Iñigo Urkullu fue hasta Aiacciu a que los corsos le cuestionaran el que constantemente este mirando hacia Madrid teniendo una mayoría soberanista en la CAV.
Y es que en ese mirar a Madrid el lehendakari 3/7 ha ido demasiado lejos, participando activamente en la omerta con la que el régimen oculta sus crímenes de lesa humanidad.
Como el silencio que guarda con respecto a la ejecución sumaria de Txabi Etxebarrieta, ahora plenamente confirmada al darse a conocer su autopsia, 54 años después de cometido el crimen de lesa humanidad.
Como el silencio que guarda con respecto a la negativa por parte de Madrid a dar seguimiento a la sentencia en favor de Xabier Atristain por parte de el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Como el silencio que guarda con respecto a la persecución y hostigamiento que sufren los integrantes del entorno social de los jóvenes represaliados Galder Barbado y Aitor Zelaia.
Muchos y muy espesos silencios por parte de los jeltzales.
Y de eso, de los silencios, nos habla Iñaki Egaña en su más reciente texto compartido en Facebook:
El silencio
Iñaki EgañaDicen que el silencio también es un valor en la vida pública. Que en muchas ocasiones es mejor callar que traicionar, como cantaba Pablo Milanés. O que incluso es mejor dejar pasar la ola, sin entrar al trapo en las provocaciones que, en los últimos tiempos, desbordan el escenario. La sociedad líquida ya se encargará de hacer viejas las palabras antes de que surja el próximo instante.
El silencio ha sido motivo para películas, canciones y abundante literatura. “Vine a Camala porque me dijeron que acá vivía mi padre… y volvimos al silencio”, comenzaba Juan Rulfo en “Pedro Páramo”. Simon y Garfunkel cantaban al silencio como pecado, “nadie se atreve a perturbar los sonidos del silencio”. En la otra esquina el budista Thich Nhat Hanh que aseguraba que a través del silencio es posible encontrar la paz y la felicidad. Palabras enormes para un escribano semanal como el de estas líneas.
No quiero, sin embargo, enredarme en disquisiciones existenciales. Sino descifrar la razón de este título y facturarlo a estas letras. El silencio es y ha sido un arma política contra la disidencia. Ahondado por instituciones, gobiernos, elites y grupos políticos para evitar la difusión de una de las razones revolucionarias por excelencia, la verdad. Y me remito a los hechos, como diría un abogado frente al jurado.
Durante 54 años han tenido en silencio el expediente de la muerte de Txabi Etxebarrieta, enterrado en un archivo militar frente a las costas gallegas. Cuando fue descubierto, comenzaron las trabas. Había una versión oficial, como tantas otras, en la que se afirmaba que el militante vasco murió en un forcejeo. Durante los últimos años un run-run entre los investigadores nos anunciaba que la verdad era diferente a la que nos contaron, incluso con una producción cinematográfica de gran presupuesto. Y que los datos de aquel expediente escondido avalarían las falsedades. Sin embargo, silencio.
Ahora, algo de aquel silencio se ha fracturado, cuando la autopsia de hace cinco décadas nos ha revelado que Txabi fue rematado en el suelo. Se rompieron más silencios, cuando aparecieron los cuerpos de Josean Lasa y Joxi Zabala, pero otros, como la muerte en el cuartel de Intxaurrondo de Mikel Zabalza, siguen siendo atronadores. Nadie cree aquella versión oficial de opereta, pero la plana mayor sigue con un silencio impuesto. Nadie cree que la tortura fuera un hecho aislado, pero la cúspide policial y sus valedores siguen ocultando los rastros.
Hemos tenido silenciado buena parte de nuestro pasado, pisoteado y oculto bajo alfombras enormes. Con un silencio estridente que ha revelado toda una estrategia bélica. Jon Maia apuntó que hemos sido capaces de voltearlo musicalmente, con nuestras canciones que hicieron de revulsivo para no perder la capacidad y el tono de nuestra voz. Pero aún el camino es estrecho. La ruptura del silencio es la clave para adentrarnos en los recovecos de la verdad.
Hay otro silencio que tiene que ver con teatros judiciales. Relacionados con los derechos humanos y su aplicación avalada supuestamente por la Constitución española de 1978. Se refiere al derecho a guardar silencio en sede policial o jurídica. Los juristas dicen que es una diatriba fundamental. Estamos hartos de oír en las películas esa cantinela de “tiene derecho a permanecer en silencio, cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en su contra ante un tribunal de justicia”. Es el derecho que nos ampara a no declarar y a no hacerlo contra uno mismo. Dos circunstancias diferentes.
El hecho de no declarar, sin embargo, ha sido interpretado habitualmente como un signo de culpabilidad. En sede policial mantenerlo una heroicidad. A pesar de que la ley lo avalaba y explicitaba. La presunción de inocencia, que tan abiertamente indican los cánones, ha sido una quimera. Pregunten a su alrededor y escucharán aquello de “si callas es porque algo ocultas”. El “continuará” lo dejo a la imaginación del lector. Con el extendido código penal del enemigo, es el inocente quien debe demostrar su inocencia. Al menos en los terrenos en los que se mueve la disidencia. Porque los derechos no se aplican a todos por igual.
El caso de Xabier Atristain ha sido paradigmático. Sabiéndose buscado, fue detenido en marzo de 2010 al presentarse en Biarritz a la Policía francesa. Entregado a las autoridades españolas, la Audiencia Nacional le dejó en libertad bajo fianza. Algo que no debió sentar nada bien en ciertas instancias, porque poco más tarde, con un proceso judicial abierto, y cuando el juez podía hacerle comparecer en cualquier momento, fue la Guardia Civil la que le detuvo para arrancarle una declaración y a raíz de ello, el juez Ismael Moreno le envió de nuevo a prisión. Lo condenaron a 17 años, por su silencio en sede judicial.
Por un proceso contaminado, Atristain recurrió al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Y el TEDH le dio la razón. Excarcelado, fue detenido e ingresado nuevamente en prisión porque el Supremo español se negó a obedecer a la máxima instancia europea. Alegando, entre otras circunstancias “el silencio del demandante a las preguntas de la acusación”. ¿No era un derecho fundamental el silencio en sede policial o judicial?
España ha firmado numerosos tratados internacionales de derechos humanos y civiles en los que se afirma que “toda persona acusada de un delito tendrá derecho, en plena igualdad, a las siguientes garantías mínimas. A no ser obligada a declarar contra sí misma ni a confesarse culpable”. La Constitución española, en su artículo 17.3 establece que las personas detenidas no pueden ser obligadas a declarar.
¿Cuál es el trasfondo de toda esta historia, de este bucle interminable, de este desafío hispano al TEDH? El de siempre. Que las autoinculpaciones, y en este caso el silencio en sede judicial para no ratificar lo dicho en cuna policial tiene que ver con la tortura. Sin tortura la autoinculpación apenas existiría. Y el TEDH abría un camino con su decisión que Madrid no está dispuesto a recorrer.
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