Les compartimos este texto publicado en Gara:
Una fiterana indignada me envía estos días un ejemplar antiguo de «La Voz de Fitero», periódico que, a principios del siglo XX, dirigía el médico y periodista Miguel Herrero. Daba noticia de la gran fiesta celebrada en el pueblo el 30 de abril de 1913, con motivo de la llegada a la localidad del diputado del distrito, Ramón Lasanta. Previamente a la fiesta, «una degollina general puso en conmoción todos los corrales, gallineros y conejales, no dejando ni un solo bicho viviente». Luego, dianas, cohetes y marcha a la Dehesa, juntos el clero, Ayuntamiento y pueblo. Allí, «muchísimas tiendas de campaña, formadas por cuatro palos y mantas oliveras, gallardetes, carros enramados y numerosas fogatas, con paellas y corros jugando a las chapas». La banda de música, que dirigía Lorenzo Luis, ejecutó escogidas piezas, pero «sobre todo, la nota típica, tradicional y que verdaderamente fue el estímulo principal de la fiesta, fue el sentimental `Gernikako', que a coro, con la veneración de lo grande, entonaba el público en uno de esos marasmos de alegría». Hablamos de Fitero, no de Amorebieta.
Como solía acaecer, la gente se quedó con ganas de repetir el «Gernikako Arbola» y, en la despedida, «la música dejó oír de nuevo los acordes del majestuoso himno de Iparaguirre a las libertades vascas». La fiesta acabó con una hoguera «en el juego de la pelota».
Fitero, en 1913, era un pueblo más de «la Euskalerria», que cantaba Navarro Villoslada, consciente de que la defensa de las libertades forales de Navarra era consustancial a la del resto de territorios vascos. No fue un hecho aislado. En aquella fiesta, quizás jugando bajo una manta olivera, estaba Mauro Azcona con diez años, que será luego pionero del cine vasco. En 1928 dirigió «El Mayorazgo de Basterretxe», una de las primeras películas vascas. El gobernador civil de Vizcaya ordenó quitar del guión la ikurriña que se ondeaba en la ezpatadantza final, dándole a elegir entre la española y otra cualquiera. El fiterano colocó como protesta una bandera totalmente blanca. Azcona era comunista y murió exiliado en la URSS. La Gran Enciclopedia de Navarra ni lo cita.
También Manuel García Sesma tenía 11 años cuando sus padres le llevaron a la fiesta de la Dehesa. Luego fue escritor, periodista, poeta y director, en 1922, de la revista «Fitero». Hombre de izquierdas, estuvo en la primera línea del frente republicano. No era nacionalista, pero defendía la foralidad y desde el exilio escribió libros y muchos artículos, bajo el título «Charlas Vasco-Navarras». Vecino de Fitero fue también Alberto Pelairea, poeta, dramaturgo y cantor del pueblo vasco. En 1922 Fitero lo nombró hijo adoptivo. Por lo que les he leído, ninguno de ellos estaba muy preocupado por la falta de un cuartel en Fitero. Más bien lo contrario.
Dejo la prensa de 1913 y cojo la de ayer mismo. Fitero dedica el día grande de San Raimundo a la inauguración de un cuartel de la Guardia Civil, algo insólito en Navarra, por fortuna. El obispo con el hisopo, los tricornios acharolados, los desfiles y las salvas dejan un hedor a naftalina, a falangismo rancio. La banda de música, que ahora dirige Eugenio Irigaray ha olvidado ya el «Gernikako» y ha tenido que aprender con urgencia el Himno de la Guardia Civil y otras marchas militares.
Fitero, salvo honrosas excepciones, ha olvidado su pasado. Antes presumía con orgullo de ser muga de la antigua Vasconia, la Cantabria que le hizo exclamar a Ortega y Gasset: «Harto era Castilla/ pequeño rincón/ cuando Amaya era cabeza/ y Fitero mojón».
Ha olvidado también a sus 49 fusilados, en aquellas cacerías que dirigía la Guardia Civil, que los iba «capturando a las órdenes de su incansable jefe de Brigada» («Diario de Navarra» 12.VIII.1936). Ha olvidado que, desde su génesis, la Benemérita en Navarra ha estado al servicio de dos amos: el centralismo y los ricos. Es triste ver que todavía haya paisanos que griten «viva las cadenas», honren a sus antiguos verdugos, o cambien centros médicos por cuarteles, argumentando que estos crean riqueza.
Pero el día de San Raimundo nos ha dejado otra lección: cuando un pueblo de Navarra pierde su tradición política, la de los fueros vasconavarros, que representaba el «Gernikako», tantas veces interpretado por Gayarre o Sarasate, pierde a la vez todo vestigio de navarridad política, de vindicación foral, de independencia patria, de derecho a decidir en Navarra. Se convierte, irremediablemente, en un pueblo más de Castilla.
Porque si esos fiteranos, tan preocupados por su seguridad, fueran verdaderamente navarros, habrían exigido al menos que el cuartel fuera de la Policía Foral que, además de hacer los mismos servicios, son de aquí, no tienen un pasado tan truculento, ponen la bandera de Navarra en el mástil y, aunque te pongan multas igual que los otros, al menos el dinero no va a Madrid.
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