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sábado, 28 de mayo de 2022

Egaña | Harley

Les recomendamos la lectura de este esclarecedor y contundente texto que Iñaki Egaña nos ha compartido en su perfil de Facebook.

Adelante:


Harley

Iñaki Egaña

El lema “Todo por la patria” que figura en acuartelamientos y fortines es un lema trampa. Porque intenta abarcar a un cuerpo al que se le pueden achacar dos o más pandillas ideológicas, cuando la experiencia demuestra que Galindo, por ejemplo, abanderado con un grupo a la reconquista de América, hubiera sido presidente en Guzmán el Bueno por aclamación. Hay una tendencia que es elocuentemente mayoritaria.

Es cierto que, como en todas las familias, hay ovejas negras. Pero las negras se refieren a Rodríguez Medel, aquel comandante ejecutado por Mola por no sublevarse en Nafarroa contra le República. O a Salvador Lapuente, ese joven agente de Alonsotegi, recién hallado en una fosa de Valladolid, muerto después tras sumarísimo por su lealtad a los valores de justicia y fraternidad.

Pero las blancas, el rebaño, corresponden a una tendencia atávica, recordada por Lorca y Lauaxeta o coloreada por Helios Gómez aquel pintor anarquista de etnia romaní. Gómez acabó en el exilio, pero Lorca y Lauaxeta frente a un pelotón de fusilamiento, como tantos y tantos miles de compatriotas y vecinos. Los verdugos fueron, como escribió Estepan Urkiaga recogiendo una vieja expresión, txapel okerrak. Los del tricornio.

Ese rebaño, precisamente, es el que ha denunciado hace unos años al Ayuntamiento de Gondomar por rotular únicamente en gallego una señal de tráfico, el que multó a una txalupa de Bermeo por llevar la enseña del Athletic en vez de la piperpoto, el que robó el Olentzero en Areso. El mismo cuerpo que disolvió el lehendakari Agirre en octubre de 1936 y que tuvo su continuidad con Roldán robando en el colegio de huérfanos. Son esos sindicatos que representan a los agentes y presentaron una querella criminal personal contra los autores del informe del IVAC sobre torturas o esos otros que han intentado bloquear la ley de víctimas policiales. Los mismos que entraron en el congreso de los diputados, secuestrando a cientos de electos, y luego fueron indultados, en ese estilo avalado, en su máximo escalafón, por la Constitución. La inviolabilidad.

Jucil, rama del sindicato de extrema derecha Jusapol, mayoritaria en la sindicación benemérita, marca, asimismo, esa predisposición innata que parece tener el cuerpo desde su fundación por el Duque de Ahumada, hijo por cierto del virrey hispano en Nafarroa. Una señal histórica que, lejos de difuminarse, sigue pendiente como si en los tejados de nuestras viviendas, txokos y centros de reunión, colgasen centenares de espadas de Damocles, amenazando para que no salgamos del tiesto al que una vez fuimos condenados por hablar una lengua, lo escribía la Academia de la Lengua, imposible de entender. Propia de bárbaros como ya adelantó Aymeric Picaud.

Porque ahora, en estos tiempos que llaman de relajo, de paz (¿romana?) o como dice la izquierda abertzale de transición, las espadas de Damocles continúan balanceándose sobre nuestras cabezas. Lo sintieron y lo sufrieron un grupo de jóvenes independentistas que se acercaba a un concierto nocturno con motivo de las celebraciones de la Castilla comunera que fue aplacada ya hace más de medio milenio en Villalar, decapitando a sus líderes.

Como era de suponer en tiempos revueltos, el acceso a las campas comuneras estaba precedido de un control benemérito, en el que fueron retenidos los viajeros vascos. Carnés, preguntas y un tono amable, hasta que el ordenador escupió su filiación. Mirando al monte, separadas las piernas, manos fuera de los bolsillos y a esperar a la autoridad superior, a esos de paisano que una vez dirigieron la guerra, por utilizar la expresión de Rafael Vera, contra la disidencia vasca y ahora andan por ahí buscando o describiendo células yihadistas para justificar el sueldo a fin de mes.

No han menguado los efectivos policiales ni militares en Euskal Herria peninsular, a pesar del despliegue de la Ertzaintza y de la Foral. Pero si parece que algunos de aquellos mandos han sido dispersados. Así que, como especialista en el tema, antiguamente destacado en Bilbo, acudió, al control, ya de paisano, un viejo instruido en el “terrorismo etarra”. Aquellos jóvenes, sin saberlo, esperaban a los Hombres G que llegaron de Valladolid. Entre ellos el jefe citado utilizando uno de sus múltiples y logrados motes como era de esperar para una operación encubierta: Harley.

La presencia de Harley y el acoso posterior, denunciado en una rueda de prensa reciente por uno de los afectados, no tiene más de novedad que el tono condescendiente de los protagonistas represivos de siempre: “Yo soy un soldado, tú también, y esto se ha acabado porque vosotros y nosotros lo hemos hecho posible”.

Esa indulgencia con tono litúrgico ha sido referida para prorrogar una eterna forma de encuentro, no de igual a igual como parecen indicar esos tiempos que proclaman y yo no los encuentro por ninguna parte, sino de arriba hacia abajo. Arriba los cuarteleros, abajo el populacho. Buen tono, siempre y cuando nos atengamos a la colaboración. A esa colaboración que es la que hizo a España, una, grande y libre.

Conocí, ya hace cuatro décadas, el acoso diario al secretario general del Partido Comunista de uno de los estados profundos de Norteamérica. Todos los días, un control en su camino al trabajo. Una hora, dos horas. Me contaba que no lo podía soportar. Al final dimitió de su cargo. En otros lugares del planeta, los controles sirvieron para hacer desaparecer militantes. En casa, decenas de muertos en periodos pre y post constitucionales. Por eso, y porque al parecer las fichas desde el franquismo hasta ayer siguen cargadas en las terminales de los patroles, los controles siguen generando respeto, temor y miedo.

Harley se jubilará dentro de poco. Su actividad, en cambio, continuará con otros Bultaco, Derby o Suzuki. Porque el problema vasco no fue, como decía Harley, el de las metralletas, sino el rotular en euskara, colgar una bandera del Athletic, celebrar Olentzero, denunciar torturas o pregonar contra la impunidad.

 

 

 

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