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martes, 23 de junio de 2020

Olarra | Momento Óptimo

Como hemos dicho antes, el asunto está movido tras la modorra del encierro ordenado como medida para frenar en lo posible el contagio del SARS CoV-2 aunque Euskal Herria terminase siendo una de las zonas más afectadas de Europa.

En ese contexto, les invitamos a leer esto publicado en Gara:

Momento óptimo

Joxemari Olarra | Militante de la izquierda abertzale

Nos cuentan en rueda de prensa que el momento es óptimo, que los focos de infección están controlados. Las elecciones, al parecer, se transmutan en vacuna y las urnas esperan al voto antes que el virus vuelva a las andadas. Urkullu, ese hombre que luce la tristeza como si fuera su uniforme de gala, quiere pasar lista, deprisa y corriendo, a su ciudadanía y comenzar una nueva legislatura que, según sus encuestas, volverá a protagonizar como lehendakari, esta vez con mayoría. Pretende así tener la sartén por el mango, antes que el incierto otoño se convierta en un rebrote voraz que haga añicos y devore la bandera de su proclamada gestión.

El lehendakari quiere comodidad y buenos amigos. Es por eso que, según su criterio, es el momento óptimo para reunir en torno a sí a todos aquellos damnificados del otrora poderoso PP, y que ahora reniegan del correoso acordeonista de Santurtzi. Gente que se ha convencido de la igualdad casi mimética entre el partido que inventara Fraga y el que Ortuzar y los suyos manejan sin mirar a Sabino. Todos ellos, y en unión, buscan la placidez que España ofrece a quienes le miman. Dicho de otra manera, Urkullu y su triste tropel no quieren mudar del lugar que ocupan en la política del Estado, pues, como Marcos Vizcaya ya sentenció, están y quieren seguir estando cómodos en España. Y para que esto se mantenga, Urkullu tiene que seguir siendo el virrey español en Vascongadas. Un virreinato que les da poder hasta dónde yo te diga y dinero. Mucha pasta y bastante poder en la región.

El PNV, como siempre que se le plantea, vuelve a despreciar cualquier proximidad con la izquierda abertzale. Sabe que con EH Bildu, el camino no va ser de rosas y que además, van a avanzar en la soberanía que le corresponde a Euskal Herria y dar pasos para lograr que se asiente un proyecto social progresista e independentista. Unas pretensiones que irían aparejadas a una nueva forma de gestión (¡palabra divina!) más participativa y solidaria con el pueblo trabajador vasco. Cuestiones que se antojan poco menos que imposibles de aceptar para los actuales «gestores» autonomistas, o simples «estatutistas».

Argumentan Urkullu y sus corifeos que EH Bildu viene de donde viene y sigue sin pedir perdón. Empecinado en explotar la frase «matar está mal», prefiere aliarse y ser amiguito de un partido, el PSOE, para el que, al parecer, «matar estuvo bien» y que, quizás debido a esta convicción, nunca pidió, ni pide, ni pedirá perdón. También el PNV, aquel que se muestra orgulloso de sus gudaris solo el día del partido, a pesar de «estar mal», cogió en el 36 su fusil al hombro y dejó huérfanos y viudas.

Sin embargo, el lehendakari y toda la tropa que le sustenta, prefiere seguir agarrado a ese Estado donde el fascismo rampante relincha victorioso y marca día a día la agenda política. Un fascismo que amenaza con colapsar un gobierno español minusválido, sin fuerza ni en la derecha ni en la izquierda. Prefiere el PNV estar cómodo en un Estado que impone identidad, cultura, administración e ideología bajo amenaza de un Ejército que no ha pedido perdón por la destrucción de Gernika. Se acomoda el PNV a vivir en un imperio perdido donde la apología del fascismo no sólo no es delito, sino que sus fieles y fachosos dirigentes se sientan en el Parlamento.

Busca el PNV la placidez que le permite mangonear en su casa a cambio de aceptar que sigan sin tocar las estructuras punitivas del Estado: la Justicia en su diversidad formal y las FSE. Quiere vivir en esa España sin que se revise una Ley de Amnistía (1977), que supuso el perdón para los verdugos y el olvido, cuando no el desprecio, de las víctimas y que, hoy, sigue impidiendo juzgar en el Estado español los crímenes del franquismo. Ese franquismo que todo y a todos los partidos españoles impregna con su nacionalismo chauvinista y que, lo comprobamos en la actualidad, permite como la cosa más normal del mundo democrático, que les sean mantenidas, cuando no otorgadas, las condecoraciones a los despreciables policías que torturaron a mansalva.

Quiere el PNV estar repantigado en España, nación inventada sobre naciones arrasadas, en compañía cordial de Felipe González y su séquito de políticos inmorales que mandaron a matar mediante el sicariato. Y lo quiere casi de inmediato, no vaya a ser que el coronavirus, ese del que aseguran no tener ideología, siga su estancia letal entre nosotros hasta demostrar que los fundamentos de la derecha son el hábitat perfecto para que desarrolle su máxima virulencia. Y es que Urkullu, al igual que como dijo una periodista de un diario de Donostia, «no se puede permitir que la economía esté en la UCI». Los ciudadanos sí.

Solo queda la respuesta de los que mantienen la esperanza del cambio, de los que creen en el progreso, en la solidaridad, en la igualdad y el bienestar de la sociedad. Queda votar en contra de esa comodidad, que no sólo nos incomoda, sino que nos roba la felicidad de ser ciudadanos plenamente libres. Votos para edificar con ellos un muro que pare al fascismo, que sostenga con fortaleza nuestras instituciones propias, que reactive la calle para que sea ésta reflejo de su gobierno. Este sí es el momento óptimo de votar EH Bildu.








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