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jueves, 28 de febrero de 2019

Urkullu no es Cuixart

Para desgracia del pueblo vasco es cada vez más obvio que el lehendakari 3/7 está colocado en las antípodas de personas íntegras y valientes como es el caso de Jordi Cuixart.

Para entender lo anterior, favor de leer esta editorial de Naiz:


Las posiciones reflejadas en las últimas horas por un activista civil catalán, Jordi Cuixart, un lehendakari vasco, Iñigo Urkullu, y un aspirante a presidente español, Pablo Casado, resumen bien la encrucijada en que se encuentra el Estado español, pero también las naciones sin Estado. Comenzando por el líder del PP, la moción llevada al Senado para vetar nuevas transferencias a la CAV refleja que en España la Constitución es de quita y pon, y hecha la ley se hace también la trampa. El ataque ha sido tan burdo que el PP ha tenido que recular, así que el propio Casado pasó a señalar el domingo que lo que pretenden realmente era una «moratoria» de transferencias a las comunidades autonómicas «desleales». Pero no engañan a nadie, ni con piel de lobo ni de cordero, ¿acaso no ha sido los 40 años de incumplimiento del Estatuto de Gernika y los 37 de Amejoramiento suficiente moratoria?

Casualidad o no, el Gobierno de Urkullu ha contestado a Casado utilizando el mismo término: «Deslealtad». La respuesta no va a tono con la gravedad de la moción, pero Lakua prefiere explotar la posibilidad de arrancar ahora algunas migajas al Ejecutivo Sánchez e incluso dice esperar atar algunos compromisos que vinculen a un Gobierno de derechas en caso de que PP, C’s y Vox triunfen. Confundir deseos con realidades es mala política. Tampoco cabe engañarse con esto; en el juego de tahúres en que ha derivado el autogobierno, si te engañan una vez la culpa es del otro, pero si te timan cuatro décadas el problema eres tú.

Decide Madrid. Catalunya lo aprendió cuando el Tribunal Constitucional le cercenó el Estatut allá por 2010. De aquellos polvos vinieron los lodos que hoy se ventilan en el Supremo. Allí dijo ayer Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural, que el derecho a decidir en Catalunya «se gana votando». Los líderes catalanes jugaron al ataque mientras Urkullu optó por la defensiva. Con ello habrá evitado el banquillo, pero no ha garantizado el autogobierno, y mucho menos el derecho a decidir, única salida real.






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