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lunes, 2 de marzo de 2020

El Coronavirus

Ya, ahí está, en el encabezado... pero, antes de entrar en pánico, sería muy bueno leer esta editorial de Gara:


El coronavirus se ha convertido en dueño y señor de la agenda informativa. A escala vasca ha sido capaz de relegar a segundo plano la cuestión del vertedero de Zaldibar; a escala global ha enviado a páginas secundarias picos de tensión como el registrado entre Turquía y Rusia en Siria, que en otro momento hubiese abierto todas las secciones internacionales. La crisis causada por la expansión de un virus desconocido hasta ahora, el covid-19, ha llegado para quedarse los próximos meses.

No es el primer coronavirus de la historia, pero tiene el cuestionable privilegio de convertirse en el primero en tiempos de viralidad en las redes. Se puede alegar que la histeria ha acompañado siempre a casos con características parecidas –recuérdense las «vacas locas»–, y en efecto, con las redes sociales no se ha inventado nada nuevo. Pero sí que suponen un multiplicador de tendencias, una caja de resonancia donde reverberan las pasiones humanas, altas y bajas.

En el ámbito periodístico, las redes sociales pueden aliarse con los medios tradicionales para crear espirales informativas que se retroalimentan en una escalada sin freno. La red se ha convertido, en buena medida, en un lugar en el que periodistas toman la temperatura a los intereses de la gente, en busca de filones que atraigan lectores. Esos contenidos, muchas veces elaborados a la caza del mayor número posible de visitas, regresan a las redes y hacen más grande la bola.

Terreno abonado para la histeria

La crisis del coronavirus es un buen ejemplo de esta dinámica que alimenta las aproximaciones más paranoicas al fenómeno real. Tanto que la Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha visto en la obligación de elaborar una sencilla guía desmintiendo bulos acerca del covid-19. Ha tenido que dejar por escrito que ni la orina infantil ni la cocaína sirven para protegerse; también ha tenido que explicitar que el virus no puede saltar ocho metros a través de un estornudo, y que no hay peligro por recibir paquetes de China, dado que los coronavirus no sobreviven mucho tiempo en objetos.

La batalla contra los rumores es tremendamente complicada en tiempos de pánico generalizado; baste recordar lo que está ocurriendo con las mascarillas. Autoridades sanitarias, expertos, médicos y demás voces autorizadas se han cansado de repetir que resulta inútil usarlas a no ser que uno sea paciente o sanitario; sin embargo, en Euskal Herria es ahora mismo difícil encontrar una farmacia con existencias. La misma OMS mostró el viernes su preocupación global ante la posibilidad de que falten mascarillas en lugares donde realmente podrían ser necesarias.

La responsabilidad de los medios en situaciones como estas no es menor. De poco sirve un titular que llama a la calma si se acompaña de una fotografía alarmista de turistas confinados o gente con mascarillas. De poco sirve explicar en el texto que la OMS utiliza la palabra pandemia por una cuestión técnica –es el concepto que se emplea para indicar la expansión global del virus– si en el titular se ha escrito a gran tamaño –y sin contexto– ese término, que activa imaginarios apocalípticos en cualquiera que la lea. Informar con mesura, transparencia y responsabilidad, dejando de lado la tentación de aumentar la cuenta de clics con noticias alarmistas, es la mejor aportación que como servicio público puede realizar el periodismo.

Seguir los consejos... y el sentido común

Las medidas que se están tomando en todo el globo son drásticas y francamente llamativas, pero es muy importante resaltar que no se debe tanto a la peligrosidad –ni mucho menos al grado de letalidad real– del virus, sino al esfuerzo por aislar y contener los casos, para sacar al covid-19 de la circulación, en la medida de lo posible, y si no para ralentizar el ritmo de contagio, lo cual facilitará la gestión de los casos positivos. Las cuarentenas y aislamientos son medidas aparatosas, pero hay que subrayar que son iniciativas principalmente preventivas.

Toca encajarlas con filosofía, sin caer en alarmismos que abren puertas a otros males –desde el racismo al pánico bursátil–, ni minusvalorar riesgos; respetando los miedos del vecino, pero intentando no aumentarlos. Y sobre todo, siguiendo las recomendaciones de higiene y cuidados de quienes más saben. Recomendaciones de puro sentido común, en esta era de la viralidad en que es el menos común de los sentidos.






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