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jueves, 5 de marzo de 2020

Hauspoa | Historia de la Lucha de Clases

Traemos a ustedes la tercera entega de la serie de textos que se ha estado publicando en el blog Borroka Garaia da!, mismos en los que se delinea una perspectiva de lucha cuyo estudio y análisis resultan obligatorios.

Lean por favor:


Artículo de colaboración para Borroka garaia da! Autor: Hauspoa

Traducción al castellano de Euskal Herriko klase borrokaren historia

Si en el texto anterior explicamos la perspectiva general que teníamos respecto de la historia, en éste nos centraremos en analizar cómo dicho proceso histórico toma forma en Euskal Herria. En un texto de esta extensión no podremos abordar la cuestión con la profundizar y el nivel de detalle deseado, por lo que nos limitaremos a subrayar los acontecimientos históricos más relevantes. Así, entendiendo que el análisis completo de la historia de la lucha de clases en Euskal Herria queda todavía como tarea pendiente, trataremos de identificar las lagunas existentes y de formular las preguntas adecuadas para su futura resolución.

Para empezar, situaremos el punto de partida en el proceso de neolitización. A lo largo de todo el mundo, de forma independiente y en fechas similares, las comunidades humanas comenzaron a desarrollar diversos conocimiento agrícolas y ganaderos, lo que impulsó su sedentarización. A los territorios que hoy conocemos como Euskal Herria, la neolitización llegó desde el Oriente Medio hace entre 7.000 y 8.000 años, transformando radicalmente las formas de vida y las estructuras sociales previas. Estas primeras comunidades agrícolas presentaban un modo de producción basado en la economía natural: es decir, un modo de producción basado en la propiedad comunal y en la producción directa dirigida al autoconsumo y reproducción de la propia comunidad. A esta forma de vida colectiva también se la ha conocido como comunismo primitivo. De esta forma, y gracias a la revolución neolítica, estas comunidades fueron capaces de generar, por vez primera, un excedente productivo de forma sistemática y regular. Esto condujo a un aumento de su tamaño y a que, mediante la especialización, profundizaran en una incipiente división social del trabajo. Sin embargo, esa misma acumulación sistemática de excedentes abrió la posibilidad para su apropiación igualmente sistemática, lo que marca un hito en la historia de las clases sociales y de la dominación. Por primera vez en la historia, se generalizaron las condiciones materiales para que la clase trabajadora (la que crea el excedente) y la clase dominante (la que se apropia del excedente) se desarrollasen a escala social, inaugurando así la era de los sistemas de dominación social. De este modo, junto con la neolitización, surgen la posibilidad para una jerarquización y centralización cada vez mayor del poder. Es decir, surge la posibilidad histórica del Estado, a través del cual una minoría o incluso un único individuo llega a disponer del control sobre la vida y el territorio de millones de personas.

Con todo, podemos afirmar que la neolitización abrió la posibilidad para organizar la vida social de dos formas totalmente antagónicas: las comunidades/pueblos por un lado, el Estado/Imperio por otro. Y son antagónicas, porque la acumulación de poder por parte del Estado tiene como único origen el trabajo y la vida de esas comunidades/pueblos, así como los recursos sobre los que habitan. De este modo, en adelante, se encontrarán en permanente disputa: el Estado/Imperio tratando de hacerse con las comunidades, tomarlas bajo su control; éstas en continua resistencia tratando de librarse de su dominio. Para nuestro contexto geopolítico, los primeros Estados primitivos surgieron en Mesopotamia, y aunque harían falta aún varios siglos para que arribaran a estas tierras, la tensión dialéctica entre las comunidades/pueblos y el Estado, entendida como lucha de clases, se convertirá en el motor de la historia para los siguientes milenios.

Otro acontecimiento histórico de vital importancia para la lógica de la dominación, y que surgió en fechas similares, fue la aparición de patriarcado. Mediante la neolitización se pudo profundizar en la división sexual del trabajo, y así, en la función meramente reproductiva de las mujeres. Esto no implica que la neolitización, necesariamente, tuvo que dar como resultado un orden social patriarcal; existen ejemplos de comunidades y culturas agrícolas con altos niveles de paridad entre hombres y mujeres, y se cree que las primeras culturas neolíticas europeas tuvieron un carácter fundamentalmente matrilineal. Con respecto al Cantábrico oriental y los Pirineos, creemos que debieran de situarse en ese contexto; reconociendo la inexistencia de un supuesto matriarcado vasco, sí podemos prever la existencia de un modelo social matrilinial. Es decir, las mujeres ostentaban un papel central respecto a la propiedad y las relaciones de parentesco (matrilinialidad), pero sin desarrollar un sistema de dominación específico sobre los hombres (matriarcado). Lo más probable es que los primeros ejemplos de estructuras sociales plenamente patriarcales llegaran de la mano de los pueblos indoeuropeos procedentes del este de Europa. De este modo, para el final de la Edad del Bronce (hace 3.000 años), al menos los territorios circundantes, estaban dominados por pueblos con un claro carácter militarista y patriarcal, lo que sin ningún atisbo de duda generó un profundo impacto sobre los pueblos preexistentes. En este momento podemos establecer el inicio del patriarcado vasco. Como cualquier otro sistema de dominación, la imposición del patriarcado sucedió como proceso histórico complejo; la patriarcalización no se dio de un día para otro, sino que se necesitaron muchos siglos y generaciones para consumarla. Observamos aquí la apertura de otra tensión histórica; la que en adelante enfrentará a las estructuras patriarcales por un lado, y a la resistencia de las mujeres. Así, los vestigios de la matrilinealidad original perdurarán durante siglos, mientras que la resistencia de las mujeres brotará continuamente y de las más diversas formas. Rastrear todo esto y sacarlo a la luz en lo que respecta a la historia de Euskal Herria, es una de las tareas fundamentales a la que nos encomendamos.

Pero las implicaciones del patriarcado van aún más allá. Una vez que el modelo de familia patriarcal se generaliza, la familia se convierte en un espacio atravesado por la violencia patriarcal. En adelante, generación tras generación, en ese primer espacio para la socialización que es la familia, cada nueva generación observará y aprenderá cómo la humillación, la opresión y la apropiación de las mujeres sucede de forma normalizada. Podríamos decir que es esa apropiación del cuerpo y el trabajo de las mujeres la primera manifestación histórica de la propiedad privada. Como consecuencia, en la mentalidad de esas niñas y niños, la violencia, la opresión y la apropiación individual pasan a ser una forma normalizada mediante la que entender la relación entre las personas. Una vez superados los límites de la familia, esa mentalidad patriarcal generó las condiciones idóneas para la creación y expansión del propio Estado. De hecho, esos primeros Estados se constituyeron como reflejo a escala social del macho dominante, y así puede observarse, a lo largo de los siglos, en la lógica y organización internas de los Estados e Imperios. Por lo tanto, entendemos que la mentalidad patriarcal es uno de los pilares fundamentales que permite el despliegue de la dominación a escala social. Es decir, el patriarcado, además de servir para la reproducción material del resto de sistemas de dominación (convirtiendo a las mujeres en meros objetos reproductivos), pasa a ser igualmente necesario para la reproducción ideológica de los mismos.

De vuelta a lo que hoy conocemos como Euskal Herria, a medida que avanzan la Edad del Bronce y del Hierro, las estructuras patriarcales se van desarrollando y aumenta la jerarquización de los grupos sociales. Con la aparición de las primeras castas y jefes tribales, se empieza a extender la propiedad privada, a pesar de que la propiedad comunal es aún generalizada. Del mismo modo, la acumulación de poder es aún limitada como para dar lugar a una estructura estatal, y aún dominan las estructuras tribales. No obstante, con la llegada del Imperio Romano, hace 2.000-2.200 años, se da un salto cualitativo en esas tendencias y podemos decir que se abre una nueva fase histórica. Por primera vez en la historia, llega a estos territorios un sistema de dominación organizado a nivel continental; el primer Estado. A diferencia de otros territorios circundantes, en el nuestro no se dio un guerra de invasión, sino que gracias al colaboracionismo de los caudillos locales se acordó el establecimiento de las estructuras romanas. La disposición y el ánimo con el que las oligarquías locales tenderán a facilitar la relación con las fuerzas de ocupación, será en adelante una constante en los territorios vascos. Por lo demás, los romanos crearon las primeras ciudades importantes, integradas en un sistema de infraestructuras y mercantil desarrollado. El patriarcado y el militarismo avanzaron de forma significativa, acelerando la opresión de las mujeres y profundizando en la ideología de la dominación. El monoteísmo cristiano también llegó de la mano del Imperio Romano, así como la primera división administrativa de los territorios vascos. Por su parte, la romanización adquirió un mayor grado de intensidad en las llanadas y valles de la vertiente mediterránea, en lo que los romanos llamaron ager. En las áreas atlánticas y más montañosas, conocidas como saltus, a pesar de que su presencia fue relevante (sobre todo en la cosa y zonas mineras), el proceso de romanización no adquirió tanta intensidad. Como consecuencia, en esas zonas montañosas las comunidades campesinas pudieron sobrevivir al mantener ciertas características linguísticas y culturales (entre otras, probablemente, vestigios de la matrilinealidad original). Fueron erosionadas y transformadas profundamente, por su puesto, pero no desaparecieron completamente.

La caída del Imperio Romano abrió las puertas a la Edad Media, y en esa transición tuvieron especial relevancia las Bagaudas. En un momento en el que el Imperio se encontraba en una crisis profunda y terminal, la lucha de clases tomó la forma de rebelión generalizada; esclavos huidos, desertores, campesino empobrecidos, pueblos oprimidos… a lo largo y ancho del Imperio se produjeron revueltas populares en contra de los grandes terratenientes y los representantes del Estado. Siendo un periodo que requiere de una mayor investigación, entendemos que la Euskal Bagauda fue el primer intento revolucionario en la historia de los territorios vascos. Entre los años 450-636 la inestabilidad y las guerras fueron generalizadas, de las que se derivaron dos consecuencias de gran relevancia. Por un lado, las estructuras estatales se debilitaron, impulsando un proceso de descentralización del poder y el decaimiento de las ciudades, algunas de las cuales llegaron a desaparecer. Esto impulsó el florecimiento de las comunidades campesinas libres. Por otro lado, la necesidad de autodefensa empujó a la unión de las tribus vascas, acelerando el proceso de etnogénesis y asegurando la supervivencia del euskara. Por primera vez, delimitado por las fortificaciones defensivas francas y visigodas, se denomina a este rincón del Cantábrico como Vasconia.

Poco a poco, el poder feudal fue organizándose sobre esas comunidades campesinas. El cristianismo, que por aquel entonces se había extendido ya por todo el territorio, jugó un papel fundamental en ese proceso. Gracias al cristianismo también se completó la implantación definitiva del patriarcado. De este modo, las nuevas clases dominantes se apresuraron, una vez más, a centralizar el poder, y comenzaron a articularse dentro del marco de la monarquía feudal. En ese contexto hay que considerar el surgimiento del Reino de Navarra. Muchas se afanan, una y otra vez, en ensalzar a Eneko Aritza y al Reino de Navarra, y qué duda cabe de su relevancia histórica para Euskal Herria. Sin embargo, al igual que cualquier otro reino, este también se sostenía sobre la lógica de la dominación. En ese sentido, debiéramos de investigar la rebelión que los campesinos de Falces llevaron a cabo en 1357, la de Mixa y Ostibarre en 1369, la de Milutze en 1405ean, o la de Iruña, en diciembre de 1386, en la que el alzamiento se alargó durante 22 días. Estas revueltas estaban motivadas por los impuestos excesivos y dirigidas en contra de la élite económica, a lo que los dirigentes navarros respondieron con represiva dureza. Si analizamos la situación más allá del idealismo romántico, “nuestro” reino no era más que lo que podía ser una monarquía feudal de la época; una sociedad estamental y jerarquizada, cuyos dirigentes trataban de gestionar el poder de la forma más centralizada posible. Más aún; ese poder monárquico estaba en constante pugna y tratando de usurpar las estructuras democráticas que realmente guardaban la soberanía popular; el batzarre o concejo y la comunidad (heredados del comunismo primitivo original y que aún sobrevivían en las comunidades campesinas). Está claro que con la conquista por parte del Reino de Castilla, la situación no hizo más que empeorar, ya que la extensión y arraigo de las estructuras feudales en el Reino de Navarra era algo más débil. Sin embargo, la competencia entre diferentes poderes feudales, no puede ocultar que en el propio Reino de Navarra existía una tensión de clase fundamental; la que enfrentaba a las comunidades campesinas libres y al poder feudal.

A medida que avanzaba la Edad Media fue acumulándose otra tensión; la existente entre la burguesía y el poder feudal. De hecho, una serie de circunstancias que van sucediendo a partir del siglo XIII comienzan a configurar la forma social y económica que tendrá Euskal Herria en la actualidad. Por un lado, la expansión hacia el sur del reino castellano a costa de los musulmanes, aumenta la producción de lana, que a su vez requiere de una salida marítima para su exportación a Europa. Dicha salida marítima se establecerá prioritariamente en la costa vasca. De forma paralela, los avances tecnológicos en la industria metalúrgica propician el desarrollo de la tecnología hidráulica. Así, los valles atlánticos, que hasta entonces tenían una relevancia económica reducida, pasan a ocupar una posición privilegiada en la producción del hierro: ríos y arroyos de abundante caudal por doquier, grandes bosques para la producción de carbón y vetas de hierro de gran calidad y fácilmente accesibles. A lo largo de esos valles se empiezan a multiplicar las ferrerías, desarrollando una protoindustria metalúrgica. Además de todo esto, con el aumento del tráfico marítimo aumenta también producción de sidra y la construcción naval; a lo que se suma la fundación de la mayoría de Bizkaia y Gipuzkoa que se produce a partir de esta época. Como consecuencia de todo esto, la actividad económica, y por tanto, la acumulación de poder, se va trasladando a la vertiente atlántica a través del eje Norte-Sur (previamente había sido dominante el eje Este-Oeste, por Iruña y Gasteiz). Como era de esperar, la protoburguesía comercial que comienza a propserar en las jóvenes villas va adquiriendo cada vez más poder e influencia.

En este punto hay que recordar que para esta época Araba, Bizkaia y Gipuzkoa están ya bajo el dominio de la corona de Castilla, y que fue, precisamente, el rey de Castilla quien fundó gran parte de esas villas. De esto se derivan, al menos, dos circunstancias que en el futuro serán de gran relevancia. Por un lado, se profundiza y se asienta la escisión entre las provincias Vascongadas y Navarra. Por otro, mediante la fundación de las villas el rey de Castilla concede una serie de derechos y privilegios a esos primeros burgueses, en tanto en cuanto las villas quedaban fuera del control y la jurisprudencia de la nobleza local. Con todo, se establecen las bases para una alianza de vital y estratégica importancia para los siguientes siglos; la alianza entre la oligarquía vasca (principalmente vascongada) y Madrid. En adelante, esa oligarquía vasca (cada vez más burguesa), será fundamental a la hora tanto de impulsar las reformas liberales, como de facilitar la integración y asimilación de los territorios vascos dentro del Estado-Mercado español. También es de destacar el papel que jugará al servicio de la expansión imperialista de la corona española.

A principios del siglo XVI, con la invasión castellana de lo que queda del Reino de Navarra, comienza la fase final de su completa desintegración y asimilación. Se consuma la división administrativa entre Hego e Ipar Euskal Herria, y aunque al norte de los Pirineos el reino sobrevive unas décadas más, para principios del siglo XVII termina diluyéndose definitivamente dentro de Francia. Se imponen los límites administrativas francés y español, y comienza a configurarse el carácter imperialista moderno que esas dos potencias desarrollaran en los próximos siglos. En lo que respecta a Hego Euskal Herria, la conquista de América y la expansión del Imperio Español, espolea la tendencia mercantilista iniciada al final de la Edad Media. En ese contexto, España comienza a dar pasos cada vez más firmes hacia su cohesión interna como mercado, su homogeneización cultural y su centralización política. Es en esa época también que se pone en marcha la Inquisición, nueva fase represiva en contra de las comunidades campesinas libres. Conocida también como caza de brujas, su objetivo no era otro que el acabar con los restos de autonomía y libertad que las mujeres aún conservaban tras siglos de imposición patriarcal. De esta manera, la Inquisión supuso un salto cualitativo en la apropiación del cuerpo y el trabajo de las mujeres, y estableció las bases que posibilitarían generalización de la acumulación capitalista durante los próximos siglos. Por lo demás, todas estas transformaciones también tuvieron su profundo impacto en general en las comunidades campesinas: sobre todo en la vertiente cantábrica, a través de la protoindustria ferrona y sidrera, estas comunidades fueron paulatinamente mercantilizándose. El poder económico que les proporcionaron esas actividades posibilitaron la construcción de grandes casonas de piedra, y de esta forma, apareció el baserri por primera vez en el paisaje de Euskal Herria. Aunque parezca paradójico, esas casas de piedra que tan idealizadas tenemos en la actualidad, no representaron más que el inicio de la fase de desintegración de la sociedad campesina. Aún la economía natural seguiría estando a la base de esas comunidades durante siglos, articulada en torno a la producción directa autosuficiente y la propiedad comunal, pero la tendencia a la erosión de dichas estructuras sería ya irreversible.

Para comienzos del siglo XVIII el Imperio Español entra en decadencia y provoca una profunda crisis en el tejido económico construido a sus expensas en Hego Euskal Herria, lo que incrementa la tensiones de clase. En ese contexto, la burguesía, que ha ido incrementando su poder económico y político, empuja constantemente a favor de reformas liberales que faciliten la acumulación de capital. Estas aspiraciones chocan contra los estamentos feudales de las zonas rurales, pero también contra de las comunidades campesinas que sobreviven bajo su dominio. A todo ello, hay que sumarle la aceleración del proceso de centralización y homogeneización que impulsa la corona española, y que pone en jaque las particularidades forales que aún conservan los territorios vascos. Esta combinación dio paso a una época convulsa, caracterizada por las “matxinadas”; una serie de levantamientos populares impulsados por las clases populares preindustriales. Los matxinos, eran fundamentalmente campesinos, aunque los ferrones también jugaron un papel muy relevante (el nombre “matxinada”, procede del San Martin, santo de los ferrones). En algunas crónicas de la época se destaca la importancia que tuvieron las mujeres, tanto a la hora de organizar como de participar en las revueltas, lo que nos empuja a investigar si las comunidades rurales de la época pueden considerarse como espacios en los que las mujeres aún conservaban cierto grado de libertad. Por lo común, las matxinadas partían de las áreas rurales y se dirigían a las ciudades, centrando su ira en comerciantes, burgueses y en general en la élite político-económica. Las matxinadas más sonadas fueron las de 1718 y 1766: la primera comenzó motivada por el traslado de las aduanas del interior del país a la costa, en contra de lo dictaminado en los fueros. La segunda se desató por la especulación en torno al mercado de cereal. Además, son de destacar la de 1631 en Bizkaia, por el impuesto sobre la sal establecido en contra del fuero; la de 1739 en Azpeitia por el precio del pan; o la de 1804 en Bizkaia en contra del servicio militar obligatorio. En Ipar Euskal Herria las tensiones también fueron en aumento durante esos siglos, y cabe recordar la matxinada que dirigió Matalas en el año 1661. Siguiendo con su política centralizadora, el rey de Francia inhabilitó el Fuero de Zuberoa y repartió las tierras comunales entre la nobleza colaboracionista, lo que propició la organización de una milicia revolucionaria compuesta por miles de campesinas. Expropiaron las tierras usurpadas y las repartieron entre las campesinas, reivindicaron la libertad de Zuberoa, quemaron y saquearon las casas de nobles y burgueses, y finalmente sitiaron el castillo de Maule. Fue necesario el envío de ejército y mercenarios desde Burdeos para acabar con la matxinada a sangre y fuego.

Ya en el siglo XIX, la tensión entre la burguesía, las comunidades campesinas, los señores feudales y los intereses centralista de España siguieron aumentando y desembocaron finalmente en lo que se conoció como las Carlistadas (1833-1876). En realidad, se trató de una Guerra Civil en dos tiempos y supuso la culminación y cierre de la época de las matxinadas. El resultado de la contienda fue claro, con la burguesía vasca y el Estado liberal español como principales vencedores. Esto acarreo consecuencias de gran calado; entre ellas, la desarticulación completa de la estructura política premoderna, incluidos los fueros. Se impuso así el Estado burgués español de forma definitiva, dentro de cuyo marco administrativo, la división entre Vascongadas y Navarra no hizo más que perpetuarse. Por su parte, la mitología autonomista ha solido vender la firma del Concierto Económico en 1878 como un triunfo, ya que suponía la aceptación de la “especificidad vasca”. Sin embargo, dicho acuerdo no supuso más que un sucio mercadeo, del que oligarquía vasca, ya completamente burguesa, salió fuertemente beneficiada. Fue firmado con el único interés de tomar la mejor posición posible ante la nueva fase industrial del capitalismo que estaba por abrirse. Además, bajo la amenaza de un ejército de ocupación extranjero, un acuerdo de este tipo no podía más que facilitar el proceso de asimilación e integración en España. De esta forma, también quedó al descubierto el carácter militarizado que el capitalismo requeriría para su desarrollo en estos territorios durante las próximas décadas.

Por lo demás, mediante las desamortizaciones llevadas a cabo también a mediados del siglo XIX, la propiedad privada tomó bajo su control los últimos espacios que estaban a su alcance; los montes comunales. Igualmente, el trabajo de las comunidades campesinas pasó a ser apropiado cada vez más mediante mecanismos mercantiles; el pago de rentas e impuestos, por ejemplo, se fue monetarizando, y con ello, la necesidad de dinero aumentó entre las clases populares. La mercantilización y la proletarización aumentó en la sociedad campesina y así, la fuerza de trabajo fue dando los últimos pasos para convertirse en mera mercancía. Así, se establecieron las bases para la dominación capitalista.

A su vez, la derrota sufrida tras las carlistadas supuso un gran golpe para el euskara y en general para la forma de vida campesina, propiciando, a modo de reacción el nacimiento del nacionalismo vasco. Frente a la corrupción material y sobre todo espiritual que acompañaba a la modernidad capitalista, se comenzó a ensalzar la vida tradicional de las comunidades campesinas como garante de las “esencias vascas”. Aunque la justificación política se sostenía en la mayoría de los casos en razonamientos esencialistas de tipo racial, bajo la proyección romántica que se hacía de la vida campesina, no yacían más que los vestigios del comunismo primitivo, existentes aún gracias a la resistencia histórica de las comunidades campesinas libres. Qué duda cabe que para el siglo XIX, lo que tenían ante sí no era más que una muestra completamente fragmentada y residual de lo que una vez existió, ya que esas mismas comunidades se encontraban atravesadas ya por completo por las diferentes opresiones a las que habían sido sometidas a lo largo de la historia. Aún así, se convirtieron en un espacio de referencia.

De igual modo, el nacionalismo vasco halló otra de sus principales fuentes de inspiración en la abolición de los fueros. Aunque para esa época estuvieran también desfigurados, se trata aquí también de los derechos y libertades consuetudinarias de esas comunidades campesinas, defendidas durante siglos frente a la acumulación de poder centralizadora, primero feudal y luego burguesa. Cabe subrayar aquí que las vascas no fuimos las únicas en llevar a cabo ese tipo de resistencias; al contrario, a lo largo del proceso de constitución del Estado Español, fueron numerosos los levantamientos populares que siguieron a diferentes aboliciones de fueros y en general a medidas centralizadoras en contra de las comunidades campesinas (Castilla, Aragón, Cataluña…). En cada uno de esos levantamientos se podían intuir los pulsos de una patria: la rebelión de las oprimidas, la resistencia de las comunidades campesinas en defensa de la vida comunal y sus instituciones populares y verdaderamente democráticas. En muchos de los casos, el Estado pudo aplastar la resistencia, acelerando la asimilación tanto material como ideológica de las comunidades. En el caso de las vascas, lo que nos distinguió fue la capacidad de mantener esa resistencia durante más tiempo; esto es, la capacidad para sostener una correlación de fuerzas favorable en el marco de la lucha de clases histórica. Al menos hasta finales el siglo XIX, cuando esa resistencia pudo reformularse al entrar en contacto con las nuevas corrientes ideológicas desplegadas por la modernidad.

Con todo, aunque el incipiente nacionalismo vasco centró su atención en la sociedad campesina euskaldun (baserritarra), las muestras del comunismo primitivo estaban también presentes en otras zonas de Euskal Herria. Estas eran sobre todo patentes en zonas montañosas, aquellas que a lo largo de la historia habían quedado más alejadas de los centros de poder centralizador. Una vez más, si analizamos la situación más allá del etnocentrismo propio de tantos nacionalismos, nos percataremos de cómo a lo largo del Estado español y del resto de Europa eran abundantes las muestras de comunismo primitivo que aún persistían en las sociedades campesinas. En muchos de estos lugares, bajo el contexto de naciones imperialistas y empujados también por la ceguera desarrollista y modernizadora de los incipientes movimientos progresistas/revolucionarios, gran parte de esa reacción a la modernidad desembocó en la filas de movimientos reaccionarios. En nuestro caso, al igual que con otros pueblos oprimidos y en el contexto de las luchas de liberación nacional, a medida que avanzaba el siglo XX pudo ir adquiriendo una dirección más revolucionaria.

Para finales del siglo XIX, aún estando dispuestas las bases para el desarrollo del capitalismo en su fase industrial, Euskal Herria sigue siendo un pueblo campesino. La población trabajadora, aunque sea en una fase avanzada de desintegración, está concentrada en su mayoría en las áreas rurales. No obstante, la industrialización ya estaba en marcha, comenzando por la ría de Bilbao, y esto provocó el surgimiento de una nueva clase social, el proletariado industrial. Provenientes de áreas rurales tanto euskaldunes como castellano parlantes, miles de trabajadoras desposeídas comienzan a concentrarse, de la mano del capitalismo, en torno a las fábricas y las ciudades. Esto genera nuevas tensiones de clase y frente a ello, nuevas condiciones para el desarrollo de la conciencia revolucionaria. Respecto a la situación de las mujeres, el capitalismo asimila, en su fase industrial, el modelo patriarcal para la reproducción de la fuerza de trabajo. Así, si en las comunidades campesinas aún podía quedar diluida la división entre producción-reproducción ahora, a través de sueldo que recibe el hombre, dicha división queda plenamente escindida. Como consecuencia, la situación de las mujeres empeora sustancialmente; en los núcleos familiares es el hombre el que recibe la principal fuente de dinero, lo que profundiza en la división entre lo público y lo privado. Todo esto no hace más que agudizar la dominación patriarcal.

De este modo, en mayo de 1890 se produce, de la mano los mineros de Bizkaia, la primera huelga general dirigida por el proletariado. Aún faltan varias décadas para que la clase trabajadora industrial conforme la mayoría de la sociedad vasca, pero ya está en marcha la clase capaz de organizarse a escala social, tomar consciencia de sí misma y marchar en dirección revolucionaria. Estamos en los primeros pasos del socialismo, completamente imprescindible para que en adelante el nacionalismo pueda tomar una dirección revolucionaria. Respecto a Iparralde, la situación es muy distinta; sin industrialización no se produce un desarrollo interno. Las comunidades campesinas precapitalistas se van desintegrando, pero no se generan las condiciones que permitan desarrollar la conciencia de clase en un contexto ya completamente capitalista. Los jóvenes migran a América o a París, o son utilizados como carne de cañón en la guerra (I Guerra Mundial), lo que acarrea profundas consecuencias. Además, tras la Revolución Burguesa de 1789, se va construyendo un Estado Francés centralista y jacobino que logra mucha legitimidad. En ese contexto, con una población juvenil menguante, aumentan las posibilidades para que se imponga el pensamiento reaccionario y empeoran las condiciones para la transformación social.

El siglo XX siguió por derroteros similares; la industrialización avanzando y las comunidades campesinas en una crisis cada vez más profunda. El levantamiento fascistas del 36 y la posterior Guerra Civil, además de suponer un fuerte golpe para el nacionalismo vasco, también conllevó la ralentización de esas tendencias. De hecho, el retroceso que la posguerra provocó en el desarrollo capitalista, posibilitó el despliegue final, a modo de epílogo, de las comunidades campesinas. No durarían mucho; el renovado impulsó con el que se retomó el desarrollo capitalista-industrial a partir de la década de los 60 terminaría por aplastarlas bajo su avance imparable. Con ello, podemos dar por extinta la única forma de comunismo realmente existente que ha conocido Euskal Herria hasta el día de hoy. Aunque para ese momento estuvieran ya fuertemente erosionadas (patriarcado, fundamentalismo cristiano, las cicatrices de la dominación feudal, el deterioro tras las primeras fases del capitalismo), las comunidades campesinas aún mantenían ciertas características propias de la vida libre; la propia comunidad, la economía natural, el auzolan, la lógica para relacionarse colectivamente, en algunas comarcas aún los montes comunales e instituciones democrático-comunales (concejos, batzarres)… Aún estando ciertamente desfigurada, esa línea de continuidad procedente del neolítico quebró definitivamente. Con ello, la dicotomía histórica existente entre la ciudad (Estado) y el campo (comunidad) quedó definitivamente disuelta, pasando ambas a ser subsumidas por la metrópoli (Estado-Capital). Así, con el patriarcado a su base, la lógica del capital tomó Euskal Herria por completo.

Fue ese un momento a todas luces trascendental para Euskal Herria. La desintegración definitiva de la sociedad campesina baserritarra supuso un profundo trauma para las generaciones jóvenes de la época. Ese trauma, bajo las condiciones generadas por la dictadura franquista, logró fusionarse con la potencialidad revolucionaria desatada por el nuevo proletariado industrial. La conciencia nacional por un lado, junto con la conciencia de clase por otro, en el marco de un estado opresor como el español, creó una combinación explosiva: Euskadi Ta Askatasuna. Estábamos ante el inicio de una nueva fase histórica.






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