Este texto ha sido publicado en Gara:
Fede de los Ríos
Kafka, un cronista
En este país, decía una amiga, Kafka sería un cronista de sucesos. Lo denunciaron los procesados en la pantomima que se desarrolla en la Casa de Campo de Madrid y que lleva por nombre «sumario 18/98». Una nueva recreación de “El Proceso”, donde su protagonista, Joseph K., es detenido, enjuiciado y condenado por un delito que nunca conoce. Curioso que en este país, como acaba de acontecer ayer mismo, al igual que Gregorio Samsa se despertó en su cama convertido por “La metamorfosis” en un horrible insecto, uno se acuesta siendo el que es y al amanecer ha devenido en terrorista. Por mor de unos señores que visten de toga y que algunos dicen (no seré yo, por si acaso) es pago de prebendas a quienes les designaron. Al agrimensor K. le contrataron porque sus servicios eran necesarios en “El Castillo”, abandonó su forma de vida y cuando llegó allí nunca pudo entrar en el recinto amurallado ni comunicarse con la administración que lo había contratado.
Alojado en la aldea colindante, sus habitantes le insistían en que sus servicios no eran necesarios. Al igual que los que quieren un proceso de paz sin contar con una de las dos partes en litigio. Ahora hablará la ley, nos dicen, como si alguna vez hubiese enmudecido. No hay más que ver al pequeño Josu Jon dando saltitos de alegría. Y la ley en España discurre con la lógica que Kafka describe “En la colonia penitenciaria” , donde el condenado no conoce ni su culpa ni su sentencia. Desconoce siquiera que ya ha sido condenado sin posibilidad de defensa porque el «principio fundamental del juez es éste: la culpa siempre es indudable». La condena es aplicada por las agujas de una máquina que inscriben en el cuerpo del condenado la ley violentada. El acusado, tumbado boca abajo, no puede ver la escritura, «pero nuestro hombre la descifra con sus heridas». En el proceso, que dura hasta su muerte, su carne desgarrada se vuelve ley. No se persigue ningún tipo de confesión ni de arrepentimiento.
No. Lo que se persigue es la asunción, por parte del disidente, del discurso del Estado. Se persigue el suicidio que representa la renuncia a la práctica que le conducen las ideas que dan sentido a su vida. Quieren su normalización. Sean diferentes. Piensen como quieran pero no muevan ni un dedo por conseguir lo que desean. Si no, la cárcel.
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