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miércoles, 24 de junio de 2020

Entrevista a Estitxu Garai

En El Salto se ha publicado esta entrevista que les compartimos pues pensamos que aporta ángulos muy interesantes con respecto al actual panorama de la lucha feminista en Euskal Herria.

Lean:


Junto con Jule Goikoetxea, Lore Lujanbio y Zuriñe Rodríguez, Estitxu Garai es autora del libro Euskal demokrazia patriarkala, que se presenta hoy en Donostia.

Gessamí Forner

Es doctora en Comunicación Social, profesora en la Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea, miembro del grupo de investigación Bilbao-Barcelona Critical theory y colaboradora de varios medios como analista política. Y mientras escribía Euskal demokrazia patriarkala (editorial Elkar), libro que se presenta hoy en Donostia, ha tenido dos criaturas. ¿Cómo? Con la práctica feminista de sus tres compañeras de investigación, que “han tirado del carro” cuando ella ha estado ausente y le han “facilitado la reincorporación” al libro que Garai firma junto con Jule Goikoetxea, Lore Lujanbio y Zuriñe Rodríguez. Es precisamente práctica feminista lo que le piden al Estado, porque sin servicios públicos potentes, la entrada de la mujer al mercado laboral implica doblar jornadas y precarización laboral —o seguir dependiendo de los recursos de los hombres para las que no han entrado—, por tanto, sostienen, la democracia para nosotras sigue siendo de peor calidad.

Lleváis años investigando las relaciones entre el patriarcado y la democracia, qué ganas teníamos muchas de que publicarais vuestro libro.

¡Gracias! Hemos intentado destripar el patriarcado liberal y crear un sistema conceptual para entenderlo y combatirlo. Nos hemos centrado en Euskal Herria, pero el valor de nuestra investigación reside en que se puede replicar en cualquier país europeo, por lo que consideramos que es una aportación valiosa.

Ese sistema conceptual que mencionas es complejo de entender hasta que lo visualizas en un esquema. Vamos a intentar definir sintéticamente los conceptos. ¿Qué es la desfamiliarización?

Es la independencia material de las mujeres respecto de los hombres. Un concepto clave, junto con el de desmercantilización, para medir el nivel de despatriarcalización. Con la incorporación de la mujer al mercado laboral, la desfamiliarización también se ha dado mercantilizando su fuerza de trabajo, pero al hacerlo en condiciones muy precarias, neoliberales y patriarcales, llevan a un nuevo tipo de esclavitud. La desfamiliarización tiene que ser mediada por los poderes públicos, ir de la mano de la desmercantilización. Que las mujeres dispongan de servicios y recursos públicos a pesar de no entrar en el mercado, es decir, estar al margen de la mercantilización privada.

¿El tópico de que los países nórdicos son los más amables de vivir para las mujeres se cumple?

Se cumple. Como socialdemocracias decidieron otorgar derechos de forma universal, por lo que son un ejemplo de políticas públicas de desfamiliarización; aunque también allí cada vez es más complicado, debido al sistema de privatización de la democracia, que explica de manera detallada en su libro nuestra compañera Jule Goikoetxea. Para garantizar el bienestar colectivo hacen falta políticas públicas, por eso reivindicamos la publificación y las políticas feministas innovadoras.

¿Cómo se le da la vuelta al sistema?

Entre otras muchas cosas, teniendo en cuenta el trabajo total que realizan las personas: tanto el remunerado como el no remunerado. En el libro analizamos sistemáticamente las cuatro dimensiones de reproducción del patriarcado: el trabajo remunerado, el trabajo no remunerado, el estado y el ámbito socio-político. Concluimos que el trabajo gratuito, principalmente las labores domésticas y de cuidados, siguen recayendo sobre las mujeres. Los hombres se han incorporado a algunas tareas, pero son en su mayoría lúdicas y no rutinarias. No es lo mismo ir al parque que cambiar el pañal. Partiendo de esa base proponemos, por ejemplo, un sistema público de cuidados obligatorio y rotatorio.

Como hemos visto en esta pandemia, en la que la única tarea que ha aumentado en los hombres es la de bajar al supermercado.

Cuando hacer la compra era el único respiro del confinamiento, hemos visto que los hombres han realizado más esa actividad, y no es casualidad. Las tareas que tienen alguna recompensa se asumen más por los hombres, al igual que las que tienen reconocimiento público.

Reconocimiento público, vamos yendo al meollo del asunto...

Partimos de las cuatro dimensiones mencionadas y aportamos estadísticas y datos cuantitativos, que intercalamos con fragmentos de las 46 entrevistas realizadas, pero nos parece vital tener en cuenta también el capital simbólico y la violencia simbólica.

Traduce.

El prestigio o no que se le da a las cosas y la violencia mediante las categorías de pensamiento.

Cuando nosotras hacemos algo vale uno y cuando un señor hace lo mismo, vale el triple. 

Eso es. Los trabajos considerados reproductivos no se hacen de manera gratuita porque sean reproductivos, sino porque los realizan mujeres y no se les da el valor que merecen. Para explicarlo me gusta mucho la metáfora de las cestas: no es solo que los hombres tengan tres manzanas y las mujeres una, sino que la cesta del hombre se considera de oro y la de la mujer de mimbre, por lo que en sí la cesta, el continente, vale mucho más. Las propias categorías de hombre y mujer adquieren un capital simbólico diferente. Eso se hace con violencia simbólica que tragamos desde bien pequeñas, enseñándonos que características, tareas y espacios nos corresponden y cuáles no. Casualidad, todo lo prestigioso y valorado en los ámbitos de poder responde a características que se consideran masculinas. Nosotras trabajamos más, pero tenemos menos capital simbólico, que se traduce luego también en menos capital material. Por eso defendemos que deben desaparecer las cestas, las categorías, que permiten esa segregación.

¿Qué tipo de sociedad es la vasca?

Comparando con los regímenes de bienestar europeos, Hego Euskal Herria responde a un régimen de bienestar mediterráneo, que es el mismo que el del Estado español, Italia y Grecia. El más familiarista, es decir, el más patriarcal. El bienestar de las mujeres depende de la familia. En cambio, Iparralde pertenece al de los estados conservadores, como lo es Francia. El oasis vasco no existe.

Imagino que el matriarcado vasco tampoco.

Tampoco. Lo que sí está claro es que existe el patriarcado vasco.

¿Qué es la familiarización?

En qué medida dependen las mujeres de los hombres, de los sueldos y recursos de los hombres, para conseguir bienestar.

¿Y la mercantilización?

La mercantilización es el nivel de participación de las mujeres en el mercado, así como el tipo de participación. ¿Qué contratos tienen, nos preguntamos?

No me sorprenderé si dices parciales…

El 80% del empleo parcial lo hacen mujeres. Las condiciones de las mujeres son mucho más precarias: con un 25% menos de sueldo y las pensionistas, con una pensión un 43% más baja. El 75% de los trabajadores (o mejor dicho, trabajadoras) que no están cubiertas por negociación colectiva son mujeres. Y trabajamos de media 7 horas más a la semana. Después de tener hijos o hijas, el sueldo de las mujeres baja en torno a un 4% y el de los hombres sube un 6%. Los tentáculos del patriarcado están bien ligados al sistema capitalista. Por eso hablamos de que la despatriarcalización requiere de procesos de desmercantilización. En estas condiciones no se puede hacer nada. Solo así podremos ampliar algo la calidad de la democracia.

Si democratizar, es decir, despatriarcalizar, implica que las mujeres avancemos en nuestras posiciones, eso conlleva que los hombres pierdan sus privilegios, algo que es incluso difícil que ocurra en ámbitos de izquierda. ¿Cómo lo conseguiremos a gran escala?

La izquierda patriarcal merece otra investigación. Apuntado. Desde el punto de vista del privilegiado —y los hombres, aunque de izquierdas, siguen siendo hombres—, las prioridades siempre son otras, y es difícil darse cuenta de que estás actuando o argumentando así porque te conviene para no perder tu posición. Nos ocurre lo mismo con la izquierda española, desde su posición privilegiada de tener un estado, cuando opinan de la situación de las naciones sin estado: las prioridades siempre son otras.

¿Qué ha revelado el confinamiento?

Que muchos de los servicios considerados esenciales son trabajos profundamente feminizados y precarizados, y ha tenido que venir una pandemia mundial para visibilizar que, aunque son los esenciales para vivir, no se valoran. Es la lógica de la violencia simbólica que mencionábamos antes. No se valoran porque los realizan mujeres, y viceversa, los realizan mujeres porque no se valoran. Hay que prestigiar y dignificar estas labores. También hemos visto cómo se ha aumentado la carga de trabajo de las mujeres. Nuestro libro tiene vocación práctica, y en esta crisis, han quedado de manifiesto las carencias de nuestro sistema político, social y económico. Por eso, creemos que ha mostrado de manera muy cruda la pertinencia de nuestras propuestas.

Y por si fuera poco, para las no esenciales llegó el teletrabajo.

Con las escuelas cerradas e impulsando el teletrabajo, las horas no remuneradas de las mujeres han aumentado muchísimo. Es momento además de abordar también el teletrabajo desde una óptica feminista, porque están creando una ley al respecto y es un riesgo real que aumente la simultaneidad de las mujeres, cuidando y trabajando al mismo tiempo, lo cual hará que se incremente su precariedad y las horas de trabajo gratuito.

¿Cómo ha sido la escritura a ocho manos de este libro?

Una gozada. Mientras hemos gestado esta investigación, he tenido una hija y un hijo, y hay que ver cómo las compañeras han tirado del carro y cómo luego me han puesto facilidades para reincorporarme. Esto es práctica feminista y esto es un ejemplo de lo que le pedimos al sistema público.





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