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martes, 2 de noviembre de 2021

Del Samhain al Halloween

Halloween, esa festividad hoy globalizada al estilo estadounindense pero con una fuerte vinculación a la cultura celta, tiene también sus vínculos con Euskal Herria. De eso nos habla este artículo en El Correo:


Linternas de nabos y migas funerarias

Algunos de los antiguos ritos celebrados en Euskadi por el Día de Todos los Santos están relacionados con el Samhain celta (y también con Halloween)

Ana Vega Pérez de Arlucea

No podemos competir ni con el colorido Día de los Muertos mexicano ni con la diversión que promete el Halloween anglosajón. Ni siquiera con el más cercano Samaín gallego, rescatado por Rafael López Loureriro hace un par de décadas, cuando descubrió que muchas tradiciones de Todos los Santos conservadas en Galicia tenían una clara relación con el milenario Samhain celta de las islas británicas que, a su vez, es también el origen del moderno Halloweeen estadounidense.

De América a Europa, precolombinas o célticas, la mayor parte de estas festividades nacieron como ritos vinculados al fin de la cosecha o al equinoccio de otoño que con el transcurso de los siglos acabaron incorporándose al calendario cristiano como víspera de Todos los Santos (31 de octubre), día de Todos los Santos (primero de noviembre) y día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre). En la Irlanda precristiana, por ejemplo, el festival de Samhain marcaba el final del año agrícola y además tendía una especie de puente entre el mundo de los muertos y el reino de los vivos. Se creía que durante aquellas fechas especiales los espíritus de los fallecidos podían manifestarse, de modo que se les hacían ofrendas de comida y bebida a la vez que se utilizaba la luz de hogueras y linternas para ahuyentar a los espectros malignos.

De ahí viene la tradición de las calabazas vaciadas y talladas a mano con rasgos aterradores, sólo que originalmente esas linternas vegetales no se hacían con las calabazas de color naranja que ahora tanto relacionamos con Halloween. La inmensa mayoría de las cucurbitáceas que comemos hoy en día vino de América a partir del siglo XVI: antes del viaje de Cristóbal Colón en Europa tan sólo se conocían de esa particular familia de plantas las sandías, los melones, los pepinos y la calabaza vinatera o Lagenaria siceraria, que es la que utilizaban los peregrinos como cantimplora una vez seca y vacía.

Con esa vieja calabaza de origen africano, con melones e incluso con nabos grandes se hacían en Galicia, Castilla y León, Extremadura e incluso en Andalucía faroles en los que el día de Todos los Santos se introducían velas encendidas. Curiosamente gracias al libro 'La alimentación doméstica en Vasconia' (1990) y al trabajo de investigación sobre la alimentación tradicional de Etniker Euskalerria he podido descubrir que en Treviño y sus pueblos cercanos también se elaboraban linternas al estilo de Halloween para los días de Ánimas. En los años 50, cuando aquí nada se sabía del truco o trato ni de los disfraces 'jalogüineros', en ciertos lugares de Álava aún se mantenía «la broma de vaciar un nabo fresco, hacerle unas aberturas que asemejen los ojos y la boca de una calavera, poner una vela encendida dentro y colocarlo de noche en la calle, en sitio oscuro con el fin de dar un susto al despistado transeúnte».

En Pariza (Condado de Treviño) además del farol de nabo se acostumbraba elaborar en casa o comprar al panadero una torta que se llevaba a la iglesia en recuerdo de los familiares fallecidos. Los panes funerarios eran uno de los elementos fundamentales de casi todos los ritos mortuorios celebrados en Euskadi: podían ser hogazas grandes de casi 2 kilos o piezas más ligeras, elaboradas sin levadura y con forma aplanada. En ese último caso se denominaban olatak, término que al igual que el castellano 'oblada' proviene del latín 'oblatus' (ofrecido). Las olatak, que se hacían en el horno de casa o se compraban especialmente para la ocasión en la panadería local, llevaban aparejada una creencia entrañable, la de que los muertos necesitaban sustento de cuando en cuando. Por eso se entregaban como ofrenda en los funerales pero también en los servicios religiosos de Todos los Santos y Fieles Difuntos. Los vecinos de Aretxabaleta creían por ejemplo que tras pasar un tiempo sobre las sepulturas el pan perdía peso, mientras que en la parroquia de Alboniga (Bermeo) aseguraban que las olatak proporcionaban sustantsiye a las almas de los difuntos por quienes se rezaba. Tras la misa los panes eran recogidos por el cura o el sacristán y a veces eran repartidos entre los vecinos encargados de tocar las campanas con tañido fúnebre durante horas y horas. 




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