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jueves, 11 de octubre de 2018

Julio Herrera y Reissig

Desde la página Letralia traemos a ustedes esta semblanza del poeta vasco-uruguayo Julio Herrera y Reisssig:


Washington Daniel Gorosito Pérez

Bruno Mauricio de Zavala fundó Montevideo, la capital de la República Oriental del Uruguay, en 1724; era vasco, nacido en Durango, ciudad del señorío de Vizcaya. Pasaría el tiempo y los migrantes de tierras vascas llegarían en gran número a estas tierras conosureñas. En todos los sectores de la actividad nacional se distinguieron los vascos, no siendo las letras la excepción.

De ahí que Carlos M. González Mendilaharzu, en su obra Reseña histórica de la actuación de los vascos en la vida del pueblo oriental, sostiene: “Por ello, desde los potentados a los más humildes, los vascos son siempre apreciados en la República Oriental del Uruguay. Se les considera ciudadanos honestos y laboriosos que han contribuido a la prosperidad de la patria que los acogió con los brazos abiertos.

En esa hermosa Montevideo desarrollará su obra Julio Herrera y Reissig, el líder de la vanguardia modernista en la literatura uruguaya. Su apellido paterno, Herrera, significa “hijo de herrera”, procede del País Vasco, situado al norte de España y limitando con Francia y el océano Atlántico. En sus Sonetos vascos estarán presentes esas raíces, pese a que el poeta nunca viajó a esas tierras; es más, nunca salió del Río de la Plata, solamente realizó un corto viaje a Buenos Aires, capital de la República Argentina.

De Herrera y Reissig diría Rubén Darío, el padre del modernismo: “Poeta de excepción, su valor quedará fijado en tiempo no lejano”. El día, abril 20 de 1912.

En 1906 está el poeta desarrollando su obra en la modalidad pastoril; será cuando escribirá Sonetos vascos. La temática pastoril idílica presenta hermosos aciertos metafóricos y expresivos. Debemos tener presente que el historiador argentino de la literatura Enrique Anderson Imbert llamó a Julio Herrera y Reissig “una ametralladora metafórica”, debido a que producía y manejaba con mucha velocidad la imagen y la metáfora.

La metáfora se caracteriza por poner en lugar de la expresión común una figurada, es decir, denomina un objeto o acción de otra esfera objetiva como la que se ha denominado con su expresión usual. Su fin es facilitar a la objetividad personal el pasar de una esfera menos objetiva y menos conocida a otra más conocida.

Por medio de la metáfora se consigue, hablando con las palabras del filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset, “aprehender lo que se halla más lejos de nuestra potencia conceptual. Con lo más próximo y lo mejor que denominamos, podemos alcanzar contacto mental con lo remoto y más arisco”.

La definición de “ametralladora metafórica” que Anderson Imbert, autor del ensayo Historia de la literatura hispanoamericana, se debe a que en su obra encontramos un abundante número de esta figura literaria, por medio de la cual objetiviza lo abstracto.

A su vez, el crítico español Guillermo de la Torre se refiere a las innovaciones metafóricas de Herrera, a las que denomina sus “metáforas extrarradiales”; o sea, metáforas que se disparan en muchas direcciones simultáneamente.

Para el chileno Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura en 1971: “Nada más apasionante que la poesía de este uruguayo fundamental, de este clásico de toda la poesía”.

Pese a que el escritor nació y vivió en Montevideo, en la zona urbana, realizó visitas al Prado, donde se erigían monumentales casas-quintas, y a las sierras de Minas, en el departamento de Lavalleja, al este del Uruguay, donde se encontrará con un paisaje campestre con leves ondulaciones que, sin lugar a dudas, influirá en las creaciones del poeta, que se trasladará al típico mundo pastoril europeo, que había descubierto en la lectura de los poetas franceses y clásicos. Tengamos presente que una de las cosas que más frecuentemente le reprocharon era que justamente se inspirara en modelos europeos.

El crítico literario, docente y ensayista uruguayo Emir Rodríguez Monegal sostiene que la crítica tradicional ha tratado de explicarse por qué un poeta nacido y criado en Montevideo necesitaba desplazarse imaginariamente al ambiente montañoso de una Europa invernal, y más precisamente de las provincias vascas de sus antepasados, en vez de aprovechar el mundo pastoril gauchesco que todavía existía en la parte norte del país.

Allí enmarcamos a los Sonetos vascos, con esta modalidad; poemas pastoriles, fundamentalmente descriptivos, y su visión, al decir de Ana Victoria Mondada, es “más objetiva que la que ofrecen otras zonas de su creación”.

El soneto “Vizcaya” (Bizkaia, en vasco) fue considerado en su época como una de las mejores poesías publicadas en la famosa Bohemia, Revista de Arte, en Montevideo, el 1 de enero de 1909, en las páginas 14 y 15. También “El caudillo” fue publicado junto con “Viscaya” bajo esta leyenda: “Sonetos inéditos del libro en preparación Sonetos vascos”. Estaban acompañados de dos dibujos en colores de Orestes Acquarone y con enorme placer comparto con los lectores:

    Vizcaya

    Al pie de sus fruncidos campanarios, madura
    Vizcaya sus chillonas primaveras de infantes;
    los muros haraposos, antiguos mendicantes,
    duelen en una terca limosna de dulzura…

    Pifanos y panderos… Molinos de aventura…
    Chalecos que denotan en rojos insultantes.
    La danza de las boinas rechina sus desplantes,
    al viento de la patria que ruge de bravura.

    Con el oso adivino y la mona burlesca,
    abre el titiritero rostros despavoridos…
    La indumentaria aúlla duelos de antigua gresca:

    raptos galantes, curas, infantes y bandidos…
    Y la jerga que estira la vocal pintoresca
    Latiguea en “redioses”, guturales chasquidos.

    
    El caudillo

    Reciamente miraron siempre al destino bizco
    sus diez lustros nivosos, ebrios de joven Mayo;
    y en el crespo entrevero, despojándose el sayo,
    ordenó: “¡Fuera pólvoras! ¡A puñada y mordisco!”.

    Nadie ajusta una barra, nadie bota un pedrisco,
    Ni la cáustica fusta zigzaguea en un rayo,
    como el ancho caudillo, que en honor de Pelayo
    cabalgara montañas, fabuloso y arisco.

    Ya que baile o que ría, ya que ruja o que cante,
    en la lid o en la gresca, nadie atreve un desplante.
    Nadie erige tan noble rebelión como el vasco,

    y sobre esa leonina majestad que le orla,
    le revienta la boina de valor, como un casco
    que tuviera por mecha encendida la borla!…






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