (30 estados, entre ellos EEUU y Canadá). Se ha dicho habitualmente que América Latina era el patio trasero de Washington. Algo de cierto hay, sobre todo observado las intervenciones militares directas y los golpes de estado promovidos desde Langley. Pero Europa tiene una relación de sumisión con su padrino que América oculta.

La respuesta a la agresión rusa en Ucrania, siguiendo a pies juntillas los dictados norteamericanos, ha sido patética, revelando que los automatismos existentes en el llamado Viejo Continente durante la Guerra Fría siguen vigentes. Es evidente que sobre todo el pueblo de Ucrania y en otra medida el ruso son las víctimas de este conflicto. También el resto de Europa, que va a sufrir con un gran coste los efectos de la guerra, directos e indirectos.

La escalada belicista, el aumento de la producción armamentística y la alienación con un modelo autoritario, fomentado también por supuestos gobiernos de izquierdas o autonómicos, ha servido para tapar de cuajo los problemas estructurales que nos conducen al abismo. Mientras, Liberation habla del trauma de los leones trasladados del zoo de Kiev a otro de Holanda, Deia se refiere a los problemas de las mascotas sin papeles que cruzan a Polonia y las televisiones se fijan en mujeres que alquilan vientres ajenos y que la guerra ha dejado en gestación avanzada.

Es esa mierda de Europa que mira por encima del hombro al resto y no es sino la escoria acumulada de siglos de atrocidades y vasallajes. Otra Europa, sin embargo, sigue en pie. Aquella, la nuestra, la de los pueblos, que grita contra la guerra y que sigue creyendo en los lazos de fraternidad. Pasado contra futuro. Esa es precisamente la contienda pendiente y no la de los obuses.

 

 

 

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