En el estado español un policía que se dedica a torturar a jóvenes vascos acusados de pertenecer a ETA puede estarse bien tranquilo pues la maquinaria de terrorismo de estado para la que trabaja se encargará de dotarle con la más completa impunidad.
En cambio, si un político vasco se atreve a dar un discurso de despedida a una joven que perdió la vida en la espiral de violencia que se generó en Euskal Herria a partir del levantamiento armado fascista comandado por Francisco Franco y Emilio Mola, se verá condenado e inhabilitado por un tribunal que poco o nada entiende de derechos políticos.
Pues bien, hasta ustedes traemos este reportaje de Gara que ha sido reproducido en las páginas de La Jornada y que da continuidad a la liberación de los cuatro jóvenes navarros liberados recientemente.
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Con torturas y malos tratos la policía la inculpó en atentado, denuncia joven vasca
Ainara Gorostiaga y tres hombres quedaron libres luego de atribuirse dos etarras el crimenAinara Gorostiaga, la joven de Pamplona puesta en libertad el martes anterior tras estar dos años en prisión acusada de pertenencia a banda armada y asesinato, denunció en su día ante el juez de instrucción de la Audiencia Nacional, Guillermo Ruiz Polanco, que había sido víctima de presuntas torturas y malos tratos durante los 10 días que permaneció incomunicada, en virtud de la legislación antiterrorista española.
Gorostiaga, tras sufrir este calvario, accedió a firmar una declaración policial en la que se autoinculpaba del asesinato de José Javier Mújika, edil de Leiza por Unión del Pueblo Navarro (UPN, derecha), víctima el 14 de julio del 2001 de un atentado con bomba lapa, que fue atribuido a la organización armada vasca ETA.
La citada declaración policial fue la única prueba en que se basó la justicia española para mantener en prisión a Gorostiaga y a otros tres jóvenes vascos, Mikel Soto, Aurken Sola y Jorge Txokarro, todos ellos ya en libertad después de que dos miembros de ETA, que fueron detenidos en Francia, asumieran el atentado.
En el testimonio que presentó ante el juez, Gorostiaga hizo un pormenorizado relato de los interrogatorios en las comisarías: "Cuando llegamos al cuartel de la Guardia Civil de Castellón (que no pude ver si verdaderamente era el cuartel, lo supuse porque de la cárcel al pueblo hay unos 10 kilómetros y nos costó poco llegar), me pusieron contra la pared esposada ante un calendario que me sirvió para memorizar los tres o cinco días que podía estar con ellos. Sólo pude ver la cara de la mujer que me cacheó en la cárcel, al resto no se la vi. Calculo que estaría unas cuatro horas de pie contra la pared esposada hacia atrás y con las muñecas adoloridas".
Esa misma noche fue trasladada a Madrid junto con Mikel Soto, su pareja sentimental, con quien tenía prohibido comunicarse. Gorostiaga narró en su testimonio que "nada más llegar me pusieron un antifaz en los ojos con el que estuve casi todo el tiempo durante cinco días; no pude ver ninguna habitación del cuartel salvo el calabozo, el baño, la sala del médico forense y la sala de la declaración policial. No vi la cara a nadie salvo a los dos policías que me tomaron declaración y a dos forenses".
Gorostiaga explicó que "la pesadilla" empezó cuando la trasladaron a una habitación donde le ordenaron que se desnudara: "Me desnudé de arriba abajo, y como no decía nada, se enfadaron y se pusieron a gritar como locos, empezaron a hacerme la bolsa (método de tortura que consiste en cubrir el rostro de la persona con una bolsa de plástico que provoca la asfixia), yo estaba sentada en una silla totalmente desnuda, cada vez que rompía la bolsa me golpeaban fuertemente en la cabeza con la mano abierta y con periódicos.
"No sé cuantas veces me pusieron la bolsa, pero yo creo que muchas, escuchaba los gritos de Mikel, lo estaban torturando mucho, de vez en cuando me hacían gritar para que él me oyese, y si no gritaba como ellos me decían, me golpeaban más, yo estaba histérica, eran continuas las amenazas, las humillaciones y los golpes, empecé a inventarme cosas porque era la única salida que veía para que aquello parase, me llevaron al calabozo con un ataque de histeria bastante fuerte. Aquel día me dejaron tumbarme un rato."
"Intensos interrogatorios"
Gorostiaga recordó que ese día la interrogaron entre cuatro y cinco veces, en una de esas sesiones asegura que le "chocaron cables y me pusieron los pies en un balde de agua, pero no llegaron a enchufármelos, estaba desesperada también".
La joven vasca asegura en su testimonio, que forma parte de la denuncia presentada ante la justicia para aclarar su detención: "Me decían que me iban a meter el palo por el culo, me lo llegaron a rozar, tuve que soportar todo tipo de vejaciones sexuales, que si iba a tener un hijo de guardia civil, que si les estaba poniendo cachondos, que Mikel se lo hacía con otras, que si mi cuerpo era no sé como, se me arrimaban por detrás como si me la fueran a meter (...) no sé, fueron continuos comentarios, también me amenazaban con la bañera".
Gorostiaga recordó que a pesar de que se negó a comer y beber los primeros días por temor de ser "envenenada" o "drogada", pero después fue obligada a comer un poco: "una manzana y el chorizo o el jamón de los bocadillos mirando si veía algo raro dentro y sin ninguna gana. También pensé que si no comía nada no había quien aguantase aquello, y en el tono en el que me lo dijeron preferí comer por mi cuenta a que me diesen de comer a la fuerza con el antifaz y sin ver lo que me daban".
Según señala en su testimonio, el peor día de su detención fue cuando fue sometida a cuatro "intensos interrogatorios con descansos muy breves y sin poder dormir ni tumbarme en la cama, salvo cuando me caía, entonces me dejaban estar sentada en la cama cinco minutos".
En esa jornada, Gorostiaga reseñó que "estando totalmente desnuda, me ataron a una silla sujetándome los brazos con precinto y goma espuma, me colocaron innumerables veces la bolsa, cuando la rompía me golpeaban en la cabeza y me la volvían a colocar, me llegaron a poner tres o cuatro bolsas juntas (...) Yo lo único que quería era desmayarme y perder el conocimiento, pero cuando estaba a punto, me levantaban un poco la bolsa y otra vez vuelta a empezar. Me decían, yo creo que para darme fuerzas, aunque no lo lograban, que era muy fuerte y que estaba aguantando mucho, que poca gente aguantaba aquello y cantaba todo el mundo, que yo me sabía muy bien el ma-nual de la tortura, y que quien ha escrito ese manual no ha sido torturado".
Gorostiaga también recuerda que "en cuatro ocasiones me colocaron los electrodos (por lo menos eso decían ellos), pero no los llegaron a activar salvo en una ocasión que dijeron que los activaban pero que no podían aumentar la potencia porque tenían una máquina nueva que hacía saltar los fusibles. Me hicieron colocarme dos cables en la espalda mojada y yo solo noté un cosquilleo, pero la sensación anterior, pensar en los electrodos, fue una pesadilla. En esas cuatro ocasiones me colocaron cables que parecían ser de teléfono en los brazos, en el pecho y en la espalda. En una ocasión me pusieron un aparato redondo en la mano que no supe lo que era".
El testimonio de la joven vasca también destaca que "en tres ocasiones me pusieron una pistola en la mano. Me dieron a entender que era la que mató al concejal de Leitza y que estaba en mis manos tener una acusación por colaboración o por asesinato. Además me amenazaban muchas veces con que no iba a poder tener hijos o si los tenía iban a ser de la Guardia Civil".
Gorostiaga, antes de que finalmente accediera a firmar la declaración policial, explicó que en aquellos momentos "les dije que me mataran si querían, y me dijeron que ellos no habían dicho eso. A mí ya me daba igual lo que me hicieran, sólo quería acabar con todo aquello, no podía más, les decía que hiciesen lo que quisieran con mi cuerpo, que no tenía nada para contarles. Lo más duro fue eso, recibir palos sin saber qué querían escuchar, tenía que estar todo el rato dándole vueltas a la cabeza pensando en historias inventadas (padres, contraseñas, cartas, gente). Inventé unas cuatro historias diferentes, cada vez que creía que aquella era la buena, en el siguiente interrogatorio empezaban de cero las torturas, me golpeaban más por mentirosa y más todavía por callarme. Me resultaba muy difícil inventarme cosas que no había vivido".
En otra sesión de interrogatorios, Gorostiaga recuerda que la envolvieron "en mantas y cuando estaba sentada me agarraron por todas partes (esta vez vestida), atada a la silla. Me pusieron al final tres o cuatro bolsas a la vez, me taparon la nariz y la boca y al final, a punto del desmayo, me oriné en los pantalones con tanta fuerza que casi los salpico. Tuve que permanecer el resto de los días con los pantalones totalmente orinados".
A la 1.30 horas "realicé la primera declaración ante la policía; yo no podía ver al abogado, en ningún momento me enseñó el carnet de identificación, hice la declaración tal como la habíamos preparado, y a continuación me dejaron dormir. Yo calculo que habría dormido unas cuatro horas, las únicas en cinco días", según el testimonio de Ainara Gorostiaga.
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