Ante el escenario político actual, con el proceso electoral a punto de culminar, traemos a ustedes este comentario editorial desde las páginas de Naiz:
Asier Fernández de Truchuelo Ortiz de LarreaHablando de países míticos, es imperdonable no rememorar los asombrosos mundos de Tolkien y su legendaria Tierra Media, con sus personajes mitológicos: hobbits, orcos, humanos, elfos...La historia comienza con una alianza heterogénea, conformada por la Comunidad del Anillo, cuyo fin último es la destrucción del Anillo para restaurar la armonía en su mundo. ¿Acaso se refería al bloque aliado en la Segunda Guerra Mundial, época en la que se escribió “El Señor de los Anillos”? Tolkien siempre lo negó, aunque en su poema Mitopeia defiende la idea de que los mitos contienen ciertas verdades fundamentales.El Anillo es un objeto dual, un regalo de la providencia, «mi Tesoro» que diría Gollum (en origen llamado Sméagol, y hobbit de raza). A la par que confiere a su portador –que no poseedor, pues tiene voluntad propia y su único fin es servir al poder oscuro– unas cualidades asombrosas, lo va desfigurando en cuerpo y alma, haciéndole perder su propia identidad, el poder de decisión, y cualquier parecido con su especie, dejándolo mentalmente tan trastornado que se convierte en un siervo del Anillo, el cual no dudará en abandonarlo o incluso en sacrificarlo, una vez que no sirva a sus objetivos.Curiosamente, un antiguo proverbio vasco –considerado el pueblo más antiguo de Europa– dice: «Todo lo que tiene nombre existe» (Izena duen guztia omen da)… Pero, más allá de lo real o irreal de la historia, y salvando las distancias, se dan esas coincidencias que hacen que la realidad supere a la ficción, existiendo un paralelismo entre la novela y la situación jurídico-política actual de un pueblo y, porque no decirlo, de un país «soñado» llamado Euskal Herria.Con su Tesoro (Convenio / Concierto Económico), sus falsos mitos (autogobierno, derecho a decidir), y una Comunidad heterogénea (bloque soberanista) cuyo fin último no es salvar la Comarca (Euskal Herria) sino, más bien, a Mordor (España) de la oscuridad («contrarreforma autoritaria») que sobre ella se cierne, y que, en definitiva, no deja de ser su estado natural.Habrá quien opine, igual que opinaba Gollum del Anillo, que el Estatuto de Gernika y el Amejoramiento del Fuero –dos estatutos de autonomía, uno por cada comunidad autónoma española perteneciente al Estado español- y el Convenio y los Conciertos Económicos son herramientas útiles que nos hacen libres, nos permiten un desarrollo sin sobresaltos como pueblo -lejos quedan ya las aspiraciones estatales- y del euskara -la cual debería tener rango de lengua nacional, y ni tan siquiera alcanza a ser cooficial en todo el territorio autonómico-, mejoran nuestras condiciones cotidianas y, en definitiva, nos permite vivir mejor que «el resto de españoles».Pero no olvidemos todo lo que tuvo que sacrificar Sméagol mientras estuvo preso del Anillo… y el baño de realidad que sufrió cuando el Anillo decidió abandonarlo (aplicación del artículo 155) por no servir a su propósito final, que no es otro que la asimilación y la desaparición como pueblo.
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