Un blog desde la diáspora y para la diáspora

miércoles, 28 de abril de 2021

Cronopiando | "¡Es lo que Hay!"

Koldo nos invita a reflexionar con este Cronopiando publicado en su muro de Feis:


“¡Es lo que hay!”

Koldo Campos Sagaseta | Cronopiando

“¡Es lo que hay!” se dejó oír en el interior de la caverna. Y así estuvieron australopithecus y australopithecas hasta que, un día, decidieron echarse a andar  y así conocer a otros homínidos y femínidas, y descubrir el fuego, recolectar frutos, formar tribus… era el Paleolítico.

“¡Es lo que hay!” pintaba el Paleolítico bisontes y caballos en las paredes de sus cuevas. Y así fue hasta que el homo erectus y la femme erectus cultivaron el campo, se asentaron en pequeños poblados cerca de los ríos, domesticaron animales, crearon la cerámica, el tejido, la rueda... era el Neolítico.

“¡Es lo que hay!” se conformó el Neolítico viendo rodar el tiempo. Y lo siguió diciendo hasta que, un día, el homo sapiens y la femme sapiens desarrollaron la agricultura y la ganadería, también la metalurgia con el cobre, el bronce y el hierro como protagonistas de una era que transformó la vida al perfeccionar las herramientas, y apareció la artesanía y el comercio… era la Prehistoria.

“¡Es lo que hay!” asintió la Prehistoria hasta que, érase que se era patentada la ignorancia, proclamada la fe, bendecido el patriarcado y hecha virtud la plusvalía, solo quedaba confinar la memoria y difamar la razón… era la Historia.

Pero lo que hay, dice también la Historia, guste o disguste a la caverna, lo que hay siempre termina siendo el punto de partida.

(Preso politikoak aske)

 

 

 

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martes, 27 de abril de 2021

Gil de San Vicente | 'Eusko Gudariak' de Lorenzo Espinosa (III de III)

Cumplimos con la tercera entrega del texto con el que Iñaki Gil de San Vicente lleva a cabo una profunda reseña del libro de Josemari Lorenzo titulado 'Eusko Gudariak'.

Disfruten la lectura:


6.- De 1944 a 1965

Pero este fin de una fase político-militar no significó el fin de las resistencias, aunque los grupos armados supervivientes estaban muy debilitados en la década de 1950. La «vergüenza nacional» se estaba recomponiendo en el interior de la vida popular, e incluso empezaba a aparecer en público mediante actos culturales, luego con propaganda obrera y política y al poco, incluso con bombas caseras contra símbolos franquistas. Sin embargo, y a diferencia del Octubre del ’34 y de la guerra de 1936-44, en el período 1953-1966, año en el que se inició la larga V Asamblea de ETA, la izquierda independentista que se estaba formando tenía menos recursos teóricos para elaborar una estrategia político-militar adecuada tanto a las formas de opresión nacional que sufría como al contexto internacional. La censura y la represión frenaban el acceso a las ideas revolucionarias que empezaban a surgir en Europa en esa década, pero a pesar del miedo a la tortura, esos libros llegaban.

Para el tema que nos interesa, la estrategia político-militar inherente a la praxis revolucionaria orientada a la superación histórica de la ley del valor en la historia vasca, es importante ver el contexto que influenciaba en los debates internos antes de que, en la IV Asamblea de 1965, ETA se declarara socialista si bien con un alto grado de abstracción teniendo en cuenta la diversidad de corrientes internas. Años antes, Stalin, muerto en 1953, comentó a Tito que: «En nuestros días el socialismo es posible incluso bajo la monarquía inglesa. La revolución no es ya necesaria en todas partes […] Sí, el socialismo es posible bajo un rey inglés». La idea de Stalin fue oficializada en 1956 en el XX Congreso del PCUS cuando se teorizó la «coexistencia pacífica», e inmediatamente después, el PC de España la concretó con la estrategia de «reconciliación nacional».

Fue en ese 1956 de la «reconciliación» y la «paz» que la gran huelga del 9 abril en Iruña inició una nueva fase de lucha de clases en Hego Euskal Herria marcada por la aparición de las comisiones de fábricas, de sus trabajadores, que se alejan del sindicalismo oficial y amarillo y recuperan la tradición histórica de la independencia obrera autoorganizada en el lugar de trabajo y con otras empresas, y al poco en estrecha relación con la vida en los barrios y pueblos, con sus colectivos vecinales. Ulula el fantasma de los consejos, de los soviets, de las asambleas obreras y populares… hornos en los que se funde el acero de las insurrecciones. La burguesía siente pánico y pide ayuda a la dictadura. La tensión es tal que sectores burgueses llegan a discutir con el gobernador «civil» de Bizkaia sobre las medidas a tomar. Mientras que el PC de España implora por la «reconciliación nacional» el proletariado, que está en proceso de vertebrar al nuevo pueblo trabajador que surgirá de la salvaje represión de las huelgas de abril de 1956, empieza a autoorganizarse.

En esas condiciones, para los resistentes que sin ser independentistas sí defendían el derecho de autodeterminación tal cual lo entendía Lenin, este giro al pacifismo y al nacionalismo español abrió profundas grietas subjetivas por las que, en un lustro, empezarían a penetrar reflexiones sobre qué querían aquellos «jóvenes abertzales» que se preguntaban sobre todo, que reconocían su ignorancia incluso de la historia vasca porque no se creían ya las versiones del PNV y menos aún las del imperialismo franco-español. Estos sectores empezaban a preguntase sobre el creciente abismo que separaba a la vieja izquierda estatalista del nuevo proletariado vasco: en su memoria militar algunos guardaban como oro en paño el heroísmo de los gudaris comunistas en la guerra de 1936-44, que dieron a sus batallones nombres como el de Gernika, y profundamente internacionalistas como el de Rosa Luxemburg, elegido a pesar de que esta revolucionaria había sido depurada post morten por la burocracia stalinista en la década de 1920, y no dudaban en calificar de imperialista al Ejército español. Pero el PCE les exigía que se reconciliasen con la patronal y con las fuerzas represivas que masacraban al pueblo en aquella impresionante huelga de abril de 1956.

Para otros resistentes, los que provenían de o se habían formado en la tradición nacionalista radical de ANV, Jagi-Jagi, etc., semejante deriva les daba la razón sobre las limitaciones de cualquier teoría sociopolítica que no tuviese en cuenta la realidad de la nación vasca. Había transcurrido un cuarto de siglo desde que, en 1933, los comunistas de la Federación Vasco-Navarra denunciaron el proyecto de autonomía burguesa de 1931 concedida por el imperialismo español, exigieron la Amnistía, hablaban en euskara en sus mítines, elaboraron una estrategia de recuperación de los bienes comunes y de expropiación de la burguesía, etc. Estos y otros avances se habían olvidado en buena medida, o habían sido borrados incluso por el PC de España en las durísimas condiciones de la guerra y la dictadura. Sin embargo, este nacionalismo radical tenía razón en ese momento pese a sus limitaciones de clase: cualquier estrategia liberadora debía basarse en primer lugar en las raíces sociohistóricas de Euskal Herria, no podía cometer el error de creer incondicionalmente en el ‘internacionalismo’ del grueso de la izquierda española, que no había aprendido nada de la advertencia de Lenin sobre los nefastos efectos del resurgir del nacionalismo gran-ruso en los bolcheviques.

Las dudas de estos y otros grupos clandestinos se iban convirtiendo en certezas según veían cómo en 1959 las nuevas leyes de Orden Público podían abrir consejo de guerra a quienes preparasen una huelga, o participaran en ella. Si la exigencia de mejores condiciones sociales podía ser delito de rebelión militar, la pregunta era obvia: ¿qué forma de resistir a la violencia militar injusta que con la violencia militar justa? Los debates sobre las formas de interacción entre tácticas pacíficas, no-violentas y violentas fueron frecuentes en ETA, como lo habían sido en las izquierdas desde el socialismo utópico, por no retroceder más en el pasado, investigación muy necesaria pero imposible aquí y ahora. Además de en la propia experiencia vasca, tan plena de lecciones, ¿dónde más buscarlas y encontrarlas? En aquella URSS y en el PCE desde luego que no.

La respuesta se va haciendo cada vez más urgente en la medida en que crecen las movilizaciones y algunas pasan a ser huelgas importantes, como las de 1963, pero también aparecen nuevas luchas autoorganizadas como la primera ikastola en 1964, parte de una tendencia ofensiva muy clara hacia la recuperación de la lengua y cultura. Y conforme se van llenando las cárceles, los colectivos de ayuda van mejorando su funcionamiento que databa, al menos, de 1936. Como todo pueblo explotado, también el vasco disponía de una memoria y saber clandestino. La IV Asamblea de 1965 se enfrenta a este panorama con tres grandes opciones: la que defendiendo un socialismo democrático más radical que el de la II Internacional, insistía en la importancia de la lucha cultural, sin menospreciar otras. La que defendía las nuevas teorías de izquierda europeas; y la que optaba por aprender de las guerras de liberación nacional antiimperialista.

La victoria comunista en China era reciente, de 1949, y poco a poco y de manera definitiva desde 1962, empezaban a llegar textos maoístas en los que se criticaba de desviacionismo derechista y pacifista a la URSS. Las victorias de Cuba y Argelia se estaban viviendo en ese período: 1959 y 1962, respectivamente. Vietnam resistía. Aunque Irlanda del Norte parecía dopada, una mirada atenta descubría que también allí empezaba a despertarse la «vergüenza nacional» del león dormido… Frente a esto, ¿qué ofrecía la izquierda europea? Desde finales de los ’50 el situacionismo adelantó críticas decisivas al capital, esforzándose por integrar a grupitos consejistas, luxemburguistas, autonomistas, etc., del mismo modo que lo intentaban otras corrientes, como Socialismo o Barbarie. El maoísmo avanzaba entre sectores radicalizados que se reforzarían con la «revolución cultural» iniciada en 1966. La corriente más fuerte del trotskismo se reorganizó en 1963. El stalinismo más plomizo de los PCs oficiales, se debilitaba rápidamente. Etcétera. Como efecto de estos debates, desde finales de los ’60 surgieron las condiciones para la formación de diferentes organizaciones armadas.

Hemos omitido nombres de autores para no caer en el destructor individualismo metodológico que pudre los egos narcisistas de la casta intelectual, y del academicismo. El período que hemos resumido tan esencialmente, fue un estallido multicolor, bello y espectacular de creatividad teórica que debemos actualizar, pero que, en el tema que nos concierne, sufría de cinco grandes quiebras además de otras menores:

Una, no pudo arraigar en el movimiento obrero organizado, lo que le impidió derrotar el reformismo de los PCs oficiales y de la II Internacional en la oleada prerrevolucionaria iniciada en 1968, como se vio en Italia en donde el PCI y su poderoso aparato sindical y mediático, editó a Gramsci en 1951, lo había desfigurado totalmente para 1956 y para inicios de los ‘70 lo hizo padre del eurocomunismo siendo pieza clase en el aplastamiento de la oleada obrera y la lucha armada. Dos, siguió atado al eurocentrismo cuando precisamente las luchas antiimperialistas se expandían por el mundo, lo que le frenó la comprensión del proceso de aburguesamiento del proletariado europeo gracias en parte al saqueo euroimperialista. Tres, era profundamente estatalista, lo que le impidió comprender la fuerza emancipadora de las naciones oprimidas dentro de Europa, como era el caso de la opresiones nacionales dentro del Estado francés –vascos, corsos, bretones, occitanos…– justificadas de forma oblicua por el PCF, defensor siempre de la «nación republicana» gala. Cuatro, ese estatalismo le impidió ver la contradicción interna a la nación burguesa incapacitándole para combatir el racismo y la recomposición de los neofascismos, desde un modelo de nación trabajadora antagónico al burgués europeo.
Y, sobre todo, en quinto lugar, una concepción formalista y exterior a la lucha de clases real, de la estrategia político-militar con escasa inserción proletaria, limitación que pagaron las heroicas organizaciones armadas que surgieron pero que, por lo dicho, tenían poca implantación en el pueblo obrero en lucha. Es verdad que hubo intentos serios de dotarse de una estrategia de liberación nacional con respecto al poder imperialista y de la OTAN, como en Italia, en Alemania Occidental, etc., pero, sin grandes precisiones ahora, cometieron un error parecido a los Tupamaros cuando dieron por supuesto que el pueblo uruguayo rechazaba decididamente la presencia yanqui en el país. Pero esa presencia, innegable, estaba muy ocultada, apenas era perceptible a simple vista, porque uno de los objetivos prioritarios de la contrainsurgencia era precisamente invisibilizar el dominio yanqui, manteniendo la sensación falsa de la independencia uruguaya.

La OTAN y las mafias, la II Internacional, la derecha democristiana, los reformismos varios, los cristianismos, etc., hicieron lo imposible por legitimar la subordinación europea a los EEUU, minando así uno de los pilares decisivos de crecimiento de las guerrillas. Otro método fue minimizar la resistencia armada comunista contra el nazismo y el enorme colaboracionismo burgués en la II GM, cuando fueron los comunistas los que llevaron el mayor peso de la lucha en la Europa ocupada, y el Ejército Rojo en la totalidad de la guerra. Para los ’60 la industria de la manipulación había trivializado tanto la guerrilla que la mayoría de la clase trabajadora había olvidado que en 1945-47 se vivía en Europa occidental un clima prerrevolucionario, según la la Inteligencia Militar aliada. El mayor daño fue olvidar que entre 1941-44 se libraron guerras de liberación nacional y social dirigidas fundamentalmente por las izquierdas, que pusieron en jaque a la burguesía europea profundamente desgastada por su colaboracionismo activo o pasivo. Ahora no podemos extendernos aquí en las razones complejas de la victoria imperialista desde 1947-48, solo decir que la pérdida de la memoria militar y la propaganda masiva pro-yanqui dificultó mucho que los grupos armados de finales de los ‘60 pudieran demostrar la continuidad histórica de su lucha con la de 1941-44, algo decisivo.

7.- De 1965 a…

Por tanto, y volviendo al contexto teórico-político que envolvía los debates en ETA desde la IV Asamblea de 1965 hasta la VI Asamblea de 1973, en la que se declara oficialmente comunista, la izquierda europea podía aportar algunas ideas muy importantes, pero siempre dentro de una totalidad en la que la mayor aportación vino del peyorativamente llamado «tercermundismo». Las interrogantes que crecientes sectores obreros y populares se hacían desde finales de los ’50 eran sobre cómo responder a la militarización extrema impuesta por el franquismo: ¿mediante la estrategia de «reconciliación nacional» y la «coexistencia pacífica»? ¿O mediante la interacción de las formas de lucha, incluida tácticamente la violencia defensiva? Dejando de lado en la medida de lo posible sus diferencias, enormes muchas veces, y los límites que hemos visto, las izquierdas europeas de ese período aportaron ideas centrales:
El derecho general incuestionable a la rebelión y a la resistencia violenta, siempre en una estrategia que lo englobase, orientase y utilizase según la teoría de la violencia, aunque las corrientes matizasen mucho las condiciones de práctica de ese derecho. Que estas formas y la lucha de clases en su totalidad debían basarse en el estudio riguroso de la sociedad capitalista del momento, de sus contradicciones y de las necesidades del proletariado. Que los sistemas de alienación e integración del movimiento obrero y de la intelectualidad se habían desarrollado cualitativamente desde la década de los ’30. Que la cultura y la subjetividad revolucionarias adquirían tanta o más importancia que en las fases anteriores. Que estos y otros cambios en las relaciones de producción y reproducción exigían formas de lucha adecuadas. Que ese estudio del momento concreto nunca tenía que perder de vista la naturaleza esencial del modo de producción capitalista. Que el sistema burocrático de la URSS no servía como modelo. Que los partidos y sindicatos que lo aplicaban en Europa, tampoco. Que…

Curiosamente, algunas de las lecciones que llegaron del «tercermundismo» eran mejoras de las europeas por la simple razón de que, en aquellas condiciones bastante más duras, desarrollaron de manera creativa sus enormes potencialidades, sobre todo en lo concerniente a la dialéctica entre autoorganización popular y organizaciones de vanguardia, una visión más crítica del imperialismo, más participación de la mujer trabajadora en las tareas más peligrosas, más capacidad para integrar las culturas populares y las creencias religiosas justicialistas en la lucha revolucionaria, una más profunda valoración de la ayuda mutua y de lo comunal, una valoración de la importancia de la memoria popular y de su vertiente militar, … Y una ética de la militancia y de la vida que en Europa sólo existía en los grupos armados y en la izquierda más coherente.
La larga V Asamblea fue la que fusionó estas diversas aportaciones, pero supeditadas a la historia y presente del marco autónomo de lucha vasco. Por ejemplo, la prolongada huelga de la fábrica de Bandas de 1966-67 tenía todos los componentes clásicos de la autoorganización obrera y popular de otras huelgas históricas desde el siglo XIX: solidaridad, ayuda mutua, relación e interacción vecinal y comarcal, etc., imposibles de lograr si no se hubiese desarrollado la independencia política del movimiento obrero desde mediados de los ’50, como hemos visto antes. Estas y otras lecciones internacionales siguieron materializándose en Hego Euskal Herria hasta plasmarse en la insurrección contra el Consejo de Guerra de Burgos de diciembre de 1970; en la insurrección de Gazteiz el 3 de marzo de 1976 contra todas las formas de violencia inherentes a la opresión nacional de clase; en la insurrección de la Semana Pro-Amnistía de mayo de 1977… Una enriquecedora fusión de luxemburguismo, leninismo, «tercermundismo» y otros ingredientes, cocinada al pil-pil de las contradicciones sociohistóricas en una magnífica confirmación de la dialéctica entre ley del valor y teoría de la violencia, en la que la «vergüenza nacional» es una fuerza práctica.
Alguien puede sorprenderse de que hablemos con tanta facilidad de insurrecciones en Euskal Herria, pero con eso solo demuestra una supina ignorancia de la historia; o una ideología reaccionaria que niega la historia, o la más probable: un reaccionarismo ignorante. Contra esta ignorancia reaccionaria hay que saber que la lógica de la rebelión está alimentada también por la cultura popular que administra democráticamente los valores de uso, que cuida y potencia esos valores de uso que no de cambio, como bienes comunes. Desde poco antes de la IV Asamblea y definitivamente desde la V y al margen de sus escisiones, ETA como proceso tenía muy claro la importancia de la subjetividad, de la memoria histórica no burguesa, de la lucha lingüístico-cultural de innegable contenido político.

Hemos visto cómo la recuperación de la lengua y cultura vasca fue impulsada sobre todo en los momentos de guerra defensiva, en las «carlistadas», bajo la dictadura de 1923-31, en la guerra de 1936-44, bajo la dictadura franquista, durante la cual la militancia proeuskaldun de los refugiados en Iparralde dio un poderoso impulso a la autoestima euskaldun despreciada por el chauvinismo francés, con el ejemplo propagador de la ikastola de Hendaia, entre otras. En Hegoalde, en 1968 la lucha político-cultural dio un salto con el asentamiento de Euskaltzaindia y con la unificación del euskara, pero lo más importante era la multiplicación imparable de las ikastolas, gaueskolas, grupos de euskaldunización y recuperación cultural, etc., gracias a los movimientos populares. Se sentaban así las fuerzas para lo que más adelante sería una densa red de medios de comunicación libre y crítica cuya parte más visible eran Euskaldun Egunkaria y Egin, pero sostenidos por una base sociocultural popular ampliamente extendida, en pugna frontal con la industria de alienación de masas.

Toda simplificación, toda definición taxativa tiene serios peligros de dogmatismo. Se ha hecho común separar en tres corrientes totalmente enfrentadas entre sí el choque dentro de ETA entre 1965-67: culturalistas, europeístas y tercermundistas. Tal esquematismo ha sido muy negativo porque, como hemos visto, en la realidad actuaba una totalidad en la que cada una de las tendencias asumía en la práctica determinados componentes de las otras dos, resultando en los hechos un proceso de lucha contra prácticamente todas las formas de explotación, opresión y dominación. Aquí radica uno de los secretos de que el sindicalismo sociopolítico se implantara con velocidad en la clase obrera y el pueblo trabajador, logrando, además de ser mayoritario e ir al alza, sobre todo que el marco autónomo de lucha de clases vasco fuera y sea el más combativo y radicalizado de Europa, y a la vez el que más represiones directas e indirectas, incluida la narco-represión, ha sufrido y sufre. El avance del sindicalismo sociopolítico vasco en toda Euskal Herria intenta ser frenado en balde por los sindicatos nacionalistas franco-españoles.

La ley del desarrollo desigual y combinado ayuda a comprender por qué en menos de un siglo cargado de violencias y represiones, de 1890 a 1965-85, surgieran en un país pequeño ocupado por grandes Estados y sin apenas industria moderna, contradicciones tan inconciliables que impulsaran semejante nivel de lucha nacional de clase. En ese 1985, sin embargo, ya era irreversible la descomposición de una parte pequeña de ETA en su deriva hacia la democracia-cristiana y la socialdemocracia, pasando por el eurocomunismo, siguiendo los pasos de miembros de otras escisiones anteriores, algunos de los cuales terminaron incluso en la derecha española. La teoría de la violencia y del Estado estaba de nuevo a debate. La pequeña corriente que se desintegró en el sistema español había utilizado al Gramsci falseado por el eurocomunismo para justificar su putrefacción, surgiendo escusas ideológicas cercanas incluso a N. Bobbio, al austromarxismo, etc., en un clima de desplome teórico bajo la fascinación de la espuma postmodernista que poco a poco contaminaba la casta intelectual y académica vasca.

Gramsci, sobre todo el de los consejos, siempre defendió y explicó la necesidad última de la violencia revolucionaria, que debía culminar el proceso de conquista de la hegemonía por la clase trabajadora como diseñadora de la nación-popular, contraria a la nación burguesa. Es lógico que hubiera diferencias entre la hegemonía gramsciana tal cual pudo exponerla en la cárcel, con la leninista, y con la visión luxemburguista, sin entrar ahora a las concordancias-disonancias entre él y Trotsky, y menos aún con el consejismo de Pannekoek, Gorter y otros. No podemos desarrollar aquí siquiera lo esencial del excelente rigor teórico y belleza metodológica mantenida en estos debates que impactaron en el devenir de ETA como proceso. Pensemos además que la izquierda vasca se formó, como hemos visto arriba, estudiando también las interpretaciones que de estos y otros autores se hacían en los ’50 y ’60.

Sí debemos decir que aquellas discusiones sirvieron para descubrir la trampa escondida en la creación en 1982 de una falsa «policía vasca» –Ertzaintza– que en realidad es una fuerza represiva española fiel al capital en su forma vascongada. La ley del valor no funcionaría con la suficiente efectividad sin la mejora represiva introducida por los cipayos vascongados. La lucha de clases del pueblo trabajador reduce la tasa de ganancia del capital en su conjunto, tanto en la forma española como vascongada. Hay que reprimir las resistencias obreras sobre todo si refuerzan en independentismo socialista. Por eso el Estado se aseguró de que la Ertzaintza no se sublevase pasándose al lado de su pueblo como lo hicieron los cipayos de la India en 1857, que colaborasen fervientemente como la policía de Vichy, de Quisling, de Vlásov o los mossos d’esquadra catalanes machacando a su pueblo, por citar unos pocos casos. Durante un tercio de siglo, el choque entre esta fuerza represiva y el pueblo trabajador han generado un muy enriquecedor debate sobre la esencia reaccionaria de la democracia vigente, sobre la teoría del Estado, etc., pero en los últimos tiempos se esfuman estas y otras vitales discusiones.

Queremos decir con esto que las victorias político-electorales de 1986-87 logradas por la parte muy mayoritaria de la izquierda abertzale que rechazaba la integración en el sistema, así como el resto de logros conseguidos en ese período –la derrota de la nuclearización, o de la narco-represión, por citar solo dos–, no pueden separarse, por un lado, del trasfondo de lucha teórico-política de contenido estratégico que se libraba a varias bandas dentro de la totalidad del bloque de izquierda independentista enfrentado, entonces, al capital. Y, por otro lado, tampoco pueden separarse estos logros de las tácticas interrelacionadas sujetas a la teoría de la violencia defensiva, cuya aplicación y prioridad variaban según las coyunturas. Aunque una porción de las militancias de las organizaciones abertzales no tuviera la formación suficiente para seguir minuciosamente esas discusiones, el clima intelectual dominante en ese amplio sector se movía en dicho universo. La implosión de la URSS afectó a una parte reducida, pero con alguna responsabilidad política lo que unido a otros factores que hemos desarrollado en otros textos, termino siendo un desencadenante del progresivo abandono de la teoría marxista.

La creencia en la transición pacífica a un mundo justo viene de muy antiguo tomando su expresión reaccionaria en Platón y san Agustín, y en su forma protocapitalista en las utopías desde el siglo XVI. Socialistas utópicos creyeron que se podía convencer a los bancos y grandes capitalistas para que impulsaran ese mundo justo. El matiz añadido por Bernstein y la socialdemocracia, por Jaurés, etc., consistía en que ese convencimiento del capital podía ser más rápido y sincero gracias a las mayorías parlamentarias. Millerand, que fue ministro en varias carteras de gobiernos franceses, incluida la de la guerra, desde finales del siglo XIX hasta llegar a la presidencia de la República en 1920-24, tenía fe de carbonero en el milagro de la instauración del socialismo mediante la paz parlamentaria, como si se abrieran los cielos y descendiera el espíritu santo.

En este sentido el Stalin de la conversación con Tito retrocedió a la utopía socialdemócrata y la amplió al sostener que hasta la Corona inglesa podría aceptar el socialismo sin una revolución, mediante la democracia burguesa. Tanto el XX Congreso del PCUS como la «reconciliación nacional» del PCE seguían esta línea y preparaban el advenimiento del pacifismo eurocomunista que, con las declaraciones del «ministro comunista» del actual Gobierno español, también ha retrocedido más allá de Stalin, a la época de Millerand al aceptar la continuidad de las bases yanquis y el polígono de tiro en Euskal Herria. También el «soberanismo transformador», tal cual llaman ahora al antiguo independentismo socialista, ha retrocedido del pensamiento marxista a la creencia y a la fe en el parlamentarismo burgués. Visto esto, en lo relacionado con la libertad, la Historia parece un cangrejo.

Parece un cangrejo, pero no lo es porque, en contra de lo aparente, la lucha de contrarios, que son el motor de la Historia, siempre genera realidades nuevas. Los pacifismos están presentes en las ideologías reformistas porque son funcionales al poder opresor, que se beneficia de su credulidad, pero son reactivados en determinadas situaciones caracterizadas por la sensación de fracaso, de estancamiento, de contraofensiva de la opresión, de pesimismo, de miedo ante la ferocidad represiva, etc. En estos momentos, sectores que no quieren reconocer que han abandonado el combate, giran a las modas pacifistas de turno creadas por las clases dominantes que prefieren mantener una imagen de tolerancia y hasta apertura a las demandas populares siempre que se expresen dentro de la «paz» del poder. La insurgencia auto derrotada no estudia el por qué se ha llegado a esa situación según la dialéctica de la lucha de contrarios, sino que se resigna a la oportunidad que le ofrece el poder justificándolo en base a la ideología del pragmatismo consensuado entre contrarios, es decir, rechaza la dialéctica y abraza la dialógica.

Cada pacifismo tiene el contexto ideológico que lo envuelve: el hinduismo, un conjunto de creencias politeístas extremadamente reaccionario, fue la base filosófica de Tolstoi, Gandhi y otros. Los socialistas utópicos se basaban en un sincretismo entre amor cristiano y moral natural que buscaba el bien abstracto. Bernstein, Jaurés y otros socialdemócratas en un mecanicismo determinista según el cual el peso del voto más los cambios capitalistas eran ascensor directo al cielo socialista. Millerand y su escuela, llevaban esta creencia al interior del imperialismo francés y de su ejército asesino, convencidos de que podía reformarse desde dentro. El Stalin de la conversación con Tito, el XX Congreso del PCUS, la «reconciliación nacional» del PCE y el eurocomunismo coincidían en la creencia de que el capitalismo había entrado en una nueva fase en la que aglutinando un «bloque histórico» se llegaría pacíficamente al socialismo. El PCE definía a las fuerzas represivas como «trabajadores del orden». La ideología de Unidas-Podemos es una mezcolanza, una sopa ecléctica de lo anterior más muchas dosis laclausianas, todo ello bajo la supervisión de un alto militar en su núcleo burocrático. Y el reciente «soberanismo transformador», otro tanto. Por último, el postmodernismo, con su negación de la posibilidad de conocer e intervenir en la lucha de contrarios, refuerza estas creencias irracionales.

El agravamiento de la fase actual de la tercera Gran Depresión por la crisis sociosanitaria está elevando el malestar obrero y popular y mostrando sin tapujos la esencia capitalista de la Ertzaintza, como no podía ser de otro modo. La burguesía vascongada, con el permiso de la española, quiere aumentar sus fuerzas de violencia, mientras que por el lado contrario se intensifican las denuncias de sus violencias. En estas condiciones se refuerza la tendencia histórica de todo reformismo de «democratizar» esta fuerza represiva sin plantear públicamente su disolución. Ahora bien, ni su reforma ni su disolución pueden hacerse sin atacar a la vez al Estado español y al capital. El primero puede desmantelar la Ertzaintza sin grandes problemas porque la burguesía vascongada aceptará, tras unas quejas, el aumento de las fuerzas españolas que siguen en el país; pero el capital nunca aceptará que desaparezcan sus brazos armados porque es un peligro mortal para él mismo. Huir de la cuestión esencial, el poder del Estado, repitiendo ensoñaciones sobre una «policía democrática» es frenar la concienciación de las clases y naciones explotadas, no prepararles para situaciones duras que llegarán inevitablemente si sigue avanzando la lucha por la libertad.

Mientras ese futuro llega, hay que reducir al máximo el poder represivo, debilitarlo en extremo en la medida de lo posible, haciendo una intensa campaña por un sistema civil de seguridad pública, abierta y transparente al control popular, con cargos elegibles y revocables por ese control. Pero estas demandas verdaderamente democráticas –no en el sentido burgués– van insertas en un debate radical sobre lo que se denomina «justicia», «ley», «derecho», «propiedad», etc., que no es otra cosa que la violencia del capital plasmada en un papel. Una izquierda que sea tal debe popularizar por todos los medios esta lucha teórica de concepciones antagónicas: la de la nación trabajadora oprimida contra la del capital.

Debe ser así porque, de la misma forma en la que la ley del valor actúa al margen de la conciencia de las personas alienadas e ignorantes, determinando su existencia desde fuera de ellas, también lo hace la ley de la contradicción –inseparable de la ley del valor–, de modo que, tarde o temprano, tiende a crecer la movilización popular obligando a la burguesía a azuzar a sus fieras contra el pueblo; y según evolucionen las contradicciones, puede que empiece a oírse el ulular del fantasma del comunismo y de la independencia socialista en las naciones oprimidas, desatando definitivamente la ferocidad del capital. La teoría del Estado y de la violencia reaparece entonces como la única capaz de alumbrar el avance a la libertad al llenar de conciencia crítica el sentimiento de «vergüenza nacional» de los pueblos explotados, facilitando que su fuerza subjetiva vuelva a transformarse en ese león dispuesto a saltar contra su opresor, romper sus cadenas y salir a la libertad.

El libro de Lorenzo Espinosa ejemplariza perfectamente esta lógica de la Historia impulsada desde su interior por los gudaris vascos.

EUSKAL HERRIA, 18 de abril de 2021



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lunes, 26 de abril de 2021

Extorsión Saldada

Así es, lo de Gara ha sido una extorsión en toda regla -como robo a mano armada ha sido lo de las herriko tabernak, dentro de la estrategia de lawfare por parte de Madrid en contra del pueblo vasco-, misma con la que el estado español ha mantenido secuestrada la libertad de prensa en Euskal Herria durante décadas.

Se ha saldado, con mucho sacrificio pero también con mucha solidaridad, con un auzolan que ahora ya ha quedado para la historia en uno de los muchos capítulos de la larga saga por la autodeterminación de Euskal Herria, una saga llena de dignidad y por que no decirlo, de heroísmo.

Ahora, a lo que sigue.

Aquí lo que se ha publicado hoy en Naiz:


GARA paga los 3 millones de euros, aguanta el castigo y mira hacia adelante

Gracias al apoyo de la gente que cree en la libertad de prensa y en el pluralismo, GARA ha finiquitado la deuda de “Egin”. Esos tres millones de euros suponen un castigo difícil de soportar, más aún en medio de una pandemia y sin apoyo institucional.

Iñaki Soto

Gracias al apoyo de la gente que cree en la libertad de prensa y en el pluralismo, GARA ha finiquitado la deuda de “Egin”. Esos tres millones de euros suponen un castigo difícil de soportar, más aún en medio de una pandemia y sin apoyo institucional. Se ha invertido para relanzar un proyecto que esboce un pueblo y un mundo mejores.

Cuando logras algo que era difícil e injusto se genera una extraña mezcla de orgullo e impotencia. No tenías por qué haberlo hecho, y sin embargo te han obligado, a menudo con la idea de que no lo conseguirías. Por eso, hacerlo da una gran satisfacción. Pero a la vez, la discriminación y la injusticia te enfurecen.

Todo el mundo ha tenido alguna vez esta vivencia. Así ha sido que GARA tuviese que pagar 3 millones de euros de expolio por la deuda injusta que “Egin” tenía con la Seguridad Social española cuando Baltasar Garzón cerró ilegalmente aquel periódico, en 1998. Pensaban que de esta no salíamos, y aquí estamos. Gracias a esa comunidad que cree en el periodismo y en la libertad de prensa. ¿Saldremos golpeados pero mejores? No será por no intentarlo.

Pagar la deuda es quitarse una losa que durante veinte años ha amenazado con aplastar a este medio de comunicación. Terminar de una vez por todas con esta fase supone superar la amenaza de cierre de un periódico por razones políticas, en Euskal Herria, en Europa y en 2021. Es una noticia positiva para la sociedad vasca en su conjunto, mucho más allá de nuestros lectores y nuestra comunidad.

Eso no alivia el sentimiento de impotencia ante semejante injusticia. Tampoco despeja los riesgos para un medio como el nuestro. Con una crisis estructural del sector de la prensa y en medio de una pandemia global, entregar 3 millones en dos años supone un ataque. De esta pelea salen un grupo humano y un medio de comunicación vivos, pero malheridos, lastrados, castigados. Basta con imaginar el alivio y la impotencia de entregar el último plazo de este expolio. La de cosas que se pueden hacer con medio millón de euros, tras otro medio millón, tras otro… así hasta tres millones en dos años. Una salvajada.

El expolio se ha consumado

No se ha cerrado el periódico porque nuestra comunidad y quienes creen en la libertad de prensa y defienden la pluralidad de la sociedad vasca han invertido en esta causa. Han hecho diferentes aportaciones en un momento muy difícil. Como si no fuese complicado ya antes, llegó la pandemia y alteró todas las prioridades. Claro que ahora hace falta una información veraz y una crítica honesta, pero la incertidumbre y el cansancio pueden marcar otras urgencias. En este tiempo el país se ha compungido y empobrecido por la crisis del coronavirus, y sin embargo a la vez se lograba que no se perdiese otra cabecera. Pero con ataques como este, a duras penas se puede mantener ese pluralismo en el kiosco.

En general, las sociedades tienen muchos problemas para mantener medios independientes y Euskal Herria es un modelo a nivel mundial en este terreno. 10.000 nuevas suscripciones es una barbaridad y se han logrado. La redacción y el resto del equipo ha hecho todo lo que estaba en su mano para responder a diario a ese compromiso. Más aún cuando explotó la pandemia, acentuando la idea de servicio público que debe ser inherente a un medio de comunicación. Ese compromiso mutuo sigue vigente.

Se nos ha castigado de manera indecente e injusta. Hay quien tiene una responsabilidad mayor en esta situación. Algunos han mirado hacia otro lado. Por ejemplo, las administraciones vascas. Ese abandono es evidente sin entrar en otras cuestiones, solo atendiendo a que somos una empresa con capital vasco y que da de comer a 120 personas de manera directa y a más de 200 de manera indirecta. Innovación, digitalización, valores, otros modelos de empresa, reinversión en la sociedad, industrias culturales, cooperación público-privado, una sociedad formada… Seguro que recuerdan a cargos públicos, en diferentes informativos, repitiendo estas consignas. Ojo, no es que en este tiempo no se haya ayudado a otros medios a través de créditos y políticas públicas. Es que se ha mantenido el esquema clientelar habitual.

En el fondo, tras la primera reacción de indignación y solidaridad por el expolio, hubo quien pensó «¿y si no saliesen adelante?»; «¿y si dejasen de molestar?»; «qué tranquilidad si no tuviésemos que aguantarles esa ‘manía’ de querer saber, de explicar, de criticar… nuestra vida sería más cómoda». Merece la pena hacer el ejercicio, para contemplar cómo cambiaría el panorama mediático vasco sin GARA. No solo desaparecería lo que escribimos en nuestras páginas, sino que se dirían cosas que ahora no se pueden sostener. Los diversos canales se derechizarían instantáneamente.

También pudo haber quien pensase «aún van a salir reforzados; tienen la transición digital avanzada, si dicen que lo van a afrontar es que creen que pueden lograrlo; su comunidad no les va a dejar caer… que se busquen la vida, que nosotros ya tenemos bastante con financiar a ‘los nuestros’». Precisamente, lo que hemos pedido siempre ha sido un cambio en la manera de gestionar el sector, la importancia de contar con medios de comunicación plurales y la necesidad de una reflexión conjunta sobre cómo lograr la viabilidad de esta industria cultural. No hemos encontrado interlocutores.

Pese a todo, mejorar

Ajustando todo, en este periodo hemos conseguido avanzar en partes importantes del proyecto. Cuando llegó la noticia del expolio teníamos grandes planes, que tras el primer golpe decidimos adaptar pero mantener en la medida de lo posible. Así se lanzó NAIZ Irratia, la radio en euskara; se ha renovado NAIZ de arriba abajo; se ha implantado el digital-first; se han hecho varios proyectos audiovisuales y de entretenimiento… Con cada pago hemos intentado dar un paso en alguna tarea pendiente o en algún reto de cara al futuro.

Para hacer todo eso hemos vivido una revolución interna. Se ha cambiado la forma tradicional de producir, los horarios y los calendarios, los equipos. Se ha hecho un esfuerzo por solucionar cuestiones de personal y se ha dado paso a otra generación de periodistas. Claro que en medio llegó el coronavirus y ralentizó algunos de nuestros planes. Pero no hemos parado.

La idea no era solo pagar y ya está. No estamos para aguantar, estamos para experimentar, para aportar, para contar los cambios que demandan las personas en nuestro país y en el mundo. Somos conscientes de nuestras limitaciones, de nuestra escala, pero creemos firmemente que en muchos temas podemos marcar una diferencia, podemos ayudar a un equilibrio sin el que las cosas se hacen sin control y peor.

Creemos que la sociedad vasca necesita medios en los que reconocerse, que recojan sus críticas, sus alternativas y sus ambiciones. Medios que no les nieguen, les limiten o les hagan de menos. Hacen falta medios que controlen al poder, que fiscalicen a las instituciones y cuestionen a los representantes políticos. Es necesario un debate público rico, plural, formado, crítico, honesto y veraz. Personas en su mejor versión, una sociedad mejor, un pueblo mejor y un mundo mejor requieren de mejores medios.

Primero flotar, después nadar

Un periódico, una radio y un portal digital no paran nunca. Eso obliga a arreglar los problemas por guardias y mientras se navega, como en un barco. El cambio de fase que suponía finiquitar la deuda injusta de “Egin” nos daba la perspectiva de, aunque fuese brevemente, tocar puerto, celebrarlo y descansar un poco. La tormenta que ha supuesto el coronavirus ha alterado esa hoja de ruta, a nosotras y a todo el mundo. De momento no hay fiesta, no hay descanso. Nos comprometemos a que la habrá, por supuesto. Antes o después, comeremos, beberemos, cantaremos y bailaremos.

A la vez que hacíamos el último pago, vistas las consecuencias directas de la pandemia, entre ellas el cierre de la hostelería que nos está afectando mucho, los problemas para hacer publicidad de los pequeños comercios y el conservadurismo de algunos grandes, sumado a la falta de apoyo institucional, un compañero recordaba el refrán de «nadar y nadar, y ahogarse en la orilla». No estamos ahí, pero este año se presenta especialmente duro. Somos conscientes, insistimos, de que todo el mundo está igual.

Con todas estas contradicciones de por medio, ayer lanzamos una nueva campaña para agradecer el apoyo que hemos recibido de la mejor gente, renovar el contrato para seguir mejorando nuestros medios y comprometernos para que nuestra labor siempre esté enfocada a hacer de nuestro pueblo y este mundo un lugar mejor. Para eso fundamos estas empresas, para eso las salvamos de todo tipo de ataques.




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Gil de San Vicente | 'Eusko Gudariak' de Lorenzo Espinosa (II de III)


Desde el portal de Rebelión y tal como lo prometimos, traemos a ustedes la segunda parte del texto con el que Iñaki Gil de San Vicente desmenuza lo publicado en el libro de Josemari Lorenzo titulado 'Eusko gudariak'.

Adelante con la lectura:

Presentación del libro Eusko gudariak de Lorenzo Espinosa

Iñaki Gil de San Vicente

4.- De 1872 a 1890

Aquel esfuerzo de recuperación también ayudó en muy poco tiempo y de dos maneras: Una, la desesperada guerra de 1872-76 en defensa de lo que quedaba aún de los Fueros, confrontación bélica durante la cual se hizo un esfuerzo soberbio para avanzar en la recuperación modernizadora del euskara, dadas las duras condiciones del momento, reabriendo la Universidad de Oñate como en la anterior guerra. Aquí debemos recordar las palabras de Engels de 1870 acerca del potencial de liberación que tiene un pueblo oprimido y de cómo puede desarrollarlo si dispone de medios. Engels se refería a dos ejemplos de guerrillas populares contra sendas invasiones: el pueblo prusiano contra Napoleón cuando los franceses ocupaban Prusia; y varias décadas más tarde, la guerrilla francesa contra el invasor prusiano. En los dos casos los Estados invadidos ayudaron a organizar la guerrilla en la retaguardia del invasor. Engels puso sólo dos ejemplos por limitación de espacio, pero disponía de una inagotable fuente de ellos porque lo que quería era remarcar el potencial de resistencia armada de las naciones invadidas que ya tenían un Estado propio.

El caso vasco era algo diferente porque su autogobierno foral no estaba tan estructurado como el Estado prusiano fuertemente desarrollando, antes de la derrota ante Napoleón en 1806 y su ocupación por los franceses hasta 1813, ni la del Estado francés derrotado por Prusia en 1870. En Iparralde, el autogobierno foral fue liquidado definitivamente en 1789 tras más de un siglo de resistirse a los recortes que lo redujeron casi a la nada. En Hegoalde, el Sistema Foral permitió crear desde muy poco el ejército que los defendió en 1832-40; y los debilitados restos forales que sobrevivieron pudieron crear otro ejército vasco en 1872-76 también desde muy poco. Aun así, pensamos que a la Euskal Herria de 1870, presionada en todos los aspectos, se le pueden aplicar estas palabras de Engels sobre la reacción del pueblo alemán escritas en ese mismo año: «pero el súbito y enérgico estallido del sentimiento nacional entre los alemanes desbarató todo plan» francés de invadir Alemania por sorpresa.

En esta segunda guerra vasca, se intentó crear un Estado capaz de organizar la resistencia en su generalidad, desde la militar hasta la legislativa y judicial, pasando por la económica y monetaria, la cultural y diplomática, etc. Un Estado que defendiese los intereses de la amplia mayoría de la población en medio de una guerra contra el invasor y contra la burguesía autóctona que necesitaba destruir los Fueros, fusionarse con España e imponer sus leyes. Era un Estado que se basaba en gran medida en las asambleas vecinales y en los consejos abiertos, lo que explica el apoyo del campesinado, del artesanado y de la aún joven clase trabajadora, así como el retiro oportunista de los jauntxos y propietarios a segunda fila. La fuerza de las masas populares no era bien vista por el carlismo oficial, reaccionario, cada vez más dispuesto a negociar con los invasores.

Un ejemplo de la fuerza popular dentro del Estado vasco que reflejaba la lucha de clases interna en el contexto de una defensa armada a la invasión extranjera, lo tenemos en sus leyes sociales, en el embargo de bienes de la burguesía españolista, en la devolución de las tierras y recursos comunales privatizados por esa burguesía a los ayuntamientos y diputaciones, en los impuestos especiales a las fortunas medias y altas, y a la Iglesia, una parte de la cual se negó a pagarlos convirtiéndose así en colaboradora directa del invasor… No tenemos espacio aquí para hacer siquiera un resumen de las posibles similitudes y diferencias entre la Comuna de París de 1871, primera expresión de un Estado obrero y popular en la fase industrial del capitalismo, y el Estado vasco de facto. Las palabras de Engels de 1894 cuadra perfectamente con la lucha vasca, aunque él no la citara.

Y la otra, fortaleciendo un nacionalismo culturalista defensivo ante la virulencia del ataque español contra la legitimidad de los Fueros, a pesar de que ya estaban abolidos, y contra el euskara. Nada más derrotado el ejército vasco en 1876, El Imparcial, diario de Madrid que propagaba la estrategia socioeconómica común de la burguesía española por encima de sus peleas navajeras en el podrido clima político, describió cual era el siguiente objetivo de la guerra: «Quitarles los Fueros no es suficiente, tenemos que quitarles ahora su lengua». También se trataba, por tanto, de una guerra de exterminio lingüístico-cultural que se mantendrá con intensidades diferentes hasta ahora mismo. Y también sucederá que los esfuerzos más denodados por salvar y adecuar la lengua y la cultura vasca serán siempre reactivados con mayor decisión en los momentos de mayor peligro para su supervivencia, como veremos.

La marcha al exilio de miles de vascas y vascos tras la derrota no supuso la extinción absoluta de la identidad euskaldun que, además, se veía amenazada por el españolismo beligerante primero del anarquismo desde su aparición organizada en 1870 y después del socialismo, excepto de una minoría muy reducida. El anarquismo apenas cuajó porque su españolismo le distanció del sentir de las masas y porque fue ilegalizado en 1874. Aún y todo así, dejó un poso de desdén hacia la conciencia vasca que sería reforzado por el grueso del socialismo del PSOE que empleó y emplea el españolismo como anclaje en las y los trabajadores emigrantes y como sostén de la dominación española «democrática». La certidumbre de avasallamiento nacional a manos del Estado era tal en aquellos años, que un sector de la cultura vasca tuvo que organizar en 1879 la primera Fiesta Euskara, que fue un éxito de masas, que era expresión del avance del nacionalismo cultural que se estaba dando con especial fuerza en Navarra, alarmado por el retroceso de la lengua vasca ante la imposición del español.

La aplastante presencia militar caía además sobre un pueblo muy golpeado por las guerras desde finales del siglo XVIII y muy mermado en su población para finales del siglo XIX: en estos cien años, el 50% de los habitantes de Euskal Herria, la mitad, terminaron muriendo la mayoría en las Américas por los efectos de las guerras, sin contabilizar el números de muertos en combate en las violencias y deportaciones forzosas de población de Iparralde a manos de los republicanos franceses tras 1789, y en las guerras de 1793-95, de 1799-1815, 1833-40 y 1872-76, sin incluir los costos de otras guerras exteriores que también afectaban a Euskal Herria. Se llegó a la sobrecogedora cifra de que dos de cada tres jóvenes de Iparralde tuvieron que abandonar el país además de por las guerras, también por la política de empobrecimiento socioeconómico y afrancesamiento aplicada por París. Al terminar la guerra de 1872-76, miles de soldados y cientos de civiles pasaron de Hegoalde a Iparralde cantando el Gernikako Arbola para librarse de la represión española.

Pero, aun así, para 1878 el Estado español había descubierto con mucho desagrado que no cesaba la resistencia pasiva y que, además, eran tantas las diferencias entre las leyes españolas y las vascongadas que debía buscar una solución urgente. La alianza entre burguesía autóctona e invasores españoles podría estar llegando en ese tiempo a una conclusión general sobre los resultados de una guerra tan devastadora, bastante parecida a lo escrito por Engels en 1870, que reproducimos:

«Ahora, en 1870, quizá no baste una declaración que explique que éste es un método legal de conducir la guerra, y que la intervención de la población civil o de los hombres que oficialmente no son reconocidos como soldados equivale al bandidaje y puede ser sofocada a sangre y espada. Todo ello podría aplicarse en la época de Luís XIV y Federico II, cuando sólo combatían los ejércitos, pero a partir de la guerra americana por la independencia, inclusive hasta la guerra civil en Norteamérica, la participación de la población en la guerra se ha convertido –tanto en Europa como en América–, no en una excepción, sino en una regla. En todas partes en que el pueblo consentía en ser subyugado por el solo hecho de que sus ejércitos no habían sido capaces de ofrecer resistencia, se observaba hacia él una actitud de desprecio, se lo consideraba una nación de cobardes; y en todas partes donde el pueblo desarrolló una enérgica lucha guerrillera, el enemigo se convenció rápidamente de que era imposible guiarse por el viejo código de sangre y de fuego».

En la Euskal Herria ocupada de 1876-78 y en el contexto de la primera Gran Depresión mundial iniciada poco antes, la alianza entre burguesía vasca y Estado español necesitaba de todos los recursos posibles entre otras razones porque se oteaban grandes catástrofes en Cuba y Filipinas: había que exprimir todo lo posible a las clases y pueblos dominados para reforzar un ejército muy debilitado pese a haber ganado una guerra “interna”. Una solución fue imponer un mayor tributo de guerra a Vascongadas, pero, como hemos dicho, la resistencia pasiva y el abismo administrativo frenaban ese proyecto. La Gran Depresión de 1873 multiplicaba la urgencia de ese reparto porque para 1874 ya estaba exacerbando todas las contradicciones de un capitalismo que no tenía otra salida inmediata que intensificar la expansión colonialista, lo que a la larga produciría una guerra mundial que, en ese año, sólo fue «profetizada» por Engels, que transcribimos entera por su valor premonitorio y estratégico también para Euskal Herria:

«Para Prusia-Alemania no hay posibilidad de hacer otra guerra que no sea mundial. Y sería una guerra mundial de magnitud desconocida hasta ahora, de una potencia inusitada. De ocho a diez millones de soldados se aniquilarán mutuamente y, además, se engullirán toda Europa, dejándola tan devastada, como jamás lo habían hecho las nubes de langostas. La devastación producida por la guerra de los Treinta Años condensada en tres o cuatro años y extendida a todo el continente; el hambre, las epidemias, el embrutecimiento de las tropas y también de las masas populares, provocados por la aguda necesidad, el desquiciamiento insalvable de nuestro mecanismo artificial en el comercio, la industrial y el crédito; todo ello termina con la bancarrota general; el derrumbe de los viejos Estados y de su sabiduría estatal rutinaria –una quiebra de tal magnitud que las coronas estarán tiradas a docenas por el pavimento y no se encontrará a nadie que las levante–; una imposibilidad absoluta de prever cómo terminará todo esto y quién saldrá vencedor de la lucha. Sólo un resultado no deja lugar a dudas: el agotamiento total y la creación de las condiciones para la victoria definitiva de la clase obrera».

Con cuarenta años de antelación, Engels «profetizaba» la guerra mundial de 1914-18 que tanto impacto tuvo en todo el mundo. ¿Cómo pudo hacerlo? Desarrollando el materialismo histórico y dialéctico metódicamente expuesto en toda la obra marxista hasta entonces elaborada. Método en el que la guerra es parte sustantiva, según se aprecia, y método que ya estaba penetrando en sectores del proletariado organizado como veremos un poco más adelante. Pero en la Euskal Herria de 1878 los problemas eran tan acuciantes para el capital y el movimiento obrero estaba tan poco asentado aún que las dos partes vencedoras de la guerra de 1872-76 pudieron unir el hambre con las ganas de comer. La española necesitaba dinero vorazmente porque estaba al borde de la inanición. La vascongada tenía ganas de comer porque sabía que, gracias a la liquidación manu militari del Sistema Foral, por fin disponía de facto, pero no de iure del poder político, militar y cultural suficiente como para lanzarse a la arrasadora expansión de sus negocios, sobreexplotando al pueblo trabajador e imponiéndose sobre los debilitados jauntxos y la arruinada pequeña burguesía.

Se repartieron la tarta dándole un nombre pomposo para ocultar que, en realidad, era un aumento global del tributo de guerra que el vencedor impone al vencido: Concierto Económico. Aunque era la española la que más parte de la tarta devoraba, la vascongada no estaba muy descontenta porque las dos intuían algo que para entonces ya habían demostrado Marx y Engels: Para maximizar su tasa de ganancia, el capital necesita de un poder político, militar, cultural e ideológico, necesita de un Estado propio, o en su defecto de otro que aun no siéndolo del todo sí le defiende internamente, contra la rebeldía de las clases explotadas, y externamente, en la creciente competencia internacional, y ambas ganaban en proporción a su fuerza.

El truco consistía en adaptar a Vascongadas la llamada Ley Paccionada, pacto de 1841 con la burguesía navarra: negociar un reparto de la tasa de ganancia entre el Estado y la burguesía autóctona por el que el primero cedía partes de la administración económica y fiscal a la segunda a cambio de que ésta pagase un tributo de guerra al fisco de Madrid. La burguesía vascongada seguía así el camino abierto por la navarra 37 años antes: integración de cuerpo y alma, de dinero y poder, en la construcción de España a cambio de explotar al pueblo trabajador y reprimirlo con la ayuda del Ejército, la Iglesia y el funcionariado español. En Vascongadas esta alianza tomó el nombre y la forma de Concierto Económico.

Tanto la Ley Paccionada como el Concierto Económico eran la forma externa de una dictadura de clase a veces descarada y brutal, otras veces encubierta por elecciones amañadas, lo que no impidió que hubiera resistencia popular en especial en la Ribera navarra, como el de 1884 en protesta contra la privatización de comunales intensificada en los últimos años que fue aplastada con cuatro campesinos de Erriberri asesinados. En realidad, se estaba dando un cambio de fase en la lucha de clases y de opresión nacional, cambio acelerado por las salvajes medidas sociopolíticas impuestas por la burguesía protegida por el Estado español. Todas las clases y facciones de clase, excepto el gran capital, estaban en crisis de transición de una forma productiva y de explotación superada a otra nueva que estaba imponiéndose a la fuerza. La euforia burguesa era tal que hasta en algún herrialde se redujo la cantidad de fuerzas represivas provinciales porque parecía reinar la «paz social».

5.- De 1890 a 1931

Pacificación ficticia que estalló por los aires en la década de 1890 porque las contradicciones tenían más carga explosiva que la capacidad de desactivación e integración de la burguesía. El capitalismo minero, industrial, naviero y financiero que irradiaba desde Bizkaia hasta Gipuzkoa, y que avanzaba en el resto de la nación vasca, tenía los pies de barro necesitando siempre de la vigilancia represiva de las fuerzas armadas extranjeras. Una situación idéntica había recorrido la Europa industrializada unos años antes: la burguesía alemana respondió con las leyes antisocialistas de 1878 a 1888: para volver a la legalidad los socialistas tenían que renunciar pública y oficialmente a la revolución, y aunque ya hubo sectores que defendía esa rendición, la mayoría se negó, logrando su legalidad por medio de las masivas movilizaciones. El final de la Gran Depresión en 1890 permitió a la burguesía hacer concesiones al movimiento obrero, lo que fue utilizado por el creciente reformismo interno de la socialdemocracia pasar al ataque y censurar vitales ideas de Engels sobre la teoría de la violencia revolucionaria en 1895, impulsando primero el pacifismo y luego, desde 1905 en adelante, el apoyo a la política imperialista alemana y al papel de su ejército.

La Alemania de la década de 1890 estaba muy por delante de la Euskal Herria de la misma época. Ambos eran capitalismos militarizados por el innegable peso del Ejército, desde luego, pero con una diferencia cualitativa: la nación vasca estaba ocupada militarmente lo que facilitaba sobremanera la represión. Precisamente, uno de los más lúcidos representantes de la cultura conservadora e imperialista germana, «padre intelectual» de una de las ramas fundamentales de la sociología burguesa, Max Weber, visitó Euskal Herria en septiembre de 1897 dejando constancia en sus cartas de las enormes diferencias que apreciaba entre la cultura vasca y «la mezquindad de la Administración española» que impone «una reparación de guerra» al Pueblo Vasco desde la última guerra perdida por los vascos. Dado su conservadurismo imperialista, atenuado en su forma externa por sus relaciones con académicos alemanes de la escuela reformista denominada «socialismo de cátedra», teniendo esto en cuenta, es comprensible que M. Weber quedara gratamente impresionado por la apariencia de «los municipios y los distritos de las provincias vascas se autoadministran de forma estrictamente democrática», comparada con la realidad sociopolítica española.

Su conservadurismo antisocialista, que quedaría al descubierto al final de la IGM, le impedía analizar con objetividad e incluso ver cómo las fuerzas armadas españolas, los grupos de matones a sueldo de la patronal vasca, los forales y mikeletes a las órdenes de las Diputaciones, todas ellas controladas desde los gobiernos civiles y militares, intervenían con dureza, y a veces con extremada dureza una y otra vez en defensa del capital, que es lo mismo que decir del Estado. Como vamos a ver, las represiones no acaban ni con la irrupción de la lucha de clases en su forma industrial, aunque nos vamos a ceñir sólo a las grandes huelgas; ni con la defensa de los derechos nacionales; ni con la reorganización de las fuerzas políticas, ni con la tendencia a la superar el muro fronterizo impuesto por los Estados.

La Huelga General de mayo de 1890 desborda todos los controles militares y obliga al general Loma a negociar directamente con los huelguistas, firmándose el “Pacto de Loma” que beneficia a la clase obrera, pero tras la vuelta al trabajo la patronal los incumpliría sistemáticamente. La rebelión llamada Gamazada de 1893-94 que recorrió Euskal Herria contra el proyecto español de aumentar el tributo de guerra impuesto a Nafarroa en 1841 y a Vascongadas en 1878 que significaba además de destruir lo pactado, sobre todo imponer el centralismo estatal; la respuesta de masas fue tal que el Estado tuvo que retroceder. A la vez se centralizaba políticamente la pequeña burguesía creando el PNV en 1895 que se expandiría con rapidez desde su núcleo vizcaíno. Al poco, en 1901, la lenta pero imparable toma de conciencia lingüístico-nacional organizó el Congreso de Euskerología realizado simultáneamente en Hendaia y Hondarribia, uniendo simbólicamente las dos partes del territorio vasco separadas por la frontera franco-española: no se puedes ocultar la preocupación de París y Madrid ante ese paso cualitativo, que iba más allá de la unidad material solidaria demostrada en las dos guerras en defensa del Sistema Foral.

En la Huelga General de 1903 el general Zappino, al mando de un Regimiento de Artillería de Montaña, abrió negociaciones por su cuenta con los obreros debido a la ineficacia de la patronal, llegando a unos acuerdos que la burguesía bilbaína debía aceptar. En la Huelga General de 1906 fue el propio rey español, que veraneaba en Donostia, quien interviene a petición de la patronal para llegar a un acuerdo con la clase obrera, acuerdo que la burguesía incumplió creyendo que los trabajadores se habían tragado el anzuelo que se escondía dentro de la firma del rey. Mientras el malestar obrero volvía de nuevo en Hegoalde, en 1908 la clase obrera de Iparralde realizó su primera huelga en Baiona, confirmando que se había iniciado una dinámica de lucha de clases que sería drásticamente cortada por el estallido de la guerra de 1914.

Entre ambas Huelgas estalló en 1905 la revolución rusa que tuvo sobre todo tres grandes efectos teóricos para el tema que tratamos: Uno el papel de las Huelga de Masas, tal como lo entendía el grupo liderado por Rosa Luxemburgo que denunció implacable y premonitoriamente la tendencia objetiva del parlamentarismo «de izquierdas» a transustanciarse en pacifismo burgués renegando de la violencia defensiva, actuante o preventiva, inherente a la lucha del proletariado. Otro, el paso decisivo dado por los bolcheviques liderados por Lenin consistente en unir en las nuevas condiciones imperialistas, la estrategia socialista elaborada hasta entonces con la estrategia militar, más allá de lo alcanzado por Engels y por Marx. Y por último, la readecuación por Trotsky de la teoría de la revolución permanente que ambos amigos elaboraron en 1850, que se debatió desde entonces. Las tres, y otras en las que no podemos extendernos, serán decisivas para la emancipación mundial, y las tres tienen directa relación con la teoría marxista de la violencia.

Las condiciones objetivas impidieron que la oleada de luchas obreras, populares y campesinas que se ya se vivía en tierras vascas en esa década conociera esos imprescindibles debates, imposibilidad que explica en parte las limitaciones de muchas luchas concretas y sobre todo de la Huelga General de 1910, que fue la respuesta al incumplimiento de lo firmado por el rey español representante del capital. De nuevo los obreros negociaron lo que creían la solución con el general Aguilar que dirigía el Estado de Guerra y con Merino, Ministro de la Gobernación. El incumplimiento del pacto firmado por el rey aceleró el desprestigio de la monarquía hasta ser expulsada en 1931, pero todavía en ese 1910 el movimiento obrero y popular no había desarrollado la independencia política de clase –una de las exigencias que une a Rosa Luxemburg, Lenin y Trotsky– suficiente como para no volver a cometer el error de credulidad hacia las promesas del capital, y la indefensión ante la represión militar que fue aplastante, lo que confirmaba el peso decisivo de lo militar en el asentamiento del capitalismo en Euskal Herria.

Es muy posible que, como había sucedido antes de 1872, tan abrumadora militarización de la política y de la economía desde 1876, por no hablar de la imposición de las lenguas española y francesa, provocara el rebote contrario de azuzar la concienciación general que ya venía impulsada desde antes, como hemos visto arriba: en la década de 1910 avanza la organización obrera en todos los sentidos, incluido el sindicalismo católico, y en especial un sindicalismo vasquista que para 1914 ya empieza a chocar con la burocracia del PNV en una incipiente muestra de independencia política de clase; se avanza en un nacionalismo más radicalizado que el del PNV ya incipiente en 1909; también surgen unas primeras reflexiones sobre la opresión vasca del republicanismo liberal que aceptaba el marco «vasco-navarro», etc.

Llegados a este momento debemos volver a la «profecía» engelsiana de 1874 confirmada en 1914. Engels se adelantó a la historia también en este caso porque desarrolló la unidad entre la industria de la matanza de seres humanos y la ley del valor descubierta por Marx, y lo hizo además defendiendo el papel decisivo de la «vergüenza nacional», de la subjetividad, etc. Fueron pocos los que desarrollaron esta dialéctica. Para 1914 la II Internacional tenía una posición oficial antimilitarista y antiguerra radical en apariencia, pero hueca, podrida en la realidad. Fue F. Mehring quien más profundizó en la investigación abierta por Engels y por Marx. Rosa Luxemburg iba por delante de Lenin como quedó claro en 1912 con su crítica del papel del militarismo en la acumulación capitalista, crítica que la II Internacional intentó silenciar. Por su parte, el socialista pacifista Jaurés se esforzó en cuadrar el círculo entre antiimperialismo y «nuevo ejército» por lo que fue asesinado por la extrema derecha francesa en 1914: su heroísmo innegable tenía todos los defectos del pacifismo y ninguna de las virtudes del antimilitarismo revolucionario. La decisiva aportación de Lenin de 1905 apenas era conocida, pero aún no había profundizado teóricamente en la dialéctica entre guerra e imperialismo, cosa que haría a partir de 1914-15.

La guerra mundial de 1914-18 exacerba la militarización del capitalismo vasco que ya venía de antes, siendo reforzado por las llamadas «guerras de África» desde 1893 y luego por los pactos franco-españoles de 1904 para invadir a los pueblos norteafricanos como en 1911. En Hegoalde se suman los efectos de las guerras de Cuba y Filipinas: el fundador del nacionalismo pequeño-burgués, Sabino Arana, sufrió cárcel por enviar un telegrama saludando la independencia de Cuba. La producción siderometalúrgica, naval, armera, etc., vasca y el creciente peso financiero de su burguesía es cada día más importante en el débil imperialismo español, mientras que sus fuerzas represivas, el nacionalismo españolista del PSOE y su control reformista sobre la UGT, le facilitan el orden y la explotación. Pero las luchas obreras, campesinas y populares no desaparecen, ni tampoco se detiene la concienciación vasca que adquiere tantas formas como expresiones tiene la lucha de clases y la opresión nacional. Todo ello influirá en la compleja respuesta vasca a la Huelga General española de agosto de 1917.

La oleada revolucionada inaugurada por la revolución bolchevique termina impactando en Euskal Herria con efectos cualitativos cuando en pocos años, desde 1920 hasta 1923, se integran cinco dinámicas en una realidad nueva marcada por la dura crisis industrial de 1921, por la ofensiva patronal contra los salarios desde 1922, y por la lucha entre campesinos y burguesía agraria sobre todo en la Ribera: Una, dentro del sindicalismo vasquista, ELA, surgen algunos debates sobre el derecho de autodeterminación según Lenin. Dos, se asienta la corriente nacionalista-radical de 1909 que daría paso a ANV una década después. Tres, se rompe en dos el PNV: Aberri y Comunión Nacionalista que, aunque se reunificaron en 1930 dejaron una brecha decisiva, Cuatro, en la izquierda político-sindical española surgen algunas propuestas de acercamiento al nacionalismo vasco. Y cinco, dentro de esta izquierda estatal se produce una escisión que se integra en la Internacional Comunista, creando las condiciones para que una década después surja un embrión de comunismo abertzale válido en aquel contexto.

Desde luego que el resto de fuerzas sociopolíticas conservadoras y derechistas también respondían a esos cambios, como el carlismo que mantenía aún una fuerte tensión interna entre su dirección contrarrevolucionaria y sus bases populares apegadas a lo que quedaba de derechos forales. Este proceso claramente ascendente fue cortado durante un tiempo por el golpe militar de 1923 que con una pequeña suavización en 1930 se mantuvo hasta 1931.

5.- De 1931 a 1944

Debemos contextualizar estas transformaciones en el panorama teórico-político desencadenado por la guerra mundial que, a su vez, fue consecuencia de las contradicciones generadas por la salida de la primera Gran Depresión de 1873-1890: el salto de la fase colonialista a la fase imperialista. El vórtice de este temporal fue la fundación de la Internacional Comunista en marzo de 1919, diez y ocho meses después de la revolución bolchevique, lo que permitió que las izquierdas vascas tuvieran un corto período de acceso a alguna información crítica y rigurosa sobre el capitalismo, y a opiniones teóricas y políticas antes casi inaccesibles. Pero la IC no cayó hecha del cielo, fue el resultado de la lucha de clases mundial y, en el tema que nos interesa, sobre todo del avance de Lenin en 1905 en lo que concierne a la estrategia político-militar iniciada por Marx y Engels, con las aportaciones de Trotsky, y también, aunque en menor medida, a las reflexiones de Rosa Luxemburgo sobre la Huelga de Masas y las tareas de los sindicatos y partidos. Aunque estas en menor medida porque la marginación a la que fue sometida en el partido alemán desde 1905, la guerra, la derrota revolucionaria de 1918 en sus miles de asesinados, incluida ella, frenaron mucho la difusión de sus ideas.

La creación de una corriente comunista en el PSOE al calor del bolchevismo y su posterior salto a partido facilitó que esa corriente resistiera de algún modo la represión de la dictadura de 1923-31. La Internacional Comunista insistía mucho en que la militancia debía estar preparada para la represión y la clandestinidad, pero que no debía aislarla del pueblo explotado sobre todo cuando éste sufría opresión nacional. Pese a la burocratización sufrida desde 1924, también insistió mucho en que las organizaciones y partidos comunistas debían dominar la teoría de la violencia revolucionaria en todas sus formas, sobre todo las insurreccionales. Semejante formación teórico-política le permitió realizar una pequeña pero simbólica movilización contra el golpe militar de 1923, así como no caer en el colaboracionismo con la represión militar del PSOE y UGT, agente del capital y de los militares en la persecución de las libertades. La influencia de la IC llegó a sectores de ELA que propusieron una lectura de las tesis de Lenin sobre la autodeterminación de los pueblos, como hemos dicho; también el poder de atracción de la IC presionaba para que corrientes radicales e incluso reformistas reflexionasen sobre el socialismo.

Aunque la dictadura frenó esta dinámica, no la anuló, y menos cuando la segunda Gran Depresión, la de 1929 elevó las contradicciones sociales a un nivel insospechado, reactivando las movilizaciones, huelgas y actos políticos ilegalizados. La victoria de la II República en abril de 1931 abrió las espitas de la olla a presión que era Hegoalde reorganizándose rápidamente las fuerzas políticas, sindicales y culturales. La intentona golpista de agosto de 1932, la sanjurjada, fue una advertencia muy clara de que el bloque de clases dominante quería acabar con la II República a cualquier precio, que aprendió de los errores del general Sanjurjo para lanzar el ataque definitivo solo cuatro años después. Parece muy probable que, como en las crisis anteriores, la gravedad de la situación intensificara los procesos de toma de conciencia anticapitalista de sectores nacionalistas: ANV, por ejemplo; o lo de lo que era un embrión del independentismo socialista: los comunistas de la Federación Vasco-Navarra; o la radicalización de Jagi-Jagi y grupos de mendigoizales, etc. Esto hizo que para 1934, fecha de la llamada Revolución de Octubre, las fuerzas golpeadas por la pasada dictadura mantuvieran relaciones cordiales ante el peligro golpista.

Para los fines de esta presentación los aciertos, errores y límites de la insurrección revolucionaria de octubre de 1934 ofrecen lecciones muy importantes. La síntesis teórica realizada hasta ese momento en base a la enorme amplitud de las luchas populares había elaborado lecciones y principios básicos: Estratégica que integre la dialéctica entre lo económico, lo político, lo ético, lo cultural, lo militar, etc., como una totalidad con niveles. Estructura organizativa que permita la interacción equilibrada de las tácticas necesarias a cada una de las partes de esa totalidad. Concepción del Estado burgués como mando centralizador de las múltiples violencias del capital y como su garante estratégico último mediante el terror. Necesidad de destruir el Estado y su «alma armada». Política de acumulación de fuerzas destinada a este fin estratégico. Interacción entre las formas de lucha y su encauzamiento a la toma del poder. Valoración del tiempo político en base a este objetivo. Tácticas de trabajo, división y desmoralización de las fuerzas represivas, etc.

El contexto de otoño de 1934 no era muy propicio para la insurrección: las divisiones internas del PSOE y de la UGT; la debilidad relativa del PCE y de la CNT; los rescoldos que pervivían de la histórica separación entre el movimiento obrero de origen estatalista y el vasco, pese al importante acercamiento reciente; el obstruccionismo del PNV y del republicanismo reformista; el peso de la Iglesia sobre todo en el campesinado y en los sectores obreros relacionados con él; las amenazas del fascismo y de las derechas… No debemos olvidar que la II Internacional no tenía ni quería tener una teoría de violencia que, integrada en un capítulo sobre la insurrección, lo que mermaba mucho la efectividad de sus bases radicalizadas. El anarquismo estaba más fogueado, pero rechazaba la praxis marxista al respecto. La burocratización de la Internacional Comunista había amputado tanto el marxismo –Rosa Luxemburg, Pannekoek, Trotsky, Preobrajensky, el último Lenin, Reich…–, que desde finales de los ’20 la llamada «teoría científica» era una caricatura mecanicista.

Por todo esto la Revolución de Octubre, fuerte en Asturias, tuvo desigual apoyo en Hegoalde, pero aportó tres lecciones: Una, el pueblo trabajador estaba en proceso de radicalización porque incluso ELA la apoyó implícita y pasivamente. Otra, tuvo muchos errores de organización a pesar de que para esa fecha la teoría insurreccional estaba bastante elaborada. Y la tercera y menos visible en ese momento pero que sería muy importante, sectores de las bases del PNV empezaron a liberarse de la sumisión al Estado Vaticano, aliado estratégico de la burguesía, lo que sería decisivo para forzar a la mayoría de la dirección del partido a posicionarse en defensa de la II República. Como otras muchas veces en la historia, Octubre del ’34 fue una escuela de aprendizaje que sirvió en buena medida para, al cabo de solo 21 meses después, derrotar parcialmente a la sublevación contrarrevolucionaria de julio de 1936.

La radicalización social en Hegoalde, creciente en 1935, respondía además de a la devastación de la crisis, también a la toma de conciencia de los errores de Octubre ’34 y de que más temprano que tarde la burguesía intentaría otro golpe más salvaje que el de 1932: empezaban a circular rumores sobre sus contactos con el nazifascismo, lo que propició un acercamiento entre las fuerzas político-sindicales. En la Ribera se masticaba la tensión porque crecía la lucha por la recuperación de las tierras comunales a la par que de burguesía y la Iglesia pedían a gritos la intervención militar. Por su parte, el campesinado de Bizkaia y Gipuzkoa fue golpeado con desahucios de caseríos y tierras al no poder pagar las altas rentas, lo que llevó incluso a la protesta del blando y dubitativo PNV cada vez más presionado por sus bases y por el mundo de la cultura euskaldun, muy alarmado por el auge del antivasquismo desde hacía tiempo y en especial desde 1931 cuando la II República sí reconoció el bilingüismo en Catalunya pero lo prohibió en Euskal Herria. Esta guerra lingüístico-cultural se extendía al conjunto de prohibiciones contra una Universidad Pública vasca a pesar de que la alfabetización era la más alta del Estado y con mucho, pero obligatoriamente en español.

La teoría marxista de la violencia, relacionada con la ley del valor, se vio trágicamente confirmada de nuevo con el alzamiento contrarrevolucionario de julio de 1936, y con la guerra que le siguió, conflicto bélico que en Euskal Herria duró en su expresión máxima hasta 1944, con la retirada nazi de Iparralde, aunque se mantuvieron formas de guerra no «convencionales» pero sí justas. El arte de la insurrección es un capítulo de la teoría de la violencia y aunque en 1936 el «insurrecto» fue el capital, es decir, que fue la burguesía la primera en atacar tomando la ofensiva, debemos recordar cómo Lenin criticaba a Kautsky, a Plejanov y al reformismo el que no comprendieran la dialéctica entre ofensiva y defensiva, es decir, que a la «insurrección» contrarrevolucionaria se le debe combatir con inmediatas insurrecciones obreras y populares, que de hecho fue lo que ocurrió en muchas ciudades del Estado y de Hegoalde: el pueblo obrero tomó las calles escasamente armado, exigió más armas y, como en Donostia y otros pueblos industrializados de Gipuzkoa creó verdaderas comunas que derrotaron a los sublevados, o detuvieron su avance obteniendo un tiempo vital para organizar la resistencia y pasar a la ofensiva.

Las comunas obreras y populares tuvieron que redoblar sus esfuerzos heroicos no sólo ante la gran superioridad cuantitativa de los invasores, no sólo ante la fuerte resistencia interna de los contrarrevolucionarios que saboteaban la incipiente democracia socialista, sino también para compensar la pasividad del PNV en las primeras y fundamentales semanas de la guerra. En otros lugares, el PNV negoció con los sublevados. En las zonas libres tuvo una política ambigua y contradictoria, ya que por un lado, no movilizó el enorme potencial industrial, ni nacionalizó la banca, ni creó un verdadero ejército, además tensionó las relaciones con las izquierdas para que no tomaran urgentes medidas socializadoras, cerró bastante los ojos y oídos al sabotaje interno…y se rindió en Santoña entregando la industria intacta y sus batallones desarmados al invasor. Pero, por otro lado, impulsó la cultura y creó un diario monolingüe en euskara, Aberri, e intentó crear una administración parecida a un Estado burgués con tintes progresistas.

Se debate mucho sobre si fue correcto que las izquierdas cedieran en sus reivindicaciones para mantener la unidad antifascista. Toda la experiencia histórica aconsejaba, por el contrario, que se mantuviera la independencia política de clase y la lucha por la independencia vasca de facto, movilizando todos los recursos posibles. Pero la II Internacional ni quería ni podía avanzar a la democracia socialista y al pueblo en armas. En su VII Congreso de verano de 1935, la Internacional Comunista inició la estrategia de los Frentes Populares, que ha resultado un fracaso histórico. Las corrientes expulsadas o exterminadas por la IC stalinizada habían quedado reducidas a una minoría, aplastadas desde mayo de 1937 en Catalunya, asesinadas desde junio a la vez que caída Bilbo en manos españolas y decapitadas en ese verano con el exterminio de la Comuna de Aragón por tropas del PCE. No hace falta recordar que, aun y todo, la resistencia tanto en Hegoalde como en el Estado fue tenaz, muy por encima de lo imaginable.

Hemos dicho arriba que la guerra en su expresión convencional se libró entre 1936 y la retirada de los nazis de Iparralde en 1944, lo que permitió que se crearan bases en el Pirineo Atlántico para facilitar la entrada de los Aliados en la Península, como se creyó ingenuamente durante unos meses. La fracasada penetración guerrillera por el valle de Arán y otras zonas, dio razones a quienes ya tenían decidido «cerrar el frente» en un contexto idóneo para avanzar decididamente hacia la independencia. Pero el PNV no lo quería. Los comunistas vascos no pudieron contener el triunfo del nacionalismo español en el PCE que se había impuesto definitivamente en mayo de 1937, ni la supeditación total a los dictados de Moscú, que ya había cedido el Estado español al imperialismo: los comunistas vascos fueron purgados. La II Internacional, en proceso de recuperación, también se volvió contra Moscú, contra el comunismo y las guerras de liberación nacional. Las huelgas y manifestaciones que se recuperaron desde 1947 mantuvieron la esperanza de libertad justo hasta 1953, año en el que la dictadura cambió de amo internacional: ya no era el nazismo, eran los EEUU.




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De Emilio Aperribay a Madrid

Un pequeño recordatorio de alguien que sobrevivió al terror fascista en Gernika hace 84 años, ese fascismo que aún campa a sus anchas en la institucionalidad del estado español.

Nos llega por conducto de Deia:


Emilio Aperribay: "Antes de morir quiero que España pida perdón por Gernika, como hizo Alemania"

El superviviente Emilio Aperribay mantiene relación con un pariente demócrata del nazi Wolfram von Richthofen, máximo responsable del raid del que mañana se cumplen 84 años

Iban Gorriti

Aquel abrazo quedará para siempre en la memoria de dos familias y desde hoy en la hemeroteca de nuestra memoria colectiva. Aconteció en Gernika-Lumo. Por un lado, Emilio Aperribay, natural de la villa y, por otro, Dieprand von Richthofen, nacido en Lehrte, Alemania. Por el apellido del segundo, la mente pronto deduce que debe ser pariente del máximo responsable del bombardeo aéreo contra la villa foral vizcaina del que mañana se conmemoran 84 tristes años. Hablamos del jefe máximo del estado mayor de la Legión Cóndor, Wolfram von Richthofen (1895-1945).

A día de hoy, el calor que la víctima del histórico raid y el pariente del criminal de guerra sintieron sigue vivo, presente. Dieprand –rector de una universidad– siempre que tiene ocasión comparte su reflexión crítica con el pasado nacionalsocialista de su familia involucrada en el bombardeo y se solidariza con las víctimas. Muestra cada vez su compromiso por una memoria que contribuya a la paz.

Emilio, a sus montañeros 85 años, lo agradece. Tanto a él como a su Gobierno actual que años atrás reconoció su culpa en el ataque aéreo contra población inocente de Gernika-Lumo y pueblos anejos. Sin embargo, echa en falta la voz del presidente de España, Pedro Sánchez. "Mi sueño –levanta la voz Emilio Aperribay– es que antes de morir, el Gobierno de España pida perdón por su responsabilidad en el bombardeo tal como lo hizo Alemania. Pero desde la Transición ningún gobierno ha tenido el valor. Ni el PSOE, siendo socialista ha tenido la sensibilidad. Y luego hablan de reconciliación", lamenta quien aún no tenía un año cuando su madre Victoria Ikazuriagagoitia se vio en la tesitura de huir de Gernika escondiéndose de los cazas de árbol en árbol en sentido a Forua. En esos mismos instantes, su padre Jesús salía del refugio "con la espalda quemada" junto al hermano de Emilio, Jesús. Se reencontraron los cuatro en Lumo donde aún hoy preguntan qué familia que les repartía leche les acogió. "Días atrás fuimos y nadie sabe nada. Lástima". Una bomba nazi había reventado el techo del refugio construido "de forma incoherente, con ventanas".

El residente en Berlín Dieprand aporta su opinión a DEIA desde Lemert. "Es una pena que el Gobierno de España no dé el paso de reconocer su culpa como lo hizo el mío. La razón es que aún hay partidarios del fascismo en su composición", denuncia este partidario de la democracia. "Lo ocurrido en Gernika fue un crimen contra las leyes de las naciones unidas. Fue un ataque a la legislación militar aérea de Alemania y organismos internacionales e, incluso, contras los derechos de la población".

Emilio agradece sus palabras, como estimó aquel reconfortante abrazó que no captaron los focos ni los flashes mediáticos. "De aquellos polvos, estos lodos. Con el perdón del Gobierno español se estaría más cerca de la reconciliación real y se podrían reestablecer vínculos y dejar el pasado sin olvidarlo, eso sí, para que no vuelva a ocurrir porque fue macabro y maquiavélico. Amama contaba que los pilotos iban tan bajo que se reían cuando les iban a asesinar", detalla Monika Aperribay, hija de Emilio, ambos residentes en Bilbao porque la familia no pudo volver a su hogar en la calle Industria debido a que las llamas se la comieron. Tuvieron que volver a empezar de cero, como más adelante les ocurriría una segunda vez. "Soy antitatuajes, pero me tatué en el pie el árbol de Gernika y la fecha del bombardeo porque lo siento mucho", apostilla la bilbaina.

Emilio nació el 16 de septiembre de 1936 en Gernika, casi dos meses después del golpe de Estado que acabó en guerra. Su padre Jesús suministraba patatas en Urdaibai con su camioneta de ruedas macizas. Su madre, Victoria, era de Nabarniz. El matrimonio tuvo antes que a Emilio a Jesús y más adelante una niña, Teresa. Los tres viven a día de hoy.

Emilio, anoten, desde aquel sanguinario día ha sido un superviviente continuo. En estos últimos años ha sobrevivido a cinco cánceres. El quinto el pasado febrero. También a un infarto en la cumbre cántabra de Mazo Grande, así como a un terrible accidente de tráfico en 2012. Revive siempre con el sueño perenne de escuchar el perdón del Gobierno de España. "No creo que lo consigamos, pero todos los años pienso en ello, más cuando veo a Idoia Mendia en los actos del cementerio de Zallo", envía recado desde estas líneas a la líder socialista vasca.

Y aunque su edad no le permite recordar aquel dantesco ataque, evoca lo heredado en casa. Que estando en Lumo tuvieron un plan B: Ir a Santo Domingo de la Calzada, La Rioja, porque tenían una finca que había sido de la Duquesa de Alba. De hecho, aún es conocida como la finca de la Emperatriz. Allí nació Teresa y los dos hermanos partieron a Bilbao a continuar con sus estudios, a casa de un tío. "El miliciano Román Bodegas Orbañanos –de Lemoa– fue del Batallón Azaña-Vizcaya, N° 7 del Euskadiko Gudarostea, de Izquierda Republicana, con número de chapa 6060", contribuye Kepa Ganuza, de Euskal Prospekzio Taldea.

En esta familia gernikarra las anécdotas se solapan. "Román murió la víspera que lo hizo Franco. Él mismo sabiendo que le quedaba poco tiempo nos decía: Nada me jodería más que morir antes que ese cabrón. Para él era como perder una segunda guerra", sonríe la familia.

Mientras estudiaban, a sus padres el general franquista Azcárraga les quitó la finca. "De nuevo a empezar de la nada por culpa del mismo bando", analizan. Emilio aprobó Comercio Exterior Mercantil y "nunca trabajé de ello", carcajea. Su labor fue hacer presupuesto sobre construcciones metálicas. Ha sido un hombre que ha viajado mucho, incluido Alemania. "No sentía nada especial por Alemania porque tampoco estuve con alemanes como tal".

Sí, se le remueven los recuerdos cuando llega abril. "¡De una vez por todas, Sánchez tiene que actuar!", insiste quien hoy, víspera de la cruenta efeméride se casó y no solo la fecha fue una anécdota más aquel día. "Nos casamos a la vez mi hermana y yo. Ella con José María Higuero y yo con María Begoña Adán", ríe.

Mañana, volverán a mirar de forma inconsciente al cielo, aunque esté en algún monte de Bilbao. Desde Alemania, Dieprand von Richthofen volverá a lamentar lo que su ascendiente protagonizó y que él reprueba porque "debemos seguir como se está haciendo desde años atrás ahí: a favor de la reconciliación sin olvidar, pero trabajando por la paz como objetivo. Luchar desde la vía democrática para no olvidar crímenes de guerra como el de Gernika". En otras palabras, seguir abrazándonos.





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Nafarroa Berriz Altxa

Desde el portal de Noticias de Navarra traemos a ustedes esta nota con la que dan a conocer una iniciativa cuyo lanzamiento ha tenido como escenario Iruñea, la capital de todos los vascos.

Lean ustedes:


Una nueva dinámica apuesta por "libertad y soberanía para Navarra"

El colectivo convoca una marcha el 19 de junio con motivo del 500 aniversario de la Batalla de Noáin

73 personalidades hicieron público ayer un manifiesto para poner en marcha la dinámica Nafarroa berriz altxa (Navarra levántate de nuevo) para reclamar "libertad y soberanía para Navarra". La presentación de la iniciativa coincide con el 5º centenario de la batalla de Noáin, y está impulsada por representantes de ámbitos feministas, sindicalistas, euskaltzales, pensionistas, insumisos, estudiantes, ecologistas, "personas represaliadas de diferentes ámbitos" o activistas políticas, explica ayer la plataforma.

En ese sentido, los promotores destacaron que este mes de junio se cumplirán 500 años de la batalla de Noáin, que fue precedida de "un alzamiento popular en favor de la independencia del Reino" y por tanto quieren "recordar esa fecha precisamente para reclamar soberanía y libertad para Navarra".

Tras resaltar que "los navarros tenemos carácter rebelde", la dinámica recordó las "múltiples luchas, levantamientos que se han dado a lo largo de la historia en favor de nuestras libertades" y resaltó que, "500 años después, Navarra tiene necesidad de recuperar su soberanía perdida, para hacer frente a los retos que tenemos como sociedad en pleno siglo XXI". "Queremos decidir libremente sobre todo aquello que afecta a nuestras vidas: sobre la educación, la sanidad, las relaciones laborales, el euskara, las pensiones, la fiscalidad o la vivienda, y también, cómo no, sobre el estatus jurídico de Navarra y las relaciones que hemos de tener con el resto de territorios vascos a ambos lados del Pirineo", afirmaron.

Reclaman así "una Navarra más democrática, en donde la sociedad sea protagonista y no espectadora de las decisiones políticas". Con este motivo han convocado una manifestación para el próximo 19 de junio en Pamplona. 


El cartel de la iniciativa:

 




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