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viernes, 29 de noviembre de 2019

Iraeta | Hemorragia Digestiva

La diplomacia de Pedro Sánchez en lo que se refiere a la labor de formar gobierno tiene toda la sutileza de un elefante en una vidriería.

El único que no parece dar cuento de ello es Urkullu el Gris.

A él precisamente le dedicamos este texto que hemos encontrado en Naiz:


Josu Iraeta | Escritor

En la historia de España, más allá de lo que han supuesto los diferentes regímenes o sistemas políticos, unos más longevos que otros, lo cierto es que lo que pervive y destaca es el evidente fracaso de su permanente centralismo. A lo largo de la historia, España ha cometido los mayores atropellos, buscando la desaparición de las viejas e ilustres nacionalidades peninsulares, de sus culturas, de sus idiomas, de sus costumbres políticas y jurídicas. También de sus geografías diferenciales, de sus economías propias y peculiares, de sus formas de ser y hasta de vivir.

A pesar de lo que dicen los libros de texto, la decadencia de España como Estado sin raíz popular, tuvo inicio con los Reyes Católicos. El error consistió en pretender «domar a Galicia por el rigor del castigo». Arrasó las tierras gallegas, descabezó su administración expulsando a sus dirigentes, y buscó con ahínco eliminar tanto su lengua como su cultura.

El duro castigo sufrido por el pueblo gallego a lo largo de 500 años (hoy hay evidentes muestras de ello), no es sino un ejemplo de la negra historia de España, que como Estado centralista ha ensayado todas las formas conocidas de gobierno y ha fracasado en todas. Las monarquías cesaristas de los Austrias, la absolutista de los Borbones, el despotismo ilustrado con Carlos III, también la monarquía pseudo democrática-constitucional, incluidos, cómo no, «los cuartelazos».

España, como Estado centralista, ha puesto en práctica toda forma de dictadura civil o militar, desde el Conde Duque, hasta la de Franco, pasando por las de Narváez y Primo de Rivera, y siempre fracasó.

Esta terrible y negra historia es difícilmente compatible con una democracia real, de ahí la situación actual –no solo– de Galicia, Catalunya y Euskal Herria, también del resto del Estado. Para España debiera ser recomendable revisar su historia, volver la mirada a su «Imperio» y estudiar las razones de su decadencia.

Una vez expuestas las bases reales en las que se sustenta el llamado Estado español, y ahora que parece nos aproximamos a «otra» supuesta y nueva transición política, quienes pretendemos de verdad, un nuevo marco de relaciones con el Estado español, observamos que tras cuarenta largos años, los mismos de entonces, preparan hoy un escenario en el que priorizan, –también como entonces– mantener e interpretar la gestión de lo que desde Madrid permita el nacionalismo español (PP-PSOE), al desarrollo de su verdadero peso específico, en un marco libre y soberano.

Estoy refiriéndome al PNV del Sr. Urkullu, que pretende reeditar una situación similar a la que protagonizaron José A. Agirre y el socialista Indalecio Prieto, hace ya más de medio siglo. El PNV es consciente, como lo somos muchos, de que el gobierno que surja –si surge– , no estará «dotado», como no lo estuvieron sus precedentes, de la convicción democrática necesaria que permita aceptar y respetar la voluntad del pueblo vasco, libre y democráticamente expresada. Más claro, no estará capacitado para afrontar la caducidad del modelo de Estado.

De cualquier forma, no es previsible que hasta las próximas elecciones en la CAV, se concreten acuerdos de índole trascendente. El panorama político actual, no recomienda a los «presuntos» copartícipes del próximo Gobierno de Lakua, veleidades que frenarían sin duda los objetivos partidistas de ambas formaciones, que, –tengámoslo presente– permanecen cubiertos por densa bruma.

Respecto al PNV, hay que aceptar que conoce de sobra el camino. No le interesa que cambie nada, pues mientras en Madrid haya alguien dispuesto a «morder» a la izquierda abertzale, su trabajo se simplifica mucho. Empujar con la reforma estatutaria, buscando generar contradicciones entre quienes apoyan su propuesta solo parcialmente, además de provocar una «cierta tensión» con La Moncloa, lo que buscan es el enfrentamiento con la izquierda abertzale.

En mi opinión, esa es la razón por la que el Sr. Urkullu utiliza al «locuaz» presidente de su organización, tratando desde Lakua, de marcar distancias con la izquierda abertzale, cuestionando su capacidad política y democrática.

Opino que el Sr. Urkullu debiera ser más comedido al lanzar a su presidente a las «fauces de los medios» ya que la hemorragia digestiva que padece, es una patología de riesgo evidente. Máxime en un organismo tan castigado por el trabajo intelectual.

Si dejamos en un segundo plano el delicado estado de salud de su presidente, y nos ceñimos a su larga historia, no puede negarse que el PNV sabe que con unos retoques vistosos al Estatuto actual y manteniendo su «firmeza amistosa» con Madrid, lo ratifican como un valedor posibilista. Y esta «música» –hasta hoy– siempre tuvo muchos danzantes.

En la izquierda abertzale pensamos que ha llegado la hora, en que el PNV debe superar la influencia del pensamiento regionalista, abandonando su ambigua postura ante el futuro de la construcción de Euskal Herria. Porque el pueblo vasco no puede cimentar su futuro en función de una alternancia en La Moncloa más o menos retrógrada.

Creo que ha llegado el momento de la verdad, de conjugar los objetivos reales y necesarios, con el desarrollo de la acción política. Se deben explorar fórmulas –que las hay– que sin duda permitirían fortalecer las raíces de un proyecto, con el que poder sentarnos representando a una inmensa mayoría de la sociedad vasca.

No es entendible que quienes están ejecutando una obra civil de máxima tecnología, persistan en la «validez política» de un sedimento de Francisco Franco.






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