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miércoles, 17 de marzo de 2004

Steinsleger | España y el Rubicón

En este artículo de opinión publicado por La Jornada su autor, José Steinsleger sí que deja claro el término terrorismo como parte del monopolio de la violencia por parte de los estados y lo hace yendo más allá del terror de la República Francesa para llevarnos hasta el terror que ejercía Roma en su búsqueda de la Pax Romana. De ahí nos regresa al presente al retratar las sucias estratagemas a las que recurre Washington para imponer su Pax Americana.

Disfruten la lectura:


España y el Rubicón

José Steinsleger

Podría convenirse en que el terrorismo, gelatinosa ideología de la solución final, es un método de dominación. Sin embargo, el sufijo no alcanza para dar cuenta de la trágica connotación del sustantivo: "miedo intenso". Donde hay "miedo intenso" no hay razón.

Quienes lo combaten sienten que la humanidad atraviesa una etapa de involución. Quienes lucran con él apelan al terror: terror político, terror económico, terror conyugal, terror delictivo, terror laboral, terror ambiental, terror militar.

En España, la derrota de uno de los miserables más notorios de la escena política contemporánea consiguió romper la santa alianza de un modelo que hasta la semana pasada parecía dominarlo todo.

Si nada nuevo hay bajo el Sol tomemos, con precaución debida, algunas analogías de la historia. De Rómulo y Remo a la Roma de Constantino transcurrieron mil años. Los tiempos de la modernidad fueron más rápidos. De Lutero a la fecha ningún imperio aguantó 250 años.

¿En qué momento empezó la decadencia del imperio romano? En 46 aC Roma derrotó y ejecutó al "terrorista" Vercingetórix, rey de los galos. Pocos romanos pensaron entonces que su fama de guerrero invencible guardaba íntima relación con las debilidades internas del imperio.

En 2003 Estados Unidos derrotó y capturó al "bárbaro" Saddam Hussein y (ya mero) atrapa a Bin Laden. La diferencia entre la una y la otra época consiste en que ninguna persona medianamente informada cree que la "democracia" y la "libertad" ganan con estos espectáculos del big business mediático.

¿Qué garantiza el porvenir del estadunidense? En la cima de su esplendor y poderío, la pax americana de Bush guarda similitud con la "fiesta imperial por la paz" celebrada por Octavio en momentos en que el "bárbaro" germano Arminio destazaba 25 mil legionarios en la selva de Teutoburgo (9 aC).

Hasta nuevo aviso, el terrorismo llegó para quedarse. Encendidos al rojo vivo, sus engranajes ideológicos, espirituales, económicos y militares tratarán de que, efectivamente, se quede.

Bravo: la ETA no cometió el crimen de Atocha. El problema es que todo mundo sabe qué es la ETA y nadie sabe a quién sirve Al Qaeda. Los únicos que parecen saberlo son los Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Ariel Sharon, el Mossad y la CIA. Los demás nos limitamos a acusar recibo de lo que dicen estos mentirosos.

Al Qaeda, nos dicen, cuenta con ingenieros militares, expertos en finanzas, informática y electrónica, pilotos de guerra y sabios de la inteligencia terrorista. Con una salvedad: son tenazmente olvidadizos. Invariablemente, en las inmediaciones de sus crímenes Al Qaeda abandona libros del Corán, maldiciones bíblicas contra Occidente, pasaportes y camionetas con "miles de explosivos".

El acto de fumar a escondidas en algún aeropuerto yanqui puede llevarnos a morir en la cámara de gas. En cambio, Al Qaeda burla los controles de los aeropuertos más vigilados del mundo.

Después del fatídico 11 de septiembre, Mohammed Atta olvidó en un coche de alquiler un manual de cómo pilotear aviones. Al árabe que intentó abordar un avión con explosivos en sus zapatos se le olvidó borrar el disco duro de una computadora que daba cuenta de sus planes.

Los medios de comunicación, agradecidos. El imperio, también. Pero si algún periodista investiga qué está pasando, debe solicitar custodia oficial 24 horas al día. Es el caso del francés Thierry Meyssan, director de la red Voltaire y autor de La terrible impostura: ningún avión se estrelló en el Pentágono.

La decadencia del imperio romano empezó cuando Julio César cruzó el Rubicón, en desafío al Senado, que le ordenaba licenciar a las tropas. El imperio estaba feliz con los éxitos de César en su lucha contra belgas, helvecios, aquitanos, téncteros, usipios, carnutos, eburones, bitúrigos, arvernas y otros "terroristas". Sólo que resultaba demasiado oneroso.

César escribió: "Si desisto de atravesar este río, ello me traerá la desgracia; pero si lo cruzo, la desgracia será para los otros". Las legiones cruzaron el Rubicón, aplastaron al ejército del suegro Pompeyo (49 aC) y el nuevo jefe de la guerra preventiva entró en Roma como amo absoluto del Mediterráneo. Cuatro años después, 60 legisladores asestaron sus puñales en quien pasó a la historia como "arquetipo del hombre de Estado" (Mommsen). Tres siglos más tarde, Roma estaba política y espiritualmente controlada por una poderosa secta de origen oriental: los cristianos.

Solía decirse que el terrorismo es el recurso de los débiles. Nuestra época indica que también es el recurso de los fuertes. El vínculo entre ambos terrorismos no sería tanto la "irracionalidad" cuanto la razonada certidumbre de que aun entre los más ignorantes y desinformados hay conciencia de que, irremediablemente, todo se pudre en Dinamarca. 




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