Disculpen que insistamos tanto en el tema de las de cal y las de arena que da el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo pero, creemos que después de leer esta entrevista a la madre de la víctima de tortura y represaliada política vasca Iratxe Sorzabal publicada por Naiz podrán entender las razones para nuestra insistencia.
Lean por favor:
«Durante años no he podido ni llorar por el sufrimiento que padeció mi hija»
Mari Nieves Díaz, madre de la presa Iratxe Sorzabal (Irun, 1971), reconoce que la entrega temporal de su hija para ser juzgada en Madrid le genera una fuerte zozobra. Sus palabras se confunden con la bruma que cubre el Bidasoa en una fría mañana de enero.
Maite UbiriaMadre sobre todo, Mari Nieves Díaz llega a nuestro encuentro, el 12 de enero, con su kit de bayetas y mantas. Para secar y abrigar el banco que será testigo de una conversación dolorida en la que, pese a todo, asomará algún rayo de esperanza. Tenue, eso sí, como el sol de invierno.
El nombre y la trayectoria de su hija son conocidos, pero ¿quién es Mari Nieves Díaz?
Una persona muy corriente que nunca ha querido destacar. Pero se trata de mi hija, y tomo la palabra porque es una manera de denunciar las torturas, las de mi hija y las de todos los que han pasado por esa situación.
Las imágenes que mostraban el cuerpo herido de su hija permitieron documentar las torturas que denunció judicialmente. Siempre me he preguntado cómo impacta ese material en el entorno más próximo.
Lo vivimos muy mal, porque se corroboraron los temores de nuestra familia. Desde que la detuvieron yo ya veía venir que la iban a torturar. Porque era una práctica habitual con los vascos. Una detención incomunicada equivalía casi siempre a tortura. Unos han salido muertos, otros, como mi hija, han salido vivos.
Antes de la detención de su hija recibieron llamadas en casa.
Ocurría por la noche. En una de esas llamadas la persona que estaba al otro lado del teléfono me decía: «lo que más ilusión me haría sería poder quitarle las braguitas a su hija». ¿Qué podía esperar como madre? Lo peor. Y ocurrió lo peor. Alguna madre me dirá que peor es ver a un hijo muerto. Lo comprendo, claro está, pero yo creo que no se trata de poner medidas al sufrimiento. Todo es dolor de madre.
¿Esas marcas físicas de la tortura en el cuerpo de una hija qué huella dejan a su madre?
Una madre siempre cree que puede salvaguardar a sus hijos. Desde que nacen les proteges todo lo que puedes. Para que no se hagan daño. Y lo que le pasó a Iratxe fue tan terrible que, inevitablemente, te dices que tú no has podido hacer nada por evitarlo. Querías haber estado en su lugar y no has podido. Es una impotencia terrible. Quizás solo otra madre que haya pasado por algo similar me comprenda.
¿Cómo se sobrelleva el tiempo posterior a esa irrupción brutal de la certeza de la tortura?
Lo vives muy mal, apoyándote en la familia, los amigos, el entorno cercano. No hay otro apoyo. Las autoridades se lavan las manos. Esto no existe. No se ve. Pero, por fuerte que pueda sonar, nosotros tenemos la suerte de contar con mucho material, muchas pruebas e informes, de expertos prestigiosos, de instituciones internacionales, que certifican que Iratxe fue torturada. A mi hija durante la detención le tuvieron que llevar a un hospital, y ya se sabe que no llevan a los detenidos al hospital por un dolor de cabeza, por una simple migraña.
Tres euroórdenes aceptadas y una cuarta rechazada con el informe de un experto, el doctor Duterte, que certifica, en base al Protocolo de Estambúl, la credibilidad de la denuncia de torturas. ¿Es sanador ese certificado de la verdad?
Para mí lo importante es que Iratxe se ha ido sintiendo mejor, más fuerte, cuando expertos tan destacados como el que menciona y otros, como el forense Paco Etxeberria, han reconocido que fue torturada. Es la primera vez que se ha rechazado por ese motivo una euroorden. Hay informes, por tanto, muy solventes, y todo ello le ha dado a Iratxe una fuerza tremenda. Y a nosotros también. Mi hija se ha abierto y ha hablado para contar todo eso que no me ha dicho a mí.
¿No le ha hablado en estos veinte años del trato de que fue objeto durante la detención?
Ella nunca me ha hablado de las torturas. Igual la gente no se lo cree, pero no hemos hablado.
¿Ha sentido necesidad de mantener esa conversación?
Nunca he pedido esa conversación, pero he recibido recientemente un escrito especial.
¿Que narra ese tormento?
Bueno, la cosa es que en la cárcel en que se encuentra Iratxe –se refiere a la prisión francesa de Réau en la que la presa irundarra, trasladada el 14 de enero temporalmente a Estremera (Madrid), cumple su condena, n.d.r– están preparando una obra teatral, centrada en el maltrato, y le han propuesto a Iratxe que escriba una especie de guión. Por lo visto, se puso a escribir y le salió un relato sobre lo que ella vivió. Ese texto lo han montado con voz y música para una radio parisina. A Iratxe le ha brotado esa narración. Y me ha mandado ese relato escrito.
¿Es una forma de compartir finalmente una vivencia que no habían verbalizado ustedes?
Yo creo que ha encontrado otro medio para hablarme. De esa manera quizás se ha llenado ese hueco que existía. Además he escuchado el audio y es muy impactante. Ahora estamos pendientes del juicio, y todo se revuelve de nuevo.
Según ha asegurado la defensa ante los tribunales franceses la única base de las peticiones de entrega para ser juzgada en el Estado español son las declaraciones obtenidas por torturas.
Pero le entregan igualmente, y le van a juzgar del mismo modo en base a informes de la Guardia Civil basados en torturas. Los tribunales franceses reconocen que fue torturada, pero luego se lavan las manos y ejecutan la entrega. Como decía antes, nos queda la fuerza que da saber que contamos con avales tan importantes, con unos informes de tal calidad que en cualquier Estado democrático imposibilitarían que Iratxe fuera juzgada.
¿Cómo afronta su hija esta etapa de entrega temporal y juicio, a sabiendas que le espera otra vez hurgar en lo vivido?
Más preocupada por mí que por ella. La hija se preocupa de la madre y la madre de la hija.
Con permiso de la tercera generación. Ahí está Lur. ¿Le preocupa cómo afrontar con su nieta experiencias tan duras?
De momento vamos dejando que fluya el día a día. Ni forzamos las cosas ni, cuando surgen, las ocultamos. Queremos que las cosas vayan llegando. Ahora tiene 12 años. Va asumiendo que le toca seguir viviendo con la amoña, no con su madre. Y eso ya es bastante costoso.
Otra relación de madre e hija, estrecha pero a distancia.
Aprovechan la falta de límites a las llamadas telefónicas que hay en las cárceles francesas y son capaces de hablar, de contarse casi todo, y hasta de hacer deberes. Iratxe le ayuda con las etxeko lanak. La relación es muy buena, porque hemos ido paso a paso. Piensa que hasta los seis años Lur no conoce como quien dice a su ama, excepto por las fotografías y porque, claro, hablamos mucho de ella en casa.
Esa relación se forja tras la detención de su hija, en 2015.
Cuando fue a verla por primera vez a la cárcel todos estábamos nerviosos. Le dimos a la niña una explicación básica de cómo es una prisión. Pero la cosa es que entró a la visita y nos quedamos muy sorprendidos. Fue increíble. De repente las dos se vieron y era como si se conocieran desde siempre. Realmente asombroso. Eso nos dio a nosotros una gran tranquilidad y, lo que es más importante, le dio mucha serenidad a Iratxe. Así lo viví yo, al menos, aunque lo que yo sienta no importa tanto. Es su hija, y lo importante es lo que ellas han vivido desde ese día. ‘Nik ama daukat, amoña, eta zer polita den!’ nos decía Lur. Eso y que era aun más guapa que en las fotografías (por primera vez en la entrevista Mari Nieves sonríe).
Por citar el proyecto documental ‘Bi arnas’: un soplo de aire, para ellas y para usted.
Estaban las dos entusiasmadas. Fue otro soplo de aire, para respirar, para seguir viviendo. Un poco como se explica en el documental que le han hecho, con la ayuda de los amigos, y que yo creía que iba a ser una cosa pequeña, pero que ahora parece que se va haciendo más grande.
Le ha llegado, por fin, la hora de contar cómo se vive cuando la tortura golpea en casa.
La verdad es que he estado bloqueada de tal manera durante años por las torturas que padeció mi hija que no he podido llorar. Ni por lo que le ocurrió, ni por cualquier otra cosa que me haya pasado. Yo no pude llorar durante años. Sin embargo, cuando la detuvieron en Baigorri se me vino todo encima: la detención precedente, las torturas... Y entonces, reventé. Recuerdo que estaba sola en casa. Arranqué a llorar y no podía parar. Lloraba, gritaba, insultaba. Aunque no utilizo el insulto habitualmente, ese día lo hice. La noticia me pidió desprevenida, estaba en la televisión. Me desbordó todo. Hasta que caí en la cuenta de que se acercaba la hora de ir a buscar a la niña a la ikastola, y por fin pude parar.
La responsabilidad, siempre.
La vida me ha forzado a ello. Y ahora, pues, otra vez.
Cuando, en unos meses Iratxe complete la condena de siete años que le impusieron en el Estado francés, se abrirá otra etapa para ella y su familia.
De momento estamos centrados en cómo aguanta mi hija la prueba terrible de un nuevo juicio. Tiene que pasar por eso otra vez. De nuevo se le abrirá la herida. Esa es mi preocupación. Que se haga ese juicio, y otros, a sabiendas de que no se aplicará la ley de la misma forma que lo harían con cualquier otro preso. Resulta insoportable.
El acercamiento de los presos dibuja un nuevo escenario.
Nosotros hacemos más de 900 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta. Si Iratxe estuviera más cerca, seria un alivio para la familia, pero que nadie me pida que sienta alegría. Los presos siguen en la cárcel, algunos muy enfermos, y esperan a unos meses antes de su muerte para excarcelarlos. Que les den ya los derechos que les corresponden, como a todos los demás.
A sus 78 años, Mari Nieves Díaz ha vivido y vive...
Para proteger a mis hijos.
Lleva marcado a fuego ese papel en su mapa vital.
He trabajado, y criado con ayuda de mi marido, a tres hijos. Cuando pasa algo tan grave como lo ocurrido a nuestra familia, esa necesidad de ayudar y acompañar todavía es mayor.
Supongo que todavía más con una nieta a su cargo.
Mi deseo es hacer todo lo que esté en mi mano para que mi hija se sienta orgullosa. Puede decirse que soy primero madre y luego amoña. Pero, que no se confunda nadie… ¡soy una madre y una amoña estricta!.
¿Cómo se mira al futuro cuando se comparte la mirada con una niña de 12 años?
Con la ilusión de que llegará un día en el que pueda estar con su madre en libertad. Por la edad, yo no lo veré, pero espero que mi nieta asuma, mientras haga falta, la labor que yo hago hoy. Para que su madre se sienta orgullosa.
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