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sábado, 21 de diciembre de 2019

Egaña | Los Errantes

Desde Facebook traemos a ustedes este demoledor texto de Iñaki Egaña:


Iñaki Egaña

Concluye el año y, como es costumbre, nos echamos a la espalda una rápida versión de las 52 semanas anteriores, repletas de nombres ilustres y de acontecimientos que han distraído nuestro caminar por la vida. Las portadas de los medios influyentes ya han destacado a Greta Thumberg, Donald Trump, Boris Johnson, Egan Bernal o Megan Rapinoe. Y lo harán según tendencia, dando más o menos influjo a su aliado. La mayoría de la humanidad, sin embargo, desconocerá semejantes nombres y apellidos insignes, abstraída por esa búsqueda incesante que nos hace suspirar por la supervivencia e incluso más allá de ella.
De toda esa basura impulsada por los ascendentes community manager poco se salva de una quema racional. Consumimos despojos revestidos de celofán, de la misma naturaleza de los que sorprenden a los simios, hermanos, a fin de cuentas, en la evolución biológica. Quienes tenemos superada la supervivencia y una esperanza de vida anclada en las décadas cercanas a la centena, vivimos en un gran reality show, con el engaño de la autenticidad de nuestros genes.
No todo es desalentador, pero casi todo es desalentador. Este año, por mor de un protocolo medieval, se ha concedido el Nobel de Literatura correspondiente y también el de 2018. El pasado fue obviado porque sobre uno de los miembros de la Academia sueca, que impartía el premio, recaían acusaciones de diversas violaciones y abusos sexuales. Superado el escándalo, y modificado el jurado, la elección de 2018 recayó en Olga Tokarczuk. Una de las elecciones más atinadas del siglo.
Para quien tenga interés en sus letras, la polaca Olga Tokarczuk tiene la mayoría de su obra traducida al francés. Apenas un par al castellano y ninguna al euskara. En la reciente feria de Durango quedé impresionado cuando una joven, natural de Elizondo, con la que compartí mesa culinaria y no literaria, me comentó que había leído toda la obra de Tokarczuk en su idioma original, el polaco.
Sin llegar a tanto, ni tampoco (desconozco el polaco absolutamente) yo había leído sus dos obras en castellano y otras tantas en francés. Una de ellas, “Bieguni” (2007), traducida a la lengua hispana con el título de “Los errantes” (2019) y a la francesa como “Los peregrinos” (2007), me había impactado. Por esas noticias, ciertas o no, de viajeros impenitentes, de hombres y mujeres que no pasaron, ni pasarán a la historia. Por ese anonimato que nos humedece y que sólo la literatura es capaz de franquear.
Y así, siguiendo la estela de esas a veces breves, otras extensas crónicas vitales que recogía Tokarczuk, los nombres de mis portadas para el año 2019 se alejarían tanto de las que citaba al comienzo de este artículo, que un espectador ajeno pensaría que se hallaba en dos planetas diversos. No se puede romper el anonimato cuando este año han nacido 135 millones de niños y niñas. Ni siquiera esos dos millones y medio de libros que se han publicado este año en nuestro pequeño-gran planeta hacen justicia al anonimato que nos sustraen los portadores de portadas prestadas.
Para superar tanto desasosiego, el impulso creativo, aunque humilde y pequeño, nos ayuda a ver más allá de las variedades televisivas. Esas que, enlatadas, nos dirigen al abrevadero más cercano. Mis portadas recogerían nombres en mayúsculas o minúsculas, no tengo preferencias, que esconderían cientos, miles, millones de otros nombres en mayúsculas o minúsculas. De aquellas y aquellos que fugazmente fueron porque otros, generalmente masculinos, así lo decidieron con su modelo político, económico o territorial. Con su arrogancia y su insolencia inhumana.
Nombres para la eternidad que murieron en este año de 2019. Como el de Alex Núñez, torturado por los carabineros en Maipú, José Miguel Uribe, en una manifestación en Santiago de Chile, Joel Triviño, de apenas cuatro años de edad, en Bio Bio. Y en Colombia, Alexander Parra, ex guerrillero de las FARC, en Meta. Como Oliver Piñeira en Cauca o Yahir Cartagena en Antioquia. En Brasil, el indígena guajajara Dorivan Soares, de 15 años de edad, en Maranhao, Maxciel Pereira en Tabatinga, al wajapi Emyra Wajapi en Yvytoto. Yohana Alvarado y Buenaventura Calderón en Honduras. Los niños Alvarito Conrado, Sandor Dolmus en Nicaragua. Limbert Guzmán en Cochabamba, Bolivia.
Genocidio es sinónimo de feminicidio. Y cuando hablamos de anonimato, nos estamos refiriendo en un porcentaje tan elevado que no alcanzo con la mirada, a la mujer. Violadas, masacradas, descuartizadas, asesinadas. La indígena jumma Chigon Mila Chakma en Bangladesh, Patricia Hernández, Otilia del Angel, Nataly Martínez, en México, Uyinene Mrwetyana en Sudáfrica, Lorena Cardozo en Venezuela, Riyanka Reddy en India, la niña Farishta Mohmand en Pakistán, Antonia Guerra Pinho en Portugal, Karina Vetrano en Nueva York, Tangbau Hkwan Nan Tsin y Maran Lu Ra en Myanmar, Aya Masarwa en Australia, Cecilia Romás en Paraguay, Marta Calvo en Valencia, María López en Córdoba, Nicole Olaechea en Hospitalet, Romina Celeste en Lanzarote…
Migrantes ahogados en el Mediterráneo huyendo de la miseria, como en otros mares lejanos, como en los muros modernos que se elevan para preservar fronteras. Mujeres también: Hayat Belcacem, Arazu Tariq, Mawda Shawri, Mame Mbaye, Ayse Abdulrezzak, Asi Dogan, Djenabou Bah, Aminatou Diallo. Los niños gemelos sirios Shiar y Dijwar Rashid y sus hermanos Darin y Didar y la hermana Amina.
No quiero parecer un escapista, ahondar en dramas lejanos. Y por ello, recuerdo que, entre nosotros, los muros también toman altura, los mares se vuelven bravos y las carreteras anchas y despiadadas. Los muros convertidos en tapias de prisiones cercanas y lejanas. Y ya que nadie se acuerda de ellos, quiero poner el acento en los presos que se suicidaron en Langraitz, en Gerardo que con 90 años salió de la prisión alavesa para morir unos días después en una residencia. Y de Juanmari Mariezkurrena, Oier Gómez y José Ángel Otxoa de Eribe. La cárcel los mató. Y, con excepciones, tampoco fueron portada.






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