Efectivamente, tal como nos lo dice Koldo Campos, vivimos tiempos de canallas.
Para dimensionar tal afirmación, baste leer este artículo dado a conocer por Tasio en su perfil de Facebook:
Jorge Gómez Barata | MoncadaA Elliott Abrams no le interesa fortalecer la democracia en Venezuela ni en ningún otro lugar, su tarea es derrocar a Nicolás Maduro y colocar en Miraflores a Juan Guaidó. De concretar el enroque cambiaría a un presidente electo, que no es perfecto, por un fantoche que tampoco lo es, asumiendo el riesgo de provocar una guerra civil que colombianice para siempre a Venezuela.Si alguien quisiera restaurar la democracia en algún país latinoamericano no debería encomendar la faena a Elliott Abrams, el viejo halcón al que le quebraron las alas en el escándalo Irán-Contras no es apto para la tarea, no sabría cómo hacerlo y además no quiere; su fuerte son las conspiraciones y las guerras sucias, gestión que lo llevó a mentirle al Congreso de su país y le valió una condena de prisión.Abrams vino al mundo en la ciudad de Nueva York en 1948, en el seno de una familia judía. Debutó en política en 1975 como asistente de senadores en campaña hasta 1979 cuando se hizo republicano para apoyar a Ronald Reagan, quien lo nombró subsecretario de Estado para Derechos Humanos y Asuntos Humanitarios y más tarde, para Asuntos Interamericanos.En 1979, la guerrilla del Frente Sandinista derrocó a la dictadura de Anastasio Somoza. Desde ese momento, Estados Unidos apoyó a la contrarrevolución, cosa que se incrementó con la llegada al poder de Ronald Reagan en 1980 y que, en 1986 el Congreso de los Estados Unidos prohibió totalmente.Para evadir la prohibición, se concibió una operación triangular que consistió en vender armas a Irán de forma clandestina y destinar ese dinero para apoyar la contrarrevolución nicaragüense. La operación que aportó unos 50 millones de dólares fue concebida y dirigida por el coronel Oliver North, integrante del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos adscrito a la Casa Blanca.La maniobra, una de las más sucias en toda la historia política estadounidense, se conoció cuando en octubre de 1986 el ejército sandinista derribó un avión pilotado por el norteamericano Eugene Hasenfus, con armas para la contrarrevolución nicaragüense. El 3 de noviembre, la prensa reveló la operación y el 25 el presidente Reagan reconoció la participación de miembros de su administración en los hechos, lo cual motivó la creación por el Senado de una comisión de investigación.La investigación reveló que, además del contrabando de armas para Irán, los funcionarios se habían involucrado en el tráfico de drogas, incluso para ser consumidas en territorio estadounidense. En aquel proceso fue condenado Eliott Abrams, quien además de su involucramiento, bajo juramento, mintió al Congreso de su país, cosa zanjada por el indulto de George Bush (padre).Reciclar este nefasto personaje como antes ocurrió con John Bolton y creer que puede aportar algo a la solución de un problema de la trascendencia y complejidad de la Revolución Bolivariana, es una tragedia mayor que el problema que pretenden resolver. Se trata de la confesión de que Estados Unidos retoma épocas imperiales y sórdidas maniobras que deberían haber sido trascendidas. Allá nos vemos.
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