Un blog desde la diáspora y para la diáspora

viernes, 6 de marzo de 2020

Egaña | COVID-19

Y de pronto el Coronavirus dejó de llamarse Coronavirus y comenzó a ser bautizado en la prensa como COVID-19, un término digamos, más científico.

Independientemente de ello, el tema ha inspirado a Iñaki Egaña a regalarnos con un texto más en su cuenta de Facebook, mismo que aquí les presentamos:

COVID-19

Iñaki Egaña

Soy incapaz de hacer una lectura propia del coronavirus y su expansión, aunque intento adivinar sus efectos colaterales. Estamos asistiendo a una propagación en tiempo real, gracias a las redes y a la inmediatez de la noticia, de ese virus aparentemente incontrolado cuya influencia rompe todos los moldes de la serenidad que necesitan las sociedades para su desarrollo político, social y, sobre todo, económico.

Decenas de miles de contaminados, centenares de muertos de un planeta que pronto alcanzará los ocho mil millones de habitantes, están poniendo en evidencia que nuestra especie está terriblemente enferma. Pero enferma de una dolencia para la cual no tenemos sistema inmunológico. La manipulación.

El virus Covid-19, coronavirus, tiene una letalidad notoria. Forma parte de una serie de virus que llevan tres décadas entre nosotros. Pero su mortalidad, al menos hasta ahora, no se acerca a los parámetros de otras enfermedades patógenas o sociales. Más de 140.000 personas murieron el año pasado por sarampión, 2.000 fallecieron en la República del Congo a consecuencia del ébola, 40 por gripe en la Comunidad Autónoma en este invierno.

Entre enero y febrero de 2020, en sólo los dos primeros meses de este año, las “enfermedades socio-patógenas”, han sido devastadoras: 2.146.513 muertos por infecciones, 1.256.836 niños menores de 5 años fallecidos la mayoría a causa de la pobreza, 277.966 muertos por el SIDA, 162.191 fallecidos por la malaria. La OIT (Organización Internacional del Trabajo), estima que todos los años mueren más de un millón de obreros en accidentes laborales y que cientos de millones están expuestos a substancias peligrosas que a medio o largo plazo provocarán inexorablemente su fallecimiento.

No es, sin embargo, el aspecto de la fatalidad biológica el que quiero comentar, sino el de la manipulación, directa o indirecta, inducida o no, del virus. Una expansión que ha fomentado el miedo, el recuerdo acumulado a la peste o a la tuberculosis de antaño. Las bolsas mundiales han caído en picado, “perdiendo” centenares de miles de millones de euros, y se encuentran a la espera de intervenciones puntuales de los bancos centrales, como cuando la quiebra de Leman Brothers. Los vuelos se cancelan, el precio del petróleo se desploma, se suspenden actos públicos y Confebask, como las patronales de otros lugares, alerta de la llegada de una recesión.

¿Todo ello por la expansión de un virus más o menos mortífero? ¿O por el reinado de unas redes sociales incontroladas, manipulables en un entorno cada vez más universal? ¿Es el escenario perfecto para una vuelta más de tuerca en ese control total del Gran Hermano? No tengo respuestas. Pero sí, por el contrario, alguna reflexión.

La gran movilización mundial por la expansión del Covid-19 y su influjo en la economía y en la vida social y política, ha señalado la fragilidad de un sistema que parecía intocable. Algo que, por otro lado, nos traslada a otra reflexión, la de que a menudo no somos conscientes de cuánto ha cambiado el planeta y sus habitantes en apenas dos décadas. Y, por extensión, que muchos de nuestros análisis, incluso los coyunturales, no son sino excavaciones arqueológicas. Restos de un pasado, por muy cercano que parezca.

El impacto mediático y social del virus es una de aquellas razones que hace ya más diez años explicaba Nassim Taleb en su teoría de los “cisnes negros”, esos acontecimientos inesperados que son los dominantes en la historia. Sucesos atípicos que juegan un papel mucho más relevante, en los cambios socio-políticos, que los regulares. Que aquellos que esperamos a través del juego político.

Los servicios secretos y los “think tank” (laboratorios de ideas), son quienes en estos últimos tiempos han abierto la posibilidad de otras crisis locales o mundiales, diversas a las clásicas, sobre todo las que nos vaticinaba el marxismo. En la teoría, abrieron cauces para hacer frente a los cisnes negros. Primero detectándolos y luego poniendo las herramientas para hacerlos frente. No es ciencia ficción.

Acontecimientos inauditos como una explosión nuclear, la caída de un meteorito, la expansión de un desconocido virus, el ascenso de un líder mesiánico que apriete botones excepcionales o apagones informáticos intermitentes. Decenas de contingencias inesperadas, necesitadas de un protocolo previo con el que abordar la llegada del cisne negro.

Pero, por mucho que nos expliquen que el control es total, que los imprevistos forman parte de la construcción social local o mundial, la percepción es justamente la contraria. Por ello se desploma la bolsa, por ello se vacían supermercados y por ello la desconfianza se acelera. En la cercanía, la improvisación pública y privada con la tragedia de Zaldibar ha dejado en el aire la ausencia de protocolos previos. Incluso para esa falsa hipótesis lanzada por el lehendakari, la de la catástrofe natural. Para esas catástrofes naturales, la previsión era nula.

Y en el caso del coronavirus de marras, la alerta mundial no tiene una única y unitaria respuesta, como tampoco las tienen en cómo afrontar los acontecimientos esperados, los regulares. El cambio climático es el paradigma. Sectores negacionistas, sectores que exigen paciencia, sectores que siguen apostando por el crecimiento desbocado, sectores que creen en la regeneración natural. Es la propia esencia del capitalismo, la competencia entre las elites, el éxito de unos como producto del fracaso de otros: “homo homini lupus”.

Si esta es la tónica de lo regular, ¿qué sucederá con los acontecimientos asimétricos, con los irregulares? Los costes económicos de las faltas previsoras, de los cisnes negros que han llegado hasta las orillas del Cadagua, van a caer sobre nuestras espaldas. Si la crisis se agudiza, serán las elites las primeras en ser rescatadas. Y si el meteorito impactara, el virus se coronaría con los laureles del Olimpo, el sálvese quien pueda nos atraparía al final de la fila. Para eso también hay clases.






°

No hay comentarios.:

Publicar un comentario