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sábado, 16 de noviembre de 2019

Egaña | Manzanas y Palomo

Desde el muro de Iñaki Egaña en Facebook traemos a ustedes este texto en el que queda bien claro el tema de la utilización de la tortura como pieza fundamental en la estrategia de terrorismo de estado implementado por Madrid en Euskal Herria:

Manzanas y Palomo
Iñaki Egaña

Hay una frivolización de la tortura, como si fuera un delito menor, alejado de los grandes crímenes y entendible en situaciones enconadas. Hay una banalización que la encuadra en un delito ajeno a la marcha democrática y la etiqueta como si se tratara de una excepción que confirma la regla de la inmaculada concepción.

Hay un manto sobre la tortura porque para que la misma se haya prolongado sistemáticamente durante tantas décadas, ha hecho falta la coparticipación, el apoyo explícito o implícito, de decenas de actores paralelos, desde agentes políticos a medios periodísticos. El secretario general de Amnesty Internacional señaló hace unos años que cuando un Gobierno permite su uso, “nadie está a salvo”. Muchos han sido los torturadores y quienes les han jaleado.

Y hoy, siglo XXI, con una supuesta profundización en el ejercicio de los derechos humanos, con esa pulcritud que nos lleva a afirmar que la ética forma parte de la ecuación política, la cuestión de la tortura sigue siendo una asignatura pendiente. Alguna institución, como el Gobierno de Gasteiz, ha realizado un informe, de gran valor simbólico sin duda, pero sin visos de continuidad. Con el agravante de que las terribles conclusiones de ese informe elaborado por el IVAC no van a tener consecuencias.

Es más, seguimos observando que conocidos torturadores siguen teniendo reconocimiento y apoyo corporativo, tanto desde instituciones españolas como vascas. Dos ejemplos para ilustrar la afirmación. El primero el de Melitón Manzanas, muerto por ETA en 1968. En 2001, 33 años después de su muerte, el Gobierno español le concedió una condecoración a título póstumo, la medalla al Mérito Civil. Esta condecoración fue considerada indigna por sus víctimas que alimentaron una asociación con el objeto de denunciar públicamente el premio.

De Melitón Manzanas no hay mucho que describir. Pero tiene mucha carga simbólica el que su nombre se haya estampado en la sede gubernamental donostiarra (comisaría de policía) a modo de homenaje, donde precisamente ejercía su labor. En los meses simultáneos a su muerte, Mertxe Antxeta, Javier Escalada, José Mari Quesada, Vicente Lertxundi y Antonio Goñi fallecieron a consecuencia de torturas. Cuatro de ellos en Donostia, donde por cierto no existe placa o referencia a cualquiera de ellos.

Pero sí, en cambio, una placa en honor del subinspector Antonio Palomo Pérez, también muerto en atentado como Manzanas, esta vez en 1976. Una placa que ha generado debate por tratarse de un atentado preconstitucional, amnistiado, de la época franquista y que ahora ha sido recuperado por la alcaldía donostiarra generando un enfado notorio entre las víctimas precisamente de la dictadura.

Antonio Palomo acompañaba en escolta a Juan María Araluce Villar. Su nombre aparece en diversos informes sobre la tortura conservados en el Archivo de los Benedictinos de Lazkao. Sé de buena tinta que alguna de sus víctimas ha escrito al alcalde donostiarra indignada por el tratamiento honorifico recibido por el comisario. Como en el caso de Araluce Villar, por comparación. Por mostrar una falsa equidistancia. No ha recibido respuesta alguna.

Hemos llegado a un punto donde la época franquista se equipara con la posterior. Y eso es un escándalo de gran magnitud, porque se hace el juego precisamente al franquismo, y por extensión a sus sucesores. En cierta ocasión, reunido con responsables gubernamentales autonómicos, les comenté que era sencillo ponerse de acuerdo en una lectura histórica, contextual y memorialística hasta 1978. Pequé de ingenuidad, porque tampoco esa sencilla lectura común es posible. Por la sencilla razón que incluso esos años son utilizados para enfrentar los proyectos revolucionarios de entonces, incluidos los de la izquierda abertzale, con el presente y el futuro político.

¿Se imaginan que los torturadores de Lauaxeta, Aitzol o Zugazabeitia fueron homenajeados? Yo tampoco. Pero hay, sin embargo, un ejercicio inmoral. Si las víctimas de esos torturadores no tienen que ver con los partidos históricos prohibidos por el franquismo (me refiero al PNV, PSOE o PCE), la lectura es distinta. Cuando las víctimas fueron de LKI, ETA, CAA, EMK, EGI, ORT… parece como si sus derechos descendieran, como si su proyecto de revolución social les hiciera acreedores de desgracias, como si sus verdugos únicamente cumplieran su papel. Como me dijo en cierta ocasión un vecino franquista: “ellos se lo buscaron”.

Y así se están validando versiones inverosímiles, se están dando por buenos los oficios policiales, se banaliza la tortura, se ahonda en la impunidad histórica y se asea el pasado, es decir, la dictadura y la sistemática conculcación de derechos humanos. En esta banalización, hace poco tuve ocasión de leer el informe del Gobierno vasco sobre la desaparición en marzo de 1973 de tres agentes de aduanas gallegos en Donibane Lohizune (José Fouz, Jorge García y Fernando Quiroga).

La fuente única de este informe, plagado de mentiras, era un famoso periodista llamado Alfredo Semprún que en las décadas de 1960 y 1970, fabulaba sus crónicas sobre Euskal Herria como si se encontrara en “El corazón de las tinieblas”. La credibilidad de Semprún, para el PNV de 1970 era cero. Al parecer, para el equipo de Jonan Fernández de 2019, es máxima. Y ese cambio, del blanco al negro, tiene como razón la reflexión anterior. Toda vale para denostar al adversario político, aunque provenga del enemigo político.

El uso permanente y continuado del pasado para atizar al adversario político (realizado por PNV, PSOE y PP) está creando este tipo de aberraciones. Y, al parecer, aún no hemos tocado fondo. Hay, evidentemente, muchas responsabilidades a repartir, muchos huecos que cubrir en la investigación. Pero hay otra serie de verdades que están asentadas hace tiempo: la tortura ha sido sistemática, los torturadores son la antítesis de la democracia y el franquismo fue una dictadura. Esas son las primeras tablas para medir el pasado.






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