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domingo, 22 de abril de 2018

Historia y Presente de Las Vizcaínas

En la página de Crónica se ha publicado un extenso reportaje acerca de El Colegio de Las Vizcaínas.

Cierta omisión llevada a cabo por el investigador Josu Ruíz de Gordejuela Urquijo en su libro Los vascos en el México Decimonónico 1810-1910 nos lleva a mencionar muy particulares detalles cada vez que salen a la luz pública ciertos temas. Uno de ellos es el de Las Vizcaínas.

Aprovechamos pues para enriquecer el epílogo de Bertha Hernández ofreciéndole un dato. Hay un vínculo vasco entre el Colegio de las Vizcaínas y la UNAM. Resulta que el primer rector de la UNAM, el Dr. Joaquín Eguía Lis, anteriormente fungió como director de Las Vizcaínas durante siete años. Quedó registro de la donación de los salarios devengados durante el tiempo que estuvo al frente de la misma a la propia institución.

Pues bien, un hermano del Dr. Joaquín, de nombre Santiago, fue uno de los siete signantes del acta constitutiva de la Asociación San Ignacio de Loyola, precursora del actual Centro Vasco de la Ciudad de México, fundado en 1907, dentro del lapso estudiado por Ruíz de Gordejuela, quien en su libro nunca establece la consanguineidad entre ambos personajes de la diáspora vasca en México, a pesar de que - muy por encimita - los menciona a los dos.

Aclarado el punto, disfruten la lectura:


Nació en el siglo XVIII para dar amparo y educación a jóvenes y niñas necesitadas. La memoria de sus creadores, españoles venidos a estas tierras, está en las calles: Meave, Aldaco, Echeveste. Entre sus alumnas célebres, Josefa Ortiz de Domínguez y Sara García

Bertha Hernández

En el trajín del Centro Histórico de la capital mexicana,  miles de personas van y vienen en torno a un gigante arquitectónico; una construcción del siglo XVIII, hogar de una institución educativa que forma parte de la vida del rumbo desde hace 250 años. Se trata del Colegio de San Ignacio de Loyola Vizcaínas, fundado por comerciantes vascos, y que por generaciones ha sido conocido, sencillamente, como “Las Vizcaínas”.

¿Quiénes fueron esos personajes de la comunidad española? Los viandantes encontrarían la respuesta, tan sólo con mirar los nombres de las callejuelas que circundan al formidable edificio: Aldaco, Meave, Echeveste: son los nombres de los caballeros vascos, comerciantes que dieron impulso al proyecto.

Caballeros de nobles intenciones

Sus nombres completos fueron Francisco de Echeveste, Manuel de Aldaco y Ambrosio de Meave, que pertenecían a la Cofradía de Aránzazu. “La sociedad novohispana tenía una estructura corporativa. La mayor parte de los habitantes del reino pertenecían a una cofradía, fueran indios, españoles, mulatos; pero las había laborales, de médicos, de albañiles. Los vascos pertenecían a la de cofradía de Aránzazu, que es la patrona del pueblo vasco, y fue a través de esa plataforma que realizaron este proyecto”. En la cofradía de Aránzazu participaban caballeros provenientes de Guipúzcoa, Álava, Navarra y Vizcaya. Era así, una organización de origen completamente español.

“Tenían una posición importante en el mundo del comercio novohispano, y se interesaron en el bienestar de su nueva patria”, señala Ana Rita Valero de García-Lascuráin, directora del Archivo Histórico de Vizcaínas. “Decidieron enfocarse en el apoyo a las mujeres: en aquellos tiempos, era palpable la necesidad, el desamparo de ciertos sectores femeninos en la Nueva España. Fundaron el Colegio para dar instrucción y amparo a niñas y jóvenes necesitadas. Así ha ocurrido, de manera ininterrumpida, desde hace 250 años. Las Vizcaínas ha sobrevivido a los altibajos de la historia de México”.

El panorama novohispano no era el mejor. Las leyes de Indias disponían ese trabajo de protección y apoyo, “pero la verdad es que las autoridades del virreinato no se daban abasto. Entonces la comunidad vasca se involucró y construyó este sitio, que es soberbio”, narra la Dra. Valero, hasta hace unas pocas semanas presidenta de la Sociedad Bascongada de los Amigos del País en México. “Ellos pusieron capital e intelecto para ayudar a ese sector de la sociedad”.

No fue poca cosa crear el Colegio de San Ignacio de Loyola: el capital inicial aportado por la comunidad vasca sumó un millón de pesos en oro —una fortuna enorme en el siglo XVIII— que costeó la ­construcción del edificio y los ingresos de las primeras colegialas. El edificio, planeado por Pedro Bueno Basori y ejecutado por el arquitecto Miguel José de Rivera, abrió sus puertas en 1767.

Una labor de 250 años

Mantener el proyecto original de los comerciantes vascos no ha sido sencillo. Las Vizcaínas, que en la ­actualidad funciona como Institución de Asistencia Privada, tiene un patronato que trabaja para gestionar apoyo y fondos para sostener el colegio. “Hubo momentos en que se llegó a temer su desaparición: la guerra de independencia desplomó la economía de la nación y ocasiones hubo en las que costó ­trabajo, incluso, alimentar a las colegialas. Lo mismo ocurrió durante la Revolución. Pero siempre han estado, antes los cofrades, y ahora los integrantes del Patronato, trabajando para ver cómo se sale adelante”, añade Valero.

No es extraño que algunas de las bodas notorias de la socialité mexicana tengan por escenario el espléndido patio de las Vizcaínas. El dinero que el Colegio recibe por esas actividades tiene aplicaciones muy precisas: “Agradecemos esos donativos, porque como institución de asistencia que somos, trabajamos a base de donativos, que se emplean para becas de niños y para el mantenimiento del edificio.”

Sostener un gigante de 250 años que ha soportado guerras y terremotos, y mantenerlo funcional para el funcionamiento del ­colegio, no ha sido, no es cosa sencilla: “El esfuerzo es mayúsculo”, ­detalla Ana Rita Valero: “siempre estamos entregados al tema de la seguridad estructural”. El Colegio tiene, además del seguimiento de un despacho de estructuralistas, un arquitecto de planta, responsable de monitorear la salud de la construcción. “Solamente impermeabilizar es un trabajo tremendo. Es un gigante muy demandante”.

Escuela, museo, archivo

Hasta los años 80 del siglo pasado, Las Vizcaínas fue un colegio exclusivamente para niñas, como mandaban las disposiciones de sus creadores novohispanos. A través de los años, la escuela fue modificando su plan de enseñanza y hoy día, sigue los planes de estudio del sistema educativo mexicano.

¿Qué aprendían las colegialas de hace dos siglos y medio? Lo que en aquellos tiempos se denominaban “tareas mujeriles”: coser, bordar, labores domésticas. Aprendían a escribir, a contar y, desde luego, el catecismo. En Las Vizcaínas aprendían música, a tocar algún instrumento y a cantar. Eran niñas y ­muchachas que tenían dos posibilidades de vida: o esposas y amas de casa, o monjas en un convento. Saber música era un valor adicional: una novicia sería mejor recibida en un convento si cantaba bien o sabía música, y una señorita versada en ese arte podría ser una novia más apreciada.

“Al avanzar el siglo XIX, fue evidente que las alumnas necesitaban aprender más cosas. Hoy, como en todas las escuelas mexicanas, se estudia física, química, matemáticas. El objetivo de la escuela es trabajar desinteresadamente por México y eso ha obligado a hacer los ajustes que se han necesitado, a medida que cambia el país, en los programas educativos”. Ése fue el origen de la decisión de volver mixto el Colegio: se discutió y se analizó con detenimiento; en los años 80 del siglo XX, se llegó a la conclusión de que seguir siendo un colegio de niñas resultaba ya anacrónico con respecto a la realidad del país.

El propósito social

Las Vizcaínas ofrece servicios educativos hasta bachillerato, pero el sentido social que le dio origen se mantiene en distintas formas: siendo un espacio de indiscutible valor histórico, algunas salas y accesorias del edificio funcionan hoy como un museo de sitio, donde se exhibe parte del patrimonio artístico e histórico el Colegio. Funciona también el archivo histórico “José María Basagoiti Noriega”, nacido con el colegio y por instrucciones de don ­Ambrosio de Meave, con la idea de que quienes administraran la institución conocieran cómo se había desarrollado. Hoy, ese archivo no solamente tiene los documentos de las alumnas de las Vizcaínas, sino de otras instituciones educativas que integraron sus fondos al Colegio en el siglo XIX, como el Colegio de San Miguel de Belén.

En una esquina del edificio opera una pequeña oficina que constituye la extensión de aquella misión social iniciada hace 250 años para dar refugio a “niñas, doncellas y ­damas viudas en desamparo”. Se trata de ProEmpleo Vizcaínas que asesora y apoya a adultos interesados en iniciar una microempresa.

El vínculo vasco

Todos los alumnos de Las Vizcaínas son mexicanos, signo de la total mexicanización del proyecto de aquellos comerciantes del siglo XVIII. “La comunidad vasca mantiene con la escuela un vínculo que podríamos llamar espiritual”, explica Ana Rita Valero. “El patronato, desde hace muchos años,está formado por mexicanos; algunos con vínculos familiares vascos, otros con amistad por la cultura vasca, pero todos mexicanos”. Algo así simboliza el emblema del Colegio, que ostenta los emblemas de Vizcaya, Navarra, Álava y Guipúzcoa, pero que en el centro lleva, como signo de su esencia, al águila mexicana.






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