Vía Pikara Magazine traemos a ustedes este interesante texto con respecto a un tema muy actual en medios de comunicación:
Si las mujeres-madre que maternan con apego tienen una gran presión social y laboral, en las que son feministas hay que añadir las contradicciones internas. Aún mantenemos la concepción errónea de maternidades sumisas por imperativo moral o biológico, que en nada se asimilan a las maternidades empoderadas que reclaman su presencia en la esfera pública.Julia Cañero RuizNuestro país tiene la mala costumbre de no contar con las personas implicadas a la hora de legislar. Así, las reformas laborales no cuentan con los y las trabajadoras; las leyes de educación, con profesorado y alumnado, y en las medidas de conciliación no participan las madres y tampoco se reconocen las necesidades de bebés, niños y niñas. Antes de ser madre, como integrante de una sociedad adultocéntrica, no era consciente de que la infancia debe tener voz política. Niños y niñas han sido consideradas personas incompletas e inferiores que, con un alto grado de obediencia, deben adaptarse -e incluso someterse- a las necesidades, demandas y expectativas de sus progenitores. Sin embargo, cuando nos convertimos en madres o padres y pretendemos romper la relación unidireccional de la crianza occidental, descubrimos que la infancia tiene una serie de necesidades a las que no estamos dando respuesta. Y nos damos cuenta porque los métodos que hemos aprendido -como parte de un modelo de crianza occidental hegemónico- no funcionan bien y los bebés o niñes tienden a oponerse a ellos: principalmente a través de su lenguaje, el llanto, e incluso a costa de su salud.Hay madres y padres que consiguen aguantar e imponer las normas sociales interiorizadas. Otros y otras comienzan a mentir a la familia y a la sociedad (y a pediatras), ocultando su uso de prácticas de crianza no normativas pero que funcionan (como dormir con los bebés). Algunas familias comienzan a investigar otros métodos de crianza, se forman e informan, crean redes de apoyo (como los Grupos de apoyo a la lactancia materna) y presentan públicamente sus métodos alternativos de crianza. Pero, ¿es la crianza con apego una cuestión de moda? La etnopediatría (Meredith Small, James Mckenna, Carol Wortman, MªJosé Garrido) ha demostrado que las necesidades de la primera infancia son similares en todas las culturas pero que no todos los modelos de crianza las satisfacen por igual. En palabras de Meredith Small: “Quizás el hallazgo más sorprendente de la etnopediatría sea, hasta ahora, el hecho de que los estilos de los padres de la cultura occidental, esas reglas que tanto apreciamos, no son necesariamente lo mejor para nuestros bebés”.Tal y como expone la antropóloga María José Garrido, máxima exponente de la etnopediatría en España, esta disciplina apuesta por la crianza con apego porque respeta los ritmos madurativos del bebé (cognitivo, conducutal y motriz) para formar adultos más equilibrados y sociedades más armónicas y menos agresivas. Hay tanto en juego, que sería irresponsable rebajarlo al nivel de moda pasajera. Además tenemos el acceso a un gran número de fuentes de información fiables, disponibles incluso para quienes presentan desconfianza ante las evidencias científicas de la OMS, que en otras ocasiones ha mostrado su connivencia con el capitalismo patriarcal. La satisfacción de las necesidades de la infancia debe ir unida a una ampliación del concepto de necesidad, más allá de alimento y abrigo, rechazando -como se hace desde el ecofeminismo- la distinción entre necesidades básicas y superiores. Para ampliar este concepto y evitar las tradicionales jerarquías piramidales podríamos basarnos en las teorías de Desarrollo a Escala Humana de Max-Neef (1994). Llevado al ámbito que nos ocupa y a modo de ejemplo: dar el pecho constituiría un satisfactor sinérgico, pues además de satisfacer la necesidad de subsistencia, estaría estimulando las necesidades de protección, afecto e identidad. En definitiva, si niños y niñas dejasen de considerarse seres incompletos que duermen mal, comen mal, se relacionan mal y se comportan mal, porque no lo hacen como nosotres (la adultonormalidad) y pasasen a ser personas completas dentro de cada fase evolutiva (las gafas con las que vemos el mundo, además de moradas, deberían viajar en el tiempo hacia nuestras propias infancias), comprenderíamos mejor sus necesidades y el aprendizaje que ofrece la crianza dejaría de ser unidireccional.Pero dejando a un lado los aspectos teóricos, la fuente más fiable son sin duda nuestros hijos e hijas. Muchas de las mujeres que leyeron libros sobre crianza con apego lo hicieron cuando ya la estaban practicando de forma inconsciente: querían buscar un sentido racional a sus actuaciones para afianzar sus prácticas y armarse frente a la presión social ejercida, entre otras cuestiones, por querer destinar una parte de su tiempo vital a la crianza al margen del mercado laboral (a través de reducción de horarios, excedencias e incluso abandono del empleo). Nos encontramos en el lado opuesto de hace unas generaciones: hemos pasado de la maternidad como fuente indiscutible de realización personal de las mujeres, a la maternidad como un obstáculo para la realización personal, por lo tanto esta elección no está exenta de crítica social y de pensamientos antagónicos. Un matiz importante: esta dedicación a la crianza es más fácil si la capacidad económica, condiciones laborales y redes de apoyo lo permiten, porque la conciliación -con los actuales permisos mínimos y centrados exclusivamente en el ámbito laboral- tiene un claro sesgo de clase.
¿Cuál es la relación de este modelo de crianza con el feminismo?Si las mujeres-madre que maternan (con apego) tienen una gran presión social y laboral, para las mujeres- madre feministas supone además una gran fuente de contradicciones internas. A lo largo de la historia -y aún hoy- el feminismo hegemónico ha considerado la maternidad como una maldición biológica y patriarcal. La lucha por salir de la esfera del machismo no ha ido unida a la salida de la lógica del capitalismo, al que se ha accedido con gusto e incluso con deseos de ocupar cargos de poder dentro del sistema patriarcal. Así el empoderamiento de las mujeres se ha desvinculado de la puesta en valor de las capacidades culturalmente consideradas “femeninas” (y de los procesos sexuales y la crianza) y se ha centrado en fortalecer aquello que nos habían negado (hemos librado esta batalla con las armas del enemigo, de manera que el patriarcado, íntimamente ligado al neoliberalismo, no ha tenido problema para asimilarnos).Naturalizadas, con la única misión del cuidado de la vida, sin elección ni alternativas posibles, es normal que para aquellas grandes luchadoras feministas volver a hablar de maternidad en estos términos sea considerado una regresión y un encarcelamiento voluntario. Pero las reglas del juego, gracias a estas luchadoras, han cambiado, y las fichas que debemos mover hoy desde el feminismo quizás deban ser otras. Si los procesos para la protección de la vida se dotasen de significado político, podrían constituir (como se piensa desde el ecofeminismo) el germen para el cambio social y una herramienta de liberación (desde luego más liberadora que el alienante trabajo asalariado) y nosotras, las mujeres, las principales protagonistas de ese cambio. Sin embargo, uno de esos procesos, la maternidad, sigue considerándose una lacra para la mayoría de feministas, a pesar de que, como expone Casilda Rodrigañez, si rechazamos la maternidad para no ser inferiores a los hombres, estaríamos reconociendo que la maternidad es degradante per se.A esta percepción negativa se le une la enorme sobrecarga a la que nos vemos expuestas y surge así la reivindicación de la figura de las “malas madres”: es difícil aunar el compromiso de la crianza con el compromiso laboral sin que alguno salga perjudicado. Sin embargo, jamás nos plantearíamos ser “malas profesionales” (o como diría Paca Moya, “malas trabajadoras precarias” o “malas esclavas”), pues aunque el feminismo ha conseguido que ambas situaciones puedan ser elegidas libremente por la mujer (tener hijos y tener empleo), parece ser que la maternidad a tiempo completo mina nuestra personalidad y sigue siendo considerada una actividad inferior. En parte porque aún mantenemos la concepción errónea de maternidades sumisas por imperativo moral o biológico, que en nada se asimilan a las maternidades empoderadas que aquí estamos defendiendo.El debate sobre la maternidad dentro del feminismo no es sencillo, porque no son aplicables teorías generalistas y entramos en un terreno plagado de sentimientos y frustraciones, en función de cómo cada mujer ha vivido o ha decidido vivir la maternidad, según el periodo histórico, la clase social, la etnia, la ideología, las creencias personales y familiares, los mitos que rodean la maternidad, etc. También depende del conocimiento experiencial, es decir, de haber sido madre. Por contar mi propia experiencia: como feminista pre y posmaternidad, me he enfrentado a grandes contradicciones por una educación feminista -a la que, sin embargo, le debo lo que soy- que seguía ese modelo de maternidad independiente, donde les hijes no podían entrometerse en mi identidad como mujer libre. Los libros de crianza con apego, antes de ser madre, me parecían los típicos libros de autoayuda y, como no podía ser de otra forma, intenté practicar dicho modelo de crianza. Duró poco, porque a mi lucha interna se le sumaba un bebé con unas necesidades concretas. Fue entonces cuando me dejé llevar por mi instinto y todo cobró sentido, la crianza era más sencilla y el bebé y yo éramos más felices. Después, en la búsqueda de significados más racionales, encontré un gran grupo de apoyo a la lactancia aportando ayuda, consuelo, información, formación y una tribu. La mayoría de feministas que defienden la maternidad (como he podido comprobar en dos años de investigación) han pasado por un proceso similar, por lo tanto conocen de primera mano ambos discursos, pueden establecer comparaciones entre ellos y, lo más importante, son sensibles a las mujeres que hay detrás aunque no compartan sus ideas, a través de la práctica de la sororidad.Aunque en ocasiones los grupos de apoyo se enfrentan a los apelativos “madres extremistas” o “talibanas de la teta” (no olvidemos que los machistas usan calificativos similares para el feminismo), jamás, en el trabajo de campo que he realizado dentro de grupos de apoyo, he encontrado imposiciones ni juicios negativos sobre distintas formas de crianza (siempre que no perjudicasen de una forma evidente y en ocasiones violenta al bebé).Si creemos que las necesidades de la infancia deben ser adecuadamente satisfechas, en lugar de renegar de la idea de “buena madre”, deberíamos evitar el pluriempleo al que nos vemos sometidas, exigiendo medidas de conciliación efectivas, como permisos por maternidad más amplios y transferibles o incluso sacando al debate político la renta básica. Pero además, debemos luchar para que esa maternidad no se realice en solitario. La ausencia de tribu y la reducción de la familia extensa convierte la crianza en una actividad desbordante realizada por una o dos personas. Para empezar (en las familias con dos progenitores heterosexuales) se debería demandar la figura de “buen padre” mediante una paternidad entrañable, que además sea corresponsable en todas las actividades de la vida. Si bien esta idea es compartida por todas las corrientes del feminismo, las madres feministas -desde una perspectiva biocultural- somos conscientes, a pesar de que no sea políticamente correcto, que maternidad y paternidad son diferentes.La negación de los procesos biológicos y fisiológicos por los que pasa una mujer cuando es madre invisibiliza su sexualidad y la condena a meros trámites para la obtención de bebés. En la batalla por el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo debería incluirse el embarazo y parto respetado, el aborto, pero también la crianza respetada. El problema reside en que el bebé recién nacido se considera ya un ser separado de la madre y por lo tanto no forma parte (erróneamente) de los derechos de la mujer sobre su sexualidad. Quizás algún día se considere la exterogestación como una parte más del proceso reproductivo de la mujer. Por otro lado, el individualismo -inherente al sistema capitalista- se adentra incluso en discursos feministas y genera una especie de miedo a la ecodependencia. Cuando el bebé nace, directamente es tratado como un ser independiente y ajeno, que necesita cuidados por su inmadurez fisiológica, pero nada más (no importa ni el cómo ni los porqués). Algunas corrientes feministas ven necesario mantener esa separación entre madre y criatura para que la mujer como sujeto político no acabe convirtiéndose en la díada mujer-madre. En ocasiones, la dependencia que biológicamente tiene el bebé es trasladada a la madre como algo patológico y seguimos inmersas en la triste premisa: “ahora que hemos conseguido la libertad no podemos dejar que nuestras hijas o hijos nos la roben”. Cuando el punto de mira es estrecho se comprende esta relación: la sociedad patriarcal y capitalista, que no pone en el centro la vida, hace que las mujeres-madre queden relegadas a un ámbito “inferior” (y privado) y desterradas de cualquier actividad que pudieran desarrollar con anterioridad a su maternidad. Pero, desde un punto de vista más amplio, cualquiera puede analizar que el problema no es la maternidad, sino el sistema, por lo tanto la verdadera batalla feminista debería centrarse en un cambio de sistema, debería ser antipatriarcal pero también anticapitalista, predicar con el ejemplo en lugar de seguir las directrices del mercado y sacar las maternidades a la esfera pública: no para que el Estado críe a nuestros bebés, sino para que los bebés formen parte de la vida social en la que participan mujeres y hombres.Es por eso que, en la actualidad, el discurso antimaternal jamás podrá ser feminista. Si hemos conseguido superar antiguas concepciones de “la buena mujer” y su destino incuestionable de la maternidad, tampoco podemos insistir en que la “buena mujer” contemporánea sea la gran emprendedora, que debe abandonar cualquier proyecto deseado (personal, familiar, social, activista) por un trabajo asalariado. De hecho, cualquier movimiento social que apueste por el decrecimiento y pretenda un cambio sistémico -y no leves transformaciones o reformas- debería cuestionarse esa relación con el mercado, ya sean mujeres u hombres. Un mercado que despedaza la vida humana, donde la mujer que trabaja no es mujer sino fuerza de trabajo: “un cuerpo despiezado”, como explica Casilda Rodrigañez, donde “cada pedazo tiene su lugar: la fábrica, el piso, la guardería, la oficina, el colegio, en donde puede estar la madre pero no la criatura o puede estar el hombre pero no la mujer. Cuanta más división, más despiece, cuanto más despiece, más jerarquía, cuanta más jerarquía, menos conciencia, menos autonomía, más centralización, menos solidaridad: tales son las reglas de la explotación, la destrucción del tejido social formado por el apoyo mutuo”.Las madres que acuden a grupos de apoyo a la lactancia y que no desean ser “despedazadas” son conscientes de la gran desigualdad laboral a la que se ven expuestas por ser mujeres que maternan, por ello piden medidas de conciliación favorables para ellas y sus criaturas, que se adapten a sus necesidades y su modelo de familia y culpabilizan a las leyes de empleo, medidas de conciliación de los gobiernos y a las empresas, pero nunca a sus maternidades.Si hacemos un recorrido por las corrientes feministas, el feminismo de la diferencia fue el primero en criticar aquellas corrientes que bebían de Simone de Beauvoir por el hecho de querer buscar un espacio para la emancipación de la mujer dentro del modelo masculino, adaptándonos a él y usándolo como punto de referencia. Aceptar las diferencias (que no la desigualdad) es vital, entre muchas cosas, para la sexualidad femenina y la maternidad. Por otro lado, el ecofeminismo, mediante su crítica a las dicotomías naturaleza y cultura -desterrando determinismos de cualquier tipo- para desarrollar, como expone Vandana Shiva, una perspectiva de subsistencia, podría ser la corriente que más se ha acercado a estas nuevas maternidades feministas. Según estas teorías, poner el eje de la desigualdad en las actividades “reproductivas” es culpabilizar a las víctimas, en lugar de establecer los verdaderos culpables de la desigualdad: la sociedad capitalista y patriarcal, que se ha levantado según Shiva y Míes gracias a la colonización de los otros (las mujeres, la naturaleza, las sociedades del sur). Que los y las colonizadas deseen seguir el mismo modelo de desarrollo, como hemos visto en países del sur, no funciona y acarrearía graves consecuencias. Querer por lo tanto alcanzar los “privilegios” que los hombres han conseguido es participar activamente y en igualdad en un sistema patriarcal y capitalista que seguirá somentiéndonos.Ecofeministas como Yayo Herrero defienden que “si el feminismo se dio pronto cuenta de cómo la naturalización de la mujer era una herramienta para legitimar el patriarcado, el ecofeminismo comprende que la alternativa no consiste en desnaturalizar a la mujer, sino en “renaturalizar” al hombre, ajustando la organización política, relacional, doméstica y económica a las condiciones de la vida, que naturaleza y mujeres conocen bien”. Sin embargo, algunos de estos discursos teóricos -del ecofeminismo constructivista- se contradicen en la práctica, posicionándose a favor de propuestas antimaternalistas que fuerzan la igualación sin tener en cuenta las necesidades de madres y bebés. Como dice Patricia Merino: “No es la relación padre-hijo la que debe concentrar la atención y los recursos de las instituciones. Esa es una relación que el patriarcado lleva al menos 6.000 años protegiendo, legitimando y priorizando, así como la existente entre marido y esposa. Es el momento de atender la relación más vulnerable desde el punto de vista político y económico, que es la de la madre y la criatura como díada primigenia y como núcleo válido en sí mismo; porque es esa relación la que requiere empoderamiento para construir un sistema no patriarcal”. De hecho, las medidas políticas de conciliación y corresponsabilidad aparecen hoy relacionadas con las nuevas masculinidades y paternidades. Es triste pensar que la crianza va a cobrar valor solo cuando el hombre se adentre en ella. Que los permisos por paternidad se pongan sobre la mesa así lo demuestra. Mientras, se silencia la voz de tantísimas madres que han reclamado durante años permisos más largos, han intentado conciliar a cualquier precio (incluso a costa de su salud), se han cogido excedencias, reducciones de jornada, etc. y lo seguirán haciendo aunque sus parejas tengan permisos de paternidad más largos, porque la demanda es otra.Por supuesto que la corresponsabilidad debe ser una tarea feminista, así como debería ser de manera preferente defender las necesidades y demandas de las mujeres (donde se incluyen las madres). Que los padres se impliquen en la crianza (y en todas las tareas de cuidado de mayores, enfermos, y hogar, no lo olvidemos) en igualdad no puede contraponerse a las necesidades expresadas de las madres mediante una buena dosis de paternalismo. Las mujeres que desean maternar son conscientes de la importancia de su presencia en los primeros años de vida, mínimo durante el primer año, con funciones como: un parto, un posparto, la exterogestación del bebé, el puerperio, la lactancia y el hecho de constituir la primera figura de apego con el bebé. Estos hechos no tienen por qué herir la sensibilidad de nadie, esta figura puede sustituirse en circunstancias o realidades diferentes. Es importante también que seamos conscientes de que la crianza va mucho más allá del primer año, a partir de ahí padre y madre pueden adquirir la misma función. Corresponsabilidad implica un igual reparto, pero esto no quiere decir que las tareas deban ser las mismas ni en el mismo tiempo (mientras una madre amamanta su bebé, el padre puede estar implicado de múltiples formas, tanto con el bebé, como con el cuidado de hijos e hijas mayores, el trabajo del hogar, etc.).Con estos argumentos no pretendo hacer una apología de la maternidad y por supuesto hay que tener en cuenta la diversidad familiar, donde debemos hablar de dos madres, dos padres, madre sola, padre solo, etc. Lo que pretendo es dar voz a la cantidad de madres que gritan sin que nadie las escuche y además canalizar esta demanda desde una perspectiva feminista. Porque las madres feministas que deciden maternar no son sumisas, no siguen los dictados del capitalismo, más bien tienen que hacer peripecias para salir de esa lógica del capital y luchar como activistas que quieren sembrar el germen de una vida donde se dé prioridad a las personas. Este nuevo feminismo considera que la revolución será feminista o no será, pero solo lo será cuando las madres, las niñas y niños tengan cabida dentro del movimiento. Hay ya un gran número de madres activistas que proclaman este cambio. Añado al final la mención a varias porque el estudio de sus trabajos podría ser de interés para entender las demandas de las maternidades feministas. Algunas de ellas se encuentran junto a una gran cantidad de madres-feministas-activistas luchando ahora desde la Plataforma de Madres Feministas por unos Permisos Transferibles (PETRA) con un discurso teórico y práctico tan bien armado que podría ser el inicio para la construcción de la cuarta ola del feminismo que, como expone Patricia Merino, barra el antimaternalismo hasta ahora defendido por el “feminismo hegemónico”. Una Plataforma que refleja las demandas de un gran sector de madres (demandas que se extienden desde hace casi veinte años) y que realiza una crítica a la actual Propuesta de ley de permisos iguales e intransferibles. Iguales: porque ampliar los permisos paternos ha significado dejar igual de precarios los maternos y porque, como hemos visto, maternidad y paternidad no son iguales. Intransferibles: porque el cuidado no puede ser impuesto y se deben tener en cuenta las demandas de las madres y las necesidades de los y las bebés. Además quedarían excluidas las familias que solo tienen un progenitor o progenitora, así como las monomarentales.Las madres empoderadas no queremos medidas paternalistas que ni siquiera pueden garantizar sus objetivos: la corresponsabilidad y la igualdad en el empleo. Porque la corresponsabilidad se educa, no se impone (y si se ejercen medidas impositivas deben explicar cómo garantizarán su cumplimiento). Y porque no se puede reducir la desigualdad en el empleo y la feminización de la pobreza al hecho de ser madre. En todo caso, para evitar una posible discriminación, la maternidad debería protegerse con derechos, por ejemplo a través de unos permisos por maternidad (o transferibles) más amplios, como se ha hecho en aquellos países europeos con mayores niveles de igualdad. Porque los permisos de maternidad son un derecho, no una carga, y pedir su ampliación es una lucha feminista.Las maternidades salen a la calle y el público se escandaliza cuando hay niños y niñas en sitios socialmente no aptos, cuando se encuentran tetas al aire nutriendo cuerpos de edades avanzadas, cuando ven a madres criando con apego, cogiendo excedencias, con proyectos profesionales y ¡considerándose feministas!, cuando se habla de los derechos de la infancia sin referirse a la infancia de países del sur, sino de nuestres propies hijes. El público se escandaliza y algunas feministas se echan las manos a la cabeza. Ya es hora de hacer visible la verdadera esfera privada, donde no solamente había mujeres, también había infancia, cuidados y muchas herramientas de transformación que los movimientos sociales no han sabido utilizar para construir un discurso y una acción verdaderamente feminista y decrecentista.
°
No hay comentarios.:
Publicar un comentario