La educación en Euskal Herria tiene sus particularidades, de eso ya hemos hablado con antelación.
Hoy, desde el portal de El Salto, traemos este muy interesante reportaje acerca de los esfuerzos por contener el modelo de educación concertada en Bilbo:
Pinchar la burbuja de la educación concertada
Familias de Bilbao explican cómo viven su elección: haber elegido para sus hijos e hijas la red pública frente a la red concertada, donde estudia el 49% del alumnado del País Vasco. ¿Inercia o militancia?
Gessamí Forner“Somos blancos, somos clase media, somos el objetivo preferente de la educación concertada que impulsa el Gobierno vasco. Podemos pagarla y nuestros hijos estarían con otros niños como los nuestros. Pero tomamos otra decisión y les matriculamos en la educación pública, en la escuela de nuestro barrio”, explica Inés Egino, madre de dos críos que asisten al aula de 5 años y a tercero de primaria del colegio Mujika, situado en el Casco Viejo de Bilbao.
Iosu Balmaseda es uno de los veteranos del centro, su hija ya está en quinto. Recuerda que cuando la niña empezó en el aula de dos años (en el País Vasco la educación infantil gratuita arranca a esta edad) el 95% de las familias no podía pagar la cuota del Ampa. Ahora la abonan el 50% de las familias.
Mujika es una escuela preciosa: un edificio antiguo de varias plantas con sus techos altos y puertas de madera robusta. Pero la arquitectura que funcionó a principios del siglo XX no casa bien con el XXI: no tiene patio exterior, solo un área de recreo en la azotea con un frontón cubierto. El Ampa tuvo que pelearse con el Ayuntamiento para que dejara jugar a los niños en la calle y poder respetar así las medidas sanitarias exigidas por Educación durante la pandemia —grupos burbuja, distancia de seguridad—. La calle siempre ha sido peatonal, pero al Consistorio le costó ceder tras varias manifestaciones.
Extraescolares universales
Saliendo del Casco Viejo, cruzando la calle que lo rodea, donde circulan coches, autobuses y el tranvía, se encuentra el centro García Rivero, más conocido como la escuela de Atxuri, por el nombre del barrio donde se ubica. La presidenta de su Ampa, Aitziber Sagarminaga, destaca que la administración “lo privatiza todo”. Existen subvenciones, sí, pero un Ampa no tiene tiempo ni medios suficientes para invertir en el submundo de la burocracia. “Es imposible, somos familias”, recuerda. Por lo que han acordado una medida revolucionaria que costean ellas mismas: han convertido en universales las extraescolares impartidas en el horario del comedor. Cualquier crío puede asistir a clases de magia, al taller de manualidades y a un refuerzo de euskera; no hay actividades de pago.
El Ampa había notado que solo los niños de ciertas familias —ingresos dignos, perfil lingüístico en euskera— asistían a extraescolares, por lo que una discriminación por motivos económicos derivaba también en una segregación idiomática. Euskera por un lado, castellano por otro.
Sin euskera, los niños difícilmente adquieren el resto de materias. La tasa de repetición en el modelo lingüístico D (todas las asignaturas se imparten en euskera) en los centros públicos se sitúa en el 19%, frente al 7% de la red concertada, según los datos del estudio PISA recogidos en la investigación Evolución sociodemográfica del alumnado en Euskadi.
En total, el Ampa de Atxuri paga cada curso escolar 3.500 euros para fomentar la adquisición del euskera y su apego a través de un entorno de juegos y jolgorios compartidos entre niños que hablan euskera en casa y niños que lo aprenden en el cole.
El euskera vertebra sinergias
Hace diez años, la escuela Mujika estaba adscrita al modelo A (todas las asignaturas en castellano). Con la oleada migratoria de principios de los 2000, se afianzó como un centro con una elevada tasa de niños o madres nacidas fuera de Euskadi —primera o segunda generación de migrantes—. En los coletazos del modelo A en la red pública, Mujika fue la última escuela de Bilbao que se pasó al modelo D.
A partir de entonces, familias euskaldunes que querían una educación en euskera para sus hijos y que creían en la educación pública matricularon a sus pichones en Mujika: “El euskera es una excusa para justificar llevar al niño a la concertada, porque si tú eres euskaldun y la madre también, como es el caso de nuestra hija, el idioma lo va a tener. Para nosotros, nuestro compromiso con el euskera es el contrario a lo que fomentan las escuelas privadas: si soy euskaldun, matriculo a la niña en la escuela que le toca porque, precisamente, pongo el foco en el euskera”, considera Iosu Balmaseda. Y remata: “Las sinergias en la escuela cambiaron cuando la mitad de la clase empezó a ser euskaldun”. Euskera y diversidad cultural en esta escuela es un camino de sentido único con dos carriles paralelos que se entrecruzan.
Ocho maestras distintas en un curso
La mayoría de las siete personas entrevistadas para este reportaje son muy críticas con la red concertada a la que asiste el 49% del alumnado de la Comunidad Autónoma del País Vasco. Una red que disfruta de dos cosas que no disponen las escuelas públicas: instalaciones y estabilidad del profesorado.
El pasado curso, la hija de Balmaseda tuvo ocho maestras distintas y el primer tutor no llegó hasta nueve días después del inicio de las clases. El nivel de interinidad del profesorado en la red pública del País Vasco se eleva al 40%, según Steilas, el sindicato mayoritario en la educación pública, quien forma parte de la plataforma Topagunea, que hoy ha convocado una manifestación en Bilbao para reivindicar la educación pública. Con estas cifras de interinidad resulta complicado desarrollar e implantar un proyecto educativo en cualquier centro. Por su parte, el profesorado de la concertada cobra un 10% menos que la pública, pero tiene una plantilla estable, contratada mediante entrevistas laborales, que acompaña un proyecto educativo atravesado, en cada caso, por un ideario concreto —religioso, pedagógico, cultural, social, idiomático, etc.—.
El debate de la propuesta de EH Bildu aparece en la conversación inevitablemente, así como la dicotomía público y concertado —“privado”, insisten varias personas—. En Mujika son especialmente beligerantes porque están dolidas: “Muchas familias usan el aula de 2 años para matricular a sus hijos para disfrutar de un año gratis de educación, en vez de pagar un año extra de guardería, y a los 3 años sacan a los niños de Mujika para llevarlos a una ikastola de Loiu u otros centros concertados”, explica Inés Egino. Este curso se han marchado de Mujika 8 de 22 niños, “dejando fuera a familias que sí hubieran continuado en la escuela”, añade. En escuelas concertadas no es extraño arrancar la escolarización a los 3 años.
Niños de autobús o niños de barrio
El nombre de ciertos centros concertados sale a menudo en las conversaciones. Son los niños de autobús. Una hora de ida, otra de vuelta. “Cuando los adultos empezamos un nuevo trabajo valoramos que esté cerca de casa. Pero con los hijos estamos dispuestos a mandarlos a una hora de autobús para que se codeen con la élite”, concluye Igone Bastida —madre de un niño de cuatro años en Mujika, un bebé de tres meses en brazos y pareja de un hombre de otro país—. “Es muy importante mamar la diversidad cultural y el respeto hacia la heterogeneidad durante la infancia para que cuando los niños crezcan no arrastren prejuicios en la edad adulta”, advierte.
Irati Lucas tiene un niño en el aula de 4 años de Mujika y es maestra de la pública. “En los pueblos es otra cosa, pero en las ciudades tenemos un problema muy grave que no estamos abordando con la seriedad que requiere”, sostiene sobre la dicotomía de los sistemas educativos vascos. “Parece muy romántico que familias del Casco Viejo hayamos decidido matricular a nuestros hijos en Mujika por militancia, como si les quisiéramos menos que los que les llevan a otras opciones, pero le matriculamos aquí porque para nosotros la mejor opción es la escuela de barrio, pública y diversa. A todos nos gusta vivir en el Casco Viejo, pero parece que no gusta tanto la gente que lo habita, y eso es preocupante”, concluye.
Recursos, recursos y recursos
Amaia Bacigalupe lleva a sus niños a Atxuri. Ella es profesora universitaria de sociología y tiene claro que parte de la solución es el dinero. Más inversión. “Cuando hablamos de diversidad, que es una gozada, lo que necesitamos es que los medios se multipliquen por tres. Estamos perpetuando dos modelos educativos que surgen en los 80 de una anomalía histórica y que permiten la libre elección del centro, cuando lo que consiguen es fracturar socialmente”, advierte.
Katixa Agirre también lleva a sus dos niños a Atxuri. Como escritora, le gustan las metáforas: “Si año a año minas una red y privilegias la otra, el mensaje que cala es que tus hijos estarán mejor en la concertada, algo que no ocurre en la Sanidad. Lo que me preocupa es que en Educación se acepta y se abraza esa idea de que un sistema parasite al otro, en vez de publificarlo, absorberlo o corregirlo”.
“El sistema ha caducado hace décadas. Eso implica un debate que pasa por las concertadas, y eso crispa. Si hablamos de ikastolas, estas tienen un valor político para nuestro pueblo que debe estar encima de la mesa, porque a través de una titularidad cooperativa cumplieron una función determinante para que no se perdiera la lengua. Y hay que hablarlo ya y todas las propuestas son bienvenidas, porque esto va a la velocidad del rayo y lo que hoy es plural, mañana aún lo será más”, considera Aitziber. En 2019, el 27% de los partos en la Comunidad Autónoma del País Vasco fueron de madres nacidas fuera del Estado, según el Eustat.
De momento, estas familias eligieron la educación pública para sus hijos e hijas. “Las burbujas también son un modelo de resistencia, pero no se sostienen a largo plazo ni modifican la sociedad”, concluye Katixa. Ella eligió romperla.
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