Como era bien sabido, ni siquiera el llamamiento a ongi etorris privados por parte del EPPK calmó las ansias vengativas del españolismo más rancio. Volvieron a poner sobre la mesa el tema de "los casos sin resolver" y "los expatriados de ETA".
Es por eso que hoy se vuelven aun más importantes los llamados al ejercicio pleno de la memoria y por ello damos la bienvenida a los esfuerzos ingentes por parte de colectivos como Egiari Zor y Euskal Memoria.
Aquí les dejamos con esta nota en Naiz acerca de la actividad realizada en memoria del anarquista Vicente Lertxundi, víctima del terrorismo español.
Adelante con la lectura:
Recuerdo en Martutene a Vicente Lertxundi, víctima de la brutalidad franquista hace 59 años
«Me han matado, me han matado», gritó Vicente Lertxundi Mayoz el 27 de diciembre de 1962, antes de expirar. Falleció por una paliza sufrida en la cárcel de Martutene, colofón a otras agresiones, y allí lo ha recordado Egiari Zor, que demanda su reconocimiento y el de otros trece casos similares.Un sobrino suyo que entonces tenía 14 años recuerda a Vicente Lertxundi Mayoz como «el hombre más fuerte que yo había visto hasta entonces». La Policía y los carceleros franquistas lo tenían en la diana y no pararon hasta acabar con su vida.
Murió el 27 de diciembre de 1962, mañana hace justo 59 años, tras ser sacado moribundo de Martutene, entre lamentos de «me han matado, me han matado». Algo similar a lo que pronunciaría Joxe Arregi 18 años y dos meses después en el hospital penitenciario de Carabanchel.
Arrantzale de profesión y anarquista de corazón, Lertxundi había tenido varios encontronazos con las autoridades franquistas. En uno de ellos, antes del dramático final de vida, en el mes de junio, un guardia municipal le golpeó por detrás con la porra en la cabeza y lo dejó malherido: «Le sacó un ojo», recuerda este sobrino, testigo presencial del hecho. Su delito: hacer pintadas. Desde allí fue llevado inmediatamente a prisión, y ya sólo saldría de allí para fallecer.
Qué ocurrió dentro de los muros de Martutene aquel día navideño de 1962 no se sabe a ciencia cierta, pero se puede intuir. También el motivo por el que lo «excarcelaron»: allá dentro Vicente Lertxundi iba a ser un cadáver incómodo, porque se trata un hombre muy conocido en Donostia, especialmente en el barrio de Gros, además de un preso político.
Lertxundi logró llegar a duras penas a unas casas cercanas y no está claro si falleció allí mismo o lograron llevarle hasta la Residencia. Fuera como fuera, resultó tarde para salvar su vida. La versión oficial franquista dijo que había sido atendido en la enfermería de la cárcel por una indisposición; nada más.
No consta que se abriera ningún proceso judicial. A la familia tampoco se le permitió publicar esquelas, aunque se las apañaron para encontrar una imprenta en Gros que dejara testimonio de la muerte de Vicente y se arriesgaron a colgar aquellas esquelas artesanales en los bares y paredes del barrio.
Ha sido en Txomin-Enea, ante la vetusta cárcel de Martutene, donde esta mañana lo ha recordado la fundación Euskal Memoria, con un acto en el que ha recordado que la tortura ha sido una constante desde el franquismo hasta bien entrado este siglo, «independientemente del color del Gobierno del Estado, durante la dictadura, la transición y la democracia».
Entre los 5.657 casos ya censados por Euskal Memoria durante estas últimas siete décadas figuran catorce víctimas mortales, recuerda Egiari Zor. Son personas fallecidas durante o a consecuencia de la tortura, como es el caso de Lertxundi, al que la fundación y la familia dan visibilidad con este acto público, que recuerda de paso que sigue pendiente su esclarecimiento.
Ahí se lo dejamos de tarea a los "puntillozos" magistrados argentinos Martín Irurzun y Roberto Boico, grandes valedores de Rodolfo Martín Villa.
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