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miércoles, 25 de abril de 2018

Historia, Relato y Versión Oficial

El conflicto vasco dista mucho de haber llegado a su fin. En vísperas de un aniversario más del bombardeo a Gernika sería temerario afirmarlo si no es que irresponsable.

Estamos a días sí de que se cierre el ciclo que incluyó a la organización antifascista europea más longeva y congruente, pero mientras París y Madrid no se retiren del territorio histórico del pueblo vasco el conflicto continuará pues es inherente a la naturaleza humana rebelarse ante la imposición. 

Antes del ciclo de ETA hubieron muchos otros y, después de consumada la desmovilización se abrirá otro que esperemos, sea el último.

La sangre derramada de millones de seres humanos durante los siglos de la expansión imperialista de galos y castellanos no solo es constancia de los actos más brutales por parte de los colonialistas sino también, de los actos más heroicos por parte de quienes lucharon por recobrar la libertad de sus pueblos sojuzgados en unos casos o escribir nuevos capítulos libertarios para los engendros coloniales en caso de otros.

Euskal Herria no es la excepción. Madrid lo sabe, París lo sabe.

Por el momento no sabemos que pasará, pero les dejamos con este texto publicado en Gara:

Joxemari Olarra Agiriano | Militante de la izquierda abertzale


Si ya de por sí resulta siempre difícil y complicado avanzar hacia un futuro nuevo tras el fin de todo conflicto, mucho más aún cuando el lado preponderante busca establecer su visión de lo sucedido como el único relato sobre el origen, desarrollo y conclusión del contencioso. Ese afán por reescribir los acontecimientos para que el guión encaje a la perfección en el género de vencedores y vencidos puede acabar convirtiéndose en la siembra irresponsable de unas semillas de frustración y humillación de consecuencias imprevisibles. La historia tiene demasiados ejemplos de ello.

Es por eso por lo que resulta tan importante cerrar los conflictos desde el mayor de los respetos mutuos, el reconocimiento sincero del daño multilateral producido y, sobre todo, sin manipular lo sucedido de tal manera que una parte aparezca como la victima inmaculada e inocente frente a una manada de criminales sin escrúpulos. Porque la historia no es así.

Mal camino se puede hacer si la pretensión de unos es blanquear sus responsabilidades cargándolas en los otros y, para ello, valiéndose de una posición de ventaja, conjurar todos los medios en sus manos para imponer un relato único, anulando o neutralizando cualquier otra visión de los acontecimientos que pueda cuestionar su versión oficial.

Quienes tenemos cierta edad recordamos aquellos tiempos en los que a todo acontecimiento le correspondía una versión oficial que, de manera independiente a la realidad y a todo lo que en ella hubiera ocurrido, se convertía necesariamente en la verdad, la única verdad de los hechos.

Cuando aquel ciclo del franquismo concluyó siguió adelante la inercia de la versión oficial, imponiéndose el relato de la llamada transición con sus historias de concordia y consenso, de «abrazo entre españoles», de no mirar atrás...

«Concordia, abrazos y no mirar atrás», proclamaban con emoción hipócrita mientras aún apestaban a camisa azul. Entonces no había que mirar atrás para nada porque ya, gracias al nuevo relato, todos eran demócratas por decreto ley. De desfilar el 18 de julio brazo en alto pasaron a los aplausos a la Constitución, no sin antes diseñar una amnistía para eximir de toda culpa a cualquier criminal fascista.

Hubo quienes se hicieron con aquel relato, y con esa inversión desarrollaron sus prósperos negocios, a aquél y a este lado del Ebro. Pero también estábamos quienes dijimos que no cuando el franquismo se travestió en el régimen del 78, quienes sostuvimos que sin ruptura no podía haber jamás democracia por mucho que a la resultante la llamaran Estado de Derecho.

Ser consecuentes con nuestro pensamiento, con nuestros principios; mantener la lealtad a la causa vasca, a Euskalki Herria y la libertad nos ha llevado a décadas de persecución y lucha que, evidentemente, ha tenido graves consecuencias de dolor, sufrimiento y muerte.

La izquierda abertzale podrá ser lo que se quiera, pero jamás hemos sido hipócritas. Por eso, no tenemos reservas a la hora de reconocer nuestra responsabilidad durante el ciclo de estrategia político-militar. En el reconocimiento del daño causado no hay problema alguno. Así de claro.

Los problemas empiezan cuando la pretensión es manipular el concepto y significado de lo que ha supuesto el dolor para dejar establecido que la única fuente del sufrimiento fue el movimiento de liberación nacional vasco, su irracionalidad, sectarismo, fanatismo pseudoabertzale y criminal. Por ahí sí que no.

Asumimos nuestra responsabilidad, pero en condiciones de que no sirva para blanquear el vil pasado de otros, el colaboracionismo de algunos o el miserable presente de quienes se vengan sobre nuestros prisioneros y sus familias.

A estas alturas de la historia nuestra actitud no puede servir en modo alguno, ni por activa ni por pasiva, para que haya quienes pinten de blanco sus manos mientras siguen chapoteando en las cloacas. Ese no es nuestro camino.

Uno acaba un poco harto de andar sanando las heridas de otros con todo el miramiento y respeto debidos para que no sirva absolutamente de nada. Porque las hay empeñados en que no haya más relato que el suyo, y hagamos lo que hagamos no sólo no se nos tiene en consideración sino que incluso ha habido cosas en las que nos ha despreciado cuando no ninguneado.

Tendemos la mano y la abrimos, porque nuestra apuesta es sincera. Todo ello para no obtener reacciones recíprocas, para que cuando hay alguna respuesta ésta acostumbre a ser un reproche, una nueva exigencia, otro «suelo ético» más intolerable y partidario. Como el domador que una y otra vez muestra el aro a la fiera para enseñarle que o pasa por él o no come.

¿Es esa la idea? ¿O la izquierda abertzale traga con todo o seguirá cargando con el estigma? Quiero decir que da la sensación de que les trae sin cuidado lo que hagamos porque no nos reconocen nada como válido, de no ser estrictamente lo que encaje en su guión y coloque sobre ellos los focos del protagonismo.

Lo del protagonismo estelar ya lo vemos con el lehendakari vascongado, a quien su ego político no le permite participar en nada que no organicen sus bien cotizados guionistas y él no ocupe la atención central. O su nombre figura en el lugar destacado o «el lehendakari de todos los vascos y vascas» tiene mejores cosas que hacer.

En estas tesituras podemos llegar a preguntarnos si acaso algunas de las cosas que hacemos no están ayudando a escribir su relato, si no les está dando cierta cancha para que aquí nadie reconozca sus responsabilidades a excepción de la izquierda abertzale.

Y es que no estamos consiguiendo que den paso alguno en la debida dirección, ni tan siquiera gestos de aproximación al reconocimiento de algún tipo de responsabilidad de lo ocurrido en el último medio siglo.

De ahí mis dudas al respecto, y la preocupante sensación de que nos movemos con cierto complejo de culpabilidad, desde los perfiles de inseguridad de los que piensan que no pueden mirar a los ojos de quienes tienen delante porque deben purgar por algo ignominioso.

No me resulta comprensible semejante actitud ya que hasta el momento tan sólo nosotros hemos dado muestras de responsabilidad sobre nuestro pasado y las consecuencias de la lucha. Nadie más ha apuntado el más mínimo gesto que pudiera asemejarse a lo que ya ha hecho la izquierda abertzale. Así que, por el momento nadie es quien para mirarnos por encima o pretender avergonzarnos de algo.

Recientemente, el Ministerio del Interior ha anunciado una unidad didáctica para la ESO con la intención de «hacer prevalecer» su relato. Evidentemente, ahí no aparecerán los casi 500 muertos provocados por el Estado, ni los miles de torturados, heridos, represaliados, amenazados, apaleados... Tampoco habrá referencias al BVE, la Triple A o los GAL u otro terrorismo de Estado. La política penitenciaria y la venganza sobre familiares de los prisioneros brillará por su ausencia; así como el cierre de “Egin”, “Egunkaria”, la persecución del disidente o el código penal del enemigo.

Ante semejante desvergüenza no cabe complejo alguno en la izquierda abertzale. Nosotros hemos hecho posible el nuevo escenario; nuestro compromiso con la democracia y la paz lo ha logrado. Contra la represión, el sabotaje y quienes vivían cómodos en el anterior tiempo, conseguimos abrir la puerta al porvenir.

Así que nada de complejo de culpabilidad; nada de inseguridad ni vergüenza. Vamos a escribir un relato justo para una paz duradera. Con todas las víctimas, con todos los que ha sufrido, con respeto escrupuloso de los derechos humanos...

Sobre esos ejes deberá girar un relato compartido de lo vivido durante los últimos decenios. Y eso, mientras caminamos a la independencia, a una Euskal Herria sin ocupantes, sin prisioneros, sin refugiados ni exiliados.

Si queremos una Euskal Herria libre y con futuro no nos pueden escribir a su gusto la historia de los sucedido.







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