Les recomendamos la lectura de este texto que Iñaki Egaña nos ha compartido en su perfil de Facebook, mismo en el que hace cera y pabilo de los negacionistas de la vacuna contra el SARS CoV-2 y otros variopintos metafísicos:
Esotéricos desde Ganímides
Iñaki EgañaHace unos días, descendía de una travesía montañera cuando, al llegar a las cercanías de la ciudad, me llegó el eco de un altavoz que lanzaba consignas ininteligibles. Estábamos lejos del origen y no me quedé con las coplas sonoras. Uno de los compañeros me reveló las claves acústicas: “Es un coche de negacionistas. Pasa casi todos los días a esta hora, lanzando lemas apocalípticos”. ¿Éramos la generación elegida por Krishnamurti, Pauwells o Uri Geller para que nos fuera revelada la única verdad?
Hay un sector de esta humanidad que se comporta de una forma estrambótica, que una y otra vez repite mantras mágicos, impregnados de elixires a veces religiosos, para explicar su paso por el universo. El peyote que colocaba Carlos Castaneda en el centro de la creación, frente a la ciencia de Newton, Eisntein o Darwin, está haciendo estragos en las mentes humanas. Digo peyote, pero se puede sustituir por cualquiera de esas necedades que encandilan a los seguidores del ocultismo. El resto debemos de ser ignorantes, rebaño o lacayos de Gates, Soros y la IFAMB (Internacional de Fanáticos anti Miguel Bosé).
Estos iluminados que demuestran su influencia en las redes y nos abrasan los oídos con sus paranoias desde sus vehículos han sido bautizados con el término “magufo”, aquellos que dan pábulo a diversas tesis conspirativas. Los que difunden toda serie de bulos seudocientíficos. Jorge Benítez sostenía recientemente que, con motivo de la pandemia del coronavirus, han salido del armario creando una tendencia a la que ha llamado “orgullo magufo”. Otros ya la habían bautizado, cuando Donald Trump llegó a la Casa Blanca, con el no menos divertido de “poder magufo”.
Mauricio-José Schwarz acuñó para los magufos un término, el de la comunidad feng-shui. Secretos y espacios imposibles de ver que propician, según la colocación de las cosas, nuestro bienestar, a decir de unas antiguas supersticiones de origen en la China actual. Fue más allá al considerarla parte del discurso de algunos sectores progresistas, dando luz a un trabajo que llevó por título “La izquierda feng-shui”. El término me parece excesivo, porque achacar exclusivamente a supuestos militantes de izquierda la deriva feng-shui no es muy objetivo. Más aún cuando estamos viendo que la extrema derecha y los supremacistas como lo hicieron en la historia de la humanidad, son quienes reman para recoger los frutos de la negación.
Estas y otras reflexiones me han traído del recuerdo a las letras, la existencia y presencia de un parapsicólogo argentino, que se asentó entre nosotros a finales de la década de 1970. Eran los años de plomo, de lo que parecía una guerra no declarada, cuando las calles ardían. El gurú era un tipo listo. Y remodeló en unas semanas su mensaje feng-shui universal para adoptarlo al conflicto vasco. Y así resultó que a aquella fábula de unos hombrecillos que habitaban en uno de los satélites de Júpiter, Ganimedes, le habilitó un final feliz. Habría que recordar antes que, en 1978, “Yo visité Ganimedes” el libro del autor peruano José Rosciano, que cambió su nombre por el más cacofónico de Yosip Ibrahim, era un best-seller. Aquel final señalaba que los alienígenas de Ganimedes llegarían al planeta Tierra en breve, traerían la paz y la armonía y en la nueva estructura que implantarían, Euskal Herria sería un estado independiente.Ha pasado casi medio siglo desde aquella teoría absurda, 100 años desde que un meteorólogo fue ridiculizado por avanzar la del movimiento de los continentes, 150 años desde que el húngaro Ignacio Semmelweis fuera ingresado en un psiquiátrico por proponer que los microbios causaban enfermedades, cuatro siglos desde que Giordano Bruno fuera quemado vivo en la hoguera por sostener que el sol era una estrella más en el firmamento. Y, sin embargo, los negacionistas del valor de la ciencia en el progreso humano, siguen flotando en las calles con sus pancartas esotéricas.
Lemas extraordinarios, como el de los aviones de estela blanca que nos fumigan con agentes químicos desde el cielo, como el que con las vacunas se nos implanta un chip de seguimiento, o que la extensión del 5G nos ha exterminado el sistema inmunitario. Tal y como en la Edad Media se atribuía en Iruñea la expansión de la peste al paso de un cometa o en Gasteiz a la influencia de los seguidores de la religión hebrea. La sociedad vasca, y probablemente la humanidad al completo, ante tanta adversidad, abrazó con fuerza la religión más en boga para ponerse a los pies de quien era, en teoría y no en la práctica, el único capacitado para poner fin a la epidemia. Cuando aparecieron los antibióticos, el fervor religioso decreció.
La pandemia ha abierto la caja de pandora conspiranoica, poniendo de relieve a magufos anti-vacunas, anticiencias, neofóbicos y a todos aquellos a los que el coronavirus ha desplazado de su zona de confort. Como si el refuerzo contra la propagación del virus dependiera de su negación. Y para ello realizan el acto de elevar a la máxima categoría su propio yo. También es verdad que varias inútiles decisiones administrativas (pasaporte, obligatoriedad vacuna, mascarilla en exteriores) han alimentado la negación.
En el verano de 2021, la sonda Juno llegó a las inmediaciones de Júpiter. Hace sólo unos días, Scott Bolton, uno de los astrónomos que sigue desde EEUU el viaje de la sonda, ha presentado sobre Ganimedes una pista de audio de 50 segundos con diversas alteraciones. Al parecer corresponden al paso del día a la noche en el satélite. Aún sin confirmar, los magufos ya han lanzado la idea de la ratificación de sus tesis. Los alienígenas nos esperan con los esotéricos de estos meses (el colapso sanitario no existe, las cifras de fallecidos son falsas, el dióxido de cloro –lejía- lo cura todo, las PCR son falsos positivos). La humanidad avanza a varias velocidades y el peyote sigue haciendo estragos. El resto, centrémonos en nuestro primer objetivo: blindar y reforzar la sanidad pública.
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