A juzgar por el apellido, parece ser que el autor del siguiente texto publicado en la página titulada Alto Nivel tiene antepasados vascos. Pues bien, nos comparta su diario de viaje por la costa vasca, de Iparralde a Hegoalde, desde Lapurdi hasta Bizkaia.
Aquí lo tienen:
Desde Biarritz hasta Lekeitio, la costa del Cantábrico posee una belleza particular, donde la afición por el buen vivir es celebrada todos los días.
Jonás Alpízar
Nunca fui muy aficionado al ciclismo, ni a practicarlo ni a verlo por televisión; pero no me perdía el Tour de Francia, que se ha celebrado anualmente desde 1903 (solo interrumpido por la I y II Guerra Mundial).
Sigo sin saber por qué. Cada año, en julio, buscaba la transmisión. Mis favoritas eran las etapas de montaña. Poco a poco fui dejándolo y ya lo había olvidado. Hasta hoy.
La línea de la frontera entre España y Francia es tan delgada que no se siente cruzar de un país a otro. En un automóvil rentado he recorrido un gran tramo de la Autopista del Cantábrico AP-8 y ahora se ha enlazado con la Autorute A63. Si el coche fuera un pincel estaríamos trazando, desde el lado francés, la costa vasca.
Es difícil manejar en un país diferente, hay tantas normas de vialidad y civismo que los habitantes de la ciudad de México desconocemos. Las señales, hace un par de minutos, estaban en castellano, ahora en francés; no obstante, en ambos lados van acompañadas por su traducción al euskera, el idioma del País Vasco. Y es que debemos partir de ello: ni es España ni es Francia, aunque su territorio esté dentro de estos dos países. No es tan sencillo, pero al mismo tiempo sí lo es.
El País Vasco, o Euskal Herria, haciendo a un lado versiones oficiales, está compuesto por siete entidades: Gipuzkoa, Nafarroa, Bizkaia y Araba, en el Estado español; y Lapurdi, Nafarroa Beherea y Zuberoa, en el lado francés. No entraremos, por lo mismo, en debates sobre nacionalismos ni identidades. Que baste decir que su independencia social y cultural no solo existe, sino es palpable en cada pueblo y en cada persona por la originalidad y creatividad que las distingue.
Mi francés no es mucho mejor que mi euskera, así que me entrego a la esperanza de poder hacerme entender en castellano con acento mexicano, que de muchos aprietos me ha sacado.
Bienvenue au Pays Basque
No sé por qué ni en qué contexto, pero ya había escuchado el nombre de Biarritz.
Lo que no esperaba era toparme con esta hermosa ciudad balnearia. En la plaza Clemenceau, y bajo la sombra de unos tamarindos de increíbles formas, observo los jardines descendentes, escalonados; el gran casino también. Biarritz ya en el siglo XIX era una afamada ciudad veraniega, donde la más alta aristocracia francesa tenía sus villas de playa. Ahora la ciudad se ha convertido en la capital europea del surf, y cada verano se celebra un festival donde las mejores tablas del mundo rompen las olas del Cantábrico. Aquí no está tan arraigado el uso del euskera.
A solo 18 km de distancia está la siguiente ciudad del recorrido: Donibane Lohitzune o, como lo conocen los franceses, Saint-Jean de Luz. Casi todas las ciudades vascas costeras tienen una arraigada tradición pesquera. Se dice que los marinos vascos de esta ciudad, siguiendo a las ballenas para cazarlas, llegaron hasta Terranova, Canadá, mucho antes de que Cristóbal Colón “descubriera” las Américas.
Aquí en Donibane están presentes varios de los elementos característicos de los vascos: su gastronomía m punta, jai-alai o frontón. Las estrechas calles de la parte vieja de la ciudad exhiben lamás típica arquitectura local.
La cercanía con Gipuzkoa, ya en el lado español, hace que en Hendaia se respire un aire más autónomo que en las dos ciudades anteriores. Se puede escuchar y leer el euskera en las calles.Del 10 al 12 de agosto se lleva a cabo la alegre Euskal Besta (Fiesta Vasca), donde los pantalones y camisa blancos, y el pañuelo y txapela (boina) rojos, atuendo que también se usa en los Sanfermines, son obligatorios. Visitamos el recién estrenado paseo marítimo.
Siendo también un destino veraniego, Hendaia se embellece para recibir a todos los turistas con un nuevo mirador y un bidegorri, o carril de bicicleta.
Hendaia playa, zein garbia (la playa de Hendaia, ¡qué bonita!) canta alegre el grupo de rock vasco Negu Gorriak. La playa local es, hoy por hoy, la más famosa del País Vasco francés, hasta más que Biarritz.
Tres kilómetros de arena recorridos por el Boulevard de la Mer y rematada por un casino que ofrece mesas de black-jack, ruleta y máquinas tragamonedas. Los viernes hay también un club de jazz muy concurrido por los lugareños.
Es momento de cruzar la frontera que no es. De repente, la visión de un pequeño convoy de ciclistas trae la sensación de conocer bien la estampa, el paisaje, los montes contrastando con la playa, el mar de fondo. Ya sé por qué me gustaba el tour.
No pidas tapas, son pintxos
Cuando crucemos el río Bidasoa estaremos en Irun, del lado vasco-español, y en un poco más de media hora llegamos a Doel nosti, mejor conocida como San Sebastián, casa de uno de los festivales de cine más importantes del mundo, y también orgullosa morada de los pintxos más exquisitos de la gastronomía local. En el Casco Viejo donostiarra, las barras de los bares se ven invadidas por platos llenos de pintxos, que no son más que rebanadas de pan con algo encima. Ese “algo” puede ser desde solomillo (un preciado corte vacuno), txipirones (un tipo de calamar), txistorra (adivinaron... chistorra) o bacalao al pil-pil, entre muchas otras opciones.
Debo confesar que desconocía qué era exactamente lo que comía, los pintxos entraban primero por los ojos y, acto seguido, eran apresados y engullidos. Ninguno fue una mala elección. Mucho menos cuando estos se acompañaron de un vino blanco txakoli o un tinto de La Rioja, ambos productos vascos.
No hay nada mejor para bajar los diez kilos de paraíso recién adquirido que un paseo por La Concha, famosa playa que dio nombre al premio más importante del festival de cine que esta ciudad alberga. Vaya, es común que las donostiarras se bronceen topless.
Por más que quiera seguir viendo –digo comiendo pintxos, debo volver a la carretera.
Extensiones de campo gipuzkoano ceden el paso para llegar a la siguiente parada: Deba.
Los mejores meses para recorrer los pueblos del País Vasco son julio y agosto: irremediablemente llegarás a alguna localidad que esté festejando sus fiestas patronales. En Deba están los San Rokes.
Las calles se ven invadidas por cuadrillas de amigos ataviados con camisas estrafalarias, también por bandas de txistularis, una combinación de flauta y tambor. En los pocos, pero animados bares corren ríos y ríos de cerveza y kalimotxo (mezcla de vino tinto con coca-cola) Y al grito de ¡Gora Deba! ¡Gora San Roke! (¡viva Deba!, ¡viva San Roque!) soy introducido al concepto de gaupasa.
Hacer gaupasa significa salir y que la fiesta dure hasta la mañana siguiente. Las fiestas de Sanfermines, en Pamplona, por ejemplo, son las más asombrosas, ya que los asistentes no paran de festejar por nueve días. Yo con uno tengo.
La última parada es Bizkaia, la entidad más industrializada del País Vasco. Hay quien afirma que Lekeitio es el puerto y el pueblo más bonito de toda la región. No tardo mucho en comprobarlo. En el día de San Pedro, patrón de los pescadores, se realiza una danza llamada Kaxarranka.
Esta se realiza en un arca levantada por ocho arrantzales o pescadores, con el mayordomo designado encima, bailando. Las callejuelas y las plazas, la playa y la basílica de la Asunción de Nuestra Señora, todo toma un tinte diferente, como si se tratara de un sueño. Les juro que no son los kalimotxos.
Si se llega de día, recomiendo esperar a que anochezca y las luces del barrio pesquero comiencen a prenderse. Los faroles reflejados pintan de dorado el agua que rodea la isla de San Nicolás.
También hay quien dice que, para conocer mejor al País Vasco y a su gente, se debe visitar Lekeitio.
Quizá una prueba de esto es que en el ayuntamiento local no ondea la bandera española, sino la Ikurriña, propia de Euskal Herria. La gente en las calles hace que uno quiera festejar por el solo hecho de estar aquí. Pero mi día ha llegado a su fin. Dejo atrás las tres playas y emprendo mi retirada hacia los jardines del Palacio Zubieta, donde está mi hotel. La vista desde aquí propicia la reflexión.
Ha terminado mi ruta. Lleno de pintxos, de montes y de playas; lleno de sonrisas y de abrazos. Si la costa del Cantábrico es uno de los secretos mejor guardados por los vascos, deberíamos, a fuerza de copas de txakoli y vasos de kalimotxo, hacer que nos confiesen todos los demás.
Jonás se la ha pasado bien, esperemos que pronto nos deleite con un recuento de un viaje Zuberoa y Nafarroa, de Mauleon a Gasteiz pasando por Donibane Garazi, Iruñea, Tafalla...
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