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miércoles, 20 de noviembre de 2019

Colonización Genocida

Recientes sucesos referentes al conflicto generado por la ocupación ilegítima de Palestina por parte del sionismo son aclarados en este extraordinario reportaje dado a conocer por El Periódico:


Washington apoya el siguiente paso natural del sionismo: la anexión de los asentamientos

Joan Cañete Bayle

«Todo Israel es una colonia», gritaban los colonos a las fuerzas de seguridad israelíes en el 2005, cuando Ariel Sharon ordenó el desalojo de los asentamientos de la Franja de Gaza, única vez desde el inicio del conflicto que Israel ha abandonado colonias construidas en territorio palestino. Se referían a que tan parte de Israel era el bloque de Gush Katif como Tel-Aviv, y reclamaban el apoyo de sus conciudadanos. Muchos palestinos también lo ven así, aunque por razones opuestas, para denunciar el carácter colonial del proyecto sionista. Razón no les falta a los colonos, en la historia del proyecto sionista en la Palestina del mandato británico –Eretz Israel en la terminología sionista– la colonización es una piedra angular. La primera colonia formada por judíos que huían de los pogromos en el este de Europa se fundó en 1882 (Rishon L’Zion, una comunidad agrícola); la última, es el enésimo plan de ampliación de expansión de las colonias de Binyamin Netanyahu.

En el principio, todo fueron colonias. Esas colonias se constituyeron en un Estado en 1948.  Unos 500.000 judíos llegados en su mayoría en diferentes oleadas migratorias y 400.000 árabes  componían la población de ese territorio. Ese Israel no incluía Jerusalén Este, Cisjordania y la Franja de Gaza. La línea del armisticio de la guerra de 1948 se convirtió en la Línea Verde, que acabó siendo la frontera internacionalmente reconocida. Tras la Guerra de los Seis Días, Israel ocupó todo el terreno de la Palestina del mandato británico (y el Sinaí y el Golán). Pero, a diferencia de 1948, no se lo anexionó, con la excepción de Jerusalén, para no tener que asimilar la población palestina de Gaza y Cisjordania y poner en riesgo así la mayoría demográfica judía. El problema siempre ha sido que el lema «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra» es falso. En Palestina había palestinos, en 1882, en 1917, en 1948, en 1967 y hoy. En lugar de la anexión, Israel eligió la ocupación, condenada por varias resoluciones de la ONU. Nacieron los territorios palestinos ocupados Y, voraz, Israel siguió apoderándose de tierra.

Desde 1967, bajo gobiernos de todo tipo, las colonias se han expandido. Según cifras de la ONG israelí B’Tselem, desde la guerra de 1967 hasta el 2016 se establecieron más de 200 asentamientos en Cisjordania, 127 de los cuales son  reconocidos por el Ministerio del Interior israelí y un centenar son aquellos construidos sin autorización pero que cuentan con el apoyo gubernamental (servicios como agua y electricidad, y protección militar).  Ilegales, diga lo que diga Estados Unidos, lo son todos para la legislación internacional. Las colonias de Cisjordania no son una aventura individual, sino la aplicación lógica del proyecto sionista que considera que Eretz Israel pertenece solo al pueblo judío.

La colonización adopta muchas caras, es una deliberada  política de Estado. El colono radical ultranacionalista y, a veces, ultrareligioso, es solo uno de estos rostros. Hay  más: recalificación de tierra palestina para convertirla en espacios públicos, naturales y zonas verdes; expropiación por motivos de seguridad (el muro) y militares (bases) o para construir infraestructuras (carreteras); adquisición de las tierras de los palestinos que se convirtieron en refugiados; destrucción de casas palestinas por incumplir normativas redactadas después de su construcción; normas y ordenanzas que impiden el crecimiento de las comunidades palestinas; expropiación de tierras para garantizar el crecimiento de los asentamientos...

Visto en perspectiva y de forma lineal, el proyecto sionista es una historia de éxito desde Rishon L’Zion hasta hoy. La tierra y la mayoría demográfica judía en esa tierra son los dos pilares de la  empresa. Tras cada punto de inflexión (1948, 1967), Israel ha profundizado en la ocupación, coherente con el objetivo sionista de controlar todo Eretz Israel. Tras el desmoronamiento de la arquitectura de Oslo (lento pero inexorable), el paso lógico es la anexión de gran parte de Cisjordania. Al mainstream sionista en Israel y Estados Unidos ya no le incomoda la idea de gestionar la vida de miles de palestinos en pequeños enclaves como ciudadanos de segunda. Porque al anexionarse la tierra, se queda a los palestinos que, tozudos, se resisten a irse.
Trump y Netanyahu

Tampoco le incomoda la idea a Washington. Es tentadora la noción de que Donald Trump le echa una mano a Netanyahu. Algo de eso hay. Pero las tendencias del conflicto son las que son, con Trump o sin Trump. Son básicamente dos. Para la primera, cabe citar a Trump: la solución de los dos Estados está muerta. Para la segunda, a John Kerry: «El plan de los dos Estados es la única forma de asegurar el futuro de Israel como Estado judío y democrático». Porque en Palestina, hay palestinos.  Si dos poblaciones viven en un mismo territorio y se les aplica diferentes leyes, ese sistema tiene un nombre que no gusta nada a Israel. Jimmy Carter lo llamó apartheid. Eso es lo que apoya Washington con su decisión sobre las colonias. Muchos amigos de Israel están hoy más preocupados que ayer.






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