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sábado, 21 de marzo de 2020

Juián Sansinenea

Del baúl de la memoria del periódico Deia traemos a ustedes esta semblanza biográfica de uno de los muchos vascos antifascistas que nos ha dado la historia de la insumisa Euskal Herria:


Pudo haber sido una estrella de la música. Sin embargo, el barítono donostiarra Julián Sansinenea vio cómo la Guerra Civil le llevó a otros frentes. Los de la defensa de Madrid, en los que también demostró su valía.

Carlos Iriarte

Eran las 10.30 de la noche del viernes 13 de mayo de 1932. El barítono donostiarra Julián Sansinenea salía al escenario del Teatro Rialto, en plena Gran Vía de Madrid, para interpretar el papel protagonista de la opereta Katiuska, del maestro Sorozabal, junto a la soprano Conchita Panadés. Debía sustituir al divo Marcos Redondo y para colmo estaba enfermo de apendicitis, pero de su actuación dependía su salto a la escena de la capital. Era, nada menos que, el momento clave de su carrera. Sansinenea demostró lo que valía, y sobreponiéndose al dolor dio una actuación espectacular que se ganó el aprecio de la crítica. Frases como "de espléndidas cuerdas vocales y de una depuradísima escuela de canto", "artista de cualidades magníficas" o "de bella y extensa voz, manejada con singular soltura" acompañaron su nombre en los periódicos.

Lo que en aquel momento Sansi no podía saber es que su papel de comisario político sería premonitorio del papel que desempeñaría pocos años después al mando de un batallón vasco en el frente de Madrid.

Julián nació a primeros de siglo en Donostia y era hermano de Luis, conocido por su destacada militancia en ANV y por ser capitán del batallón Euzko Indarra. Su tío Hilarión fue presidente del Orfeón Donostiarra, lo que quizás impulsase al joven Sansi hacia la carrera musical. Sea como fuere, acabó tomando clases del maestro de Renteria Ignacio Tabuyo y para principios de los años 30 ya tenía papeles en Marina, de Arrieta, y Las golondrinas, de Usandizaga. Su colaboración con Sorozabal le llevaría a interpretar a Pedro Stakof, el comisario del Soviet de Katiuska, con el que debutó en enero de 1932 en el Victoria Eugenia. El maestro decía de él que "es como un chotito bravo que se come el capote, cuando se lanza hacia las candilejas emborrachado de voz". Su buena relación fue la que le llevó a la Gran Vía en mayo de aquel año.

Tras su exitoso debut madrileño, actuó en diversos teatros de Madrid y Barcelona con moderado éxito, además de tomar parte en varias obras benéficas en favor de los niños pobres y del trabajo de las mujeres. En diciembre de 1934 colaboró con el zegamarra Juan Telleria, que probablemente ya había compuesto el futuro himno de Falange, y en aquel entonces estrenaba la obra El joven piloto, en la que Sansi tenía un papel secundario.

El golpe de estado del 18 de julio de 1936 sorprendió a Julián en Madrid, donde a finales de agosto participó en un concierto en beneficio de los hospitales de sangre, organizado por Unión Republicana, en el Teatro Calderón. Sin embargo, la labor de retaguardia no fue suficiente para él.

En septiembre comenzó la organización de una unidad de combate formada por vascos que se hallaban en la capital. Sansinenea acudió a la llamada de sus paisanos, siendo uno de los primeros miembros de las Milicias Vascas Antifascistas (MVA). Su cuartel se estableció en el Hogar Vasco de la Carrera de San Jerónimo, donde años atrás había cantado el barítono. Las dotes organizativas del torero Emeterio Arreba, Corchaíto de Bilbao, la ayuda monetaria de diversos bancos vascos y el temprano interés del Gobierno de Euzkadi, permitieron reclutar y equipar a más de 200 milicianos, que para primeros de octubre ya se encontraban en Valmojado, a caballo de la carretera de Extremadura. Al mando estaba Vicente Lizarraga Isturiz, un navarro veterano del desembarco de Mallorca.

El frente de Navalcarnero

Su primera operación de cierta envergadura fue el contraataque que llevaron a cabo en Navalcarnero, el 26 de octubre. Por ausencia de Lizarraga, Sansi tomó el mando de la unidad, que se comportó bien a pesar del fracaso general de la maniobra, lo que le valió la felicitación de Manuel Irujo. El ambiente era bueno y las trincheras estuvieron animadas por los zortzikos del barítono durante aquellos días.

El primero de noviembre, sin embargo, se reanudó la ofensiva franquista, por lo que los vascos tuvieron que retroceder hasta Pozuelo, sufriendo muchas bajas por el camino. Allí les esperaba Antonio Ortega Gutiérrez, teniente de Carabineros que había dirigido la defensa de Irun unas semanas antes y que ahora se hacía cargo de las MVA. Por su iniciativa, deshicieron su retroceso hasta llegar a Boadilla del Monte, desierta tras ser evacuada por los milicianos. Esta conquista fue recibida con entusiasmo en un momento de grave desmoralización y contribuyó al prestigio de los vascos, que renombraron el lugar como Boadilla de Euzkadi, aunque el nombre no calase entre las masas.

Aquí pasaron el resto del mes en una relativa monotonía que solo fue interrumpida por la llegada de refuerzos. Se trataba de una compañía de la antigua columna vasco-catalana, nutrida de milicianos comunistas que lograron escapar de Irun, que había ido desde Barcelona a combatir en Madrid. Desde primeros de octubre combatieron en las cercanías de San Martín de Valdeiglesias y tras separarse de los catalanes pasaron por Brunete y Navalcarnero. La retirada del 1 de noviembre los llevó de vuelta a la capital, donde quedaron en reserva y donde a finales de dicho mes, se reunirían con el resto de sus compatriotas.

Formado ya un verdadero batallón vasco, la unidad pasó al céntrico frente de Moncloa, donde el ya teniente coronel Ortega se puso a cargo de una nueva brigada, la 40ª.

Frente al paseo que apropiadamente lleva el nombre del compositor de zarzuelas Ruperto Chapí, los vascos defendieron con uñas y dientes sus posiciones, hasta que en enero de 1937 fueron trasladados al sector vecino, frente a la Perfumería Gal. Desde aquí, un grupo de voluntarios irundarras se lanzó a reconquistar las oficinas de la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria:

"¡Nos metimos por una ventana negra como el infierno!

¡Yo me llevé un susto tremendo porque se le ocurrió dar un salto a un gato!"

Era otro golpe de suerte, el edificio había sido abandonado. La moral estaba por los cielos. En los ratos libres, Sansi tocaba un piano que encontraron entre las ruinas del barrio, acompañando a los milicianos que cantaban aquella de "Aquí venimos los barbis, que los fulés ya se han ido". En sus trincheras se escuchaban conversaciones en euskera, incluso se lanzaban voces al enemigo que los reporteros a duras penas podían transcribir. Por esas fechas, Lizarraga, que volvía a mandar el batallón, resumía así la razón de su lucha: "Al defenderle [a Madrid], defendemos el estatuto vasco".

No todos los vascos que se hallaban en Madrid estaban en buena situación. El viejo conocido de Julián, Juan Telleria, se hallaba detenido por su conexión con Falange. Su aval fue suficiente para ponerlo en libertad, lo que le salvó la vida. No fue el único que veló por la seguridad de sus paisanos: la Delegación del Gobierno de Euzkadi en Madrid se dedicó a esta tarea durante varios meses, como relató Jesús Galíndez en Los vascos en el Madrid sitiado.

La buena racha de las Milicias Vascas llegó a su fin cuando se les encomendó tomar el Hospital de Cirugía Infantil del Instituto del Cáncer, que se levantaba en una colina a un centenar de metros delante de sus posiciones. Sin más opción que la del ataque frontal, y sin posibilidad de recibir apoyo artillero, los vascos se empeñaron en tomar la posición a lo largo de varias semanas. El batallón sufrió bajas muy severas, incluida la del propio Sansinenea, que tuvo que permanecer hospitalizado varias semanas.

De su estancia en cama se conservan varias cartas dirigidas a su amada, que se encontraba en Barcelona. Era, nada menos que, Conchita Panadés, la soprano con la que coprotagonizó Katiuska en el momento álgido de su carrera. Tras salir del hospital, Julián asumió el mando del batallón con el rango de capitán, ya que Lizarraga partió a combatir en Euskadi. Como los personajes que habían interpretado juntos, Conchita y Julián contrajeron matrimonio en abril, en una ceremonia oficiada por el teniente coronel Ortega.

En el frente el alto mando desistió en sus intentos de reconquistar la Ciudad Universitaria, trasladando sus esfuerzos a la Casa de Campo. La 40ª Brigada pasó a cubrir todo el campus, limitándose a su defensa. El anhelo de reconquistarlo, como paso previo para marchar a combatir en los montes de Euskadi, se desvanecía.

El apoyo de Irujo

La jefatura de las Milicias Vascas, cada vez más presionada para abandonar sus rasgos de identidad, se sintió desarropada por el Gobierno de Euzkadi, cuyo interés se volcó en la Brigada Vasco-Pirenaica que se estaba creando en Catalunya. Irujo, que sin duda fue el mayor entusiasta de las MVA en el PNV, trató de gestionar la entrega de una ikurriña y nuevos uniformes –diseñados a imagen y semejanza de los de los miqueletes guipuzcoanos– y organizó la creación de un himno para la unidad con música de Sorozabal y letra de Sansi. Su intento cayó en saco roto.

Los milicianos más jóvenes se habían convertido en entusiastas de la línea de militarización emprendida por el PCE y con Sansinenea como último de los jefes originales del batallón, la resistencia a este proceso no pasó de la correspondencia con Irujo. Las viejas Milicias Vascas Antifascistas se convirtieron en el 158º Batallón y la ikurriña desapareció de los brazos de los vascos.

La unidad pasó el resto de la guerra en la Universitaria, rotando por las distintas facultades, y el Hospital Clínico. Allí se enfrentaron día tras día a la muerte que surgía de las entrañas de la tierra, la letal guerra de minas. La agonía llegó a su fin el 28 de marzo de 1939, cuando Madrid fue rendida a pocos metros de las posiciones de los vascos.

Julián Sansinenea abandonó el batallón antes o durante el golpe de Casado y debió tratar de escapar del país por Alicante, ya que fue hecho preso y trasladado al campo de concentración de Albatera. Telleria no tendría ocasión de saldar su deuda y fue fusilado.

¿Pensaría en él su viuda, Conchita, cuando cantaba estas palabras en 1941?

"La estrella azul de mi querer

ya nunca más brillará,

el fuego aquel que me abrasó

lo apagará mi dolor;

aquel afán que yo sentí

jamás será para mí."






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