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domingo, 14 de noviembre de 2021

Los Amigos de Elkoro

Cuando terminen de leer este completísimo reportaje entenderán el por qué de la urgencia por parte de Madrid para imponer su relato acerca del proceso de desarme, desmovilización y reintegración de ETA dentro del marco del proceso de paz iniciado en Aiete hace poco más de diez años. Se trata de una pieza del rompecabezas que tiene como protagonista a José Luis Elkoro.

Adelante con la lectura:


Tres amigos en Liechtenstein

Esta es la historia de una complicidad a prueba de persecución y cárcel. De unos socios y de unos amigos para toda la vida. De una forma de hacer empresa comprometida con su comunidad, de visitas a Euskal Herria y a las cárceles, de gestiones para la paz, para la negociación ETA-Estado.

Mikel Zubimendi

Jörg Vogel (julio de 1939), Helmut Kaufmann (abril de 1936) y Toni Angehrn (noviembre de 1939). Un liechtensteiniano, un austriaco y un suizo. Alto directivo, vicepresidente ejecutivo y gerente del departamento de expansión de una empresa global llamada Balzers, puntera en instalaciones de alto vacío, pieza clave en el desarrollo de la máquina-herramienta vasca. Tres amigos que viven en Liechtenstein con un amigo común en Euskal Herria: José Luis Elkoro.

La cita con nuestros interlocutores es en Liechtenstein, un valle de los Alpes donde viven casi 40.000 habitantes. Paso de muga estratégico para los nazis al unir Alemania y el norte de Italia, con Austria a un lado y cruzando el río Rin que atraviesa el valle, Suiza al otro. Fue ruta de suministros militares, de botines de guerra; un valle de ganadería de montaña, de estraperlo y contrabandistas, que era relativamente pobre tras la II. Guerra Mundial. Salvando las distancias, una especie de valle del Baztan, pero en las alturas y a lo bestia.

Liechtenstein, además de ser un cruce de caminos entre cuatro países, es también un Principado. Y con el príncipe Rudolph y la princesa Tilsim a la cabeza, es sede de muchísimos bancos y no pocos casinos. A simple vista, rima con el Principado de Andorra, y con Mónaco, con San Marino, y con todo lo que asociamos a ese tipo de países: paraísos fiscales, casas reales… «Ayer tuvimos funeral de un familiar del Príncipe y pasaron por aquí la reina Sofía de España y Carolina de Mónaco», nos comenta Vogel antes de sentarnos a la mesa, así, con toda la naturalidad y normalidad, como si fuera una escena de la cotidianidad.

Pero no hay que equivocarse, poca broma: Liechtenstein es el país más industrializado del planeta. Así, como se lee. La industria representa el 48% de su PIB y, por ejemplo, en Alemania un 25,8%, y en Euskal Herria, un 23%. Posee compañías punteras en el mundo, algunas con arraigo en más de 130 países. Un paseo en coche entre aquellas montañas está lleno de sorpresas: aquella de allí es la Meca para los escaladores por la dificultad de sus paredes y, pasando la curva, en esta de aquí, hay un proyecto para vaciarla por dentro y construir una fabrica de semiconductores. Nada mejor para la estabilidad del suelo y la constante temperatura que necesitan ese tipo de instalaciones que las entrañas de una montaña.

«No era un jefe al uso»

La historia de esta amistad de más de 40 años comienza con la visita de un joven empresario vasco dueño de una empresa familiar que, tras una feria internacional de máquina-herramienta en Alemania a finales de la década de 1970, tuvo el interés y la osadía de tocar la puerta del Dr. Vogel, uno de los jefes de la compañía Balzers. Allí se presentó sin hablar inglés ni alemán, preguntando por las máquinas y la tecnología de alto vacío, convencido de que sus técnicos aprenderían en las instalaciones centroeuropeas, de que sus trabajadores estarían preparados para dar un salto en la precisión de su producto, en la calidad de sus piezas, para ganar en productividad, y a buen precio.

«A primera vista me pareció una persona noble, de carácter –nos comenta Vogel–. No conocía nada de sus actividades y su compromiso político, y debo decir que también tuvimos otras ofertas de otras empresas vascas, y más tarde del Gobierno Vasco, pero no nos parecieron los socios adecuados. La primera vez que visité su empresa me quedé totalmente sorprendido nada más entrar por la puerta. Tenían una especie de pizarra en la entrada donde estaban escritos todos los sueldos de la empresa, desde los de la gerencia al de los trabajadores, todos eran públicos, ¡increíble! Aquí algo así era y es sencillamente impensable. Saber lo que cobra el jefe es un secreto, y eso no se discute».

Y sigue tirando del hilo de la memoria: «La relación que mantenía con sus trabajadores, sus preocupaciones, no era un jefe al uso, no se parecía en nada a la gente con la que tratábamos. También me sorprendió otra cosa: nosotros teníamos la tecnología y las máquinas, pero estas aún no tenían nombre en euskara, fabricaban productos que no se podían expresar con una palabra en euskara, y me di cuenta que eso le dolía. Le preocupaba y se puso manos a la obra para superarlo. Nunca nos habíamos enfrentado a ese tipo de problemas y preocupaciones por parte de nuestros socios».

«¡Por su humanidad!»
La empresa vasca (Elay) que empezaron a visitar en Antzuola era relativamente pequeña, casi de escala familiar, pero funcionaba bien, sus resultados eran buenos. Y para los amigos de Liechtenstein proyectaba una pedagogía que concitaba su interés: se podía funcionar de otra manera, socialmente comprometida, con arraigo en la comunidad. «Creo que no es algo típico de Elay –dice Kaufmann–, pasa lo mismo aquí con las empresas familiares, piensan distinto, en el largo plazo, en términos de generaciones, no funcionan solo con planes a 2, 3 o 5 años».

Nuestros interlocutores hablan de valores empresariales intrínsecos, de tener buen olfato, coraje para arriesgar y mucha constancia. ¿Quizá vieron eso en José Luis Elkoro? ¿Por qué apostaron por él teniendo otras propuestas, otras ofertas, unos socios sin tanto trajín, sin tantas mochilas políticas e institucionales? «¡Por su humanidad!», responde de manera tajante el Dr. Vogel. Angehrn profundiza al respecto: «Recuerdo que una vez me dijo que, en términos generales, no hay que dejarse impresionar por el dinero, ni por los títulos y licenciaturas, que la amistad y la humanidad es lo que cuenta. Por otra parte, siempre ha estado muy enfocado en ser el mejor en tecnología, no solo en Euskal Herria, también a nivel internacional. Nunca tuvo reparos en viajar y aprender, hablaba solo euskara y español, pero no tenía miedo en preguntar».

Desde entonces han forjado una amistad de 40 años, en la que han podido comprobar que su socio no era como los otros. «Elkoro no ha sido solo un empresario, ha sido un muy buen empresario», remarca Vogel. Cuando estrecharon sus lazos de empresa y de amistad, era ya alcalde de Bergara, había sido una de las figuras políticas claves en el movimiento de alcaldes vascos en la transición del franquismo a la llamada democracia. Luego fue dirigente de la izquierda abertzale, miembro de la Mesa Nacional de Herri Batasuna, presidente del Consejo de Administración de Orain (editora del diario ‘Egin’), senador en Madrid… y siempre atendiendo a Elay y a sus amigos.

El Príncipe como factor

No perdemos la oportunidad de preguntarles sobre cómo fueron las negociaciones para establecer la sociedad Balzers-Elay, si hubo algún encontronazo entre diferentes mentalidades. Angehrn toma la palabra: «Quizá habría que preguntarle a él cómo nos analizaba a nosotros. Era un negociador duro, interesado en cosas que otros no nos preguntaban, quería saber cuál era el sistema de gobierno en Suiza, el papel de los 24 cantones, cómo guardaban sus derechos. Cómo era aquí el proceso dual de aprendizaje de la mecánica, cómo se enseñaba a nivel teórico y práctico, cómo se educaba a la gente que no iba a la Universidad y se preparaba para ir a la industria. Intentaba entender nuestra mentalidad, las especificidades de nuestra cultura empresarial, quería conocer nuestras tecnologías al detalle, asegurarse de que éramos los líderes mundiales en nuestro campo. Asociarse con Balzers no fue una decisión al instante, fue un proceso».

«Era firme negociando, desde el principio nos lo dejó muy claro: para ser socios, Balzers debía tener cierto nivel de participación financiera. El problema entonces era obtener luz verde de la alta dirigencia de Zurich que no estaba muy interesada en invertir en Euskal Herria. Nos decían que la situación era muy inestable, que ahí estaba el problema de ETA, que hasta cierto punto estábamos locos por querer apostar por Elkoro. Tuvimos un toma y daca muy duro con ellos, con palabras fuertes, y finalmente fue Vogel quien tuvo que emplearse a fondo para convencerlos».

Nuestros interlocutores hacen un inciso y quieren dejar constancia de un dato que puede aclarar el circuito de aquella negociación: «Balzers no se puede entender sin el Príncipe de Liechtenstein, sin su agenda de contactos, sin sus amigos y sus relaciones, sin las gestiones que hizo en Suiza para que se asociara con Biele, una compañía puntera de la Confederación Helvética. Sin la participación de Biele, Elkoro no habría podido cerrar ese acuerdo. Finalmente convencimos a la alta dirigencia de Zurich y entramos con un 25%».

CERN, un reto al límite de lo posible

Angehrn recuerda que «ya para el segundo año, Balzers-Elay rompió el cielo en nuestro grupo. En su escala, presentaba los mejores resultados entre los 130-140 países en los que estábamos establecidos. No solo por sus resultados económicos, también por la calidad de las piezas. Imagínate, nos volvieron a llamar a Zurich y la alta dirigencia nos pidió explicaciones, con cierto tono de reprimenda: querían saber por qué compramos solo el 25% de la participación». Años después, en Zurich se decidió que en todas las empresas participadas Balzers tuviera al menos un 51%. «Negociar el precio con Elkoro fue duro pero también justo. Entendió que no era una decisión nuestra, que venía de la alta dirigencia. Balzers se quedó con el 51% y Elay con el 49%, pero introdujo una cláusula: si decidía vender su participación, como grupo estábamos obligados a comprársela. Finalmente decidió venderla, así nos lo comentó una vez, fue él quien tomó la decisión, ¡en la celda de una prisión! Nos mencionó que el dinero fue utilizado para arraigar Elay en México y China».

En la conversación traen a colación el CERN (sigla que responde al nombre en francés Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire), un desafío enorme para Elay, algo «al límite de lo posible». Angehrn recuerda lo que supuso: «Cuando se presentó la licitación para la fabricación y suministro de piezas para el acelerador de partículas, el Dr. Vogel se puso en contacto con el CERN. Se trataba de un desafío técnico al limite de lo posible, había que fabricar piezas con una precisión dimensional de plus-minus 1 ym (yoctómetro), una cuatrillonésima parte de un metro. Elkoro quería este contrato por encima de toda circunstancia y con ello demostrar la competencia técnica de Elay y en general de la industria vasca. Fue un éxito rotundo para Elay, que tuvo que enfrentarse a una dura competencia europea. Finalmente la mitad del núcleo del túnel del CERN, la gran catedral europea de la ciencia donde se demostró la existencia del Bosón de Higgs, se construyó en Antzuola».

Nuestros interlocutores ya están jubilados, y a ese respecto son claros en relación al contacto que mantienen con su antigua compañía: «Somos partidarios de hacer tábula rasa», de saber cortar para volver a empezar. No participan ni quieren participar en los debates de la compañía, no comparten ciertas decisiones y son conscientes de que la confianza se ha ido perdiendo. Son otros tiempos y funcionamientos, a veces más parecidos a los de una multinacional sin alma, echan de menos la amistad y la humanidad como valor, pero son tajantes al respecto: «Nosotros nos tomamos en serio eso, si te jubilas y dejas una compañía, haz tábula rasa».

Recuerdos de los que no puedes desvestirte

Angehrn, Vogel, Kaufmann y Elkoro no solo han sido socios. «Sobre todo hemos sido amigos, buenos amigos. Una amistad de más de 40 años, algo excepcional», remarcan constantemente. Durante todas estas décadas han recibido a menudo a sus amigos vascos en Liechtenstein y han visitado muchas veces Euskal Herria. Así, han ido profundizando su conocimiento de nuestro país, sus lugares más emblemáticos, sus tradiciones y códigos, las heridas que han marcado su historia.

Conocen Gernika y su mensaje universal, Arantzazu como bastión de la espiritualidad vasca, la vieja Iruñea y la explosión frenética de vitalidad de sus sanfermines. Recuerdan el caserío Lamaiño, la sociedad Sagarpe o la chocolatería Kortazar en Bergara, los buenos momentos, la buena comida, las pequeñas parrandas, el buen coñac. Y, afinando su memoria, recuerdan cómo cuando iban en coche con Elkoro lo descarados que eran los seguimientos policiales, cómo se daban cuenta de que los seguían y cómo este, quitando hierro al asunto, les decía: «no os preocupéis, es algo habitual aquí». Nunca habían vivido nada similar. Recuerdan también cómo «nos dejaba solos, una vez fue en un museo, de Chillida creo, y nos decía que nos diéramos una vuelta y disfrutáramos, que tenía reunión de algo que llamaba ‘La Mesa’ y que en dos o tres horas volvería, y nosotros allí, solos, sorprendidos, esperando al amigo».

Y siguen refrescando sus recuerdos: «Viajamos juntos en familia a India y creo que fue en Kerala cuando vio a unos pescadores locales, recuerdo a Elkoro todo entusiasmado hablando con ellos, no sé en qué idioma y cómo lo hizo pero les compró las caracolas de mar. Volvimos al hotel y muy espontáneamente hizo bajar al director para pedirle que él personalmente iba a prepararlos en la cocina del hotel. Nos preparó aquellos caracoles, «a la vasca», digo yo. Teníamos otros planes de viaje, a Bolivia, Perú y Brasil, pero no fueron posibles porque lo encerraron en la cárcel, y cuando salió le quitaron el pasaporte, no podía viajar». Es una pena y, probablemente, aquellos planes no los puedan realizar, «hemos envejecido, somos ya octogenarios, pero estamos convencidos que una visita a Euskal Herria, esa sí, esa será pronto posible».

Juicio sin causa, condena sin delito

Durante estos años, la amistad que han labrado con Elkoro ha estado plagada de sobresaltos, de buenos y malos momentos, de risas y noticias terribles. Y recuerdan cómo fue tiroteado en el Hotel Alcalá de Madrid el día que mataron a Josu Muguruza e hirieron gravemente a Iñaki Esnaola, las veces que lo metieron preso y las duras acusaciones que se vertían contra él en la prensa. Estaban en Euskal Herria cuando la Guardia Civil detuvo a su hija, saben que un ataque contra un banco quemó toda su casa que estaba en el piso superior cuando lo tenían preso, pero ante todo recuerdan el cierre de ‘Egin’ como uno de los días más duros en la vida de su amigo vasco.

«Yo conocía aquellas instalaciones de Hernani, me llevó Elkoro a visitarlas, estuvimos viendo la maquinaría, compartiendo ideas» –avanza el Dr. Vogel–, mientras los tres coinciden en señalar que «para nosotros aquello fue terrible, según entendimos por lo que leíamos en los periódicos, decían que era por tener algunos problemas con la Seguridad Social, que ‘Egin’ no había pagado los impuestos que le correspondían, y que a Elkoro lo acusaban de tener contactos, no, algo así como de ser el ‘jefe de ETA’ en ‘Egin’». «Tuve varias llamadas de teléfono con él cuando cerraron ‘Egin’ –recuerda Angehrn– y te puedo asegurar que para él fue uno de los días más duros de su vida, estaba realmente abatido, parecía que había perdido un hijo».

Pero en Liechtenstein conocían muy bien a Elkoro, eran socios, y no podían creerse aquellas acusaciones. Sabían que siempre fue una persona recta, de principios, que nunca dejó de pagar un impuesto. «Él nos transmitía desde la cárcel que todo era mentira, hasta el último detalle. Sabemos además lo que hicieron con la rotativa y cómo desperdiciaron el equipamiento, algo increíble. No lo podíamos creer. Lo juzgaron sin causa, lo castigaron sin delito. Posteriormente nos informó de lo sorprendido y agradecido que estaba por el apoyo popular que recibió GARA para superar aquello». Para ellos, que son lectores de prensa vasca, aquella experiencia fue una lección, les sirvió para aprender y comprender mejor al pueblo vasco y sus códigos comunitarios.

«Una cosa de locos»

Condenaron a Elkoro por cosas que nunca hizo y sus amigos de Liechtenstein se pusieron manos a la obra para poder visitarlo: instancias, pasaportes... «Nunca conseguimos un permiso para visitarlo, siempre nos lo negaban. Compartíamos correspondencia, y en sus cartas nos comentaba que durante un tiempo lo pasó realmente mal, pero también, y creo que es algo muy típico en él, que si quieres conseguir objetivos, tienes que estar preparado para sufrir. Cuando al fin nos dieron el permiso y lo vimos por primera vez, allí en Martutene, detrás del cristal aquel, entre barrotes, fue algo muy duro para nosotros».

Valoran, y «nos emociona», la forma en la que durante todos los años que ha estado en prisión, su familia siempre ha estado junto a él. «Nuestra amistad no solo es con él, queremos a toda su familia». También quieren hablar de la rehabilitación de José Luis Elkoro, y de tanta gente que ha sido injustamente encarcelada, y preguntan si hay iniciativas al respecto, si es un tema que se trabaja. Nunca han entendido por qué metieron preso a su amigo, «no estuvo justificado que pasara esos años en la cárcel», porque dialogar y buscar soluciones «nunca debería ser un delito». Y tienen buenos motivos, conocimiento de primera mano, para pensar eso.

Quizá sea un tema delicado y no es bueno que den más detalles de los necesarios, pero ellos también hicieron su particular contribución al diálogo y la solución en Euskal Herria. «Nosotros sabíamos –afirma Angehrn– que siempre hubo contactos del Gobierno español con la organización ETA y las gestiones que nos encomendó Elkoro y por las que lo encarcelaron siempre fueron en esa dirección; entablar un diálogo directo con ETA. Es una cosa de locos, puedes ir a la cárcel si tratas de buscar una solución».

Gestiones para la paz
Saben que aquellos intentos de paz que impulsó Elkoro no fueron exitosos, «al parecer, no es fácil negociar la paz con el Gobierno español», dicen con su particular humor. «En lo que a nosotros respecta, el Gobierno de Suiza tiene una tradición como país neutral de negociar en situaciones en las que las partes no son capaces de llegar a un acuerdo, ahí puede ayudar a conseguirlo. Discutimos esto a fondo con Elkoro y decidimos hacer las gestiones para contactar con la gente idónea para llevar este tema. No fue difícil para nosotros abrir esa vía con la persona correcta en el Gobierno suizo, al más alto nivel».

Berna pedía a nuestros amigos de Liechtenstein respuestas: «¿Podéis describirnos la situación, lo que realmente está ocurriendo allí?», no tenía una foto completa de la situación vasca. «Tuve que trasladarles –dice Angehrn– cuál era la situación desde mi punto de vista, tomaron sus notas y nos lo dijeron muy claro: para implicarse como Gobierno en este caso se necesitaba el acuerdo de ambas partes. Contactar y convencer a la parte española fue tarea del Gobierno suizo. «Finalmente, supongo que obtuvieron la luz verde para intentarlo, el Gobierno de Berna logró sentar a ambas partes y hubo varias reuniones en Zurich. Creo que fueron Elkoro y el señor Diez Usabiaga quienes representaron a la parte vasca. No tenemos información sobre cuál fue el problema y por qué fracasaron aquellas conversaciones. Hablamos del año 1995, noviembre del 95 si no recuerdo mal».

Luego hubo otro intento en el que también ayudaron, «porque José Luis nos lo pidió». Fue en el año 1998, confirman que se sentaron representantes de ETA y del Gobierno español pero «no sabemos exactamente qué falló y por qué no cristalizaron». «Posteriormente hemos recibido algunos papeles de ETA y la petición de hacérselos llegar al Gobierno suizo. Así lo hemos hecho». Esto demuestra, para ellos, que Elkoro siempre buscó por todos los medios una solución. Y hacen hincapié en lo remarcable que es ese espíritu de constancia, de seguir en la búsqueda de una solución aunque hayan fracasado los intentos anteriores, de mantener alumbrada esa luz, de alimentar esa esperanza.

Ser flexible, sin romperse nunca

No ha sido fácil para ellos, reconocen, entender ciertas cosas que ocurrían en Euskal Herria. Tenían discusiones abiertas, profundas, con Elkoro. Eran conscientes de que las empresas vascas funcionaban, incluso que tenían sueldos relativamente altos, pero iban por la calle y se sorprendían con las fotos de un montón de presos que veían, volvían a Liechtenstein y les llegaban las fotos de los atentados por los medios, y no, no les resultaba fácil entenderlo. Respetaban al pueblo vasco, su amigo siempre les decía que no eran españoles, conocían su cultura y los desafíos a los que se enfrentaba su lengua, el euskara, pero definitivamente resultaba complicado para ellos entender ciertas cosas.

«Queremos discutir un poco los conceptos autonomía, autodeterminación e independencia, hay definiciones que quizá merecen darles otra vuelta. Para nosotros es imposible entender cómo puede independizarse Euskal Herria sin que eso produzca el colapso inmediato de España, e incluso de la Unión Europea. Y si a eso se le une el factor de Catalunya... La independencia parece algo inalcanzable hoy en día, ni siquiera en un futuro próximo. Entonces, ¿cuál es el motivo de agitar un objetivo si no puedes conseguirlo? Nosotros no tenemos la respuesta, igual ustedes sí. Visto desde aquí, con todo el respeto, creemos que a veces ciertas reivindicaciones han tomado un tono místico. Añadiríamos además que mientras haya una monarquía no hay camino, ¿cómo juzgan los vascos esta cuestión de la monarquía? Igual tampoco es el tema...».

«A la izquierda abertzale nunca la entendimos del todo, pero menos aún la posición del PNV», remarcan nuestros interlocutores, desde la distancia, con cercanía y humildad. E insisten en que depare lo que depare el futuro para Euskal Herria, su disposición a ayudar seguirá ahí. «De eso se trata, –concluye Vogel–, de ser flexibles pero no romperse nunca». Así es José Luis Elkoro para ellos, así la amistad que mantienen con él y con el pueblo vasco.

 

 

 

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