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sábado, 13 de abril de 2019

Ratner Moments

Traemos a ustedes esta genial contribución a la creación de la vacuna contra el españolismo cutre por parte de Àlex Ribes desde su blog Societat Anònima:


Àlex Ribes

Estimado, o no:

Gerald Ratner heredó el negocio de joyería de su padre en 1984. En seis años, convirtió a un pequeño minorista en un imperio multimillonario. La gente adoraba sus tiendas porque ofrecían productos asequibles a la clase trabajadora. Para Gerald Ratner la vida era maravillosa hasta el fatídico 23 de abril de 1991, día en que fue invitado a dar un discurso en el Institut of Directors al que asistieron más de seis mil empresarios y periodistas. Por hacer un chiste, deshizo su imperio en menos de diez segundos. Cuando se preguntó a sí mismo cómo era posible que su compañía vendiera un decantador de jerez por el precio de 4.95 libras, respondió ante el asombro de todo el mundo lo siguiente:

“¿Cómo puedes vender esto por un precio tan bajo?”, digo, “porque es una mierda total”.

Las acciones de la compañía cayeron 500 millones de libras en cuestión de días. Ratner perdió su trabajo y la compañía tuvo cambiarse el nombre. Eso me lleva a plantearte la gran cuestión que nos atañe a los adultos que no podemos argumentar falta de experiencia: ¿por qué comportarnos como estúpidos cuando es mucho más rentable comportarnos movidos por la inteligencia?

Parto de la premisa de que la inteligencia o la estupidez son elecciones que acaban conformando proyectos vitales. Más allá de problemas neurológicos, todos los adultos contamos con unos 86 mil millones de neuronas que bien cuidadas y entrenadas pueden garantizarnos muchos años de vida inteligente. Cuando un niño mete los dedos en un enchufe, a pesar de que le has dicho un millón de veces que no lo haga, actúa de manera estúpida. Es una elección. Si ese niño tiene la suerte de sobrevivir, puede que aprenda o no la lección. Entonces su estupidez pueda reorientarse en inteligencia o en autodestrucción. Porque si algo tiene la estupidez es que es autodestructiva. Nietzsche dijo que lo que no te mata te hace más fuerte. Sí, pero, ¿y si te mata? ¿Y si has tomado la decisión de dialogar constantemente con la estupidez hasta que ésta se ha instalado en tu marco mental con la promesa de no irse hasta que acabas electrocutado, o hundiendo tu empresa, o haciendo daño a las personas que te aprecian? La estupidez es adictiva. Cuando movido por la estupidez no eres capaz de entender que los demás no se ríen contigo, sino de ti, es probable que ya no exista viaje de retorno. La inteligencia también es insaciable. Cuando uno interpreta la vida como un reto diario en el que levantarse por la mañana resulta una experiencia pedagógica, sorprendente y motivadora, todo es mucho más fácil. La experiencia se transforma en sabiduría y ésta en un equipaje tan valioso como ligero.

Decir que el catalán es una lengua muerta es, simplemente, una estupidez. Una enorme estupidez. Con sus trece millones de personas que lo entienden (fuente Eurostat) es la novena lengua de la Unión Europea y en el territorio de la UE posee una comunidad lingüística mayor que el griego, el portugués, el sueco, el húngaro, el búlgaro, el danés, el eslovaco, el finés y varias lenguas más. ¿Te das cuenta ahora de tu estupidez? Mejor no pregunto.

En el inglés coloquial existe el concepto de Ratner moment. Se trata de una situación en la que uno hace daño a su reputación al hacer comentarios producto de malos consejos o decisiones estúpidas. Cierto es que, como eres uno de tantos tuiteros que te escondes en perfiles anónimos, tu reputación no está en juego. Así sois los cobardes que vomitáis catalanofobia con el único propósito de hacer daño. Pero más allá de que seas valiente o cobarde, actitudes como la tuya o la de otros miles de trolls que invadís los espacios públicos con estupidez, lo que conseguís es dar más sentido a las aspiraciones soberanistas de millones de catalanes porque, al final, lo que está en juego es tener un futuro adherido o no a la estupidez. Y eso constituye un reto especialmente motivador.






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