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viernes, 31 de diciembre de 2021

Egaña | Año Tres de la Pandemia

Las manecillas del reloj avanzan inexorables, extinguiendo las últimas horas de un 2021 que será difícil de olvidar. Desde su perfil de Facebook traemos a ustedes las palabras con las que Iñaki Egaña ha decidido cerrar el año.

Adelante con la lectura:


Año tres de la pandemia

Iñaki Egaña

Damos una vuelta completa a nuestra estrella, en un acto refrendado por el calendario juliano, y ya nos disponemos a presentar las tendencias para el año numérico que se abre, 2022. Con el permiso de otras culturas, que se rigen por el trazo lunar. Dicen que los vascos, que llamamos “urtea” al ciclo orbital, lo ligamos antiguamente con el agua, recurrente en estos tiempos de cambio climático y acopio de las reservas naturales para comerciar con ellas.

Nos dejó en estos últimos días de 2021 el Nobel de la Paz Desmond Tutú, una leyenda de nuestra generación, vanguardia en la lucha contra el apartheid en la época en la que Nelson Mandela aún era considerado un peligroso terrorista. Pocos recuerdan que Tutú fue uno de los abanderados de aquella Declaración de Bruselas de 2010, en la que los firmantes pedían un acuerdo entre el Gobierno español y ETA para “que los nuevos esfuerzos democráticos avancen, las diferencias sean resueltas y se alcance una paz duradera”. Esfuerzos en los que se dejaron la piel los artesanos Michel Tubiana y Mixel Berhokoirigoin, uno argelino y el otro bajonavarro, también fallecidos en este 2021.

La tierra se mueve alrededor de su estrella a una velocidad de cerca de 500 metros por segundo, mientras que la actividad política parece avanzar con una celeridad cercana a la de la luz. Aquellos que antaño predecían con aproximada exactitud los acontecimientos que se avecinaban, hoy son simples adivinos. Por ejemplo, el futbol, se decía, “es un juego en el que 22 hombres persiguen una pelota y al final siempre gana Alemania". Concluyendo 2022 se disputará el mundial de Qatar, un campeonato indecente precedido de la muerte de miles de trabajadores en las obras de sus estadios. ¿Ganará Alemania? Nadie se atreve a predecirlo.

El futuro incierto, ya condicionado por un liberalismo hiper ventilado, ha llegado para quedarse. Puede parecer una paradoja y aunque lo sea, la definición no importa. La pandemia de la Covid nos ha demostrado que las situaciones pueden empeorar, hacerse endémicas y, al contrario de lo anunciado, presentar lo peor del ser humano. Desde las alturas, obviamente y como es habitual en los ciclos históricos, con las elites defendiendo sus fortalezas con uñas y dientes, pero también desde los infiernos, con la alianza de sectores desideologizados que aúpan a los totalitarismos al rango de dirección política.

Algo de esto estamos viendo como consecuencia de la pandemia. Mover de su situación de confort, no sólo a instituciones o elites sino también a ciudadanos de a pie, conlleva un cambio de paradigma. Y no me refiero únicamente a escenarios de confort económico, sino también político, social o cultural. La pandemia ha destapado numerosas carencias, es cierto que también antónimos de ellas. Entre esas escaseces sociales, la fragilidad de nuestra sociedad. Su falta de fortaleza comunitaria.

Y esa fragilidad es la que ha servido para abrir las puertas de par en par a lo que en otros escenarios del planeta ya se había producido. El ascenso, por entendernos con el término, del trumpismo. Ya sé que la traslación no es exacta, que las singularidades son muchas, pero hay una especie de desapego a la ideología, a los valores tradicionales progresistas y a todo aquello que huela a política, poniendo en duda hasta lo que nos llega desde la ciencia. Por parte de sectores emergentes que, en la medida que las restricciones sean más o menos severas, irán en aumento. Por la reivindicación del yo como ente supremo social, en detrimento de lo colectivo.

Este trumpismo vasco también se hará extensible en las tendencias que nos va mostrando el futuro, entre ellas la migratoria. Las migraciones producto del hambre, del cambio climático o de los conflictos bélicos, tocan cada año un nuevo techo. Y no hay final. Seguirán creciendo mientras los modelos económicos del planeta sean los que son. Entre nosotros, las clasificaciones hasta ahora están definidas. Pero como durante la pandemia, el postureo inicial (aplausos incluidos) dará pasó a posiciones políticas y sociales contrarias precisamente a las iniciales.

No hay que poseer una bola de cristal para determinar que las diferencias sociales van a sufrir crecidas, como la de los ríos Deba y Arga en esta segunda semana de diciembre. Cien millones de personas más se encuentran en situación de pobreza extrema en el planeta en comparación con los datos pre pandemia. Llegan a los 800 millones. El alza de los precios de la energía y el encarecimiento de las tierras raras aumentará las desigualdades, también en casa.

Entre las nuevas circunstancias que comparecen, y aunque avanzan que la Covid desaparecerá como pandemia, el ruido continuará conformándose como fuente política. Una forma de hacer lejana a aquellas fortalezas que definieron a la izquierda abertzale, el trabajo de hormiga (en 1995 hubo un proceso de reflexión en el seno de KAS con una ponencia que se llamó precisamente Txinaurri, relativa a la construcción nacional). Hacer política estratégica en estos tiempos parece estar lejos de los valores de los agentes sociales, dirigidos mayoritariamente por sus equipos de comunicación.

En 2022, París, en lo que nos toca, dará continuidad o no a Emmanuel Macron, que se testará probablemente en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales con sectores ultras. 2022 será también un año trascendental para la credibilidad del Gobierno de Madrid en temas tan cercanos como la derogación de la Ley Mordaza, la reforma laboral y la aplicación de los derechos humanos a los presos vascos.

No fue 2021 el año de la resolución en el tema de los presos vascos. El que arriba, concita las dudas en la concreción de los pasos previstos y, sobre todo, en una gran cuestión, el enquistamiento de su situación como un tema particular de la izquierda abertzale y no como demanda del conjunto de la sociedad vasca. El reto es enorme, en unos tiempos líquidos en los que casi todo se amortiza en la brevedad del presente.

 

 

 

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