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miércoles, 13 de noviembre de 2019

Maravillaremos al Mundo

Desde Noticias de Navarra traemos a ustedes este interesante texto acerca de conceptos que a menudo son tergiversados en detrimento de los derechos civiles y políticos de las naciones sin estado:


Borja Irizar Acillona

Los Estados que conocemos en la actualidad, fueron creados durante el siglo XIX, con excepción de Inglaterra, luego Reino Unido, que contenía una forma de Estado desde finales del siglo XVII. Alemania 1871, España 1841, Italia 1871, Bélgica 1830 son algunos ejemplos. Su creación producto de la aparición del nacionalismo como movimiento social organizó un nuevo mapa político europeo. En ese proceso, muchas de las naciones europeas históricas, dotadas de todos los elementos característicos de la definición tradicional de nación, fueron absorbidas como partes indivisibles de un todo, que se consideraba único y prevalente. Los vascos no fuimos una excepción.

El nacionalismo basó su éxito, en la sustitución de las identidades colectivas religiosas y lealistas, propias de toda la edad media y los siglos XVI a XVIII, por otras nuevas. Siendo creadas estas, en la necesidad de formular conceptos de legitimación política más complejos, pero más asimilables y transversales a la sociedad. Y en ese afán legitimista inventaron, reescribieron y tergiversaron la historia, adueñándose de ella para dibujar una continuidad en el tiempo. Esto perdura hasta hoy en día cuando vemos una réplica de la nave de Elcano del siglo XVI, con una gran bandera de España, símbolo del Estado español de mediados del siglo XIX. Quizá hayas leído eso de que “España tiene 500 años”. En 1519 no existía el título de rey de España, ni una entidad jurídico política llamada España. Los reinos peninsulares no compartían ni la moneda, y un aragonés era tan extranjero en la legislación castellana como un sardo o un romano.

En la Europa del siglo XXI vivimos este particular mapa político creado durante el siglo XIX y parte del XX. Vivimos además realidades políticas como la Unión Europea. Una forma de cesión de soberanía entre Estados con el fin de crear un espacio de legalidades y derechos comunes. El espacio europeo se construye en la definición de ser, en el tiempo, un sustituto natural de la soberanía de los Estados. Si bien no avanza. Tras su establecimiento como un marco comercial ideal, que incorpora la libertad de movimientos de los trabajadores y una moneda única, los ciudadanos europeos no tienen nada más en común, ni una simple y básica fiscalidad, ni apenas un cuerpo de derechos, ni una forma de gobierno, ni de relación de estos con los ciudadanos. Ha habido dos hechos que han supuesto un gran desánimo en los valedores de la construcción europea. La respuesta al problema catalán y el Brexit. El problema catalán, internacionalizado a raíz de las desagradables cargas policiales del 1-O, la UE ha ponderado el derecho político del Estado miembro sobre el derecho colectivo de los ciudadanos. Lo ha hecho de forma demasiado parcial y clara. Era sin duda el momento de que la UE ponderará a sus ciudadanos sobre sus Estados. Un momento crucial para tomar un papel conciliador, mediador y de árbitro. El Brexit ha supuesto otro terrible desencanto. Ha dejado claro que la UE no consigue pasar de ser un club de Estados, de comensales que se cabrean y se van, y carece, por el momento, de la más mínima capacidad de autocrítica y restructuración.

La UE tiene grandes dificultades para avanzar, pero la más grande de todas la representa los propios Estados que la forman. No puede haber una Europa de ciudadanos mientras los Estados sometan a los mismos a políticas personalistas o vetos caprichosos por intereses propios. Europa es además un lugar de una gran ambigüedad. Los Estados los son todo y las personas nada. Un Estado miembro puede hacer casi todo con respecto a sus ciudadanos y sus minorías, sin que la UE pueda ejercer ningún control. El famoso "Respeto al Estado miembro" es un cheque en blanco, que puede ser negro para el ciudadano europeo. Un ciudadano puede ser libre en toda Europa menos en un Estado que tenga a capricho coartar su libertad. Los derechos crecen y decrecen en viajes en vehículo de 20 minutos e incluso algo tan básico como los derechos lingüísticos, sólo existen según donde pises. El idioma estonio e irlandés con menos de un millón de hablantes son oficiales ¿Y.… el euskera o el catalán? No, no lo son. Sí en la Unión Europea solo existes si eres un Estado ¿Como vas a renunciar a serlo?

Hay una Europa posible y es la de las eurorregiones. Definámoslas como entidades políticas que dispongan de capacidades legislativas sobre un buen número de decisiones que afecten a sus ciudadanos. Estando estas capacidades íntimamente ligadas a la cultura propia y la tradición social y económica incluyendo una cota amplia de poder legislativo y judicial. Entidades con una forma de soberanía propia, pero no ejercida en exclusiva y que desde luego no ostentan las capacidades de veto de un Estado. En términos contables una eurorregión debería tener mucho más poder que una Comunidad Autónoma y menos que un Estado. Y claramente debería tener una dimensión demográfica y geográfica mucho menor a la de un Estado como Alemania, Francia o España. Podríamos entender que en el actual Estado español caben 5 o 6 eurorregiones, al igual que en Francia, Italia o Alemania. Las eurorregiones representarían el mapa político que el nacionalismo del siglo XIX no dejó dibujar. Serían una construcción natural, cultural y antropológica, dentro de un orden artificial, la UE, necesario para el progreso social en un mundo globalizado.

Los vascos necesitamos redefinir en nuestro saber social nuestra definición. Lo vasco, ¿Qué es? Si abordamos la definición creada por terceros étnica y exclusivista, no haremos sino dividirnos y debilitarnos. Lo vasco, es un concepto social y antropológico que pervive en diversas formas en los territorios habitados por los vascos desde tiempos remotos. En todos ellos se respira un continuum cultural que nunca en la historia, al menos desde el siglo II a. C., ha sido únicamente vasco. Sino que ha sido una realidad antropológica que ha desarrollado versiones mejores de sí mismo en la mezcla con otras culturas y pueblos. No es un concepto cuantificable ni calificable. No hay mejores vascos, ni gente más vasca que otra. Hay gente que disfruta elementos que podríamos considerar Euskaros y más antiguos como un Aurresku, un Irrintzi o el propio idioma vasco, pero no son más o mejores vascos que la Jota, la Pelota o el idioma Gascón. Son nuestras creaciones. El idioma Gascón no es un invento de los romanos, sino la forma en la que los vascos hablaban el latín. Nuestro futuro pasa inexorablemente por construir ideas que configuren una identidad vasca heterogénea, pero fuerte. La identidad social vasca no puede estar construida alrededor del origen, la lengua o la cantidad de cultura vasca que conocemos. Nuestra identidad debe crecer alrededor de una fuerte determinación, de una cercanía a un modo de pensamiento y comportamiento determinado. De personas que más que coincidir en lo que son, coinciden en lo que no son. Una identidad social que es el cimiento de un futuro espacio político común para los vascos.

Existen en nuestra tradición hechos políticos y sociales en los que los vascos también desplegamos una gran diversidad, los mismas Bizkaia, Navarra, Álava, Gipuzkoa, La Rioja o “Pays Basque”, son tan diversos como lo son entre ellos, y poseen un fuerte componente identitario en base a su pasado. Fueron las creaciones que dieron cobijo a las tradiciones sociales convertidas en leyes (fueros). Pero si observamos nuestro pasado con la inteligencia y sabiduría del joven anciano, que es el pueblo vasco, ¿Cuántas oportunidades perdidas hay, en la negación de la realidad de cuanto perdemos separados y cuánto podemos crear juntos? Los vascos no debemos obviar nuestras territorialidades. Ser ellas ámbitos de decisión y elementos soberanos que por libre adhesión decidan la forma de un proyecto común. Pero no pueden ser utilizadas como forma de negación y oposición, “No soy vasco porque soy Navarro”. Hay una forma de ser vasco en la navarridad de un tudelano tan legítima como en la vizcaindad de un bermeotarra.

Por tanto, nuestro futuro pasa por mirar la inmensidad que nos rodea. Somos 3 millones en un mundo de 7.000 millones, el 0,042%. Debemos encontrarnos en una definición de lo vasco que todos podemos asumir. Los últimos 200 años han convertido el natural sentimiento vasco, presente desde Navarra a Álava y a las faldas de la sierra de la Demanda, en algo viciado y concreto. Ausente de la universalidad de nuestro propio desempeño en la historia. Es el momento de afrontar que nuestro mejor futuro, pasará por constituirnos en una entidad política que nos de espacio y visibilidad en el mapa europeo. Sea en la forma de un Estado tradicional o como una soberana eurorregión dentro de la evolución natural de la UE. Quizá no podamos jamás ser un Estado al uso, quizá sean estos ya ideas caducas. Pero podemos reunir todos los elementos de Estado en una eurorregión creada desde la determinación de ser una sociedad unida en la riqueza de su diversidad que comparte bienes sociales. No seremos un imperio, ni falta que nos hace. Pero podemos fundar un imperio de las personas y maravillar al mundo como predijo Shakespeare sobre Navarra o aprecio John Adams en Bizkaia.






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