Ahora que las reglas del juego impuestas por el coronavirus nos indican que debemos evitar besos, saludos y abrazos cada vez que nos encontremos con familiares, amigos o colegas de trabajo, traemos a ustedes este texto de Iñaki Egaña que nos habla de otras práctica poco saludable en la que ha incurrido más de un vasquito colonizado, misma que lamentablemente aún es muy común en la monarquía bananera de Españistán.
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Besapies y besamanosIñaki EgañaCada vez que sale el monarca español a la plaza pública, las expresiones de servilismo y sumisión expresadas por cierta clase política rozan la humillación, su bajeza. Una y otra vez no dejo de sorprenderme cómo hombres y mujeres que se han arrojado los trastos a la cabeza en las sesiones institucionales, son capaces de aparcar su virilidad manifiesta o su posición de clase para unirse y reverenciar a una persona cuyo único valor es haber nacido con sangre azul. Una extravagancia socio biológica más de zoológico, quizás de museo medieval, que de palacio.La ruta permanente en deriva de los Borbones en España puede ser clasificada en dos grandes apartados. El primero relacionado con sus creencias políticas: jamás han confiado en la democracia, por mucho que sus aduladores nos hayan cansinamente agobiado con su bondad.El segundo es el correspondiente a sus creencias personales, en especial las religiosas. Los Borbones, incluidos los de última generación, son unos pecadores de tomo y lomo. La pena es que el infierno de su religión no existe. De lo contario se estarían asando, los que fueron y los que próximamente dejarán de serlo, como cochinillos en una feria. Hasta chamuscarse.Las últimas filtraciones sobre el emérito en relación a las comisiones millonarias recibidas desde una de las tiranías más reconocibles, al pago a su más que supuesta amante por la ventilación de sus bajos, y la consiguiente actividad de inteligencia para tapar sus excesos, convierten al monarca borbónico emérito en un nuevo icono para su estirpe. Agrandando la leyenda y los nombres de sus abuelos, bisabuelos y demás familia y antepasados, crápulas que tomaron este pedazo de tierra como refugio.El bisabuelo del actual monarca, Alfonso XIII murió en Roma y su nieto Juan Carlos, que vivió en la capital italiana y en Portugal hasta los diez años, sería el elegido para sucederle, tras la muerte de Franco, en 1975. Dos años más tarde, Juan, el hijo de Alfonso y padre de Juan Carlos, que había pactado con Franco la sucesión, renunciaba a sus derechos. Fue la tercera restauración de la monarquía hispana en su rama borbónica desde que se instaló en la Península en 1700.La ligazón entre dictador y monarca, a pesar de lo que diga Maruenda de que “Juan Carlos trajo la democracia a España”, fue estrecha. Muy estrecha. La decisión de Franco de veranear en Donostia, propició, entre otras circunstancias, la entrevista que el dictador y el pretendiente realizaron frente a la costa vasca en agosto de 1948. En el viejo yate Azor ambos mandatarios depararon sobre la sucesión y el futuro del segundo hijo del pretendiente, Juan Carlos, que escondía su tercer nombre, Alfonso, porque le recordaba a su abuelo.En noviembre de ese mismo año, Juan Carlos fue a Madrid por vez primera y se ubicó en una finca de los banqueros Urquijo. Sus estudios, por decisión compartida entre la Casa Real y Franco, los llevaría a cabo en Donostia, utilizando el viejo Palacio de Miramar, sobre la bahía de la Concha, que el régimen había incautado a la República. Era el mismo escenario que utilizó su abuelo Alfonso XIII para veranear hasta que marchó al exilio en 1931. Desde 1950 hasta junio de 1954, Juan Carlos vivió en el palacio donostiarra acompañado de sus cuidadores, un grupo de policías armados de retén permanente (le llegaban a cortar el pelo in situ para que no tuviera que salir al exterior) y arropado por los monárquicos guipuzcoanos que tenían en El Diario Vasco su máximo órgano de expresión, al margen del ABC.Cuando Juan Carlos abandonó Donostia era 1954 y como era habitual, Franco siguió veraneando en la capital guipuzcoana. El futuro rey volvería a Donostia ya a partir de 1980, con fines políticos, a veces, pero culinarios la mayoría. La adulación al dictador dejó un poso profundo en Donostia, ciudad que Franco eligió lugar para su veraneo, en el Palacio de Aiete. Precisamente, los muebles y vajilla del Palacio habían sido sustraídos de la Torre Olaso (Bergara), propiedad, hasta su incautación, de Telesforo Monzón. El resto de lo incautado a Monzón, Franco se le llevó al Pazo de Meirás, una finca que las autoridades gallegas regalaron al dictador en 1938.Los besapies y besamanos que encontraron ambos en Donostia, incluso el tercero en discordia, hoy llamado Felipe VI que sigue a pasos agigantados los trazos de su padre, siguen teniendo su parte en el relato. En esta ocasión, con su pasado modificado. El pintor eibartarra Ignacio Zuloaga, admirado por Mussolini, fue retratista de Franco. Juan Tellería, natural de Zegama, fue el autor de la canción falangista Cara al Sol, y también puso música al himno de la División Azul. El arquitecto de Elgoibar, Pedro Muguruza, autor del ensanche de Hondarribia y del Sagrado Corazón de Bilbao y del de Donostia sobre el del proyecto paradigmático del franquismo, el Valle de los Caídos. La cruz del interior de la iglesia fue diseñada por Julio Beobide, natural de Zumaia.Esteban Calle Iturrino contó las gestas del fascismo y Manuel Aznar Zubicaray, abuelo mayestático, hizo un largo recorrido desde las filas del nacionalismo vasco hasta convertirse en el historiador oficial de la guerra civil española, puesto que compartió con Joaquín Arrarás, natural de Iruñea. Rafael Sánchez Mazas, fundador de Falange y vecino de Bilbao, fue uno de los escritores de moda del franquismo. El sacerdote pamplonés Fermín Yzurdiaga, delegado de propaganda de Falange y uno de los más viscerales ideólogos del régimen franquista, fue el primer director del diario Arriba España.El dibujante Carlos Sáenz de Tejada, oriundo de Guardia, colaboró con la propaganda franquista y fue el director artístico de Historia de la Cruzada Española. El escritor José Artetxe, miembro del GBB del PNV durante la República y voluntario en el Ejército de Franco durante la guerra civil, fue empleado de la Diputación guipuzcoana y habitual columnista en la prensa falangista. Fueron nuestros viejos besamanos.
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