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jueves, 8 de abril de 2004

Frabetti | El Valor de las Víctimas

Les invitamos a leer este esclarecedor texto de Carlo Frabetti acerca de la tortura practicada impunemente por el régimen español en contra de ciudadanos vascos, mismo que nos han hecho llegar por correo electrónico:


El valor de las víctimas

Carlo Frabetti

A la política basura (como a su inseparable complemento, la televisión basura) solo le importa la audiencia.

¿Qué más da que cinco millones de personas sepan que miento, si logro engañar a otros diez millones durante un par de días, el tiempo suficiente para que me voten? Esta sencilla reflexión aritmética es la única explicación de la incalificable actitud del Gobierno a raíz del 11-M. El órdago les salió mal, pero no por ello dejan de sumar mentiras a las mentiras: todavía controlan los medios, y siempre habrá algunos millones de necios que les crean y algunos miles de canallas que, por interés o cobardía, finjan creerles. A los nazis, durante un tiempo, este burdo truco estadístico les funcionó bastante bien.

Y si el poder miente una y otra vez incluso con todas las evidencias en contra (aún hay voceros del PP que se atreven a decir que los atentados del 11-M no tienen nada que ver con el apoyo del Gobierno español a la invasión de Iraq) y cuando la mayoría de la población ya conoce la verdad, ¿qué no hará en situaciones en las que los datos objetivos son más fáciles de ocultar? Agitando ante las narices de los necios y los pusilánimes el espantajo del “terrorismo”, el poder tiene la audiencia asegurada y puede contar cualquier mentira con escaso riesgo de ser desenmascarado, lo que equivale a decir que puede hacer lo que se le antoje. Aunque no siempre, no por siempre.

En un encuentro reciente, un compañero del TAT me comentaba que la mayoría de la población vasca es consciente de que en Euskadi se tortura y se cometen continuos atropellos contra los derechos humanos. Por desgracia, en el resto del Estado español esta conciencia es minoritaria; pero, de todos modos, varios millones de personas saben que aquí se tortura impunemente (lo dice hasta la ONU, organización poco sospechosa de “radicalismo”), y aunque muchos sigan sin enterarse o sin querer enterarse, algo está cambiando, gracias a la zafiedad del poder y a la valentía de sus víctimas.

El último caso de flagrante atropello de las libertades del que tengo noticia ha sido el secuestro, el pasado 31 de marzo, de Alfonso Martínez Lizarduikoa por supuestos agentes de la Policía Nacional. Y digo “supuestos” porque actuaron más como delincuentes que como defensores de la ley y el orden, por lo que cuentan la compañera y el hijo del secuestrado y otros testigos presenciales.

A Martínez Lizarduikoa se le investiga por su presunta mediación en un pago a ETA, para lo cual no era necesario secuestrarlo, ni negarle luego la libertad bajo fianza (a pesar de su delicado estado de salud). Como no era necesario torturar a Martxelo Otamendi y a sus compañeros de Egunkaria. Como no era necesario someter a torturas y vejaciones sexuales a Anika Gil durante cinco días, para luego tener que soltarla sin cargos. Como no era necesario apalear a Unai Romano hasta dejarlo irreconocible... ¿O sí que eran necesarios estos atropellos, para que el valeroso testimonio de sus víctimas sacudiera las conciencias y despabilara a una opinión pública narcotizada por unos medios de comunicación tan poderosos como execrables?

Escribo estas líneas en el primer aniversario del asesinato de José Couso, tras asistir a la duodécima concentración mensual frente a la Embajada de Estados Unidos. Como nos recuerda la pegatina con la efigie del cámara asesinado que aún llevo adherida a la chaqueta, “Estados Unidos asesina periodistas para ocultar la matanza de civiles” (con la complicidad del Gobierno español, habría que añadir). La heroica lucha de la familia Couso contra la impunidad del asesinato de José ha contribuido no poco a la caída del PP, y tal vez consiga llevar ante el Tribunal Internacional de la Haya a los culpables (junto con “No a la guerra”, “Asesinos” y “Esta embajada está ensangrentada”, la consigna más coreada ha sido “Aznar, canalla, nos vemos en La Haya”).

Y los valientes testimonios de otras víctimas del terrorismo de Estado, así como las protestas y reivindicaciones de sus familiares y amigos, con el apoyo de algunos medios honestos (pocos, pero cada vez más vigorosos), están logrando que en el muro de mentiras y de silencios tras el que se oculta la barbarie institucional empiecen a aparecer algunas grietas (tal vez sea el momento de constituir una Asociación de Víctimas del Terrorismo de Estado, valga la ironía).

Unai Romano, Anika Gil, Martxelo Otamendi y sus compañeros de Egunkaria, “los cuatro de Iruñea”... y ahora Alfonso Martínez Lizarduikoa. Tal vez pudieran obligarlos a hablar, pero no podrán obligarlos a callar. Ni a ellos, ni a sus familiares y amigos, ni a quienes hemos oído sus valerosos gritos de protesta.

En sus mezquinos cálculos, el poder no ha tenido en cuenta que el valor de las víctimas no es un valor de cambio; que el valor --en ambos sentidos del término-- de las víctimas está muy por encima de toda consideración electoralista o de audiencia mediática. Y por eso mismo --porque la calidad se convierte en cantidad tanto como la cantidad se convierte en calidad-- el valor de las víctimas acaba penetrando las urnas y tomando por asalto los medios.




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