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sábado, 7 de diciembre de 2019

Euskal Herria de Cemento

Deteniéndonos en el tema de la alerta medioambiental en general y en Euskal Herria en particular traemos a ustedes este vital artículo desde las páginas de El Salto:


Nuestros dibujantes de mapas han unido los tres sectores más destructivos que tiene el modelo capitalista actual: turismo, comercio de larga distancia y transporte. Si la porlanburguesía continúa dibujando nuestros mapas, los turistas del futuro, al entrar en Euskal Herria, miraran hacia abajo desde sus aviones y no verán más que un manto gris.

Asel Luzarraga

En este mundo capitalista cada estado impulsa un tipo de oligarquía. Dicho de otra manera, cada estado es el resultado del sueño de un tipo de oligarquía. Queda más claro en unos casos, más oculto en otros. Cuando Venezuela quedó en manos de una nueva oligarquía burocrática, comenzaron a llamarla boliburguesía. En Argentina, por ejemplo, se le podría decir agroburguesía a la oligarquía tradicional, y para la oligarquía chilena podríamos inventar el término terroburguesía, tal vez, pues en manos de dicha burguesía se combinan la minería y la explotación forestal, entre otras cosas. De una u otra manera, hay dos patas fundamentales para toda oligarquía: poder para definir el uso del territorio y control de los medios para justificar y fortalecer sus actividades. Por supuesto, en Euskal Herria también tenemos nuestra oligarquía dibujando desde hace tiempo nuestros mapas: la porlanburguesía (porlana es la forma popular para decir cemento en euskera).

El otro día, como de costumbre, escuchaba Euskadi Irratia durante el desayuno, a vueltas con ese viernes negro. Repentinamente, todas las voces apoyaban las tiendas pequeñas, todas querían defender al comercio de sus pueblos, incluso algún responsable político del modelo territorial. Y nosotras nos lo creíamos. O eso quisieran, al menos.

Si echamos la vista atrás, sin necesidad de retroceder demasiado, pues desde los noventa a esta parte el concepto de progreso de la porlanburguesía ha conocido, y aún conoce, una única dirección. Mientras no nos borren la memoria, recordaremos quiénes han impulsado sin tregua la apertura de grandes superficies comerciales, cada vez más grandes. Alejadas de los centros de pueblos y ciudades, cada vez más alejadas. Había que llenar de cemento todos los espacios vacíos, costara lo que costara; había que empujar a la gente fuera de sus ciudades y pueblos, a poder ser, en su coche privado. Harían falta carreteras más amplias y más rápidas, llenar los entornos de infraestructuras, facilitar la movilidad de la gente. Es decir, promover la obligatoriedad de moverse y extender ciudades-dormitorio.

Es imprescindible mantener a la población moviéndose constantemente de aquí para allá cuando quiere destruirse todo espíritu comunitario, desarticular todas las redes vecinales de apoyo mutuo e impulsar un individualismo "zombie" que nos deje desnudas ante el sistema. Tan importante como todo eso era, y es, que el proceso para construir un modelo de sociedad caliente los bolsillos de algunas.

Nuestra pequeña y bonita CAV está hace tiempo en manos de constructoras, y esas constructoras hace tiempo que se dirigen a fortalecer los intereses y las cuentas corrientes de los dueños de nuestro microestado vasco. No hay que escarbar mucho para encontrar en esas empresas apellidos conocidos.

Y así, cada día la imaginación gris de esa porlanburguesía es la que dibuja nuestros mapas. Para cuando nosotras abrimos los ojos, vemos desde el balcón un nuevo pedazo más grande de cemento. Todos los proyectos que retrasan esa vía al gris, como el barrio libre de Errekaleor, Tosu o cualquier espacio okupado autogestionado, es un obstáculo para ese fructífero progreso.

Durante las últimas décadas, detrás de eso que llamen efecto Guggenheim (para ser más exacto, debiera decir por delante, muy por delante), nuestra porlanburguesía ha encontrado otra ganga: el turismo. Con maestría, nuestros dibujantes de mapas han unido los tres sectores más contaminantes y destructivos que tiene el modelo capitalista actual: turismo, comercio de larga distancia y transporte. El último es el pilar de los otros dos. Sin abrir infraestructuras al transporte, nada se transporta. Sin transporte, no hay ni turismo, ni comercio de larga distancia. Pero también puede leerse de otra manera: sin turismo ni comercio de larga distancia, no haremos sentir la necesidad de fomentar el transporte, para poder tener después que construir las infraestructuras para facilitarlo. Y, cómo no, serán nuestras empresas quienes construyan todas esas infraestructuras.

Algunas, sobre todo esas pequeñas comerciantes, hace tiempo que empezaron a darse cuenta de que las grandes superficies que exige ese comercio de larga distancia se construían en su contra, que les ahogaban. Qué decir de nuestras baserritarras, tanto las que han logrado sobrevivir, como las que se han quedado en el camino, junto con muchas pequeñas comerciantes. Y, durante los últimos años, a mucha gente nos ha tocado empezar a sufrir las consecuencias del turismo.

En cuanto a lo último, un lugar paradigmático es Gaztelugatxe. Recuerdo cómo, cuando todavía vivía en Argentina, un verano que volví a Mundaka, invité a un gran amigo catalán que conocí en Buenos Aires a pasar las fiestas. Teniéndolo en casa, lo llevé a visitar uno de mis lugares más queridos, y ¡menuda sorpresa desagradable! Aquel que fuera para quienes vivimos en su entorno un lugar tranquilo, hermoso y pacífico, sin igual para escuchar con calma el humor del mar, estaba tomado por un ejército desconocido. ¡Y no era más que la avanzadilla de la invasión!

Desde entonces, año a año, el caudal de gente se a duplicado, triplicado, cuadruplicado. Se lo habían cargado para siempre. ¡Gracias, Juego de tronos! Muchas gracias, porlanburguesía, por vuestros denodados esfuerzos de estos años para joder sin remedio este entorno nuestro. Ahora nos encontramos bajo el antepenúltimo ataque, preparando las trincheras, mientras nuestras señoras y señores del porlan pretenden llenar de piedra y cemento un paraje único que toda la población debería proteger. Todo para facilitar que las turistas puedan gozar del placer individualista en su coche privado.

Para poder ir en un pis-pas desde Guggenheim a Gaztelugatxe, y desde Gaztelugatxe a las bodegas alavesas al ritmo que exige el turismo rápido devoralotodo. El turismo-instagram. Una presión humana que Gaztelugatxe no puede soportar. Que nadie si sorprenda si dentro de unos años en torno a ese aparcamiento surge, como de la nada, un proyecto para abrir algún espacio comercial, para que las turistas lo tengan todo en un solo espacio, sin necesidad de cansar demasiado las piernas, que ya se van a cansar suficiente esquivando otras turistas camino a la ermita.

Por supuesto, allí podrán comprar vinos de la Rioja Alavesa y queso Idiazabal, junto a pimientos rojos traídos de Perú y espárragos traídos de China, ya que sin su mano de obra hiper-explotada no hay paraíso en Euskal Herria. Estos últimos años hemos truncado ligeramente los planes de esa porlanburguesía, al liberar Santa Catalina en Mundaka de sus zarpas… Para que esas zarpas cayeran sobre Bermeo.

¡Ojalá no venga sobre nuestro Urdaibai lo sucedido a otros lugares que han caído antes bajo la fiebre corrupta de Occidente! Por ejemplo, Latinoamérica ha sido saqueada durante siglos por sus ricos recursos, y no parece que el saqueo vaya a detenerse. Han sido esos recursos abundantes, tanto los subterráneos como aquellos sobre su superficie, la perdición de las poblaciones originarias de ese continente; los últimos hasta nuestras fechas, la quinoa y el aguacate en su superficie, para que en el norte global nos hagamos tranquilamente veganas, si lo deseamos, y el litio bajo tierra, para que no se les agote la energía a los automóviles eléctricos verdes que Tesla va a producir en Alemania. En nuestra tierra, al parecer, han encontrado un recurso inmaterial para saquearnos: nuestro paisaje. ¿No terminará siendo su belleza la tumba de Urdaibai?

Recuerdo cómo hace un par de décadas, sin que nadie supiera de dónde venía la idea, la porlanburguesía saco de su chistera una preocupación de quienes vivimos en el entorno de Urdaibai. Un día, de repente, en una especie de publirreportaje que no era noticia, aparecieron en pantalla la mayoría de los alcaldes de Urdaibai (todos los de determinado partido, uno de ellos, cómo no, el señor Rementeria que se convertiría más tarde en nuestro Jaun Zuria), expresando todos la misma preocupación: el carácter de Reserva de la Biosfera de Urdaibai era un freno para el desarrollo económico de la comarca.

Era un gran obstáculo para que la gente encontrara trabajo en ella. Se trataba del primer globo-sonda para comenzar a roer los niveles de protección que trae consigo la declaración de Reserva de la Biosfera. Para introducir en la mente de las habitantes de la comarca una idea: esta comarca no pude quedarse al margen de nuestro modelo de desarrollo; si queréis trabajo, tendréis que mirar para otro lado ante todas las tropelías que vamos a cometer.

Junto a ello se escuchaban, cada vez más cerca, los tambores de guerra del Guggenheim, y en poco tiempo quitaron un buen pedazo a la tierra en torno a Lamiaran, para encajar una pequeña área industrial. Y planeando en el aire, las infraestructuras para poder meter el turismo hasta la cocina: una autovía para llegar rápido desde Bilbao y Donostia, un puente enorme para cruzar fácilmente Urdaibai… (la mayoría proyectos que aún no se han llevado a cabo, pero que vienen de épocas franquistas). Ese es, y no otro, el progreso de la porlanburguesía: el odio a lo verde.

Siendo su excusa la necesidad de crear puestos de trabajo, es curioso observar cómo se han vaciado durante estas décadas los caseríos del entorno. Cerca de esa área industrial tenemos algunos abandonados, que parten el corazón a quien lo tiene. ¿Para qué fomentar la economía cercana? ¿Para qué hacer viables los caseríos de la zona de Urdaibai? ¿Para qué alimentarnos de lo que se cultiva en nuestros montes? Eso no fomenta la necesidad de cemento. Quitando algunas cosillas como el Eusko label, el Km 0 y otros fuegos artificiales para lavarse la cara, nos han metido (y nosotras hemos entrado alegres y jubilosas) en la senda de la dependencia absoluta, y no parece que estemos dispuestas a retroceder. El pueblo que no es capaz de producir lo que come está entregado al capital. Poco me importa si ese capital lleva txapela o visera.

Quienes nos quieren vender el TAV pintado de verde nos dicen que se preocupan por la emergencia climática. Seguro que incluyen en la partida para enfrentar el calentamiento global el propio aparcamiento de Gaztelugatxe. Si la porlanburguesía continúa dibujando nuestros mapas, los turistas del futuro, al entrar en Euskal Herria, miraran hacia abajo desde sus aviones contaminantes y no verán más que un manto gris hasta un océano también cada vez más gris. Que estén tranquilas, el Gobierno Vasco o la Diputación enseguida destinarán una partida a pintar todo el cemento de verde.






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