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domingo, 14 de marzo de 2004

García | La Maldad y la Ceguera

El PP podrá haber engatusado a mucha gente con respecto a la autoría de los atentados del 11-M en Madrid, pero no ha podido engatusar a todos, tal como nos muestra este texto en la sección Opinión de La Jornada:
 

La maldad y la ceguera
Ignacio García |  Editor del Collectiu do Solidarotet amb la Rebelió Zapatista, de Barcelona

Mal y ceguera se alimentan una a otra. Sí, este 11 de marzo, la espiral que produce el miedo ha dado un salto. Sí, pareciera ser cierto aquello de que "Vendrán tiempos malos y nos harán ciegos. Vendrán tiempos ciegos y nos harán más malos"

El atentado ocurrido el jueves pasado en Madrid ha desencadenado los acontecimientos a ritmo de vértigo y nos ha dejado aturdidos. No podíamos creer lo que estaba ocurriendo. Desde entonces la rabia ha ido aumentando a la par que nuestro desconcierto. El corazón se ha nublado por la impotencia y la tristeza, mientras que la inteligencia nos ha repetido que no podía ser verdad lo que estamos viviendo, que hay que gritar y llorar para poner las cosas en su sitio.

La gente común y corriente lo ha hecho. La indignación se ha manifestado ante la manipulación y la indignidad de anteponer intereses oscuros a la verdad. Apenas el viernes, en la manifestación de Barcelona, estas personas echaron de la movilización a gritos de asesinos a los representantes del Partido Popular, sin que nadie se los pidiera. A pesar de que la Generalitat pedía que la protesta fuera silenciosa, la gente respondió llevando sus pancartas y manifestando su voz sin consignas previas, sin convocatorias de nadie, dando una lección a todos de cómo siente y cómo piensa. Fue una gran lección que hemos de aprender y escuchar los que aún nos creemos que entendemos las cosas y que vamos por delante de todos. Uno quiere creer que en muchos otros lugares ocurrió lo mismo.

Es urgente comprender lo que pasa, reconocer que este hecho de sangre tan terrible cambia muchas cosas y pone en evidencia muchas otras. La clase política cerró filas. El poder ha mentido de forma insultante y canalla, defendiendo intereses que, desde luego, no son los de la sociedad. Los medios de comunicación han sido, salvo honrosas excepciones, la voz de su amo. La clase política en su conjunto no ha sabido atender la demanda popular de conocer la verdad y se ha movido en la prudencia y en la lógica electoral y partidista. Ante un hecho tan grave, la sociedad civil nos hemos quedado desprotegidos e impotentes. Queda la esperanza de que la voz que surge desde abajo y dice "¡Ya basta!". Un ¡ya basta! sin nombres ni siglas. Un grito que nos interpela y que hemos de saber escuchar e interpretar.

Veremos qué ocurre con las elecciones. Cada cual elegirá su opción. Lo importante, sin embargo, será el día después. Tanto a muchos que votan como a muchos que no lo hacen nos quedará el mismo reto. ¿Cómo conseguir que el que mande, mande obedeciendo? ¿Cómo establecer mecanismos de control de la propia sociedad sobre el poder que le toque? Los límites de esta democracia ya están más que señalados. Hay una exigencia, cada vez más aceptada, de intervenir en política desde abajo buscando otras formas al margen de la opción de poder. Y todo ello frente a una izquierda política que no está a la altura de las circunstancias. Que ha demostrado su ineptitud sobradamente. Que solamente nos pide el voto y que les creamos. Y eso ya no es suficiente para muchos. La credibilidad se ha de ganar con hechos. Los movimientos que aspiramos a otra forma de hacer las cosas hemos de ser humildes y aprender de lo que está ocurriendo sin volvernos ciegos o quedaremos como una expresión más de un discurso vacío aunque lleno de buenas intenciones.

El momento es muy grave. Pase lo que pase en estos días, la única confianza será la que construyamos desde abajo y en común, olvidándonos de actitudes excluyentes a la hora de enfrentar un enemigo poderoso y arrogante capaz de cualquier cosa, ya sea tanto desde el poder como de aquellos que aspiran a conseguirlo a cualquier precio. Nos enfrentamos a la barbarie, a la espiral de ceguera y maldad que alimenta la desesperanza. Nuestra armas han de ser el sentido común y la generosidad de la sociedad civil, de los de abajo, que a pesar de todo no pierden la inteligencia. Todo un reto y única esperanza de cambiar las cosas. Esa es mi esperanza. 





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