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miércoles, 11 de abril de 2018

Frabetti | Idiotez Colectiva

Una guía por parte de Carlo Frabetti publicada por inSurGente que tal vez nos sirva a los vascos para tratar de entender a los gerifaltes del franquismo borbónico... pero también a los que les aupan y mantienen en el poder:


Carlo Frabetti

Es evidente que Llarena no es muy listo; pero -al igual que Zoido o Rajoy, Soraya o Letizia- no puede ser tan tonto como parece. Llarena, Lamela, Zoido, Rajoy, Soraya, Letizia, Felipe, Cifuentes, Cospedal, Arrimadas, Rivera, Sánchez… Es inconcebible que los tres poderes (por no hablar del cuarto) y la supuesta oposición estén en manos de idiotas morales o idiotas a secas. Pero, como dice Sherlock Holmes, cuando todas las explicaciones imposibles han sido descartadas, la que queda, por inverosímil que parezca, tiene que ser la verdadera… Como aproximación indirecta a este abrumador sinsentido, comparémoslo con otros similares:

¿Cómo es posible que, en pleno siglo XXI, en el Estado español los creyentes constituyan más del 70 % de la población?

¿Cómo es posible que la extrema derecha tenga más de diez millones de votantes?

¿Cómo es posible que una gran mayoría de la población considere que los animales no humanos pueden ser devorados e incluso asesinados y torturados por diversión?

¿Cómo es posible que para muchos hombres (y algunas mujeres) el fútbol sea algo muy importante y merecedor de más atención en los medios que la ciencia o el arte?

¿Cómo es posible que muchas mujeres (y algunos hombres) lleven unos zapatos de tacón tan nocivos para la salud como para la dignidad?

¿Cómo es posible que haya tantas personas aparentemente cuerdas que dedican una parte considerable de su tiempo y sus recursos a coleccionar sellos? 

La única explicación que se me ocurre (y nunca nadie me ha ofrecido otra que Holmes no habría descartado) es que la moral burguesa (o lo que es lo mismo, la lógica capitalista) convierte a las sociedades humanas en hormigueros al revés. La bióloga Deborah Gordon ha popularizado la frase: “Las hormigas no son inteligentes, pero el hormiguero sí”. Una hormiga aislada no puede hacer gran cosa; pero una colonia es capaz de resolver con prontitud y eficacia problemas bastante complicados, como hallar el mejor camino a una fuente de alimentos u organizar la defensa de su territorio ante un súbito ataque; de la colaboración de miles de individuos surge lo que se ha denominado “inteligencia de enjambre”. En el extremo opuesto, nuestra estupidez de enjambre: el individuo humano no es (necesariamente) idiota, pero la sociedad (burguesa) sí. El control social es tan implacable, y sus instrumentos de estupidización son tan poderosos y omnipresentes (religión, publicidad, cultura de masas…), que no es extraño que casi todos los grupos humanos (familias, sectas, empresas, partidos…) reproduzcan en mayor o menor medida las falacias y aberraciones del discurso dominante (el impropiamente denominado “pensamiento único”).

Se echa de menos una “psicología de masas del capitalismo” que prolongue y amplíe el lúcido análisis de la Psicología de masas del fascismo de Wilhelm Reich. En su imprescindible ensayo, Reich muestra cómo una clase media frustrada, una familia patriarcal autoritaria, un empresariado explotador y un Estado totalitario acaban engendrando un monstruo de dimensiones apocalípticas. Un monstruo que se alimenta de sangre y de estupidez. Como dijo el nazi Wilhelm Stapel en un artículo significativamente titulado Cristianismo y Nacional Socialismo: “La razón por la que no se puede atacar al Nacional Socialismo mediante argumentos, es que se trata de un movimiento elemental; los argumentos solo serían eficaces si el movimiento hubiese llegado al poder mediante la argumentación”. Y en la misma línea, oigamos al mismísimo Hitler, citado por Reich en su ensayo: “La grandeza de nuestros designios, de la cual nunca debemos alejarnos, en combinación con un énfasis constante y consistente, permite la maduración del éxito final. Entonces, ante nuestro asombro, contemplaremos los tremendos resultados a los que nos conduce tal perseverancia, unos resultados que casi están más allá de nuestro entendimiento”.

Si Aznar, Rajoy o Rivera fueran capaces de hilvanar tres palabras seguidas, podrían regalarnos discursos igual de elocuentes sobre el increíble éxito electoral de la extrema derecha en el Reino Bananero de España. Los argumentos sobran porque el españolismo es un “movimiento elemental”. Para creer que España es una, grande y libre (cuando en realidad es todo lo contrario: fragmentaria, pequeña y cautiva), hay que ser tan idiota como para creer que los recursos naturales pueden estar en manos privadas, o que la OTAN no es una organización terrorista, o que tenemos derecho a comernos a las vacas y a torturar a los toros, o que un Dios misericordioso puede infligir un castigo eterno a sus amadas criaturas. Y una persona sola no es capaz de tanta necedad: hace falta la acción conjunta de todas las instituciones y sus instrumentos descerebradores para posibilitar tan altos niveles de idiotez colectiva.

Volviendo al principio: intrínsecamente, individualmente, Llarena no puede ser tan tonto como parece, y es posible que tampoco sea malvado. No lo convirtamos en chivo expiatorio; no demonicemos al enemigo. La presunción de inocencia (en ambos sentidos del término) y el hecho de vivir en una sociedad idiotizada nos obligan a contemplar la posibilidad de que, inmerso en la idiotez colectiva, crea estar haciendo lo correcto para salvaguardar lo que para él -y para muchos otros- es un bien “elemental” y por encima de cualquier argumentación (la falsa unidad de la inexistente España). Otra cosa son los políticos de oficio y beneficio, los que acumulan dinero, poder y títulos robando y engañando; tampoco ellos son tan tontos como parecen, pero se hace muy difícil aplicarles la presunción de inocencia.

Y para terminar con un punto de moderado optimismo, algunas cifras esperanzadoras: en lo poco que va de siglo, los creyentes han pasado del 85 al 70 %, se ha duplicado el número de vegetarianos, hay unos trescientos mil cazadores menos y las mujeres con tacones han bajado del 70 al 40 %. Y la filatelia está en franca decadencia.






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