Un blog desde la diáspora y para la diáspora

sábado, 18 de diciembre de 2021

Egaña | El Cisma

Nuestro amigo Iñaki Egaña toma el cambio de domicilio del impresentable fundamentalista José Ignacio Munilla para hacer un análisis de la situación actual de la iglesia católica, empezando claro esta por su propia cabeza, Jorge Bergoglio, a quien la caverna española cuestionase muy severamente en fechas recientes, pero centrándose también en lo que ha ocurrido en Euskal Herria desde hace décadas.

Adelante con la lectura:

El cisma

Iñaki Egaña

Hace años, cuando un sector de la sociedad vasca abrazó el lema “Que se vayan”, en relación a las fuerzas policiales españolas, la izquierda revolucionaria estatal se reveló contra la campaña. Lo que no quieras para ti, tampoco para los demás, vino a decir. Y, para paliar la inscripción, elevó el listón: “Disolución de los cuerpos represivos”. Ni siquiera la Alternativa KAS, que debió de ser el no va más del totalitarismo según definen hoy algunos historiadores a sueldo del CNI, se atrevió, en su versión expandida, a tal exigencia.

Algo parecido acaba de suceder con la destitución de un obispo de los que no se alinearon con las nuevas tendencias anunciadas por el jefe de la Iglesia católica, el argentino Jorge Mario Bergoglio, Francisco I. El obispo, José Ignacio Munilla, que pertenece a la diócesis de Gipuzkoa, ha dejado un reguero de víctimas colaterales en su puesto. Sus posiciones ultras, haciendo honor a su pasado neofranquista en Alianza Popular (predecesor del actual PP), en temas tanto políticos como sociales, retrayendo la iglesia católica a los tiempos inquisitoriales, ha roto moldes y fronteras.

Hoy, los feligreses de su nuevo destino, la población alicantina de Orihuela, se han rebelado contra el nombramiento de Munilla para dirigir la sede episcopal. No quieren un obispo que no “es digno para Orihuela por sus teorías homófobas y antifeministas”. Estaríamos en la misma crónica, cambiando el calzado por supuesto, del “que se vayan”. Los feligreses guipuzcoanos pedían metafóricamente la cabeza del obispo, es decir su marcha, mientras que los receptores la rechazan. Sigue vigente el lema de la “disolución”. Y me consta, también, que algunos devotos vascos han celebrado la partida de su obispo.

Desde que Bergoglio se hizo cargo del bastón de mando en el Vaticano en 2013, comenzó un runrún estruendoso. Los mensajes que lanzaba el jesuita, aquellos de índole social, no concordaban con buena parte de la jerarquía católica. Munilla era uno de los abanderados de la cuaresma inmovilista. Tenía el apoyo de los sectores más conservadores de la Iglesia católica española. Por eso, la renovación pareció inminente. Pero han pasado más de siete años. O el Vaticano es un mastodonte extraordinario que necesita demasiada energía para mover su cuerpo, y por extensión para hacer efectivos sus cambios. O el sector más ultra entre los católicos no es precisamente minoría. O ambas a la vez.

Munilla se va por la puerta de atrás, como si se tratara del perdedor de un pulso recién concluido. Pero es apenas un combate de una guerra interna que se extiende desde hace décadas. Y tampoco con la marcha del obispo se cierra el capítulo de la iglesia conservadora y ultra, que continúa entre nosotros. Aún hay un sector eclesiástico de arraigadas convicciones conservadoras y antivascas. Munilla únicamente era el ariete de una corriente que relega a la mujer a la cocina y al cuidado de los hijos, que tilda a la homosexualidad de enfermedad, que frivoliza con la pederastia generalizada en el siglo XX y que exige su puesto en la vanguardia de la vida política diaria como lo ha tenido durante siglos.

La aportación evangelizadora de Munilla ha sido nefasta desde un punto de vista estrictamente católico. En época moderna no se había producido un levantamiento popular católico contra la jerarquía. De un sector además habitualmente sumiso. Entre la juventud, los sacerdotes, sea cual sea su condición ideológica, son percibidos como una cuadrilla de tradicionalistas rancios, pertenecientes a una congregación medieval. Únicamente aquellos pijos de postín, ligados a sectas como el Opus arraigadas gracias a la penetración franquista tienen cierta visibilidad. El colchón de feligreses está cada vez más relacionado con cuestiones biológicas. Las franjas de edad añejas, con perdón, son las más apegadas a los ritos católicos. Las más recientes los desconocen.

Entre quienes llegan a nuestra tierra huyendo de la miseria, los católicos tampoco han logrado hinchar el censo. Muchos de ellos siguen profesando confesiones de deidad única, como los musulmanes, y otros pertenecen a otras sectas, en especial a tendencias llamadas evangélicas. Es notorio que el cambio en el seno del catolicismo pasa por acercarse a aquellas escisiones que tuvo siglos atrás. En particular a las que promueven la igualdad de género. De lo contrario, su futuro es muy sombrío. Quizás deberíamos apostar por ello, por ese futuro que diluya la que ha sido la institución más sólida, para bien y para mal, de nuestra historia comunitaria.

Es cierto que ha existido una iglesia también escorada hacia posiciones progresistas. Conocimos a las Comunidades Cristianas Populares, la Coordinadora de Sacerdotes de Euskal Herria y a una revista referencial, Herria 2000 Eliza, desaparecida en 2018. Supimos recientemente el compromiso de un arzobispo, Mateo Zuppi, en el desarme de ETA, enfrentándose por cierto a Munilla y al entonces gobierno de Eme Rajoy. También que Miguel María Unzueta, vicario de la diócesis de Bizkaia, convocó reuniones entre las comunidades católicas vascas para explicares el proceso que concluyó con el fin de ETA. Hace unos días, tras las presentaciones de mi último libro, “Objetos perdidos. Desapariciones forzadas en el contexto vasco”, recibí la noticia de un nuevo desaparecido vasco sin catalogar. Ignacio Andrés Lanz Andueza, sacerdote que militó clandestinamente en la guerrilla guatemalteca, en la ORPA (Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas). De Lakuntza. Sigue desaparecido desde setiembre de 1982.

¿Pero? Tengo un gran “pero”. ¿Las posiciones progresistas de la Iglesia católica lo son también las de la sociedad vasca? ¿O el abismo es ya insalvable? Un único dato. En Gipuzkoa, la mayoría del robo a la propiedad popular que han sido las inmatriculaciones se produjo con un antecesor a Munilla, José María Setien. Y Setien fue considerado un obispo progresista, hasta el punto que la derechona hispana lo puso en su punto de mira.

 

 

 

°

No hay comentarios.:

Publicar un comentario