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sábado, 5 de marzo de 2022

Egaña | Ucranias

Desde su muro de Facebook traemos a ustedes la opinión de Iñaki Egaña con respecto al conflicto en el este europeo, conflicto con una estrategia mediática tan demencial que ya incluso entraron en escena ETA, Gara y Kutxabank.

Aquí va:


Ucranias

Iñaki Egaña

Hace ya días que el Ejército de Rusia ingresó en Ucrania, con la excusa de la defensa de dos repúblicas, Donetsk y Lugansk, a las que reconoció diplomáticamente después de que Kiev señalara que no admitiría los Acuerdos de Minsk de 2014. Bombardeos, ofensiva terrestre y una alerta general que llevó a titular al diario El País con un frívolo lema: “El más grave conflicto en Europa en 80 años”. La guerra en Ucrania, comenzó hace ocho años y lleva al menos más de 14.000 muertos. La novedad, tremenda novedad, sin duda, es la invasión del Ejército ruso.

“El País” es un medio belicista pro Washington. Europa tuvo un conflicto reciente con participación activa de la OTAN que bombardeó, entre múltiples objetivos, Belgrado. Más de 200.000 muertos en una época en la que por cierto Javier Solana, dirigente del PSOE, era secretario general de la OTAN. Luego se preguntan por qué la izquierda estatal pierde terreno. Moscú entró en Georgia en 2008 para parar la ofensiva contra Osetia, como lo había hecho 30 años antes con Afganistán, en defensa del régimen comunista. La París imperial fue causante de más de un millón de muertos por su tozudez en mantener un pedazo de tierra en Argelia, tal y como Holanda en Indonesia, Bélgica en el Congo. Europa tiene las manos manchadas de sangre.

Hay una guerra continua que me duele, que tiene ubicada a la humanidad en el peor periodo de su historia reciente. Siria, Palestina, Irak y Yemen han condensado decenas de millones de desplazados, centenares de miles de muertos, en un olvido que tiene mucho de supremacista y xenófobo. Parece como si solo los que sabemos que no hay vida después de la muerte, tenemos derecho a sufrir. El resto cero. Más si desconoce los Campos Elíseos, la Castellana o la puerta de Brandeburgo.

No sabemos si el conflicto actual será la antesala de la Gran Guerra como predicen algunos o la partición de Ucrania en dos estados, el que entrará en la UE, étnico y lingüista, y el proyecto congelado de Nueva Rusia, la antigua Yedisán de los otomanos. Como dicen los estrategas, el desconocimiento para el agredido de cuál será el objetivo final es clave en el desarrollo bélico y diplomático del conflicto. Estamos en esas.

La invasión de Ucrania por tropas rusas nos ha puesto en el dilema habitual. Elección de bando. Un dilema que para las izquierdas se convierte en existencial. Los nostálgicos recuperan posiciones. Las trincheras emocionales se convierten en ideológicas, desfigurando el escenario dialéctico. Estos días he podido advertir la presencia pública de líderes que atacan a la izquierda abertzale desde supuestas posiciones radicales defendiendo a Putin y viceversa. Progresistas divinos convertidos en atlantistas en un pispás. Otros confunden ideología con geopolítica. Putín es un furibundo anticomunista.

De entrada, señalar que no es mi guerra y aborrezco a los dirigentes de ambos bandos. A sus élites oligarcas. La máxima del enemigo de mi enemigo es mi amigo, no va conmigo. Es una guerra imperialista y capitalista, derivada del fin de la Guerra Fría y su conclusión en vencedores y vencidos con fronteras intercambiables que no atendieron a los pueblos. No es un derivado de la lucha de clases.

La OTAN y su mentor Washington han proseguido la escalada militar y nuclear en Europa Occidental. El fracaso de la UE ha sido espectacular. Las alianzas para descarrilar a la Unión Soviética provocaron un territorio humano deslizado hacia posiciones ultras, según aquel dictado de Fukuyama, el fin de la historia. Pero no fue así. Hoy el mundo es multipolar y la guerra ideológica se ha convertido en un conflicto económico, puro y duro.

En el otro lado, el fracaso del socialismo en la Unión Soviética trajo un desmantelamiento de las estructuras anteriores y un salto brutal al capitalismo del siglo XXI. Uno de los trofeos de Lenin en la construcción de la Unión Soviética fue el mantenimiento del territorio heredado de los Románov salvo Finlandia, después de que el gobierno bolchevique proclamara el derecho a la autodeterminación para los pueblos de Rusia. El espíritu imperialista de los zares, sin embargo, fue acogido por la URSS y ha sido recibido por Putin. Entonces y ahora, como en Moscú, Kiev o Madrid, el enemigo “nacional” cohesiona a los propios. Aunque se llame Federación, la Rusia actual ha continuado el hilo del “estado-nación”, por cierto, el más extenso del planeta.

La relación de la izquierda abertzale con el bloque occidental es conocida. La victoria popular vasca en el referéndum sobre la OTAN, el “No” vasco y catalán, marcaban fronteras. La participación de solidarios vascos en escenarios de guerrillas, en los que Washington estaba implicado hasta las cejas, son ejemplos de esa posición. Pero en el otro lado, la relación tampoco fue amistosa. La posición de defensa del socialismo en un solo país, la URSS, echando por tierra aquello de “proletarios de todo el mundo, uníos” y la cerrada defensa de la españolidad de Euskal Herria de los partidos comunistas, nos dejó en una singularidad atípica. Y quizás por eso nos fue mejor que a otros movimientos. Hoy seguimos vivos.

Occidente hizo una perversión del derecho de autodeterminación. Apalearon a los catalanes, criminalizaron su ejercicio a los vascos. Putin, como hicieron sus predecesores, también ha prostituido el derecho de autodeterminación. Ante un choque imperialista, ni con unos ni con otros, me siento espartaquista como Rosa Luxemburgo encarcelada por oponerse a los dos bandos en la Gran Guerra, aquel acontecimiento inútil y desgarrador que sirvió para dividir a la clase obrera y a los pueblos de Europa.

“Gerrari STOP eta Herrien Autodeterminazioa”. No alimentemos la guerra ni con armas ni con castigos que pagarán las clases populares y defendamos siempre la voluntad de las nacionalidades. Si reconocimos a la mayoría albanesa en el territorio serbio de Kosovo, reconozcamos la voluntad de todas las mayorías nacionales en cualquier otro territorio. A eso se llama autodeterminación.

 

 

 

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