A veinte años de su asesinato a manos de paramilitares colombianos al servicio de la genocida oligarquía de ese país, traemos a ustedes esta semblanza que ha sido publicada en el portal de Colombia Plural.
Lean por favor:
Iñigo Egiluz, cooperación no colonial
Jesús Alfonso Flórez LópezPara refrescar la memoria, el 18 de noviembre de 1999, hace 20 años, la comisión humanitaria integrada por la organización Mundubat, la Diócesis de Quibdó y la Corporación Jurídica Libertad, que procedía de las comunidades víctimas del conflicto armado ubicadas en los municipios de Murindó, Vigía del Fuerte (Antioquia) y Bojayá (Chocó) fue víctima de un ataque perpetrado por paramilitares a orillas del río Atrato en la ciudad de Quibdó-Chocó. En este ataque realizado en abierta connivencia con el Departamento Administrativo de Seguridad-DAS y la Fuerza Pública de Colombia, murieron el sacerdote católico Jorge Luis Mazo y el cooperante vasco Iñigo Egiluz Tellería.
Con Iñigo podemos tener un retrato de lo que significa ser cooperante internacional en un contexto de graves violaciones de los Derechos Humanos e infracciones al Derecho Internacional Humanitario, dentro de un conflicto armado interno, como en Colombia a finales de los años 90 del siglo pasado, tiempo en el cual Iñigo vivió sus últimos 6 meses de vida entre el río Atrato (Chocó) y el oriente de Antioquia.
¿Qué visión de cooperante encarnó Iñigo?
Tuvo claro que su labor principal era apoyar el proceso comunitario y organizativo de los pueblos indígenas, afrocolombianos y campesinos. Es decir, su meta no era la ejecución de un proyecto en sí mismo, sino su inserción en los proyectos de vida de estas comunidades.
Asumió que la principal enseñanza que traía era aprender de las comunidades y sus organizaciones. Lo cual contrastaba con la visión colonialista de quien parte del centro europeo a impartir conocimientos, suponiendo que en el “Sur” solo hay ignorancia.
Comprendió que la Ayuda Humanitaria a las víctimas del conflicto armado se ha de fundamentar en las protección de los Derechos Humanos, pues no se trata de quedarse en la supuesta “neutralidad” de la ayuda, sino en optar por la garantía y dignidad de la vida de todas las víctimas.
Realizó su labor de cooperación como expresión de la solidaridad de los pueblos y no como una obra de beneficencia de países pudientes a sociedades empobrecidas. Esa solidaridad Iñigo la supo tejer desde su propia experiencia de pueblo enajenado (Euskal Herria) en busca de su plena autodeterminación, de igual manera como lo reivindican los pueblos indígenas de América que siguen en resistencia ante un colonialismo prolongado.
Este muy breve retrato de un cooperante internacional como Iñigo, que ofrendó su vida y la selló con su sangre, uniéndose al incesante dolor de los pueblos del río Atrato, por la continua ocupación de los intereses del capital que quiere penetrar hasta el último palmo del bosque húmedo tropical, para extraer todo lo que le es útil, incluido los genes, impulsando y promoviendo una guerra que le es funcional a ese propósito, nos convoca a revisar la cooperación que se espera para Colombia.
De manera concreta, hoy más que nunca, esa labor de los Estados y de la Sociedad Civil que coopera ha de seguir esta línea de la solidaridad con los pueblos, para que contribuyan a consolidar el camino de la Paz con justicia social, de tal manera que se haga una acción mancomunada ante el Estado colombiano para que asuma con coherencia, en su discurso y práctica, la construcción de la Paz como bien supremo.
Cooperar como Iñigo para que se avance en equidad entre los pueblos y no una “ayuda” que, mediante acciones de beneficencia acompasadas de “cooperación bilateral”, profundiza las asimetrías y favorece exclusivamente la profundización del modelo neoliberal, el cual necesita víctimas para el crecimiento del fetiche del capital.
En suma, ser cooperante al estilo de Iñigo, es sentir el dolor de quien requiere la cooperación, para unirse a su proyecto de vida, para no caer en el peligro de la tecnocracia de la “ayuda al desarrollo”.
**Antropólogo, teólogo y doctor en Antropología. Exdirectivo de la UNICLARETIANA. Acompañante por más de 25 años a pueblos indígenas y comunidades afrocolombianas en el Pacífico. En la actualidad Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Occidente en Cali y asesor de la Comisión Interétnica de la Verdad del Pacífico (CIVP).
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