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domingo, 25 de noviembre de 2018

La Diáspora Vasco-Australiana

Desde Deia nos llega este reportaje acerca de una diáspora vasca a menudo obviada, la de aquellos habitantes de Euskal Herria que se fueron a trabajar al otro lado del mundo, a Australia:


Abandonaron Euskadi para labrarse un futuro mejor en una Australia que pronto se convirtió en su hogar. Décadas después han constituido la asociación Euskal Australiar Alkartea para dar a conocer una diáspora olvidada

Imanol Fradua

Eclipsada por la diáspora a América, mucho más numerosa y contada por nuestras latitudes, hubo otra emigración vasca tan increíble como poco desconocida. A más de 15.000 kilómetros de sus casas, centenares de vascos cruzaron medio mundo para asentarse en una Australia que les acogió con los brazos abiertos en sus granjas. Son los vascos que emigraron a las antípodas, que en muchos casos retornaron a Euskal Herria, y que décadas después, buscan ahora rescatar la memoria con la creación de la Euskal Australiar Elkartea. Por lo pronto, el restaurante Zimela de Gernika-Lumo es hoy punto de encuentro de dos centenares y medio de euskal-aussies.

Aunque no existen registros oficiales que puedan concretar la cifra exacta de vascos que se trasladaron a Australia -se calcula “que fueron miles”-, principalmente jóvenes que dejaron Euskal Herria para enrolarse en las farm -granja- para trabajar las cañas de azúcar y el tabaco en el estado de Queensland, lo cierto es que distintas voces apunta que hubo hasta cuatro arribadas consecutivas. Primero una pionera que se desarrolló en la década de los 20 del pasado siglo, y que pudo llegar a dos centenares de personas, a la que le siguieron otras tres operaciones. “Las denominaron Operation Kangaroo -canguro-, Operation Eucaliptus y Operation Emu”, señala Amaia Urbeguraga, nacida en suelo australiano -tanto que se considera más australiana que vasca”- y que ejerce de presidenta del colectivo. “Si hubo esas tres operaciones, es porque los vascos trabajaban duro. Se labraron una buena fama y fue el propio gobierno el que demandó a aquellos primeros emigrados que trajeran a más vascos”, incide relatando las historias que le contaba su padre, el kortezubitarra Alberto Urberuaga, que ejerció de enviado de las autoridades aussies.

Sea como fuere, los vascos pronto se asentaron en localidades del norte de Queensland como Ingham, Ayr, Home Hill o Townsvill. Y sobre todo fueron los vizcainos los que cruzaron medio mundo para abrir una nueva vida allí. Lo hacían en unas condiciones extremadamente duras. El trayecto “era en barco, saliendo de Santurtzi”, según Urberuaga, cuyo abuelo fue el primero de su familia en realizar el maratoniano viaje. Según algunas de las historias que cuentan, incluso llegaban a tardar 25 días para alcanzar las costas australianas. “Mi padre llegó una mañana tras el largo viaje e cuatro días en avión y a la tarde ya estaba trabajando”, concreta Jugatx Azkue, descendiente de aquellos emigrantes y que ejerce de tesorera de Euskal Australiar Alkartea. Hubo quién también lo hizo en avión, aunque fueron los afortunados. “Ahora sabemos donde está Australia, pero en aquellos tiempos era toda una aventura llegar hasta allí”, asevera. Ambas apunta a Julian Iantzi como impulsor de un colectivo que con la comida de hoy en Gernika-Lumo dará pistoletazo de salida a nuevas iniciativas.

Del baserri al farm, “donde tuvieron que aprender a corta caña de azúcar”, al igual que a comunicarse en inglés, lo cierto es que las condiciones de trabajo “eran duras. Pero los australianos sabían recompensarlo”. No en vano, vivían en vagones de tren o una especie de chabolas (kampetxes)”. Urberuaga también destaca el papel de las mujeres, “que hacían todo el trabajo para que las gangs, o cuadrillas de trabajo, tuvieron todas las comodidades posibles tras largas horas de trabajo. Y sacaban adelante a las familias, cuidaba de los hijos e hijas...”, narra.

Muchos fueron los vascos que prosperaron, hasta el punto de abrir farm con apellidos netamente euskaldunes como Badiola, Mendiolea, Gabiola... Otros se decidieron a volver a sus hogares tras años de trabajo. Fueran de un lado u otro del mundo, lo cierto es que mantenían y mantienen un cordón umbilical con Euskadi que jamás se ha roto. “No había Euskal Etxea, pero sí que se reunían el día de San Ignacio”, desvela Urberuaga. Décadas después, se vuelven a reunir bajo el paraguas de una agrupación que desea que “la memoria de nuestras familias no quede en el olvido. Fueron embajadores de Euskadi en una tierra lejana, en la que dejaron una profunda huella que queremos dar a conocer”.






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