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martes, 30 de octubre de 2018

Las Argizaiolas de Amezketa

Se acerca una fecha muy particular para varios pueblos en el mundo, desde los irlandeses hasta los mexicanos pasando, claro está, por tierras vascas.

Lean esto que reporta el Diario Vasco:


Los huesos iluminados de Amezketa

Amezketa revive la tradición de las argizaiolas, que se encienden sobre las tumbas

Begoña del Teso

Por los siglos de los siglos fue costumbre extendida por toda Euskal Herria. De Las Encartaciones al Bearn y desde Tierra Estella a Matxitxako. No es que los vascones fuéramos muy diferentes al resto de los mortales: los huesos de nuestros antepasados reposaban bajo el suelo de los templos y cada familia tenía su tumba cubierta con madera o piedra. Y sobre esas losas, la silla, el reclinatorio donde se arrodillaba la señora de la casa, la etxekoandre, u oraba el señor del caserío, el etxeko jaun.

En los días señalados por el calendario religioso y también en cualquier momento en que la familia tuviera necesidad de encontrarse con aquellos que ya habitaban en otra dimensión, se acercaban a templo y encendían las argizaiolas porque las almas tanto de los vivos como de los muertos siempre andan buscando la Luz. Argizaiola… Uno de los grandes caminantes, montañeros y antropólogos de este país, Luis Peña Santiago virtió al castellano esa palabra expresándola así: 'tablillas de la luz de cera'.

En trabajos realizados el siglo pasado explica que la tradición de encenderlas sobre el sepulcro, el lar de cada hogar fue desapareciendo poco a poco motivado entre otras cosas, qué curioso, por la disposición del Concilio Vaticano II de sustituir en las iglesias las sillas por bancos corridos…

Sepúlcros en la Iglesia

Solo en Amezketa, Gipuzkoa, conservaron los sepulcros, los reclinatorios y esas tablillas de la luz de cera. Hasta nuestros tiempos. Y por eso el Día de Todos los Santos y el Día de Difuntos, quien bien sabe estará allá, en la Iglesia de San Bartolomé. A los pies, en las estribaciones de la Sierra de Aralar; teniendo el río Amezketa como eje, no lejos de los restos de glaciar y morrena de Pardeluts. En el corazón de Tolosaldea. Cerca de Orendain y Alegi.

Acercarse a la iglesia que empezó a construirse en julio de 1556 con barroquísimo retablo de Joseph de Zuaznabar, maestro arquitecto de Oiartzun que lo terminó en 1742 y una serena puerta cincelada ya en pleno siglo XX por un notabilísimo tallista del lugar, Eladio Balerdi. Acercarse para protegerse, tal vez, del viento sur bajo las grandes vigas de antiguo roble.

Entrar en la iglesia y leer los nombres tachonados en las sillas: Ayerbe, Galarza, Intxaurrondo, Loidi… Oler la cera, la madera; ver cómo alguien levanta una de las losas de madera e intuir los huesos petrificados de alguien que descansa en la eternidad… Esperar a que la mecha de las argizaiolas arda y contemplar el retablo de las ánimas y esa talla donde Santa Ana lleva de la mano a María y a Jesús.

Curiosamente, el cementerio a donde casi todos los muertos que dormían bajo la iglesia fueron trasladados no queda lejos. En un flanco del templo, un reloj solar marca el paso del tiempo. El de los vivos. El de los muertos. El de los santos. Sí, deberíamos ir a Amezketa. ¿A festejar a los difuntos? Y también a ese Resplandor que nos ilumina y alivia a todos desde esas 'tabillas de la luz de cera'.






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