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sábado, 24 de noviembre de 2018

Egaña | Controles Raciales

Les compartimos este interesante escrito de la autoría de Iñaki Egaña:


Iñaki Egaña

Los avances en las técnicas de estudio del ADN han puesto patas arriba la ciencia y han matizado, cuando no modificado, lo que sabíamos del pasado, a veces no tan lejano, gracias a la paleontología y la arqueología. La revolución del saber genético, ha desterrado fantasías y teorías como la del surgimiento multirregional de nuestra especie. El hombre anatómicamente moderno (homo sapiens), al que comúnmente se llama Cromañón, es decir nosotros mismos, tiene su origen en África. Nuestra madre común, la Eva bíblica, surgió en África hace aproximadamente 200.000 años. Todos los europeos, incluidos los que se llaman arios, supremacistas o nazis, tenemos la misma antepasada. El ADN no deja lugar a dudas.

La revolución de la investigación genética es superior a cualquiera otra que se haya producido en el campo de la ciencia. La bombilla de Edison, los adelantos de Max Planck y el flujo de la electricidad, resuelto por Einstein, concluyeron con siglos de oscurantismo, fantasmas, duendes y fábulas surgidas de la noche. Muchas de ellas sustrato de creencias religiosas. Su aceptación práctica fue más sencilla que las también revolucionarias tesis de Darwin, aún contestadas por analfabetos políticos, quien con paciencia fue capaz de desmontar el Génesis bíblico que ponía el punto de partida del universo hace 6.000 años.

El hombre anatómicamente moderno, nosotros, llegó a Europa hace unos 45.000 años. Quizás unos centenares de hombres y mujeres. Sobrevivieron al periodo glacial, en el que los humanos se concentraron, entre otros, en el Refugio Vasco, en sus zonas más habitables como el Golfo de Bizkaia (los hielos llegaban hasta la actual Burdeos) y, con el calentamiento posterior, volvió a expandirse por Europa Occidental. Estudios del ADN lo confirman. Variantes especificas de cromosomas, longevidad del euskara… No voy a ahondar en ello. Además, los test particulares de ADN que hace unos años costaban 15.000 dólares ahora se pueden conseguir por 70 u 80. Hasta los portales más populares de Internet los venden. Al acceso de cualquier curioso por su origen.

Los análisis genéticos de la pigmentación humana de los europeos de hace apenas 5.000 u 8.000 años, sin embargo, han revolucionado la creencia atávica que teníamos de nuestros ascendientes. Hasta ahora, museos, exposiciones, láminas y similares, nos presentaban a los europeos de esa época, incluidos los vascos, confinados en cavernas, pintando sus paredes y persiguiendo a bisontes. Con la tez blanca y el cabello rubio o castaño. Error. El color de la piel y el del pelo dependen de una docena de genes. Y esos análisis nos sugieren que los europeos eran de tez marcadamente oscura y de cabello negro. O lo que es lo mismo, hombres y mujeres que habitaban entonces en Santimamiñe, Lezetxiki, Urtiga, Isturitz o Ekain tenían la epidermis oscura. Y se comunicaban en una lengua, arcaica, probablemente no muy diferente a la actual, que llamamos euskara.

Unos miles de años más tarde, la variante genética llegada de África sufrió un cambio. Disminuyó el riesgo de sufrir quemaduras. La pigmentación oscura era un problema porque impedía que la piel produjera vitamina D. La tez se fue aclarando. Aunque al parecer de manera más lenta en las poblaciones costeras del Golfo de Bizkaia. El pescado aportaba esa vitamina D necesaria para el organismo. Cuando los cazadores se convirtieron en agricultores y cambiaron su dieta, el color de la piel de los europeos transmutó hacia el blanco. Hasta hoy.

Las pruebas de ADN actuales, así como las efectuadas sobre restos humanos de hace 5.000 años o más, nos demuestran que la historia de las razas era una patraña. El mestizaje ha sido común. Y que el actual y marcado mapa político europeo, y en otra medida el mundial, no corresponde sino a imperialismos, colonizaciones y expolios. La división actual mundial no es la humana. Y los prejuicios raciales, que tuvieron su máxima expresión en el nazismo (eliminación sistemática de gitanos, homosexuales, judíos y un largo etcétera), fueron alentados por motivos políticos. Por si a alguien le quedaba alguna duda.

Por ello, quienes alentaban la pureza, y la alientan ahora en los controles raciales en la muga de Hendaia o Biriatu, donde a quienes exigen documentación lo es por el color de su piel, siguen en esa misma línea. Es de destacar que en estados xenófobos como Hungría ya se ha forjado una ola de “negacionismo genético”, como en su tiempo hubo y hay otros negacionismos, como el del Holocausto, el del genocidio de los pueblos originarios de América o el del franquismo.

La paradoja de nuestros días reside en el hecho de que aquellos hombres y mujeres anatómicamente modernos que desplazaron y compitieron con los Neandertales llegaron efectivamente de África. Y que en Europa, por razones climáticas, se convirtieron, con el paso de miles de años, en blancos. En europeos, al parecer. Y hoy, como si el mundo y la historia de la humanidad hubieran comenzado la semana pasada, los descendientes de aquellos que abandonaron el continente africano, niegan la entrada a los que ahora lo intentan desde el mismo lugar. Aludiendo a razones que jamás antes los grupos humanos habían esgrimido. Si entonces las colectividades migraban hacia lugares más acogedores, huyendo en general del hambre, ahora sucede lo mismo.

Por eso, las andanadas de los Abascal, Orbán, Le Pen o Salvinis de turno, como las nacionalistas de Trump, no tienen más sustento histórico que el de mantenimiento del dominio de las elites económicas. Es cierto que conseguirán apoyos sociales, electorales, reeditando cuestiones tribales. Pero, frente a ello, ¿no somos una única y de momento exitosa especie, cuya supervivencia ha sido la de la solidaridad como elemento diferenciador y singular en nuestro planeta? La humanidad ha evolucionado, se ha adaptado al medio, gracias a su valor comunitario, gregario, y esa seña ha permitido precisamente su supervivencia. No lo olvidemos que en muchas ocasiones en condiciones extremas.

Aunque la gran mayoría de las bases del genoma humano es desconocida (miedo me da el uso de su conocimiento por las elites económicas cuando se descodifiquen del todo), la fuente principal de la humanidad han sido la cultura, el arte, la protección a los miembros del clan, de la tribu o de la sociedad más desvalidos. Origen de las teorías emancipadoras, del marxismo incluso. Hoy, la ofensiva no ya por retroceder en avances comunitarios, sino en despojar a nuestra especie de su propia naturaleza, es brutal.

En este escenario, la singularidad colectiva, la aportación de nuestra comunidad a la humanidad, y la contaminación de otras en la conformación de nuestro acerbo, sigue siendo la función natural. Las trincheras sirven únicamente para dar argumentos a los supremacistas. Bien es cierto, que esas singularidades que nos han hecho sobrevivir durante siglos, milenios quizás, son nuestra fuerza comunitaria. Pero el mundo, cada vez más, es sólo uno, con la constatación de aquella Eva genética, que nos hace parte de una gran familia dentro de pequeño lunar en una galaxia secundaria de un universo que apenas alcanzamos a imaginar.

La supervivencia de los hombres y mujeres anatómicamente modernos tiene una única vía, la solidaria. Somos como somos en esta tierra pegada al golfo de Bizkaia, a la sombra de los Pirineos y refrescados por la brisa del Ebro, por razones climáticas. Al igual que aquellos hobbit que en pocas generaciones menguaron su tamaño en la lejana isla de Flores (hoy en Indonesia) para adaptarse al medio.

Nos corresponde, no ya frente a nosotros mismos, sino frente a toda la humanidad, guardar aquellos tesoros que nuestros antepasados forjaron en un medio más hostil que el actual, entre ellos una lengua como el euskara, con la que se comunicaban cazadores, recolectores, pastores. Como escribió Joseba Sarrionandia, “el mundo debe formar parte de nosotros, si queremos formar parte del mundo”. Porque, ayer u hoy, todos tenemos la tez negra.






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