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martes, 19 de noviembre de 2019

Refugiados Vascos y Propaganda Franquista

Desde las páginas de El Diario traemos a ustedes este extraordinario reportaje que pone de manifiesto a que punto llegó la comunión entre el franquismo y el nazismo.

De antemano les decimos que el texto es más que digno de la etiqueta Kurlansky.

Adelante, disfruten la lectura:


Asociación Sancho de Beurko

Las historias que quedan en el olvido muy de vez en cuando surgen de modo espontáneo, unas veces a borbotones, otras solo nos permiten ver un poco, pero pocas veces lo hacen como consecuencia del conflicto de egos entre dos literatos empeñados en zaherirse como Curzio Malaparte y el conde Agustín de Foxá, como señalaron en su libro “Combatientes vascos en la Segunda Guerra Mundial” (Desperta Ferro Ediciones, 2018 [1]) Guillermo Tabernilla —uno de los autores de este blog— y Ander González. Malaparte, el talentoso y rebelde escritor italiano cuyo nombre real era Kurt Erich Suckert, y el aristócrata español (igualmente, un escritor muy notable) coincidieron en una Finlandia en guerra a finales de 1941. Foxá, falangista de primera hora que escribió parte de la letra del “Cara al sol” y diplomático de carrera, ejercía en Helsinki de encargado de negocios de la embajada, pero en aquel momento era el único representante de una España que, recién salida de una cruenta guerra civil, compartía con la lejana Finlandia poco o nada, viéndose en la tesitura de tener que lidiar con un problema que surgió de repente cuando se encontró con la noticia de la presencia de hasta 21 niños de la guerra (principalmente vascos y asturianos) entre los miles de prisioneros rusos que el ejército finés había capturado en los primeros compases de la Segunda Guerra Mundial (SGM) en el frente del Este. En realidad, para los fineses no era más que la guerra de continuación (así se llamó precisamente, para diferenciarla de la anterior: Guerra de Invierno o Talvisota), un conflicto territorial por la disputa de Carelia con la Unión Soviética en el que Finlandia, el único país democrático que tuvo una alianza con la Alemania nazi, aprovechó la llamada Operación Barbarroja (la invasión de la Unión Soviética por parte de las fuerzas del Eje) para resolver a su favor la cuestión fronteriza, lanzando sus fuerzas a una ofensiva que pilló a los soviéticos entre dos fuegos.

Pero empecemos por el principio. Esta historia comenzó en 1937, durante la Guerra Civil Española, en los puertos de Santurtzi y Gijón, desde los que partieron hacia la URSS sendas expediciones de niños —2.565 más su personal de apoyo— al final del frente norte (de otras partes de la España republicana partirían más, pero de mucha menor entidad). Cuatro años después de su llegada, quedaban en Leningrado, la llamada ciudad de los zares (actualmente ha retomado su antiguo nombre de San Petersburgo), más de un centenar de muchachos y muchachas alojados en la casa de jóvenes del nº 49 de la calle Mozhaiskaya. Se trataba de los mayores de 14 años (con edades hasta los 18 años) que habían sido seleccionados por sus aptitudes para recibir una formación técnica o profesional. Cuando, saltándose su pacto de no agresión, Adolf Hitler lanzó a sus divisiones contra la URSS el 22 de junio de 1941, el Ejército Rojo sufrió unas pérdidas incalculables en hombres y material y en Leningrado hubo que movilizar al pueblo, creándose en apenas un mes tres divisiones de milicias. Toda la ciudad se imbuyó del espíritu de las grandes gestas revolucionarias, que alcanzó a toda la población y tuvo grandísimo eco en todas las fábricas de su cinturón industrial en atención a la fuerza que allí tenía el movimiento obrero. Por supuesto, los miembros de la casa de jóvenes no fueron ajenos a este fervor y todos los que pudieron hacerlo —incluso mintiendo sobre su edad como dijo Maximino Roda al ser entrevistado por Tabernilla y González, hasta contabilizar un número cercano a los 76—  se incorporaron voluntarios al 3º Regimiento de la 3ª División de las Milicias del Pueblo, constituyendo un caso especial de entre todos los españoles que lucharon con los soviéticos en la Segunda Guerra Mundial, en primer lugar por su extrema juventud, en segundo por estar en una misma unidad (caso que solo se dio en la 4ª Compañía del OMSBON, siglas que corresponden a otdel’naya motostrel’kovaya brigada osobogo naznacheniya, o brigada motorizada independiente de fusileros de designación especial) y en tercer y último porque este alistamiento, tan temprano, fue ajeno al control de los líderes del Partido Comunista de España, que acabarían prohibiendo la incorporación de los exiliados republicanos a las filas del Ejército Rojo, aunque no lo conseguirían del todo, pues fueron muchos los que combatieron hasta el final de la guerra. Con apenas unos días de instrucción, los jóvenes partieron hacia Carelia desde la estación Finlyandsky y a primeros de agosto de 1941 ya combatían duramente con los fineses en la zona de Syandeba, donde muchos dejarían la vida (2). Durante cinco semanas de lucha en una tierra de bosques y pantanos, la 3ª División de Milicias del Pueblo, mal armada y equipada y peor formada, mermada por las numerosas bajas, consiguió evitar ser destruida en varias ocasiones, llegando hasta su destino final en Petrozavodsk, la capital de la Carelia rusa, siendo cercada y aniquilada el día 1 de octubre de 1941. En los campos fineses llegaron a  concentrarse durante la SGM hasta 64.000 prisioneros de guerra soviéticos, de los que 19.000 fallecieron en el cautiverio, lo que da idea del maltrato al que fueron sometidos.

Malaparte, que estaba en Finlandia como corresponsal del periódico italiano Corriere della Sera, dejaría constancia algunos años después durante su estancia en París (publicado como obra póstuma con el título “Diario de un extranjero en París”) que tuvo conocimiento a través del teniente general finés Öhquist de la presencia de 18 jóvenes españoles, pero como escribía dejándose llevar de sus recuerdos las cifras y las fechas bailaban en su cabeza de manera inexacta; empero, la secuencia cronológica real nos la iba dando la prensa española de la época, concretamente el ABC, que se hacía eco de la presencia de aquellos jóvenes en Finlandia según el gobierno de aquel país comunicaba a los representantes diplomáticos españoles —es decir, Foxá— las noticias de su captura, llegando a concentrar a 15 de ellos en el campo de Nastola (a 100 kilómetros al norte de Helsinki) mientras que otro se encontraba con Foxá y al menos otros cinco en diferentes campos y hospitales; el resto estaban desaparecidos o muertos en Carelia. A partir del momento en que tuvo conocimiento de aquello, Malaparte se inmiscuyó —o al menos eso dice, no tenemos por qué dudarlo— en esta cuestión, convirtiéndose en una suerte de interlocutor preocupado por el destino de aquellos jóvenes que presiona inmisericorde a Foxá hasta obligarle a acudir a Nastola en dos ocasiones. Por su parte, el diplomático español transmitiría la información deliberadamente manipulada en su doble vertiente de diplomático y escritor, hasta llegar prácticamente a solapar ambas, como tuvieron ocasión de comprobar Tabernilla y González en los documentos depositados en el Archivo General de la Administración (AGA): la oficial, a través de un informe transmitido a Madrid el 24 de noviembre de 1941, y la pública, por medio del artículo publicado en Arriba cinco días después, lo que nos dice mucho de la prisa que tenía por publicar la primicia.

Y decimos manipulada porque hace un relato falso de aquellos jóvenes, a los que describe como movilizados con engaños, maltratados por los prisioneros rusos y deseosos de regresar a España, siendo precisamente esta última cuestión, cuando conocemos la firmeza de sus ideales comunistas, la que menos se comprende, ya que tardaron más de un año en ser repatriados. Llegar a entender esta última cuestión requería tratar los documentos oficiales con espíritu crítico, pues lo verdaderamente importante aquí es la historia. Una historia que no interesó, más allá de lo meramente anecdótico, a ninguno de los críticos literarios y columnistas que escribieron sobre ella a raíz de la publicación de la edición española de “Diario de un extranjero en París”, más interesados en destacar la polémica que une a Foxá y Malaparte desde que este último publicase su célebre novela Kaputt, en un contexto actual de cierta reivindicación de la obra del talentoso aristócrata, estigmatizado por apologista del régimen franquista. Ante todo, una cuestión de egos que no puede ocultar las grandes coincidencias que ambos tenían, empezando por la excelente amistad que mantuvieron durante su estancia en Finlandia, en la que sin duda se explayarían a gusto sin molestarse en ocultar un profundo espíritu crítico que les convertiría en personas molestas para el sistema. Pero estamos totalmente seguros de que en cuanto a vanidad, a decir de sus biógrafos, el español no le hacía ninguna sombra al italiano (de hecho, ni se le acercaba), que era un verdadero espíritu contradictorio que cultivó la amistad de Mussolini y terminó abrazando el comunismo.

Es precisamente en “Diario de un extranjero...” donde el relato de Malaparte  —en cuyo ánimo está sin duda desacreditar a Foxá, a quien sabe burlado por el éxito de Kapput, en la que el italiano le dedica una atención especial, tachándole de “cruel y funesto, como todo buen español”— completa esta historia de una manera creíble, sirviéndose de la ironía e incluso el sarcasmo para despreciar al diplomático franquista con franca enemistad, arrojando luz sobre una situación (la de los muchachos españoles, víctimas inocentes de una historia en la que no han tenido más decisión que la de alistarse en las milicias de Leningrado) que sabe que le dejará en mal lugar, aunque paradójicamente fuese publicada cuando ambos ya habían muerto. Y es que la cuestión de por qué los jóvenes tardaron tanto en regresar a España tenía que ver tanto con su resistencia (según Malaparte, se negaban a reconocer a Franco, a pesar de las amenazas sufridas durante el cautiverio), como con el momento elegido por la diplomacia española, ya que se les quería hacer coincidir con la visita a Berlín del ministro José Luis Arrese, cuestión que Malaparte desconocía y que tanto Tabernilla como González demostraron cotejando los documentos oficiales depositados en el AGA y la prensa de la época.

El grupo que fue enviado a Alemania a comienzos de 1943 estaba formado por 18 jóvenes, que se fotografiaron en Helsinki con el vicecónsul Rafael Sánchez antes de embarcar en una imagen que publicamos aquí en verdadera primicia: Eduardo Díez (Barakaldo, 1923), Luciano García (Laviana, 1924), Francisco Justo (Donostia, 1923), Luciano Linares (Barakaldo, 1924), Manuel Méndez (Gallarta, 1925), Melquiades Menéndez (Gijón, 1924), Enrique Palacín (Bilbao, 1924), Florentino Pérez (Oviedo, 1925), José Manuel Quintín (Gijón, 1926), Luis Suárez (Oviedo, 1923), Joaquín Ubierna (Errenteria, 1922), Luis Vega (Sama de Langreo), Rubén Vicario (Barakaldo, 1923), Esteban Echevarría (Bilbao, 1923), José María Mendiologoitia (Bilbao, 1924), Leandro Rodríguez (Bilbao, 1922), Ángel Herrero (León, 1923) y José Larrarte (Donostia, 1923). Faltaban Antonio Ibáñez (Orduña, 1925) y Jesús Erice (Donostia, 1924), fallecidos durante el cautiverio en Finlandia, Manuel Recarey Gardeta (Errenteria, 1923), quien podía estar aún hospitalizado en Finlandia, y Celestino Fernández-Miranda (Oviedo, 1924), que fue el primero en regresar a España (3). Sin embargo, el viaje, que fue ordenado el 13 de enero de 1943 para hacerlo coincidir con la visita a Berlín del ministro-secretario general de FET y de las JONS José Luis Arrese, se vio retrasado hasta el 26 de enero por una avería en las máquinas del barco que debía llevarlos hasta Estocolmo, día en que este finalizaba su visita al Reich. Por lo que no pudo rentabilizar políticamente aquella gestión, como sin duda era su deseo, al menos para reforzar su posición en el gabinete, pues es sabido que omitió consultar al propio ministro de Exteriores, Francisco Gómez-Jordana, sobre su intención de acudir a Berlín para entrevistarse con Hitler.

De hecho, los jóvenes no pudieron llegar a Estocolmo hasta la tarde del 27 de enero de 1943, y tras un efímero tránsito por Alemania llegaron hasta la localidad francesa de Metz, donde les esperaban otros tres que habían sido capturados por los alemanes en el área de Leningrado: Isidora Laregui Espina (Barakaldo, 1925), Nestor Rapp Lantarón (Reinosa, 1927) y Roberto Montes Rodríguez (Gijón, 1925). Los acompañó en este viaje el responsable de Falange en Escandinavia Joaquín Herráiz, ya que Foxá no estuvo presente en estas gestiones por encontrarse ausente. A partir de ahí, se hizo el silencio informativo y ya ningún medio de prensa español cubriría el regreso de los muchachos. Es evidente que la cuestión había estado desde el principio unida al viaje de Arrese y al no poder coincidir físicamente con ellos se perdió la oportunidad de instrumentalizarla de modo favorable a su política abiertamente pronazi con un golpe de efecto fuertemente propagandístico. No olvidemos que fue el ministro que llegó a pedir a Francisco Franco el envío de 300.000 divisionarios al frente ruso. La derrota de Alemania en 1945 llevó aparejada la destitución de Arrese, al igual que sucedió con muchos otros germanófilos, que pasó al ostracismo hasta su regreso al gobierno en 1956. Nada que ver con lo que tuvieron que pasar aquellos muchachos cuando regresaron a un país que apenas reconocían, sintiéndose víctimas de una situación injusta e instrumentalizados, primero, y después abandonados por una maquinaria política que nunca supo, realmente, qué hacer con ellos, sufriendo padecimientos y marginalidad en una España que solo conocía la miseria. Ellos, junto a 13 niños y su profesora capturados por los alemanes en su avance por la Unión Soviética, fueron los primeros en retornar, y también los más desconocidos por la historiografía, ya que los siguientes no llegarían hasta el bienio 1956-1957.

(1)https://www.despertaferro-ediciones.com/revistas/numero/combatientes-vascos-en-la-segunda-guerra-mundial/

(2) En las cercanías del Monasterio de la Asunción en Syandeba han aparecido recientemente los cadáveres de varios combatientes de la 3ª División de Milicias del Pueblo de Leningrado fallecidos durante los combates del verano de 1941, entre ellos el de Martín Peña (Bolueta, 1923) y últimamente hemos recibido noticias del hallazgo del de Ignacio Moro (Bilbao, 1924). La madre Bárbara, al frente de sus monjas, lidera las iniciativas para poner en valor la memoria de los niños de la guerra muertos en Carelia. Este año se ha inaugurado un monumento en su memoria con presencia de familiares, amigos y representantes diplomáticos

(3) Los 18 que viajaron de Finlandia a Alemania constan en la documentación depositada en el Archivo de la Administración (AGA, Alcalá de Henares), son tres más de los que aparecen en el libro “Combatientes vascos en la Segunda Guerra Mundial”.






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