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miércoles, 29 de junio de 2022

A Cinco Siglos de San Marcial

Ya se ha dicho anteriormente, el Alarde de Irún y Hondarribia tiene su origen en un hito histórico que poco tiene que celebrarse y mucho que conmemorarse pues fue el epitafio de la insurrección navarra en contra de las coronas de Castilla y Aragón, ese intento por recuperar la soberanía que nos ha dejado gestas como las batallas libradas en Noain, en Donibane Garazi y en Amaiur. O sea, en Irun y Hondarribia los vascos no fuimos los vencedores, fuimos los vencidos... ¿de que se alardea?

Por lo anterior, les recomendamos la lectura de este reportaje histórico publicado por Naiz:


Batalla de San Marcial, 500 años de la derrota franco-navarra que dio origen al Alarde de Irun

El 30 de junio se cumplirán 500 años de la batalla de San Marcial, librada dentro de la guerra por la independencia de Nafarroa y que se saldó con una derrota franco-navarra que hoy en día se sigue conmemorando en el Alarde de Irun.

Pello Guerra

El 30 de junio se cumplen 500 años de la batalla de San Marcial, la derrota franco-navarra que dio origen al Alarde de Irun.

En ese choque de armas se dirimía la posesión del castillo de Behobia, una fortaleza que había sido construida en 1518 por orden de Fernando el Católico para impedir el paso por el río Bidasoa de una posible ofensiva desde el norte.

Ese ataque terminó produciéndose en octubre de 1522 dentro de la ofensiva franco-navarra lanzada por los reyes Enrique II de Albret y Francisco I de Francia para liberar Nafarroa del dominio español, diez años después de iniciada la conquista del reino pirenaico.

Ese ejército consiguió recuperar Nafarroa Beherea y el norte de la Alta Nafarroa, con el castillo de Amaiur como principal referencia. A continuación, se dirigió hacia Gipuzkoa para tomar Hondarribia.

En su camino se encontraba el castillo de Behobia, que debía tomar para proseguir su ofensiva. Ante las tropas del almirante de Francia, el señor de Bonnivet, aparecía en lo alto de una colina la fortaleza diseñada por Diego de Vera con una peculiar planta triangular, con una torre circular en cada vértice.

Cada una de sus caras tenía 22 metros de largo y los muros contaban con una altura de diez metros y un grosor de 4,70 metros. Disponía de troneras para la artillería a bajo nivel y a unos seis metros de altura, y el acceso se realizaba por una puerta en la cara meridional.

El 4 de octubre, los cañones del ejército franco-navarro estaban frente al castillo. Bonnivet envió a un trompeta para conminar a rendirse a la guarnición, que estaba integrada por un centenar de soldados al mando de Pérez de Iartza, un vizcaíno veterano de la guerras españolas en Italia. Su respuesta fue que no conocía al rey de Francia y a Bonnivet mucho menos.

Ante esa negativa, comenzó el bombardeo del castillo, que iba generando bajas entre los defensores, y poco después, la fortaleza de Behobia se rendía. El general franco-navarro escribió al rey de Francia que al mismo alcaide de la fortaleza que aseguraba no conocerles «muy poco después le he hecho hablar francés». En su lugar fue nombrado un lapurtarra de Azkain.

A continuación, el ejército franco-navarro se dirigió a Hondarribia, que terminó ocupando el 18 de octubre tras varios días de cerco.

La toma de la estratégica plaza disparó todas las alarmas españolas, cuyas autoridades no conseguían reunir tropas con las que dar la vuelta a la situación. Circunstancia a la que se sumó la meteorología, con un otoño que pasó a la historia como uno de los más lluviosos del periodo en toda Europa, según apunta el historiador Peio Monteano. Ese mal tiempo también frenó cualquier otra posible operación militar del ejército franco-navarro, así que la guerra quedó paralizada de facto hasta que llegara el buen tiempo.

Esos meses dieron margen a los españoles para prepararse y organizar una ofensiva con la que querían reconquistar todos los territorios perdidos e incluso adentrarse en la Guyena.

Demolición fallida del castillo

Conocedor de esos movimientos de tropas, el gobernador de Baiona, el señor de Saint André, decidió concentrar su fuerzas en Hondarribia para defenderla y evacuar el castillo de Behobia, posición que consideraba complicada de conservar. Para que este último no cayera en manos del enemigo, ordenó su demolición.

La mayoría de la guarnición abandonó la fortaleza tras recoger armas y vituallas,  mientras varios hombres se encargaban de disponer cargas explosivas para derribar los muros del castillo. Tras prender las mechas, se retiraron a la espera de la explosión.

Pero sus movimientos estaban siendo vigilados por unidades de infantería castellana y milicias guipuzcoanas, que penetraron en el castillo y apagaron las mechas, impidiendo su destrucción y haciéndose así con él, según explica el historiador Pedro Esarte.

La fallida demolición del castillo suponía un serio revés para los intereses franco-navarros, ya que las tropas de Carlos V habían recuperado el control del paso del Bidasoa, complicando el abastecimiento por tierra de Hondarribia.

Ante ese giro de la situación, el alcaide de la plaza en nombre del rey de Nafarroa, el señor de Luda, solicitó a Saint André la recuperación del castillo, convencido de que no sería difícil expulsar al centenar de hombres que la ocupaban y que estaban dirigidos por el capitán Otxoa de Asua.

El 28 de junio partían de Hondarribia y Lapurdi las tropas destinadas a reconquistar la fortaleza de Behobia, integradas por unos 3.500 infantes al mando del señor de Senpere y unos 1.000 mercenarios alemanes (los temidos lansquenetes), reforzados con cuatro piezas de artillería.

Este contingente intentó cruzar el río, pero fue rechazado por la guarnición del castillo y las milicias de Irun. Esa misma noche volvieron a intentarlo aguas arriba y consiguieron situarse en el alto de San Marcial. A continuación, emplazaron la artillería de espaldas al castillo.

Tras conocerse su presencia, los capitanes Juan Pérez de Azcue y Miguel de Ambulodi, que comandaban 400 soldados cada uno, plantearon al capitán general de Gipuzkoa, Beltrán de la Cueva, la posibilidad de atacarles. Este se mostró favorable y sumó a los hombres de los dos capitanes, la mayor parte de los 2.000 infantes y 200 jinetes que tenía a su mando.

A esas tropas se unieron 1.500 infantes y 150 jinetes de Errenteria, otros 24 jinetes a las órdenes de Ruy Díaz de Rojas y 700 hombres más asentados en Irun y Oiartzun.

Aprovechando la noche siguiente, esas tropas imperiales se acercaron al campamento de la infantería lapurtarra para atacarle.

Para facilitar esa operación y como maniobra de distracción, se hizo creer a los atacantes que el ejército de Carlos V se desplazaba por el camino real, entre Errenteria y Oiartzun. Para ello, el capellán Pedro de Irizar, que actuaba de abastecedor de tropas, repartió varios centenares de hachas luminosas entre mujeres y muchachos, que realizaron ese camino con ellas encendidas como si se trataran de los soldados, según recoge Esarte citando a Moret.

Mientras, las auténticas tropas de Carlos V se lanzaron sobre los lapurtarras, que, ante el ataque, empezaron a huir. En la persecución no hubo muchas bajas, pero el señor de Senpere fue hecho prisionero junto a treinta de sus hombres.

Muere uno de los principales capitanes legitimistas

Acto seguido y sin que hubiera llegado a amanecer, los soldados imperiales sorprendieron a los lansquenetes, que demostraron su preparación militar contraatacando en dirección al alto de San Marcial.

Les dirigía el capitán legitimista navarro Juan Ramírez de Baquedano, señor de San Martín de Amezkoa, «quien animaba a los mercenarios en alemán», según señala el historiador Monteano. No habían llegado a la cumbre, cuando el señor de San Martín cayó muerto junto al alférez de los lansquenetes.

Al ver llegar a la caballería imperial y huir a la francesa que les debía proteger, los mercenarios alemanes se retiraron monte abajo, perseguidos por los jinetes, que dieron muerte a 200 y capturaron a otros tantos. Estos prisioneros fueron liberados poco después tras solicitar el papa Adriano su incorporación a su guardia personal.

El resto del contingente tuvo suerte y consiguió llegar a Donibane-Lohitzune y Hondarribia sin haber sufrido grandes pérdidas y con toda la artillería.

La derrota ante el castillo de Behobia era un nuevo revés para las fuerzas franco-navarras, pero sobre todo supuso una enorme pérdida para la causa legitimista. Con la muerte del señor de San Martín, desaparecía uno de los navarros que más había combatido por la independencia del reino.

Ramírez de Baquedano había sido uno de los líderes del levantamiento de Lizarra de 1512 contra la ocupación española y había caído preso junto al mariscal de Nafarroa en 1516, durante el segundo intento de recuperación del reino.

Posteriormente, fue el vencedor en la batalla de Zegarrain, librada poco antes de la batalla de Noain, en la que también combatió. Posteriormente participó en la defensa de Donibane Garazi y finalmente en la conquista de Hondarribia.

Poco después de la batalla de San Marcial, un emisario llegó a la zona para recabar información sobre el paradero del bravo capitán navarro. Al confirmarse su muerte, buscaron su cuerpo en el campo de batalla y tras ser localizado, fue trasladado a Lapurdi, donde fue enterrado.

En su casa de Amezkoa, «quedaban su esposa y su hijo Diego, un chaval que acababa de cumplir diez años y al que apenas había tenido tiempo de conocer», señala Monteano.

La batalla de San Marcial se libró exactamente un año después de la de Noain, aunque las diferencias entre una y otra son muy notables, tanto por la repercusión de lo ocurrido, como por el número de fallecidos en el choque.

De hecho, a pesar de la derrota, Hondarribia siguió en poder franco-navarro hasta febrero de 1524, casi dos años después de lo sucedido en Behobia.

Sin embargo, los vencedores hicieron «gran fanfarria» con lo sucedido, como vaticinó Saint André. Por un lado, el historiador guipuzcoano Garibay llegó a afirmar que 2.800 alemanes habían muerto por las armas o ahogados cuando trataban de huir cruzando el Bidasoa, por únicamente dos fallecidos en el bando imperial. Y la llegó a calificar de «señalada victoria a mucha honra de la nación guipuzcoana».

Tiempo después se levantó en el monte una ermita dedicada a San Marcial en recuerdo de la batalla y este choque de armas está en el origen del Alarde de Irun, que cinco siglos después sigue celebrando lo ocurrido aquel 30 de junio de 1522.

 

 

 

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