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miércoles, 31 de octubre de 2018

El Sesgo Literario Anticubano

Directamente desde Cubainformación les compartimos este esclarecedor reportaje:


José Manzaneda | Coordinador de Cubainformación

Cuba es un país de cultura que produce artistas en grandes cantidades. Profesionales de la música  o la danza  que residen en la Isla han conseguido reconocimiento y promoción en el exterior, al margen de condicionantes políticos. No es el caso de la literatura.

Quienes han logrado publicar en editoriales extranjeras son, en su mayoría, quienes centran su obra literaria –y sus declaraciones públicas- en el ataque al gobierno y al sistema político de la Isla.

Como en su momento fue la escritora Zoé Valdés, hoy son autores como Iván de la Nuez  o Vladimir Hernández, cuya obra tiene como centro temático la condena y satanización de la Revolución cubana, quienes tienen preferencia en las grandes editoriales. Además, una amplísima difusión de sus libros a través de entrevistas  y reseñas en los principales diarios de referencia, muchos pertenecientes a los propios grupos editoriales. Rafael Rojas, otro autor con similares posiciones, tiene columna periódica en importantes diarios como “El País”. Amir Valle incluso dirige un espacio en la televisión pública alemana Deutsche Welle.

Y no solo son apoyados por los medios corporativos. La nueva prensa digital nominalmente “progresista” –eldiario.es, por ejemplo- es también espacio de promoción para novelistas que, como Carlos Manuel Álvarez  o Wendy Guerra, pivotan su creación literaria en la condena sistemática al gobierno de la Isla.

Lo mismo ocurre con los libros que, acerca de Cuba, son escritos por periodistas de otras nacionalidades. Solo aquellos que dibujan la Isla como una sociedad en descomposición o la Revolución como un proceso liquidado, tienen las puertas abiertas de las grandes editoriales y la correspondiente difusión mediática. Es el caso de los libros de la argentina Gabriela Esquivada, del chileno Patricio Fernández  o del español Vicente Botín. Mientras, cualquier libro de signo contrario será condenado a los circuitos marginales de impresión, distribución o difusión alternativa. Sin entrevistas, ni artículos, ni reseñas.

Es la misma censura editorial y mediática internacional que sufren cientos de escritoras y escritores de Cuba, residentes dentro o fuera del país, cuyo pecado es hacer literatura y no política. Como en cualquier país del mundo, la inmensa mayoría de las novelas escritas en la Isla cuenta historias, no es literatura con lectura política. Aunque no por ello deje de retratar con crudeza la sociedad de su país y los problemas de su tiempo.

El sesgo ideológico de la prensa lo apreciamos, por ejemplo, en los obituarios. Sobre el fallecimiento, este año, de Daniel Chavarría, autor de novela negra que, aún nacido en Uruguay, vivió en Cuba y se presentó siempre como escritor cubano, apenas leímos breves reseñas centradas en su obra, sin la menor referencia a su militancia comunista. El mismo tratamiento dio la prensa –española, por ejemplo- a la desaparición del narrador cubano Miguel Mejides, cuya implicación en la política cultural del país o en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba no fueron datos a reseñar. Por el contrario, sobre la muerte del poeta Rafael Alcides, más que sobre su obra, leímos sobre los desencuentros políticos con el Gobierno cubano y su caracterización como “escritor disidente”.

Cuba es un país de cultura, de arte y de literatura. Pero el Gran Hermano editorial y mediático, que controla y decide a quién publica y a quien difunde, se ha empeñado en seleccionar solo a quienes en la Isla son funcionales a su ideología e intereses.


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